La ignorancia lleva al miedo, el miedo al odio y el odio a la violencia. Esa es la ecuación. Averroes
Son los árboles que dan frutos los que sufren las pedradas. Eduardo Galeano
Los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados y ningún hombre de espíritu elevado los adulará. Aristóteles
Con Breaking the Waves (1996) o Rompiendo las olas y retitulada Contra viento y marea, del danés Lars von Trier, uno de los fundadores de Dogma/95, se da inicio al primer ciclo, de dos, Directores de ayer, hoy y siempre, del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. Filme que se mueve entre el drama psicológico, la crítica al calvinismo y forma parte de la trilogía ‘Corazón Dorado’, siendo el primer filme de ella, junto a Los idiotas y Bailarina en la oscuridad, por basarse en una actriz principal, con los hombres jugando roles pasivos. La historia transcurre en Escocia, durante los años 70 del siglo XX, en un pueblo puritano/patriarcal, en el que las mujeres no hablan en la iglesia, ni toman decisiones, ni participan en ciertas ceremonias. Así, muestra el choque entre la parroquia y el pueblo, representado por la rebeldía, la franqueza, el amor de Bess McNiell por su pareja Jan Nyman, que se encargan de hacer sonar un día las campanas.
1534: Calvino arranca a editar su Institución de la Religión Cristiana (1536); con ella influyó en el devenir doctrinario de la Reforma Protestante y es base de la trascendencia sobre todo protestantismo posterior: al crecer las iglesias Reformadas o calvinistas, aquella tiene su segunda fase. Cuando la Iglesia católica excomulga a Lutero, Calvino se refugia en Ginebra. Ya firmó la confesión de Augsburgo (1540); aun así, su repercusión fue mayor en la Reforma Suiza, no luterana, sino basada en Zuinglio. Al margen de Lutero, la enseñanza/doctrina protestante evolucionaba, bajo el peso de mucho escritor y reformador: entre ellos sobresalía Calvino. Luego, su doctrina llegó a Países Bajos, a fronteras de Alemania y al país, Francia, Inglaterra, Hungría, Lituania y Polonia; luego, emigro a América: Atlántico medio gringo y Nueva Inglaterra, cuya mayoría de colonos era calvinista e incluía a puritanos holandeses de New Amsterdam, ingleses y a los irlandeses/escoceses presbiterianos de Montes Apalaches.
Ahora bien, los colonos neerlandeses calvinistas, llamados luego Bóers o Afrikáners, fueron entre los europeos pioneros en colonizar a Suráfrica, como lo registra el filme Gallipoli (1981), de P. Weir. Hoy, más o menos 75 millones de personas hacen parte de las iglesias de inspiración calvinista. El cine ofrece otros ejemplos de temática basada en el calvinismo: así, First Reformed (2017), de Schrader (1), filme en el que todo se finca en la esperanza, incluso haciendo una puritana/equívoca condena a la Yihad musulmana, en medio de la depresión, culpa y remordimiento del cura Ernst Toller. Ya antes, Gangs of NY (2002), de Scorsese, inspirado en el libro homónimo de Herbert Asbury, de 1928, que cuenta la historia del barrio Five Points, de NY, y el choque entre las pandillas de ‘Los Nativos’, al mando de Bill ‘Butcher’ Cutting, y los ‘Conejos Muertos’, grupo de inmigrantes holandeses, que lidera Amsterdam Vallon, recién llegado al lugar que llaman New Amsterdam y luego Nueva York.
CAP. I – BESS SE CASA. Un helicóptero surca el cielo. Bess evoca a Jan, le dice que llega tarde pero aun así se casará. Al interior de la iglesia todo está listo para la boda. La cámara en mano se mueve entre el frenesí y el dramatismo ocurrido a lo largo del metraje. Los invitados cantan, Bess sonríe con picardía, mientras el cura dice que ella ha dado muestras de ese amor y de ese compromiso: amar a Cristo sobre todas las cosas, como el credo cristiano o católico, aquí calvinista. Terry dice al cura que repiquen las campanas: ‘Nuestra iglesia no tiene campanas’. ‘Es poco alegre, ¿no?’, concluye el quejoso. Jigas y otras músicas escocesas amenizan la fiesta. Dodo dice que se ve con Bess hace seis años y hasta ahora no conoce a nadie con un corazón tan grande: el calvinismo liquida al de Bess. Ella encarna la libertad, no la palabra. Sigue a su instinto e intuición y nada la arredra. Todo lo da, nada retiene para sí, a todos ayuda. La muerte de Sam determina que Bess pierda a un amigo y Dodo un marido.
Bess pide a Jan, en el baño, que la tome. Él no está seguro de hacer el amor allí. No obstante, accede. Quizás piensa como Petro: los jóvenes deben tener sexo y ‘acceso’ a la educación. Aquí ya toma cuerpo la mujer activa y el o los hombres pasivos. Distinto a lo que pasa con el ‘ensementado’ vestido de la Lewinsky, el de Bess queda ensangrentado: toma forma ya la transgresión a las normas sociales/sexuales, en medio del puritanismo y de la castración. Las gaitas escocesas tocan a rebato. El primero, de siete capítulos, habla del cumplimiento, del compromiso de Bess y Jan, de la rígida doctrina calvinista, de una iglesia sin campanas, de la música tradicional escocesa, de las fiestas ocasionales en parajes desolados, de la libertad que ejerce Bess, de su sacrificio por Jan, del amor/desamor con su hermana Dorothy o Dodo. Todo ello, en medio de un ambiente lóbrego, más rural que citadino, con unos habitantes que se mueven entre el alcohol y el billar, el azar y la necesidad, la tristeza y una inefable soledad.
