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Sobre tropas que no se van, expertos que no salen nunca del escenario, fuerza aérea que de repente desaparece y una guerra que ya no necesita de justificación alguna

Saliendo de Iraq en bici

Fuentes: Tomdispatch.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La administración Bush invadió Iraq en marzo de 2003 con un ejército de aproximadamente unos 130.000 soldados. Altos funcionarios de la Casa Blanca y del Pentágono, como el Vicesecretario de Defensa Paul Wolfowitz, estaban convencidos de que para el mes de agosto, los oprimidos iraquíes estarían ya recibiendo a esas tropas con los brazos abiertos, que se reducirían hasta los 30.000-40.000 efectivos y que se alojarían en las recién construidas bases militares permanentes, lejos de las zonas urbanas del país. Todo eso iba a formar parte de lo que ahora recibe el nombre de «asociación estratégica» en Oriente Medio.

Casi cinco años y medio después, EEUU tiene aún 130.000 soldados en Iraq. Altos funcionarios de la administración hablan ahora de porcentajes «modestamente acelerados» de retirada de efectivos, si es que todo va viento en popa. Para agosto de 2010, la administración Obama espera tener sólo entre 30.000-50.000 soldados albergados prioritariamente en las megabases alejadas de zonas urbanas, formando parte de una especial asociación estratégica estadounidense-iraquí en la región.

Esto se valora como progreso en Iraq.

Una historia sobre la bicicleta en Iraq

En términos imaginarios, la administración Bush se fue en bicicleta a Iraq. Como si hubieran regresado a su juventud, cuando todo era verde y optimista, sus altos funcionarios adoraban la idea de que estaban enseñando a montar en la bici de la democracia a un ansioso niño iraquí. Al Presidente George W. Bush le gustaba hablar del momento en que podríamos eliminar las «ruedines» de la bici iraquí y dejar que el mocoso montara por sí mismo en el atardecer democrático. Su Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, compartía esa imagen aliada: el difícil momento en que un padre tiene que decidir si quita la mano del sillín de la bici y deja que el chiquillo pedalee solo. «Estás corriendo calle abajo», como declaró en 2004, «sujetando la parte de atrás del sillín. Y sabes que si quitas la mano podría caerse, por eso sólo quitas un dedo, después dos y, muy pronto, apenas si lo rozas».

Algunos años más tarde, después de que padre e hijo hubieran practicado alrededor de una de aquellas «esquinas», resultó que siempre estaban dando vueltas -de camino a los diversos «puntos claves» en la Guerra de Iraq-, y siempre se encontraban ante el «precipicio«. Tras pedirle el presidente a Rumsfeld que dimitiera, éste escribió un memorandum final, el último de sus famosos «copos de nieve» a la Casa Blanca, sobre las «nuevas opciones» en Iraq. En él sugería: «Empezar con retiradas modestas de fuerzas estadounidenses y de la coalición (empezar ‘quitando la mano del sillín de la bicicleta’), de forma que los iraquíes sepan que tienen que ponerse las pilas, esforzarse y asumir la responsabilidad de su país».

Su mandato podría calificarse como la lección para aprender a montar en bicicleta más larga de la historia y aún seguía pareciendo que los iraquíes no podrían ir sin esa mano en el sillín. Y aunque su presidente le siguió dos años después, su imaginario quedó atrás. El pasado mes de marzo, por ejemplo, el portavoz principal del ejército estadounidense en Iraq, el general de división David G. Perkins, al discutir sobre una posible reducción de tropas estadounidenses, dijo: «En algún momento tendremos que quitar las manos del manillar o sacar los ruedines».

Y después, hace dos semanas, el Coronel Timothy R. Reese, asesor estadounidense del mando en Bagdad del ejército iraquí, creó un revuelo en la primera página del New York Times al filtrarse un memorandum que había escrito. De forma claramente imaginista empezaba de esta manera: «Como el viejo refrán indica: ‘Los huéspedes, como el pescado, empiezan a oler mal después de tres días’. Desde la firma del Acuerdo de Seguridad de 2009, somos huéspedes de Iraq y, después de seis años allí, para el olfato iraquí olemos ya mal».

