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Retrato de un gudari (armado) llamado Odiseo

Fuentes: Noticias de Navarra

Hay un misterio con una de las obras de Jorge Oteiza. Se trata de una escultura que algunos han sostenido que representaba al mismo Oteiza y que constituye una de las mejores conclusiones experimentales en sus exploraciones espaciales y su elaboración de construcciones vacías. Esa obra se halla en la ciudadela de la capital navarra. […]

Hay un misterio con una de las obras de Jorge Oteiza. Se trata de una escultura que algunos han sostenido que representaba al mismo Oteiza y que constituye una de las mejores conclusiones experimentales en sus exploraciones espaciales y su elaboración de construcciones vacías. Esa obra se halla en la ciudadela de la capital navarra. Hace años todo el mundo la conocíamos como Retrato de un gudari armado llamado Odiseo. Hoy oficialmente el Ayuntamiento de Pamplona-Iruña la llama Retrato de un gudari llamado Odiseo. Ha desaparecido su condición de armado en esta ciudad pacata y ramplona, quizá por cobardía, por corrección política o por censura -no lo sé-, porque en sus conversaciones el artista oriotarra siempre afirmaba que Odiseo era un gudari armado.

Lo quieran o no, este gudari está armado por tres motivos: su emplazamiento, su significado y su estructura. Esta obra está situada en medio de una fortaleza militar encargada por Felipe II, así que en dicho entorno esta escultura rebelde solo puede estar en armas. Asimismo, aludiendo a su significado, si es un gudari, está claro que solo puede serlo si va armado -a menos que fueran a fusilarlo, que entonces estaría cautivo y desarmado-. Por último, pero no menos importante, su estructura está dominada por un armazón de múltiples planchas, en equilibrio con sus vacíos interiores, de forma que al verla enseguida se comprende que presenta una coraza armada, aunque esté abierta.

Este Odiseo armado con aspecto de caja metafísica no deja de ser una expresión del recorrido de un escultor, pero también manifiesta el trayecto de nuestra sociedad. En él la ciudadanía puede ver el laberinto de las violencias y sus ausencias. Si uno mira bien entre sus huecos verá a Pardines y Etxebarrieta, Hipercor y Vic, Lasa y Zabala, Pertur y Yoyes,… Dejo unos puntos suspensivos, interrumpo la escritura con un espacio en blanco, al estilo Malevich, un hueco entre las palabras, un vacío oteiziano para que cada persona añada ahí cada uno de los nombres que ha supuesto el que hayamos aprendido a ser centauros metafísicos a base de golpes durante tantos años, demasiados años.

La energía que generan los espacios de este gudari y la fuerza que acumulan se asemejan a las oquedades de los apóstoles en la basílica de Arantzazu, abiertos en canal, eviscerados para ofrecerse y entregarse a los demás. Es sorprendente el genio del escultor y también la potencia del ser humano que, como buen centauro, lo mismo puede ser un gudari que un apóstol. Algo similar a lo que nos relata el dramaturgo angloirlandés Martin McDonagh, quien incluye una pequeña historia desconcertante en el interior de su segundo largometraje como director.

En una escena un hombre de rasgos orientales, vestido de cura en un hotel de Phoenix, espera sentado en una cama a una prostituta, con la que posteriormente hace el amor. El personaje en realidad es un antiguo miembro del Viet Cong, que al regresar a su pueblo se entera de la violación y asesinato de toda su familia y decide acudir a los Estados Unidos para vengarse. En la siguiente escena el falso sacerdote camina con una pistola por un pasillo, tirando de la mujer, la cual lleva dinamita atada al cuerpo contra su voluntad. Abre la puerta y ambos entran en lo que parece un pabellón, donde decenas de militares celebran una convención sobre la guerra del Vietnam. Empuja a la mujer hacia ellos y derrama la gasolina que llevaba consigo, dispuesto a realizar una carnicería con una cerilla. El vietnamita cierra los ojos por un momento y cuando los abre la situación ha cambiado totalmente. Ahora se encuentra sentado en una calle de Saigón hacia 1963 y es un monje budista, empapado en gasolina, dispuesto a inmolarse. Otros monjes intentan disuadirlo. Uno de ellos le suplica: «Desiste, hermano. Sabes que esto no nos ayudará». Él le susurra: «Podría ayudar». Y el primer monje en prenderse fuego para protestar contra la guerra enciende el fósforo.

Desconcertante. Si la aventura es loca, el aventurero debe ser cuerdo. Es una frase que le gustaba repetir a Oteiza. Desde luego, hay que armarse de valor, hay que armarse de razón. Podría ayudar.

Fuente: http://www.noticiasdenavarra.com/2013/05/19/sociedad/retrato-de-un-gudari-armado-llamado-odiseo