CAP. II – LA VIDA CON JAN. Costas de Escocia. Agua salada, lluvia, lágrimas, tres de los factores que limpian al humano. Jan se desnuda, mira a Bess y averigua de qué ríe. Se mueve, baila y ambos se sientan en la cama. Bess se alejó de los chicos, por esperarlo y Jan averigua con quién hablaba estando tan sola. En la iglesia, agradece por el mayor don que le dio la vida: el don del amor. Agradece por Jan. Se declara afortunada y se recuerda a sí misma que debe ser buena de verdad pues, desde su óptica religiosa, bien sabe quién da o quita. Jan y Bess desnudos, cara a cara. Hacen el amor y ella dice gracias. Jass ronca, Bess ríe. Luego, juegan entre el viento y el frío. En suma, disfrutan la vida, a plenitud. Y tiran como conejos. De paseo, saludan al cura que los casó. Jan le reitera lo que dijo Terry: ¿por qué no tienen campanas? ‘No necesitamos campanas para adorar a Dios’, dice el cura: lo que practican Bess y Jan, quienes, como si hubieran sido interpretados, ríen. A Bess le gustan las campanas.
En la iglesia, alguien critica a los que se aferran al mundo y él sabe quiénes son: el cura interviene, llama a Donald John Beaton y él agradece por el día que les concede el ‘Señor’. Para Bess, es absurdo que solo puedan hablar los hombres. La crítica al aparato calvinista, patriarcal, machista, se hace evidente. Pero, el abuelo la conmina a refrenar la lengua. Jan la mira, conmovida, mientras ven ‘Lassie’ por TV. Entierro de Anthony. Bess y Dodo invitan a Jan a escuchar al ministro: ‘Los hombres [sí] pueden asistir. Las mujeres, no. La cámara en mano sigue a Jan cuando citan al muerto: Anthony Dod Mantle, ‘el pecador’, como lo apoda el cura y ‘mereces ir al infierno’, agrega. Jan anuncia a Bess su casi inminente partida. Va a un campo petrolífero marino. Como presintiendo algo, Bess tapa la cara con sus manos. En la cena, su abuelo da las gracias por los alimentos y todos rezan. Y al preguntar cuándo se va de nuevo Jan, Bess observa que ellos se quedan juntos y Jan por su lado la llama a la cordura.
A la cordura desquiciada del trabajo. Al yugo que niega al ocio, que es lo que, en últimas, representa el negocio capitalista, uno de cuyos símbolos supremos es justo, ¿o injusto?, el petróleo, en lo que labora Jan. Recuérdese que el negocio viene de negar el ocio o, mejor, eso significa. ‘Ojalá pudiera’ le sonríe Jan a Bess, quien cabecea frente a la pared como si quisiera liquidar de paso su cabeza. La mamá critica su conducta. Le recuerda así el mandato calvinista: patriarcal, puritano, férreo. Bess se excusa. Y la madre la conmina a controlar su carácter o volverá al hospital. Su madre le recuerda que allí todas aprenden a estar solas, cuando su hombre está en el mar. Como Penélope, pero sin tejer, la mujer siempre esperando. Y subestima a Bess hasta el colmo: ‘Hasta tú puedes aprender eso’, por vía, claro, del sistema patriarcal, del machismo interiorizado, del falocentrismo inconsciente. Dodo le advierte a Jan que no se fía de él y que Bess es hipersensible, eufemismo por ‘tenga cuidado’ o lo matará…
Como dijo en la boda. Ella cree que Jan puede obligar a Bess a hacer lo que sea, pero él la desmiente: ‘No, no creo’, porque ya conoce su arrojo, terquedad y voluntad de poder. Por eso le sonríe a Dodo como quien con su mirada le recordara que Bess es incontrolable, un volcán de la naturaleza, de la naturaleza femenina. Jan no entiende si Dodo pretende encerrarla allí, en ese hueco perdido de Escocia, porque la considera frágil o ‘no fuerte’. Y Jan le recuerda que es ‘más fuerte que [todos] nosotros’. Para Dodo, Bess no está bien de salud mental. Jan opina que ‘lo quiere todo, nada más’. Le da un regalo, que Bess abre y rápido se lo pone: un vestido que luce para sus otros amigos. Bess, indignada por su partida, sube a la plataforma y, como si recordara la ecuación de Averroes, miedo = odio = violencia, golpea la estructura con un tubo, mientras otros obreros observan: a la escena, se agrega Jan, consuela a Bess y le pide tener tranquilidad frente a lo imponderable, inmanejable, inevitable.
En su postrer arranque de emoción, Bess corre, abre la puerta del helicóptero y se abraza con Jan. Tanta emoción sí es posible si se sabe condensarla, como hace Lars von Trier, sin ceder a lo patético, al escándalo ni al porno. Bess está consternada, podría decirse, con el síndrome de Amok, o casi, lo que en psiquiatría es un ataque homicida, una súbita explosión de ira salvaje que hace al sujeto afectado correr como loco o que armado ataque sin discriminar al que se atraviese. Puede ser conducta de dos vías: asesina o destructora. El término viene de la expresión malaya meng–âmok o ‘atacar y matar con ira ciega’. La RAE define Amok así: ‘Entre los malayos, ataque de locura homicida’. Un filme de Fengler/Fassbinder (2) se titula: ¿Warum Läuft Herr R. Amok? (1970) o ¿Por qué le da el ataque de locura al Sr. R.? Dodo intenta calmar a Bess con una pastilla. Hasta aquí, un capítulo que puede resumirse en agua, baile, espera, soledad, gracias, amor, vida/sexo, campanas, apego, machismo, desconfianza.