Aunque el objetivo oficial de la era Obama en relación a la fecha de la retirada estadounidense sigue fijada a finales de 2011 (al igual que en los últimos meses de la etapa Bush), Reese urgía a fijar un calendario urgente para que todas las tropas estadounidenses estuvieran fuera en agosto de 2010, momento en el que, según los planes actuales, sólo deberían quedar pendientes de traslado las «brigadas de combate estadounidenses». Resucitando una sugerencia de la era-Vietnam del Senador republicano por Vermont George Aiken (ignorada entonces, al igual que la de ahora), titulaba su memorandum: «Ya es hora de que EEUU declare la victoria y se vaya a casa».

Y en él, en medio de una valoración por lo general mordaz de las deficiencias del ejército iraquí (y del gobierno iraquí), nos topamos de nuevo con la bicicleta:

    «El SA [siglas en inglés del Acuerdo de Seguridad firmado entre EEUU e Iraq en la época Bush] traza una serie de pasos graduales para la retirada del ejército, de forma parecida a cómo un padre enseña a su niño a ir en bici sin tener que sujetarle… Tenemos ahora un gobierno iraquí que ha mejorado en equilibrio y piensa que sabe cómo manejar la bici en la carrera. Y en realidad probablemente saben cómo pedalear, lo suficiente al menos para ir por la carretera en la que están contra sus actuales competidores. Nuestra mano en la parte posterior del sillín está sirviendo para retrasarles y crear resentimiento. Tenemos que irnos antes de que nos caigamos todos al suelo».

Resulta evidente. Bajo la presión de la guerra, no parece que la gente pueda tener capacidad para cambiar. El niño iraquí con los ruedines es ahora, según Reese, lo suficientemente mayor como para participar en la actual carrera de bicicletas.

Sin embargo, sigue sin definirse quién saldrá exactamente en bici de Iraq bajo el plan de retirada de Obama. Después de todo, al final de su memorandum, el llamamiento más urgente a la retirada de Iraq surge de los niveles más altos del ejército estadounidense, el Coronel Reese ofrece su versión de una retirada estadounidense a escala total. «Durante el período de retirada», escribe, «el gobierno de Estados Unidos y el gobierno de Iraq deberían desarrollar un nuevo acuerdo-marco estratégico que debería incluir algún tipo de presencia militar duradera en 1-3 de las grandes bases de entrenamiento, bases aéreas o emplazamientos de cuarteles clave. Pero no debería incluir la presencia de ninguna fuerza de combate excepto por necesidades de protección o ejercicios ocasionales».

Tengan en mente que su propuesta ha sido rechazada por todo el mundo, con raras excepciones, dentro y fuera del alto mando militar y en Washington.

Es decir, incluso el más radical ciclista estadounidense del momento nos imagina en Iraq, a estas alturas, para siempre jamás.

Una historia de expertos en Iraq

Hubo una vez en que el campo de juego, el estadio, así como las pruebas deportivas, se comparaban con la guerra, incluso se consideraban como una preparación adecuada para la actual batalla. Pero eso ha cambiado desde la Primera Guerra del Golfo. Ahora, la guerra -o al menos la cobertura que de ella se hace- se basa en el deporte.

Como si, antes o después, los jugadores más tranquilos y los entrenadores más inteligentes dejaran el «campo de batalla» en dirección a las tribunas de prensa y a las cámaras de TV para hacer los comentarios previos al partido, durante el partido y después del partido; por eso, los comandantes de la última guerra dejan ahora el campo de batalla hacia la cabina de televisión, ofreciéndonos su experiencia sobre la próxima guerra. Al igual que el ex entrenador de los Houston Rockets, Jeff Van Gundy, tuvo que discutir las decisiones de su hermano Stan, entrenador de los Orlando Magic, en los comentarios de la eliminatoria de la liga de fútbol, de la misma forma, los comandantes de nuestras anteriores guerras informan sobre las próximas guerras y sus comandantes, posiblemente hasta de los oficiales que una vez estuvieron bajo su propio mando.

