El Imperio avasallador de los EEUU se las ha arreglado últimamente, a partir de la guerra de la OTAN en la antigua Yugoslavia, con el nacimiento de la pérfida doctrina de la «guerra humanitaria» con la que se nos quiere convencer de que los ejércitos armados son ONG’s, para involucrar en sus agresiones a buen […]
El Imperio avasallador de los EEUU se las ha arreglado últimamente, a partir de la guerra de la OTAN en la antigua Yugoslavia, con el nacimiento de la pérfida doctrina de la «guerra humanitaria» con la que se nos quiere convencer de que los ejércitos armados son ONG’s, para involucrar en sus agresiones a buen número de países que nada tienen que ver con el afán de rapiña y dominio del Emperador ni con los destrozos que causa a lo largo y ancho del planeta. En la primera guerra del golfo a diferencia de en Vietnam (donde fueron ellos solos y ellos solos fueron vergonzosamente derrotados) los EEUU involucraron en sus fechorías bélicas a buena parte del planeta. La cultura del capitalismo salvaje, la comida basura y la televisión alienante lograron que la llamada «comunidad internacional» se convirtiese en títere del Imperio bajo el engaño de pasar así a formar parte del club de los expoliadores.
La segunda guerra de los golfos, con el nacimiento de la infame doctrina de la «guerra preventiva» se basó en la promesa de negro botín del saqueo mercenario para los colaboradores, con lo cual se volvió a involucrar a una serie de naciones que nada tenían que ver con el conflicto y nada sacaron ni van a sacar de él. Mercenarios y civiles, llamados eufemísticamente «contratistas» pasaron a realizar acciones de guerra en territorio iraquí ocupado, como conducir un camión o vigilar infraestructuras y edificios clave. La más mínima empatía con el ocupado, el más mínimo intento de ponerse en su lugar, nos revela claramente que los contratistas participan y colaboran de consuno con las tropas del Imperio y las involucradas en el conflicto con la invasión y la ocupación.
Desde la segunda guerra mundial los civiles habían pasado a ser objetivos militares por excelencia. Mucho se ha hablado ya de esa terrible modificación en el arte de la guerra y de su especificidad moderna, aunque ya los asedios a ciudades de la antigüedad se realizaban para minar moral y materialmente a las poblaciones resistentes. Lo que no se ha explicado suficientemente hasta la fecha es la manera en que la industrialización capitalista moderna dejó apta la fábrica para ser fácilmente reconvertida en parte de la cadena del complejo militar-industrial con que el Imperio gobierna el planeta. Y lo que es del todo novedoso es la manera como se ha conseguido que los civiles pasen a ser no solamente objetivo bélico prioritario sino soldados en activo en toda regla. Hoy la reconversión fabril ya no es necesaria porque la máquina de guerra y el humanitarismo capitalista son ya indiscernibles gracias a las mentiras con las que las 24 horas del día nos bombardean desde los mass media multinacionales. El desarrollo tecnológico ha transformado todo obrero y a todo oficinista en soldados del Capital, miembros de una sociedad que no admite bajas en sus filas mientras las prodiga en las de los otros.
Mientras un campesino iraquí no es de por sí un soldado de Alá encubierto, como se nos quiere hacer creer, sino un hombre seguramente laico que desea vivir en paz en su tierra, cada camionero filipino en Irak sí que es un soldado encubierto colaborando activamente con la invasión, dominio, sujeción y robo, de los recursos de un país por Alí Baba Bush y sus cuarenta ladrones. De modo que volviendo a la más mínima empatía, poniéndonos un poquito en el lugar de un iraquí, podemos llegar a entender que los llamados «secuestros» en Irak no son para ellos sino «capturas» de soldados enemigos, un mecanismo de defensa de la resistencia contra los eslabones más débiles y vulnerables de la máquina de guerra estadounidense. Afortunadamente España ha retirado sus tropas y ya no colabora con la desastrosa agresión a Irak y es de esperar que otros países, sin necesidad de que sus ciudadanos invasores y colaboracionistas sean capturados y ejecutados, se retiren de tal despropósito.