CAP. III – VIVIR SOLA. Panorámica de la plataforma marítima petrolera. Jan contra la ventana del helicóptero. Bess se declara culpable de egoísmo, en uno de sus habituales soliloquios. Como casi toda mujer, antepone sus sentimientos a los de los demás. Según se porta, no ve que quiera a Jan. Promete que será buena. Solo que, al expresarlo, pareciera que el viento se llevara sus palabras. Lo que se dice muchas veces, pierde valor, me recuerda Santiago. Los tres amigos, Jan, Terry y Pits, charlan en el baño y se fuman un porro. Bess va a una cabina telefónica. Dodo acude. Vuelta a la plataforma y allí está Jan, quien pregunta con rabia por el segundo turno. Terry cree que hay que llamar para averiguarlo. Bess de nuevo en la cabina. Dodo debe ir al hospital. Jan corre y le dice a Pits que salga porque debe llamar. Le dice a Bess que lamenta no haber llamado antes y le pregunta si ya no lo quiere. Bess: ‘Claro que sí’. Y le cuenta que todos en el pueblito piensan que lo quiere demasiado…
Bess añade que si él supiera cuánto lo quiere, se disgustaría, porque ahora no están juntos. Jan le pide que no deje de decirle que lo quiere y que nada importa el qué dirán. Bess dice a Dodo que Jan volverá en diez días, para estar una semana. Y le devuelve a Bess el calendario en el que marca cada día que pasa desde que partió Jan. La madre despierta y le refiere a Dodo la histeria de Bess: ella se la arreglará, no piensa consentir tal hecho. En efecto, Bess está sin control, tal como se le ve frente a la furia de las olas. Se debate entre su circunstancia y la relativa al trabajo de Jan, que acaso no le importe tanto. De repente, un obrero anuncia una explosión en la plataforma petrolera. Terry cae y Jan va en su ayuda, con tan mala suerte que cuando aquél le grita ‘¡cuidado!’ un golpazo de un tubo metálico da en la cabeza de Jan y lo tumba. Piden llamar a un médico. Bess lleva unos trastos a la cocina y escucha una conversación entre la madre y el cura: ‘No sé cuál es su estado’, pero se cree que muy serio.
Eso oye decir Bess. El cura lo confirma: es Jan y ha habido un accidente en la plataforma. Desmayo fulminante de Bess. El helicóptero aterriza. Jan no resiste que Bess lo toque. Quizá porque está cuadrapléjico y se le hace insoportable no poder dar ni recibir caricias, afecto o amor. Mucho menos, tener que desentenderse de la pasión, el erotismo, la sexualidad que hasta ahora marcó sus vidas. El vértigo de la cámara al hombro, acentúa el dramatismo de cada plano, escena y secuencia. Bess pide a Dodo la acompañe a rezar, sin pensar en los efectos benéficos o inicuos del hecho: se trata de recuperar el equilibrio vital en medio de una plegaria que se ignora si será atendida o no, ni si se podrá vencer al rigor de la impotencia con la suavidad de la rogativa. Se trata de pedir, sencillo, que Jan sobreviva. Pero, la cicatriz en su cráneo no es nada alentadora. Cuando a veces la vida no vale la pena, lo menos peor quizás sea morir, le dice el joven médico a Bess, con lo que su amor por Jan se pone a prueba.
CAP. IV – LA ENFERMEDAD DE JAN. El cura dice que, si alguno de los mandamientos no es amado ni obedecido, el que incurra en falta no tendrá puesto ‘en la mesa del Señor’. Terry y Pits visitan a Jan, quien está ya con Bess. Le llevan una Tartan negra, pero dice tener los brazos mal y estar sin sed. ‘¡Mierda!’, dice Terry, con humor. Se la pone en la boca y Jan agradece la birra ‘para jóvenes’. Pero, Jan no puede recibir visitas y ellos tienen poco tiempo, así que parten. La postrada alegría de Jan conmueve por espontánea y amorosa hacia Bess y los demás. Jan le pide el favor a Bess que la próxima vez se ponga algo más suelto, ‘así no te veré el cuerpo’. Pues el vestido que lleva destaca, por ajustado, sus atributos físicos. Jan entra en shock, por la situación misma, lo que lo hunde en la impotencia, uno de los peores estados en que puede caer un ser humano y la causa de tantos desenlaces infelices, incluso trágicos. Dodo, mientras tanto, le dice a Bess que tiene que irse pues Jan necesita descansar.
Tanta emoción no le conviene a Jan, expresa Dodo a Bess. Ésta, se excusa y es invitada a animarlo. Con la droga recibida, ya Jan debería estar dormido: lo que habla de la tensión por la que, seguro, pasa. Cuando Bess insiste en verlo y se declaran su amor, aunque solo hable ella, se siente la entrega total, el amor sin condiciones, también el preaviso del dolor sin tregua ni final. Bess va a la iglesia a las dos de la mañana, lo que sorprende a Dodo, quien ahora se preocupa porque Bess no recaiga como cuando murió Sam. Para ello, debe ver al Dr. Richardson. El desencaje de Bess al verlo es notorio y triste, pero sin patetismo puesto que su dolor es genuino. Antes por Sam, ahora por Jan. La diferencia con el otro galeno, es que Richardson no receta pastillas si la gente hace lo que es natural. Quizás donde Bess vive no demuestran lo que sienten, más bien lo ocultan, como en toda sociedad conservadora. Ya se sabe que el mal que se acumula deriva en enfermedad o en veneno y aliena, hiere o mata.