Nosotros vivimos ahora con la versión de la guerra de la liga de fútbol, incluyendo las repeticiones a cámara lenta y los logos, los gráficos interactivos y los fabulosos diseños gráficos del mundo deportivo. Una vez ungidos como expertos, nuestros John Maddens de la guerra, al igual que sus homólogos deportivos, no se irán nunca. Volviendo, por ejemplo, a abril de 2008, el periodista del New York Time David Bartow escribió una revelación en primera plana centrada en los muchos oficiales retirados del ejército que habían sido contratados como asesores de los medios para la Guerra de Iraq. Como grupo componían, sugería, una «especie de caballo de Troya de los medios», porque la mayoría marcaba el paso de una cuidadosamente organizada campaña del Pentágono de desinformación sobre la guerra. Además, la mayoría de ellos tenían vínculos, no conocidos, con «contratistas del ejército con intereses creados en las mismas políticas bélicas sobre las que se les pide asesoramiento».

El artículo de Barstow concluía:

    «Para la gente, esos hombres son miembros de una fraternidad familiar, han sido presentados decenas de miles de veces en televisión y radio como ‘analistas militares’ cuyos largos servicios les han capacitado para ofrecer juicios autorizados sin cortarse ni un pelo sobre las cuestiones más apremiantes del mundo posterior al 11-S. Pero, escondido tras esa apariencia de objetividad, hay un aparato de información del Pentágono que ha utilizado a esos analistas en una campaña para generar una cobertura de las noticias favorable a las actuaciones bélicas de la administración».

Barstow daba nombres y establecía conexiones. Esos nombres incluían, por ejemplo, al general retirado de la Fuerza Aérea y alto analista militar de Fox News Thomas G. McInerney, al general retirado del Ejército y analista militar para NBC/MSNBC Montgomery Meigs, al general retirado del Ejército y analista militar para NBC/MSNBC Barry R. McCaffrey, y al coronel retirado de la Marina y analista militar de Fox News William V. Cowan. Tras producirse la revelación, parece que se acabaron sus tareas en los medios.

Algunos de los medios escritos se han adherido de forma similar al principio de en una ocasión experto, para siempre experto [*]. Por ejemplo, en el quinto aniversario de la desastrosa invasión de Iraq, el New York Times decidió pedir a un espectro de «expertos en asuntos exteriores y militares» que recordaran ese fiasco y para ello reunió a los sospechosos habituales. De los nueve expertos propuestos, seis estaban intimamente implicados en esa catástrofe, bien como defensores a capa y espada de la invasión o bien como instigadores de la misma o como facilitadores de la ocupación que siguió: Kenneth Pollack, Danielle Pletka y Frederick Kagan (todos entusiastas), Richard Perle (alias «el príncipe de la oscuridad»), L. Paul Bremer (el primer virrey de la administración en Bagdad) y el General Paul D. Eaton (que entrenó a las tropas iraquíes en los primeros años de la ocupación).

Entre los notorios ausentes, no había nadie que no se hubiera opuesto en serio a la invasión. La más próxima fue Anne-Marie Slaughter, una «halcón liberal» que escribió el 18 de marzo de 2003 un contrapunto en el New York Times, dos días antes de que empezara la invasión, titulado: «Good Reasons for Going Around the U.N.». [**]

Un año después del artículo de Barstow, el Times lanzaba de nuevo lo que sin duda fue una impresionante búsqueda de expertos para valorar la sugerencia del Coronel Reese de que quitemos la mano de la bici iraquí, apareciendo con una pandilla típica de siete de ellos:

Uno, el Teniente Coronel retirado John Nagl, presidente del Center for a New American Security, y uno de los asesores del General David Petraeus, ex alto comandante estadounidense en Iraq, ahora comandante del CENTCOM encargado de supervisar las guerras en Iraq y Afganistán. Dos, Stephen Biddle, experto en política de defensa en el Consejo de Relaciones Exteriores, también asesor de Petraeus y más recientemente del «equipo» que asesoraba al General Stanley A. McChrystal, el alto comandante de EEUU en Afganistán bajo Petraeus, en su reciente revisión de la estrategia de la guerra afgana. Tres, Anthony Cordesman, de la Cátedra de Estrategia Arleigh A. Burke en el Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos, también estaba en el mismo equipo de McChrystal. Cuatro, Thomas Ricks, antiguo reportero militar del Washington Post y ahora alto consejero en el Centro Nagl, autor del bestseller «The Gamble», un muy elogioso relato del papel de Petraeus en Iraq en el que el Nagl es, por supuesto, una cifra. (A propósito, Ricks, ha dejado muy claro que cree que estaremos en ese país en los años venideros). Cinco, Kori Schake, actualmente en la Institución Hoover, fue consejero de seguridad nacional para temas de defensa del Presidente George W. Bush. Seis, Jonathan Morgenstein, asesor de política de seguridad en Third Way, otro think tank de Washington, que ha regresado muy recientemente de Iraq donde «era asesor del equipo militar de transición del ejército iraquí».

