Recomiendo:
0

A propósito del documental de Juan Pablo Minguillón

Retórica del vacío en una obra sobre la Cantata de Santa María de Iquique

Fuentes: Rebelión

El pasado 22 de mayo, se presentaba en la Casa de América de Madrid la película de Juan Pablo Minguillón Santa María de Iquique, cien años después bajo los términos de «un documental basado en la Cantata de Santa María de Iquique, compuesta por Luis Advis para el grupo Quilapayún» (según consta en el programa […]

El pasado 22 de mayo, se presentaba en la Casa de América de Madrid la película de Juan Pablo Minguillón Santa María de Iquique, cien años después bajo los términos de «un documental basado en la Cantata de Santa María de Iquique, compuesta por Luis Advis para el grupo Quilapayún» (según consta en el programa de mano). Lo primero que llama la atención en esta película es que es una mala película: no tiene ideas, no sabe presentar más que toscamente las escenas, usa una única fuente musical (el concierto de Quilapayún en Talpa, en 2007). Lo segundo es que tampoco define claramente qué quiere contar (y por tanto no cuenta). Si se trata de los sucesos históricos que ocurrieron en Iquique en 1907, entonces la película es un completo fracaso porque no hay ninguna indagación histórica, ni se han tenido en cuenta las últimas investigaciones de la historiografía chilena; ni hay entrevistas a familiares de los asesinados, ni de los asesinos (apenas una referencia al general Silva Renard que dio la orden de disparar); nada se dice sobre los responsables políticos chilenos; ni se aporta nada más que lo que ya la misma obra de Advis cuenta. Por no haber, en este sentido, no hay ni un trabajo de documentación riguroso que hubiera permitido el acceso a numerosas fotografías, imágenes de los testimonios que quedan de la matanza en Iquique, etc. Si, por el contrario, se trata de presentar el proceso de elaboración de la Cantata escrita por Luis Advis o la grabación realizada por Quilapayún, entonces la película igualmente fracasa porque salvo algunos datos ya conocidos -que se recuerdan en algunas de las entrevistas que aparecen a miembros de Quilapayún-, no se dice nada sobre la suerte que corrieron los originales de la grabación; nada, salvo una referencia de Joan Jara, sobre su estreno en el Estadio Chile; nada sobre la polémica adaptación del texto hecha por Cortazar; nada sobre la incorporación de nuevas transiciones que no estaban en las primeras ediciones del disco; nada sobre la concepción de la letra, nada sobre el relator, el actor chileno Héctor Duvauchelle, y muy poco del compositor, sobre el que no hablan ni sus amigos, ni sus alumnos, ni sus colegas de la universidad; nada sobre el lugar que ocupa esta obra entre sus producciones; y sí aparece, sin embargo, un equívoco testimonio (el del hermano de Luis Advis) que trata de separar las obras musicales que Luis Advis compuso en estos años del proyecto de la Unidad Popular olvidando, claro, que Advis intervino, entre otras, en la versión musical del Canto al programa (1970) de la Unidad Popular, o que escribió la música del Canto para una semilla (1971), además de la misma Cantata cuyo sentido no puede ocultarse. Tampoco aquí hay trabajo de documentación (ni riguroso ni de ninguna clase): los testimonios que aparecen son de conocidos cantantes españoles cuya relación con la Cantata es personal (por cierto, ninguno de ellos hace referencia a sucesos de Vitoria de 1976, ni al panorama sangriento de nuestro tiempo), y nada sabemos de lo que pasó en los conciertos de Quilapayún en España (no hay entrevistas a los organizadores, a los responsables de la casa de discos, etc.), ni de la recepción que tuvo la obra de Advis aquí, ni, por supuesto, se pregunta a personas que luchaban entonces contra la dictadura o en apoyo de la vía chilena al socialismo qué supuso para esas personas la Cantata. De nuevo la falta de imágenes es patente.

Según las reglas elementales de la retórica, la dispositio viene después del hallazgo de las ideas (que ya hemos comprobado, no hay), y ordena lo encontrado, pero la película de Minguillón no puede ordenar sino los planos de una penosa recreación histórica de una «testigo» de la clase alta escribiendo a los pocos días después del suceso frente al mar; o los planos de las pobres entrevistas de las que apenas si consigue sacar algo más que anécdotas y cosas sabidas (a excepción de un pesimista Saramago que aporta un brevísima momento de luz -por tenue que sea- a esta película tan oscura). Es decir, poco tiene que ordenar y mucho menos que aportar a la organización del discurso fílmico. Así pues, un documental que no es tal. Nada sobre los sucesos históricos. Nada sobre la composición de la Cantata. Entonces, ¿qué llena los 94 minutos de duración de esta película? La nostalgia. El anhelo de regresar a un tiempo sin duda doloroso pero que, a cambio, ya no nos exige tomar posiciones, ni mantener la crítica, ni seguir luchando. Justamente todo lo contrario de las razones por las que la Cantata se compuso, pues con ella se quería, precisamente, ir hacia el futuro, luchar todos juntos contra la esclavitud, la miseria y la violencia organizada. Un testimonio contra la explotación y la barbarie que supuso la expansión del capitalismo en Chile, por la solidaridad de los obreros y los desposeídos. El sentimentalismo, es decir, la explotación, entre otras cosas, de la nostalgia, elimina en esta película, cualquier asomo de crítica y convierte a la Cantata en un testimonio del pasado. La elección de Minguillón es clara: en vez de tomar la Cantata como un testimonio del presente, lo convierte en un recuerdo. El grueso de la película es un concierto de Quilapayún, sí, pero ese concierto no es todo (lamentablemente tampoco hay un trabajo documental sobre los conciertos que Quilapayún hizo de la Cantata). El resto es el conjunto de ideas vacías y ordenaciones imposibles que reproducen el vacío dominante en este tiempo. Entre el oportunismo y la ignorancia sólo cabe esta miserable retórica del vacío.

 

El documental ha sido producido por Acción Visual, Nómadas Prod. y Juan Pablo Minguillón, Madrid, 2008.