La única forma de vencer un miedo es enfrentarlo. Fassbinder: ‘Solo quien no tiene ningún tipo de miedo puede amar libremente’. Y ese es el caso de Bess, ya no el de Jan, quien por el accidente ahora no puede ejercer ese raro tipo de miedo que es su amor por Bess: el miedo al amor por la impotencia. Pero, no demostrar lo que se siente tampoco es, de modo forzoso, una enfermedad. Y Bess se inculpa por lo que pasó en la plataforma: no solo asume el dolor del otro y por el otro, en un caso de inmensa compasión, sino que decide cargar el fardo. Todo, por haber pedido que Jan volviera a casa, como quien, a la usanza griega, asume un efecto trágico por no dejar fluir la vida como quiere venir: lo que los humanos llaman fatum o destino, cuando el final no es feliz; cuando lo es, no lo llaman así. Richardson, en otro gesto de generosidad, humanidad, compasión, pondera los poderes de Bess. Y le sonríe como si a la vez le trajera a Hesse: ‘De una historia solo es verdad aquello que se cree quien la escucha’.
Y le aconseja preocuparse un poco por ella misma, no tanto por Jan y que lo visite de vez en cuando. Para consolarla, Richardson le dice que las cosas irán mejor cuando aquél vuelva a casa. Flashback con Jan, Terry y Pits en la plataforma. Bess alimenta a Jan en su cama. Es su cumpleaños y todos se lo cantan. Le dan puré de tomate y estofado. Jan cree estar acabado y le dice a Bess que si tiene un amante nadie se enterará, con un terrible epílogo: ‘Pero, no puedes divorciarte’. Ya que como mujer no tiene los mismos derechos que un hombre. En otras palabras, las leyes son hechas por machos para machos, aunque Jan no sea uno de ellos, así como la policía no se creó para proteger al pueblo sino a los poderosos. Pero, dichas leyes sí están para aplicárselas a las ‘débiles’ mujeres, aunque todas sean tan fuertes como Bess. Incluyendo, claro, a Marthica, Ma. del Rosario y demás miembros del Cine-Club Al Filo del Tiempo: Lulú, Margara, Beatriz, M. Aída y Luz Marina, sin omitir a Santiago ni a Gonzalo.
Pues, ya se dijo, a Bess no la dejarán divorciarse: está condenada a permanecer con quien se casó, pase lo que pase. Así, de la impotencia pasa a la agresividad, al ‘Amok’, al casi ataque de locura homicida: ‘¿Crees que quiero eso?, le dice a Jan y pasa a ofenderlo, incluso sin querer: ‘¡Inválido!’ Sale y se columpia. El cura cree que deben hacer las paces, los esposos deben ser capaces de hablar y concluye con que él está desvalido; y es ella la que debe mostrar su fuerza. Y le pide verlo para pedirle perdón por enfadarlo, que use la fuerza interior que le infunde su religión, de la que Jan carece, en concepto del pastor calvinista/puritano. Jan trata de acercar, indignado, su frasco de Valium, e intenta embutirse las pastillas, pero termina por regarlas en el piso. Entra Dodo y recrimina a Bess por irse y dejarlo así. Pero, Jan sale en su defensa: Dodo debe reconocer que fue feliz cuando ellos se casaron. Así, ahora, por marcar la diferencia con el resto de aldeanos, deban sentir a toda hora encima el yugo de la censura.
‘Floreció’, dice Jan, con amplio sentido de realismo, como lo concibe Godard: ‘El realismo no consiste en saber cómo son las cosas verdaderas, sino en cómo son verdaderamente las cosas’. Cree que no puede quedarse allí. No puede ni hacer el amor con Bess y eso lo humilla e invalida, no solo como hombre sino como persona, como ser humano. Bess tiene que irse del pueblo, seguir viviendo. Así, entrega total, compasión laica, amor sin interés, son mutuos, sin importar que las condiciones físicas sean distintas: de eso trata la tolerancia/ecuanimidad, de armonizar las diferencias, no de aplastar al diferente. Y esa es la dialéctica de Bess y Jan. Los dos quieren estar bien, pero como no se puede, cada uno renuncia a sus impedimentos en favor del otro. ‘Yo soy otro’, decía Rimbaud y ellos lo saben, practicantes de la ética por honestidad: ser uno a través de o con los otros, no ese ser egoísta que forja el capitalismo y que deviene alienación, pero antes cruel competencia, gratuita exclusión, ruda marginalidad.
Dodo le dice a Jan que haría lo que fuera por él, pero que Bess no se ocupa de sí: que todo lo hace por él, apenas por ver una sonrisa en su cara. Jan le da la razón y agradece por decírselo. Hasta ahora, un plan de limpieza mental perfecto, de sinceridad y desnudez, no de impostura. Dodo propone leerle. Bess arranca una rosa para Jan. Pero, se lo han llevado, inconsciente, al hospital. No pueden tenerlo en casa, si Bess se va y lo deja. Lo cual incrementa su culpa: ‘Puedes darle ganas de vivir, ningún médico puede hacer eso’, le recuerda su hermana. Aunque Bess lo siente, Jan le alivia la carga: ‘Fue culpa mía’. Y al acercarse, le suelta: ‘El amor es poderoso, ¿cierto?’ Bess asiente, porque sabe el que lleva en sí, el que ambos poseen. Jan cree que si muere es porque el amor no pudo conservarlo vivo. Pero, ya no recuerda lo que es hacer el amor. Lo que produce tristeza tiende a borrarse, pues la memoria es selectiva, por eso es más fácil recordar lo que produce alegría. Y Jan piensa que, si olvida eso, morirá.