No es sorprendente que todos estos seis expertos, sin el más modesto reparo, desecharan sin más la sugerencia de Reese («La senda del progreso en Iraq será lenta pero no podemos quitar las manos y largarnos…»), admitiendo que no iba en interés de nadie acelerar la salida de EEUU. Sólo un séptimo experto, el escritor y coronel retirado Douglas Macgregor estuvo de acuerdo con Reese.

Consideren eso una pequeña historia de la pericia y experiencia en nuestras recientes guerras. Hay un corolario. Si no te han ungido como experto, es probable que no lo seas nunca. Entre los que están automáticamente descalificados como expertos sobre Iraq: precisamente todo aquel que hubiera rechazado la idea de invadir Iraq o predicho cualquier versión de la catástrofe que siguió antes de que sucediera. Sobre todo está descalificado cualquiera de los antibelicistas que tomaron las calles de las ciudades estadounidenses en cientos de miles antes de la invasión portando pancartas caseras en las que manifestaban su ignorancia. Obviamente, no tenían ni idea de nada. Su misma postura indicaba una predisposición que evidentemente les descalificaba en el acto.

Alguien -que no puedo recordar- señaló una vez que dentro de cualquier administración puedes permitirte ser halcón y equivocarte pero no ser paloma y tener razón. En lo que se refiere a los comentaristas de guerra de TV, parece que eso puede también aplicarse.

Desde luego que podemos imaginar un equivalente en contra de la guerra a esos analistas y generales. Entre las filas del último movimiento contra la guerra (todos aún activos anti-guerreros), se podría por ejemplo elegir a Tom Hayden, Daniel Ellsberg y Howard Zinn para que ofrecieran sus comentarios sobre nuestras actuales guerras. Sólo Vds. saben, tan bien como yo, que esa fantasía nunca podrá convertirse en realidad en los medios. En el mundo de expertos en el que nos movemos, eso es impensable.

Una historia sobre la fuerza aérea iraquí

Recientemente, mientras el Secretario de Defensa Robert Gates visitaba Iraq, el alto comandante estadounidense en ese país, el General Ray Odierno, señalaba que los iraquíes no podrían defender su propio espacio aéreo en un futuro próximo. Esencialmente porque no tienen fuerza aérea, es decir, en este momento tienen helicópteros, tranportadores C-130 y algún entrenador Cesna más pequeño y similares, pero no aviones de combate. A pesar del hecho de que se está enviando a toda prisa a Bagdad a un «equipo de asesores» para buscar «algunas soluciones creativas» al problema, está claro que la fuerza aérea iraquí seguirá siendo la fuerza aérea estadounidense durante algún tiempo (lo que indudablemente incluye también el control de la base aérea gigante estadounidense construida en Balad).

Los iraquíes quieren ahora los F-16 estadounidenses. Por desgracia, según la periodista del New York Times  Elisabeh Bumiller, el General Odierno puso de manifiesto una triste verdad: «Sería imposible construirlos y entregarlos para finales de 2011, incluso aunque los iraquíes pudieran permitiérselos». Y no olviden esto: ¡Iraq no tiene pilotos entrenados para poder volar en ellos! Uf… ¡cuánto trabajo en el horizonte para la USAF [siglas en inglés de Fuerzas Aéreas estadounidense]!

Por fortuna, Aviation Week informaba en abril que los iraquíes tienen un plan para superar el problema. Se trata de un «plan de mejora en tres fases durante once años» que hará que su fuerza aérea evolucione desde los T-6 de entrenamiento a unas cuantas docenas de F-16 «a mediados de la próxima década» (en el caso de que se pregunten hasta cuándo es probable que la USAF se esté ocupando de todo).

