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Rostros invisibles

Fuentes: An Arab Woman Blues

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández


«Números» (2007)

Cuadro de la artista iraquí Sina Atta

De nuevo tuve que ir allá para continuar con el «papeleo»; a que lo autentificaran, a que lo legalizaran, a que lo aprobaran, a que lo firmaran…

Y de nuevo la cola maldita. Uno podría pensar que a estas alturas debería haberme acostumbrado ya…

Como siempre, todos los que aguardaban en la cola eran iraquíes. Uno iba cojeando, la otra sosteniendo un bebé, había una anciana tan débil que parecía ir a derrumbarse a cada momento, había un hombre sudando con unos 10 pasaportes en sus manos, temblando de tal manera que todos los papeles se le cayeron dispersándose por el suelo como inmensos copos blancos sobre el sucio suelo gris…

Se estuvo disculpando mil y una veces ante la «funcionaria», agotando los tres minutos de su precioso tiempo, suplicando su aprobación, suplicando que se los firmara…

¿Su nombre?

¿El nombre de su padre?

¿El nombre de su madre?

¡Vaya y consiga su control de seguridad!

Ya traje mi control de seguridad.

No es suficiente, es necesario más…

En un sótano de gruesas puertas metálicas… Que actualmente parece una prisión…

Habría jurado que ví celdas allí…

Y entramos en una habitación desnuda. Un escritorio y una máquina made in USA.

De nuevo las mismas preguntas:

¿Su nombre?

¿El nombre de su padre?

¿El nombre de su madre?

¡Mire hacia la máquina! ¡Mire hacia el círculo! ¡Mal! ¡Le dije que mirara hacia el círculo!

Había dos círculos pero la muy imbécil ni siquiera lo sabía.

¡Mal! ¡Incline la cabeza hacia la izquierda! ¡No, hacia la derecha!… Yalla, mire hacia el círculo. ¡Ahí hay un círculo!

«Ahora hay dos círculos», dije… uno para cada iris.

Yalla, déme los dedos, dijo otra. Estaba muy gruesa y sudaba bajo el velo de poliéster y el olor que emanaba de sus sobacos me producía nauseas.

Agarró mis dedos uno a uno con su mano regordeta pero ni siquiera pudo poner en marcha la jodida máquina… made en USA.

Hubiera querido gritarle: «¿No puedes ver lo que te está diciendo la pantalla del ordenador, te está diciendo que canceles, jodida idiota…», pero no dije nada.

Ella no hacía más que repetir: ¿Por qué no pones bien los dedos sobre el escáner?

«Pero lo estoy haciendo, estoy poniendo los dedos en su escáner…»

¡No los está poniendo!

Y volvía a coger cada dedo y apretarlo fuertemente, sentí mis tendones a punto de partirse… y todo lo que quería era gritar: «Mira a la jodida pantalla, idiota, dice que CANCELES… la maldita cosa no puede funcionar si no haces clic en CANCELAR:..»

Ahora mira hacia la cámara. Clic, clic, clic…

Y ahí estaba yo. Tenían mis ojos, mis dedos, mi rostro… gracias a la máquina de «seguridad» made in USA.

Había allí también otro anciano con una especie de caña en la mano, era ciego y su hija, vestida toda de negro, intentaba ayudarle, parecía tan pálida, tan perdida… ¿cómo iba su padre a poder mirar hacia el círculo?

Y entonces llegó otra pareja y observé cómo la mujer rasgaba ansiosamente en trocitos un pañuelo y se los guardaba en el bolsillo.

Y había una mujer con una niñita que llevaba chanclas sin calcetines.

Y había un hombre con los pantalones manchados.

Y había otra mujer con un bolso lleno de agujeros como si se lo hubiera perforado una ametralladora.

Y otra mujer que cubría su cabeza con un gorro de lana, tratando de esconder los efectos de la quimioterapia.

Y otro anciano cojeando también de mala manera.

Y otro, y otro, y otro…

Todos constituidos en números….

Números 154, 155, 156, 157, 158…

Todos iraquíes. Todos aquí por culpa de Vosotros (*)

Todos esperando sentarse frente a la máquina made in USA.

Dedos, ojos y rostros invisibles…

Y cuando vi a tantos seres aproximándose a las gruesas puertas de metal, recé.

Recé por que todos vosotros os convirtáis en exiliados, en desplazados…

Recé para que perdáis todas vuestras pertenencias, vuestros medios de vida, vuestros hogares, vuestros padres, vuestros niños, vuestras familias, vuestros seres queridos.

Y recé porque os invadiera y ocupara China, o cualquiera que fuera…

Y recé porque se apropiaran de vuestras riquezas, vuestros recursos, vuestro trabajo, vuestro país, vuestras vidas…

Y cuanto más larga era la cola, con más rabia rezaba…

Y mi oración tomó vida por sí misma, respirando por sí misma, escapando a mi control. Y mi oración se fue encogiendo hasta convertirse en una única frase, que empecé a repetir como si fuera un mantra, una y otra vez, compulsivamente hasta…

Hasta que me olvidé la cola, me olvidé de los rostros, me olvidé de los agujeros en los zapatos y en los bolsos, me olvidé de la niñita con las chanclas de plástico sin calcetines, me olvidé de la anciana calva, me olvidé de la joven muchacha vestida de negro, me olvidé de los números… y seguí repitiendo una y otra vez:

¡QUE NO PODAIS ENCONTRAR UN DIA DE PAZ EN TODA VUESTRA VIDA!

Entonces una voz gritó:

¡158! ¡158! ¿Dónde está el 158? Yalla, ¡te toca!

¿Tu nombre?

¿El nombre de tu padre?

¿El nombre de tu madre?

N. de la T.

(*) Estados Unidos.

Enlace con texto original en inglés:

http://arabwomanblues.blogspot.com/2008/03/invisible-faces.html