Si olvida hacer el amor, claro. Por eso recuerda cuando la llamó y lo hicieron sin estar juntos. ‘¿Quieres que te diga eso? Me encantaría’, dice, obsequiosa, Bess. ‘Quiero que busques un hombre y le hagas el amor’, es el pedido que, desde el desapego, cual taoísta, le hace Jan, ‘y vienes a contármelo’. Lo dice como si fuera lo más sencillo del mundo para Bess, sabiendo lo asaz complejo que es… para quien tiene un amor único e irremplazable. Jan teoriza: ‘Sería como si volviéramos a estar juntos. Eso hará que siga viviendo’. Bess: ‘No puedo’. Claro que no, porque su amor es auténtico y los otros no son Jan, así pudiera pensar lo contrario: que él es los otros. ‘Esta mañana, cuando te dije que te buscaras un amante, no era por ti. Era por mí’, dice Jan, en rara proyección freudiana: lo que a veces parece generosidad, es probable sea egoísmo. Mecanismo de defensa, o de ataque velado, en el que impulsos, sentimientos, sesgos y deseos propios, se asignan a otro sujeto. Bess se desmaya en brazos de Richardson.
CAP. V – DUDAS. Richardson acompaña a Bess a dormir. Pone en agua la rosa para Jan, quien muestra recuperación. Le dice que debería pensar en sí misma, v. gr., salir, ir a bailar. Bess busca a Jan, pero no logra verlo. Va a la iglesia y ruega para que no muera. Se pregunta por qué no va a dejar que eso pase. En su diálogo interno, duda entre quererlo y lo que el otro ve o no de lo que ella dice. A su modo, como Jan, también es impotente. Como si hablara por Dios, señala: ‘Demuéstrame que lo quieres y permitiré que viva’. Y llega donde Richardson, le da una botella y baila. El Dr. le pide parar y que hablen. Bess va a su cuarto y cuando él va, está desnuda. ‘Tómeme ahora mismo’. Pero, él se niega y le pide vestirse. No puede entender que no la desee, que no le guste, porque su belleza integral es evidente. Reconoce que le gusta, pero que se vista. En tiempos de feminicidio, violaciones y ultraje a las mujeres, difícil hallar a otro médico igual a Richardson. Bess solo puede llorar, al sentirse rechazada.
Llora porque parece no entender a Richardson, apenas ha interiorizado el deseo de Jan para que ella se acueste con alguien y vaya y le cuente. Bess, en efecto, le relata su experiencia: que alguien le besa los senos y la penetra, con suavidad, y eyacula. ‘¿Quién?’, pregunta Jan, cual invitado a un baile que ya no disfruta ni emociona. Bess: ‘El Dr. Richardson’. Sí, el Dr. es echado al agua, sin que se sepa cómo saldrá de ella. ‘No es verdad’, escribe Jan. Aquí regresa aquello que de una historia solo es verdad lo que crea el oyente. Bess tiene que aceptarlo, aunque pueda pensar que sus mentiras son al tiempo sus verdades. A Jan le quitan el respirador para que ejercite sus pulmones. Bess deja al Dr., sube a un bus y un viejo verde le guiña un ojo. Va hacia atrás, se sienta a su lado y, sin titubeos, lo masturba. De repente, se para y se va, como cuando la salsa que se baila ya está rancia. El viejo, apenas reacciona. Bess tiene claro que la libertad radica en la acción del deseo y antes en el principio del placer.
Así, tal vez ignore el principio de realidad o, inconsciente, lo subvierta. Curioso, al bajar del bus, vomita. Pide perdón por pecar: o sea, calvinismo mata pasión. Cita a María Magdalena, quien pecó y, sin embargo, para su Cristo mental ‘es mi hija más amada’. En tal sentido, c. 591, el papa Gregorio I declaró que ella era una trabajadora sexual redimida por Jesucristo. De ahí, el mito de la puta apedreada. En 2018, un filme del gringo Garth Davis, con Rooney Mara como María M. y Joaquin Phoenix como Jesús, busca invertir la historia y presentarla como una librepensadora independiente, que atestigua sobre muerte y resurrección de Cristo y que debe ser vista como apóstol por mérito propio. (3) Filmes como Jesús de Nazareth, Jesus Christ Superstar (4), La última tentación de Cristo (5), la muestran caída y redimida por Cristo. Parece que ahora Bess, de seguir con el mito que no registran la Biblia ni el Nuevo Testamento, es la nueva María Magdalena: si se considera el que ella recrea/erige en el bus.