Así pues, ahí está la verdadera tragedia de nuestra realidad. Nosotros queremos irnos de Iraq. Quizá no con tanta rapidez como le gustaría el Coronel Reese, pero queremos irnos. El Presidente Obama lo ha dejado claro. Por desgracia, es que son los iraquíes los que no nos dejan. ¡Imaginen! Hasta hace poco ni siquiera pensaban en fuerzas aéreas, y qué sería de un país en Oriente Medio si, como Bumiller apunta, «no puede interceptar en modo alguno a ningún avión que invada su espacio aéreo».

La cuestión de quién podría invadir el espacio aéreo iraquí sigue siendo objeto de especulación: ¿Los israelíes de camino a bombardear Irán? (No es probable que la USAF empezara a echar abajo a esos aviones) ¿Los iraníes de camino a bombardear…? Bien, ¿a quién? Después de todo, el actual gobierno en Iraq es esencialmente un aliado de Irán. ¿Los turcos? No, si lo piensas bien, no puede ser. Sus planes se limitaron a invadir el espacio aéreo de Iraq durante un momento para atar a los rebeldes kurdos y la USAF tampoco se puso exactamente a dispararles.

Ya que resulta tan fácil borrar el pasado, sólo por un momento recordemos la historia de la fuerza aérea iraquí. Ahora que Iraq no tiene fuerza aérea alguna, ¿quién recuerda que el Iraq de Saddam Hussein tuvo una vez una muy grande y activa? Hasta 950 aviones en la década de 1980. En 1990, según la página de Internet GlobalSecurity.org, tenía aún la sexta fuerza aérea mayor del mundo y un montón de buenos pilotos para dirigirla. Durante la Primera Guerra del Golfo, casi la mitad de esa fuerza aérea escapó al vecino Irán (en el que, durante los años ochenta, los aviones iraquíes habían arrojado gran parte de su carga de bombas e incluso gas venenoso), y nunca volvieron. De la relativamente pequeña fuerza que quedó, gran parte fue destruida en la Primera Guerra del Golfo y parte del resto, a las órdenes de Saddam, quedó enterrada en el desierto cuando empezó la invasión de 2003.

Aunque la historia que realmente se ha olvidado es incluso más reciente. En dos palabras, los iraquíes no tienen fuerza aérea porque Washington no quiere. Se ha prestado mucha atención a la falta de planificación de la ocupación de Iraq, pero muy poca a lo que sí se planeó. Empecemos con el hecho de que, en mayo de 2003, la Autoridad Provisional de la Coalición de L. Paul Bremer, en un estallido de ciega soberbia desmanteló al ejército iraquí. Los planes del Pentágono para reconstruirlo se referían a un futuro ejército (ligero) iraquí de patrulla de fronteras de quizá unos 40.000 hombres, con un armamento mínimo, y ¡ni hablar de fuerza aérea alguna!.

En Oriente Medio, esto sólo podía tener un significado: que desde una serie de megabases construidas ya sobre las mesas de dibujo del Pentágono cuando las tropas estadounidenses cruzaban la frontera kuwaití en 2003, el ejército y la fuerza aérea de EEUU ocuparían su lugar como ejército iraquí real por eones que vinieran. Bajo la presión de una feroz insurgencia sunní, parte de ese plan se vino pronto abajo. Pero «poner en pie» el ejército iraquí -«en cuanto los iraquíes puedan defenderse, nosotros nos retiramos», era el mantra continuo del Presidente Bush- ha significado tan sólo eso: dos pies sobre el suelo.

Hasta hace relativamente muy poco, a los iraquíes no se les permitía tomar los cielos a nivel funcional. Ahora, la carencia de esa fuerza aérea pasará seguramente como excusa a las primeras planas de por qué cualquier «retirada» estadounidense tiene que tener una serie de reservas y requisitos, y si nuestra retirada no es una retirada de verdad, la culpa es suya.

Una historia de devastación en Iraq

Hasta que EEUU llegó a Bagdad, las cosas es que estaban muy mal. Estaba Saddam Hussein, el megalómano dictador -el de los enormes palacios tipo Disney y las gigantescas manos esculpidas-, con sus prisiones secretas, cámaras de tortura y helicópteros de combate. También había sanciones internacionales estrangulando el país. Había fosas comunes en el norte y en el sur. Había una industria petrolífera que se sostenía con cinta de cello e ingenuidad. Había un desorden bastante espantoso.