Otros occidentales han estado viajando a Irak, pero no a matar ni a colaborar con los invasores que matan, sino para denunciar in situ la barbarie desplegada por los que se creen tan civilizados. Los miembros de las organizaciones humanitarias y los brigadistas acudían a ayudar, pero como los medios de comunicación convencionales convirtieron a los ejércitos en ONG’s, los iraquíes han terminado por no poder distinguir entre lo «humanitario» y la conquista. Los anuncios televisivos para incorporarse a las fuerzas armadas en España muestran a unos muchachos haciendo buceo, montando en helicóptero o dándole leche a un niño famélico, con lo cual parece que formar parte de una máquina de matar, pues no otra cosa es un ejército y las armas que llevan no son de juguete, es lo mismo que afiliarse a una colonia de vacaciones permanentes con vocación humanitaria. La bajada de pantalones de la ONU (cuyo desprestigio tardaremos decenios en superar) con la resolución 1546, que legitima la agresión a Irak llamada eufemísticamente «guerra preventiva» implica que quien no quiera convertirse en asesino y ladrón o colaborar con los asesinos y ladrones haya de convertirse en «terrorista» y «traidor a Occidente». La actitud inversa provocada por semejante estratagema en la dialéctica maniquea de los extremos es la que ha llevado a que los resistentes se hayan hecho eco de lo que los grandes medios occidentales propagan sin cesar y hayan acabado también por creer lo contrario, que todo occidental es un colaboracionista con los asesinos y ladrones que han invadido, ocupan, matan y esquilman su país.
La reciente película de Michael Moore «Fahrenheit 9/11», aunque utilice mucha táctica propagandística del enemigo, movilizando las emociones y esté dirigida principalmente a un público norteamericano; muestra claramente como los soldados del Imperio que mueren, lo hacen para mayor gloria de los negocios de la familia Bush y la familia Bin Laden. Soldados que no son en su mayoría sino jóvenes pertenecientes a las clases sociales más desfavorecidas del centro del Imperio, muchachos llevados al matadero con promesas de promoción social y de suculentos dividendos. También los contratistas se juegan la vida por dinero, por mucho más dinero que los soldados, ya que un conductor de camión civil en Irak gana 8.000 euros mientras que un conductor soldado lo que gana es 3.000. La barbarie está bien pagada. La situación se deteriora cada vez más, cada vez hay que sumar más muertos occidentales a los incontables (pues de los otros ni se lleva la cuenta) muertos civiles iraquíes pero también cada vez somos más los que pensamos que se está rayando el absurdo.
Ante tal situación desquiciada de la política internacional el compromiso político de las multitudes opuestas a la guerra, en todo el mundo, no puede ser otro que no aceptar la división maniquea en buenos y malos, y en hacer fuerza para obligar a sus gobiernos a que retiren cada uno de ellos sus tropas de Irak. Si un país extranjero ataca mi tierra y a mi gente yo participaría en su defensa, pero si mi país forma parte de la agresión contra otro que nada malo nos ha hecho y que se encuentra a miles de kilómetros de distancia, no puedo involucrarme en la guerra porque los agredidos o sus valedores respondan a lo que les hemos hecho. Sólo la defensa propia es legítima y no es precisamente Irak quien amenaza preventivamente al resto del mundo sino los EEUU quienes queriendo hacerse los amos del mundo, agreden por doquier.
Los iraquíes tendrían que soltar a las cooperantes italianas, aunque Berlusconi, Bush y sus medios de comunicación, las hayan convertido en parte del ejército invasor. Por esto es por lo que las organizaciones humanitarias no gubernamentales habrán de abandonar el país invadido después de este aviso, como hicieron ya hace tiempo los «brigadistas», puesto que gracias a la propaganda occidental ya nadie distingue entre soldados y civiles. Todas las tropas de todos los países que por lamerle las botas al Emperador están sufriendo bajas y amenazas también tendrán que abandonar el país ocupado. Se quedarán entonces los pobres soldados del Imperio cayendo y matando por orden de sus gobernantes, de quienes no mandan a sus hijos a la guerra sino que mandan a los de los demás; y esto será así hasta que el pueblo de Irak, como hizo el de Vietnam, los termine echando.