Esto es, la historia que ahora le cuenta a Jan, solo que esta vez el sujeto es Jan mismo. Quien está tan inmenso que casi se le estallan los pantalones, según relata Bess. Ella le baja la cremallera y le toca el pene, no la ‘pija’ como rezan los subtítulos. A Jan le han quitado el respirador, le dice Richardson a Bess. Jan reflexiona sobre si los seres humanos se vuelven tan distintos cuando se aproximan al abismo. Y sobre si se vuelven malos cuando van a morir. ‘No vas a morir’, le dice Bess, lo que en otras palabras es que no se volverá malo ni, mucho menos, uno de esos tiranos que se rodean de lavaperros, chupamedias o sacamicas, porque es la única forma viable para que los adulen y así poder simular que son hombres de espíritu elevado. ‘Sé que no morirás’, reitera, en actitud mesiánica, quizás por (involuntaria) injerencia del calvinismo, doctrina cuya rigidez forjó a muchas personas en la desesperación. También en el gusto desaforado por el dinero, el poder y demás engendros que de ahí derivan.
CAP. VI – FE. Dodo le pide a Bess privarse de tanta esperanza: para Richardson, Jan puede empeorar. Bess se cree su salvadora y que puede hacer el amor de nuevo. Dodo ignora de qué habla. ‘Le conté historias de amor a Jan, lo más parecido a estar juntos. El amor puede salvarlo’. No debe dejarse dominar pues la enfermedad es poderosa para manipular. Según Dodo, Bess se pierde en un mundo falso: como creer que le salvó la vida a Jan. Richardson le hará un drenaje, para que Bess se comunique más fácil con él. Jan cree que Richardson intenta hacerlo sentir culpable; incluso, que quizás ahora Bess desee que muera. Lo dice porque cree que ella viste horrible y él aún no expira. Bess niega que no haya hecho todo lo que le pidió, como le recuerda Jan. No quiere a ningún otro hombre. Dodo cavila si se acuesta con otro para alimentar la utopía de Jan. Quien, unas veces está bien y otras mal, pero nunca, mejor. Bess apunta que es su marido y que su Dios dice que debe honrarlo lo mejor posible.
Uno tiene que pensar por su cuenta, le refresca Dodo a Bess. Jan fue operado de la cabeza, está drogado, no sabe lo que dice, según Dodo. Aun así, Jan sí sabe lo que dice, solo que en el mundo de la normalidad/simulación/apariencia, él, con su verdad de a puño pasa por loco, farsante o hijodeputa, pero jamás por ángel, como diría Onetti de Arlt. (6) Bess se pregunta si irá al infierno; a su Dios, a quién quiere salvar; y a ella misma, si quiere hacerlo con Jan. El cura le advierte que su Señor mira con ira a quienes le fallan: es un dios castigador. Bess le pide a una amiga ropa y va al billar, lugar de muchos hombres y, claro, de pocas mujeres. Toma cerveza y saluda a quien ya le pregunta: ‘¿Cuánto?’ Y salen ambos en su moto, por el camino. Un extraño, observa. Jan es operado: al no oírse su tensión, lo fibrilan. Bess está tirada en el campo, con el barbudo: su disgusto y su llanto afloran. Richardson la insta a hablar con él. Pero, antes, halla un aviso de Jan: Déjame morir – Tengo al diablo en mi cabeza.
Bess lo quiere, aun así. La madre habla con Bess. Quiere saber qué hizo pues, seguro, el chisme ya llegó a sus oídos: ‘Pueblo chiquito, infierno grande’, dicen los viejos. Mientras viva bajo su techo, la conmina a ‘ser decente’. Menos mal, no le dijo que ‘gente de bien’, como la que, en Ciudad Jardín, Cali, junto a la policía se deshizo de manifestantes y de Primeras Líneas. La madre no imagina lo que significa rechazo, repudio, lapidación: ‘No tendrá nada, Bess’. Ha visto consumirse a fuertes y para ella ‘es débil’. Le dice: ‘¡Te mataría!’ Otra potencial víctima del Amok o esa suerte de amor/odio con K, de Kaputt, desdichada, que ni da ni recibe amor. Para Richardson, Bess está metida en algo que no controla. En suma, ya no es una niña. Jan la obliga a acostarse con el primero que caiga, cree. Y ella no es así: no hace el amor con ellos, solo con Jan y lo salva de la muerte. Apenas, fornica. Para Richardson, Jan es un viejo verde, como el del bus, que solo quiere hacer de voyeur o mirón.
Bess observa que a veces ni siquiera necesita contárselo. Alude a su ‘contacto espiritual’ con Jan y esgrime una tesis: que su Dios permite a hombres y mujeres hacer una cosa bien. Y ella siempre fue estúpida. Lo que tal vez derive de la diatriba que le da Dodo. Lo del don que Dios otorga a cada uno, se le da bien. El de Jan, es ser un gran amante, según Bess. Y el de ella: ser capaz de creer. Richardson se enfada porque, como Dodo, cree que Jan la manipula, así que lo que hace con ella es mórbido. Otro que no entiende que libertad es deseo en acción. Que el deseo no forzosamente consume, como piensa la madre, sino que en muchos casos libera. Porque quita miedos. Porque invita a dejar atrás prejuicios, los más eficaces candados contra la libertad, el poder ser otro, sin dejar de ser uno. Ni dejar de ser fiel a sí mismo. Lo que permite sacrificarse por alguien, sin perder la vida en el intento. Esa es la verdadera libertad: el sacrificio hecho en nombre del amor. Como creen y actúan (no solo) Bess y Jan.