Todo eso ocurría antes de la invasión para «liberar» el país. Desde entonces, cientos de miles, posiblemente un millón o más, de iraquíes han muerto (dependiendo de los estudios y de las cifras que uno se crea). Los campos de la muerte de Saddam se han quedado enanos comparados con la serie feroz de destructivas operaciones militares de EEUU, así como las de las insurgencias-guerras civiles-actos terroristas; las principales ciudades han sido total o parcialmente destruidas o étnicamente limpiadas; millones de iraquíes han sido obligados a huir de sus hogares, convirtiéndose en refugiados internos o marchándose al exilio; un incalculable número de iraquíes han sido encarcelados, asesinados, torturados y sometidos a abusos; y todo el patrimonio cultural del país ha sido saqueado. Los servicios básicos -electricidad, agua, alimento- han sido terriblemente dañados y la economía, en el proceso de privatización emprendido por los supervisores de la ocupación, ha sido sencillamente destrozada. Los servicios sanitarios están heridos de muerte. La producción petrolífera, de la que Iraq obtiene ahora hasta el 90% de su financiación gubernamental, apenas ha superado recientemente los peores niveles de la era Saddam.

Es decir, resumiendo, Iraq ha sido DEVASTADO. La invasión estadounidense y la subsiguiente ocupación han actuado como torbellinos de destrucción, deshaciendo una tierra ya repleta de problemas y potenciales rencores.

Lo que el hombre empieza, lo terminan los dioses. Ese refrán habría que inventarlo si no existiera ya, porque la catástrofe creada por EEUU parece estar ahora metamorfoseándose en un desastre natural también sin parangón. En lo que una vez fue el granero de la civilizqación, la agricultura iraquí, ignorada por los ocupantes, está agostándose y el país se va desertificando a velocidades aterradoras bajo el peso de una sequía que dura ya varios años.

Es tan feroz ese proceso que, según Liz Sly, de Los Angeles Times, que ha escrito un relato apocalíptico de la situación, el país recogió en 2008 sólo el 20% de la cantidad de lluvia habitual, y en lo que va de 2009 tan sólo la mitad de lo normal. Los ríos se secan, los pozos desaparecen y los desesperados campesinos iraquíes desertan de la tierra camino de la ciudad (donde las tasas de paro siguen siendo altísimas). Por todas partes se amontona el polvo, en espera de los vientos que crean monstruosas tormentas de arena que transportan la preciosa tierra de Iraq hasta los frágiles pulmones de los iraquíes urbanos. «En estos momentos», escribe Sly, «el Ministerio de Agricultura estima que el 90% de la tierra iraquí es desierto o está sufriendo una grave desertificación, y que la poca tierra arable que queda se está erosionando a un ritmo del 5% anual».

En espera de la peor cosecha en una década y con la del trigo alcanzando el 40% del volumen habitual, el gobierno se ha visto obligado a comprar enormes cantidades de grano en el extranjero en unos momentos en que los precios del petróleo se han precipitado desde las alturas de 2008, dejándole con la menor disponibilidad de dinero. Sin embargo, con todo lo manoseada que ha sido la imagen, no cabe sino decir que la administración Bush creó la tormenta perfecta en Iraq, una versión de «misión cumplida» del infierno sobre la Tierra. Y es debido a esa situación tan desesperada de Iraq por lo que, por supuesto, nosotros, como protectores de su fragil «estabilidad», no podemos irnos.

Una historia de justificaciones

Cuando invadimos Iraq, se ofrecieron toda una serie de justificaciones. Que si había que liberar al mundo del más nefasto de los dictadores. Que si había que limpiar el mundo de sus campos de exterminio (¡Nunca más!). Que si el 11-S y su «apoyo al terrorismo». (Altos funcionarios de la administración Bush estuvieron mucho tiempo proclamando que había vínculos entre Saddam y Al Qaida, a pesar de las convincentes pruebas en sentido contrario). Que si había que liberar a los chiíes y poner fin a lo que Wolfowitz denominó «trato criminal al pueblo iraquí». Que si había que restablecer la versión estadounidense del orden en la región. Que si todas aquellas armas de destrucción masiva que el dictador había supuestamente escondido como una urraca, tan intensamente puestas de relieve aunque no existieran, así como su (también inexistente) programa para hacerse con armas nucleares. (Como Wolfowitz declaró en mayo de 2003: «La verdad es que, por razones que tienen mucho que ver con la burocracia del gobierno estadounidense, nos decidimos por una cuestión en la que todo el mundo pudiera estar de acuerdo: las armas de destrucción masiva como razón fundamental…»).