Richardson la sacude, Bess le pregunta si siempre se preocupa tanto de sus pacientes. ‘Me importas’, confiesa, sin asomo de calvinismo, sin utilitarismo, a la Bentham: con humanismo. Entrados en gastos de sinceridad, se libera a su modo: ‘¡Te quiero, Bess!’ Ella, lacónica, le pide quitar sus manos de encima; y ruega a Dodo acompañar al ‘Dr.’ a la puerta. Le exige no volver. Mal perdedor, contraataca: ‘¿Qué le darás ahora [a Jan] para que babee?’ Bess le pide al barquero llevarla al navío grande, al que no van otras mujeres. Jan le cuenta a Richardson que está mejor. Y éste, que sus momentos de consciencia son pocos. Lo llevan a Glasgow, pero él no quiere más operaciones. Richardson respeta su voz, pero no cree que mejore. Le dice a Jan que a Bess no le conviene verlo. Cuanto peor esté así será su influencia sobre Bess. El Dr. consigue unos papeles para internarla. Y le pide permiso a Jan, su marido, para hacerlo. Jan pregunta si eso significa que no la verá más. ‘Con sinceridad, sí’, responde. Y Jan firma.
CAP. VII – EL SACRIFICIO DE BESS. El navegante lleva a Bess al barco grande. La recibe un tripulante. Pregunta a él y a Sailor qué quieren y éste (Udo Kier, actor alemán de un casting internacional y de un cine multilingüe, como el de W. Wenders), luego de que se vea un revólver sobre la mesa, le dice que lo haga con el otro y que él mira, con lo cual se confirma lo que dijo Céline: ‘Solo hay dos especies de hombres: exhibicionistas y mirones’. Según dijo el cineasta inglés a Truffaut en su libro El cine según Hitchcock, (7) ‘los primeros son los protagonistas y los segundos los observadores’, entre ellos él, mirón Full Time. Como Sailor, el marinero que ordena fornicar a su cómplice de explotación sexual y violencia, pero al recular Bess, saca un cuchillo y le tasajea la espalda. Ella coge la pistola como defensa y huye con terror del barco. ¿Se prostituye Bess? No lo creo. Ha dicho que solo con Jan hace el amor, con los demás, fornica. Pero, eso, desde ningún punto de vista significa que se venda.
Lo que pasa es que el sistema patriarcal/machista y falocéntrico, considera que una mujer que se acuesta con muchos es ‘una puta’. En cambio, el hombre que tira con muchas mujeres es ‘el putas’: lo que, de por sí, explica el exabrupto y, más allá, el atropello contra todas ellas. ¿Fue María Magdalena, de no ser invento de la Historia, otra puta? Tal vez, no. Y por eso un cineasta intenta reivindicarla: lo que se dice, pero no hizo Jesucristo, sino que es solo un ardid de la Iglesia, para no incluir a mujeres en sus planes: unos de dominio, saqueo y ultraje contra la Humanidad. Bess va a la iglesia. Un feligrés cree adoctrinar al resto: solo hay un modo de que nosotros pecadores (esa dudosa tercera persona del plural con la que solo se busca culpar al pueblo, mientras ‘ellos’ se lucran y se lacran), ‘alcancemos la perfección a los ojos de Dios, a la palabra que está escrita: el amor incondicional a la Ley’. Bess no entiende lo que ha dicho él: ‘¿Cómo puede amarse a una palabra? Puede amarse a otro ser humano’, estima.
‘No se puede amar a las palabras’, afirma. ‘Se puede amar a otro ser humano’, reitera. ‘Eso es la perfección’. El cura brinca como resorte para criticar a Bess y la manda a callar que es como ‘mandar a matar’, según Lyotard: ‘¡Aquí, las mujeres no hablan, Bess McNiell!’ La Asamblea decide que no entrará más en esa iglesia. ‘No, dejen que me quede’, exige sin exaltarse, más bien con timidez, la propia de su espíritu conciliador, alma noble, ser tolerante. Ahora, todos la desconocerán, hasta su madre, cuya mirada trasluce su aceptación tácita de la excluyente decisión de la curia y del pueblo sumiso. Bess es echada de ‘la casa de Dios’, que solo parece acoger a los pocos que deciden por la mayoría, sin contar con ella ni con su opinión. Al buscar a Jan en el hospital, dos policías la detienen y obligan a ir a Glasgow. Dodo dice que la llevan de vuelta, por unos días y por su bien. Bess solo quiere ver a Jan y cree que su madre no puede ingresarla pues está casada. Jan ha sido el conveniente firmante.
Los polis bajan del jeep y Bess escapa. Va en su moto, saluda a unos chicos y le gritan ‘puta’. El chisme de la iglesia se instala, rápido, en el inconsciente colectivo. Les pregunta por su reacción y la cogen a piedra: el mito de la puta revive entre la ignorancia y la estulticia. Llega a su casa, promete a su madre ser buena. Como si no lo fuera. En la sociedad, el obediente pasa por bueno y el rebelde, por malo. Máxime si es una mujer: la que, históricamente, no solo no parece tener derechos, sino que se los conculcan a toda hora. La amargura materna, salpicada por atavismos, se evidencia. Bess se defiende, pero los vándalos la lapidan: ‘¡Es una puta!’: y es, nada menos, un árbol que da frutos; el cura los echa, no por defender a Bess, sino por el escándalo en ‘la casa de Dios’. Jan se muere. Bess vuelve al barco: la desfiguran a cuchillo. Llaman a Dodo. Bess regresa en camilla. ‘Está todo mal’, cierra los ojos y fallece. Para que Jan viva. He ahí la paradoja de un consuelo y el azote de la catarsis/utopía de Bess.
EPÍLOGO – EL FUNERAL. En plano fijo, el agua fluye bajo un puente. En la iglesia, un pastor le dice a Richardson si define a la difunta como inmadura, inestable, que ante el mal del marido se entregó de modo obsesivo a una sexualidad exagerada/perversa, y que lo aclare. Si pudiera rehacer su declaración, en vez de neurótica o psicótica, Richardson diría ‘buena’. Pero, el daño ya está hecho: es la eterna/desigual lucha entre Sistema y sujetos, rebajados a objetos/cosas, aquí una mujer, Bess. El interrogador le dice a Richardson que si acaso ella ‘padecería de ser buena’. ‘Quizá fuera el problema psicológico que provocó su muerte’, ironiza. ‘¿Eso pretende que escribamos?’ Claro que no, dice Richardson. Jan reaparece, recuperado. El cerrado círculo de varones declara/decreta: ‘Todo lo que hay que decir sobre Bess McNiell se ha dicho ya’. Expresan que habrá entierro, pero no servicio funerario. Su funeral será igual al de cualquier otra como ella, eufemismo para no decir que el de una puta.
Esas sociedades pasan por democráticas: otro eufemismo, por tiránicas. Para el cura, Bess es pecadora y por ello va al averno. Dodo grita una injusticia: que ninguno de ellos tiene el derecho de enviarla allá. Al bajar el féretro, de una esquina brota una estela de polvo. Jan se acerca a un cajón de pino. Terry y Pits observan, con sorna, ocultando algo. Jan dice a Terry que es hora de develar el misterio. Bess se queda con ellos: a la Antígona, su entierro no ocurre. Jan advierte a Terry y a Pits que la cuiden bien. Jan besa a Bess, con pasión, amor, pero sin erotismo, a riesgo de pasar por necrófilo. Al final, llora, poseído por tánatos: Bess ya no está. Solo ha sido un ritual para dar gracias. Para llevarle la contraria al statu quo religioso, en este caso, patriarcal/calvinista y puritano. Terry retira a un Jan en trance. Bess es tirada al mar, devuelta al universo, de donde debió irse en mejor forma, si no fuera por los prejuicios legalizados que unas pocas personas instalan en la conciencia colectiva del pueblo.
Y que lo hacen sin correr ningún riesgo, sin pagar daño alguno. ‘No te lo vas a creer’, asegura Terry a Jan. Las campanas que nunca tuvo la iglesia del pueblo, suenan en el cielo, mientras Jan llora. Sí, suenan las campanas y doblan por Bess, capaz de remover y hacer temblar a una sociedad, gracias a su amor infinito. Lo único que, junto a la educación, el arte y la cultura puede transformar a los pueblos, acabar las guerras, disolver prejuicios y hacer libres a los seres humanos mediante un sacrificio: el que se hace en nombre del amor y que (casi) en exclusiva constituye dicha libertad. Así Aristóteles solo hable de hombres, Bess no aduló ni adularía jamás a los tiranos de su pueblo que deciden por la mayoría. Por ello, quizás, las campanas doblen por Bess McNiell y su elevado espíritu femenino/masculino a dosis iguales, con todo y su aterradora catarsis. La que al tiempo entraña una utopía para nada despreciable: la de sembrar la semilla de la concordia, en un mundo a todas luces deshumanizado y hostil.
A Marthica y María del Rosario, a quienes en distintas épocas, cruciales, he amado como a nadie más.
A Valentina, en su aniversario 30 y por quien antes de partir sonaron campanas en el cielo de mi casa.
A Santiago, por su rebeldía, lucidez e integridad para darle un vuelco a su vida y a su mundo laboral.
Notas, enlaces y bibliografía:
(1) https://rebelion.org/first-reformed-2017-esperanza-entre-depresion-culpa-y-remordimiento/
(2) https://en.wikipedia.org/wiki/Why_Does_Herr_R._Run_Amok%3F
(3) https://www.bbc.com/mundo/noticias-43386277
(4) https://rebelion.org/la-crucifixion-y-sus-sucedaneos-en-el-cine/
(5) https://rebelion.org/culpa-violencia-y-redencion-en-tres-de-sus-filmes/
(6) https://rebelion.org/la-palabra-como-noble-recurso-ante-la-impotencia/
(7) TRUFFAUT, François. El cine según Hitchcock. Alianza Editorial, Madrid, 1985, 355 pp.: 21.
FICHA TÉCNICA: Título original: Breaking the Waves. En español: Rompiendo las olas / Contra viento y marea. País: Dinamarca. Año: 1996. Formato: 35 mm; color; 159 min. Género: Drama /Thriller psicológico. Dir., guion y montaje: Lars von Trier. Fot.: Robby Müller. Mús.: Joachim Holbek. Prod.: Trust Film SV. Int.: Bess McNiell / Bess Nyman (Emily Watson); Jan Nyman (Stellan John Skarsgård); Dorothy ‘Dodo’ McNiell (Katrin Cartlidge); Terry (Jean-Marc Barr); Sadistic Sailor o Marinero sádico (Udo Kier); Abuelo (Phil McCall); Pits (Mikkel Gaup); Pim (Roef Ragas). Prod.: Zentropa. Dist.: Lucky Red Distribuzione. Premios: Grand Prix, Cannes, 1996. Premios Bodil: Mejor Filme, Mejor Actriz, Mejor Actriz de Reparto. Premios César, 1997: Mejor Filme Extranjero. Premios del Cine Europeos, 1996: Mejor Película, Mejor Actriz, FIPRESCI o Federación Internacional de Prensa Cinematográfica.
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por la UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre Manuel Zapata Olivella y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por la UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión, EE y Las2Orillas. E-mail: [email protected]
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