Más tarde, cuando las cosas fueron dando un giro a peor y se necesitó de otras razones, se sacaron de la chistera la difusión de la democracia (un gran principio rector al que la administración Bush llegó bastante tarde en Iraq y sólo bajo presiones del Gran Ayatollah Ali Sistani). Incluso aún más tarde, cuando las cosas ya no podían ir peor, se les ocurrió la idea que era mucho mejor combatir allí que aquí a los terroristas. Y, por supuesto, como al presidente le gustaba confiar a los dirigentes extranjeros, era el MISMO DIOS quién le ordenaba que acabara con Saddam y así desbaratar los planes de los enemigos del pueblo de Dios.

Por supuesto, entre los cognoscenti había otras expectativas y justificaciones, recogidas mejor en la gracieta neocon de 2003: «Todo el mundo quiere ir a Bagdad. Los hombres de verdad quieren ir a Teherán». Después de todo, los neocon de dentro y de alrededor de la administración Bush realmente creían que una Pax Americana, en lo que les gustaba denominar como «el Gran Oriente Medio», estaba al alcance de la operación Conmoción y Pavor, y hasta es posible que una versión global de la misma. En cuanto al petróleo -al que el Presidente Bush se refería, en las escasas ocasiones en que lo mencionó, como el «patrimonio» iraquí-, ni pío fue la palabra, aunque ese país tuviera las terceras más grandes reservas petrolíferas del mundo y estuviera estratégicamente asentado en el corazón del centro energético del planeta.

Ahora, con esos 130.000 soldados aún allí, por no hablar de los escuadrones de pistoleros de alquiler y contratistas privados, con esa embajada llena hasta reventar del tamaño del Vaticano construida para 1.000 «diplomáticos», con todas esas series de inmensas bases (a las que el Pentágono solía denominar, de forma encantadora, «campamentos duraderos») todavía bien ocupadas, con cifras importantes de iraquíes y cifras pequeñas de estadounidenses muriendo cada mes, con millones de iraquíes que siguen errantes a nivel interno o convertidos en refugiados externos, con la tierra devastada, con los servicios básicos apenas restaurados, con las tensiones étnicas ardiendo, con un gobierno calladamente aliado de Irán colocado en Bagad y respaldado por un ejército de 250.000 hombres, con una retirada estadounidense que oficialmente va a llevar años, haciendo que la misma «retirada» se convierta en una cuestión u otra según se la defina, nadie se molesta siquiera en ofrecer la más mínima justificación para permanecer en Iraq. Después de todo, ¿por qué van a ser necesarias las explicaciones cuando nos estamos preparando para irnos?

Si no me creen, vayan hoy en búsqueda de una explicación oficial. ¿Por qué estamos en Iraq? Pues… porque estamos allí. Porque los iraquíes nos necesitan. Porque algo terrible sucedería si nos vamos de forma precipitada. Así pues, que todavía seguimos ocupando Iraq y que nadie pregunte por qué.

Una historia de la retirada de Iraq

No hay ninguna historia de retirada alguna de Iraq.

[Una historia de imitación, o una Nota para que sigan leyendo: Dicen que la imitación, quien quiera que sea el que la haga, es la forma más sincera de halago. Consideren este artículo, pues, como una forma de halago, si no exactamente una imitación del estilo de ese periodista/historiador/narrador por excelencia que es Eduardo Galeano. Nadie, después de todo, podría imitar realmente su característico estilo, y yo menos que nadie. Pero la forma de este escrito se ha inspirado al menos en la más reciente de las obras maestras de Galeano: «Espejos, una historia casi universal». Una historia del mundo en tan sólo 365 páginas y cientos de pequeñas viñetas que nos dejan sin aliento. Considero que el universo tiene el deber de leerlo.]

N. de la T.:

[*] O, como se dice por aquí: «Por un perro que maté, mataperros me llamaron»

[**] Podría traducirse por: «Buenas razones para tener en cuenta a las Naciones Unidas».

Enlace con texto original:

http://www.tomdispatch.com/post/175106/withdrawing_by_bike_from_iraq