Este debería ser el título del excelente libro «Siempre de Pie, nunca rendidos. Corteros de caña de azúcar en el valle del Cauca, presencia y luchas 1860-2015″; escrito a cuatro manos por los reconocidos historiadores y sociólogos Renán Vega Cantor y José Antonio Gutiérrez Dantón, y que estará próximamente en las estantería de las más […]
Este debería ser el título del excelente libro «Siempre de Pie, nunca rendidos. Corteros de caña de azúcar en el valle del Cauca, presencia y luchas 1860-2015″; escrito a cuatro manos por los reconocidos historiadores y sociólogos Renán Vega Cantor y José Antonio Gutiérrez Dantón, y que estará próximamente en las estantería de las más importantes librerías de habla hispana.
El primer volumen titulado de la esclavitud a «La Violencia», de 240 páginas, es todo un invaluable compendio del método histórico-crítico iniciado por Marx, sobre los diversos y contradictorios procesos sociales que se dieron desde el cuándo la acumulación originaria de capital en los albores del Capitalismo y que fuera magistralmente descrita en el capítulo XXIV del libro «El Capital» de K. Marx, iniciada con el flujo de metales preciosos hacia Europa desde el recién descubierto nuevo mundo, el etnocidio sangriento de millones de pueblos originarios americanos y, enriquecida con la trata comercial de esclavos africanos para las grandes plantaciones de caña azucarera en la recién descubierta región del Caribe; hasta su concreción en la particularidad colombiana en la región geográfica del Valle del río Cauca en Colombia y sus vecindarios en la Costa del mar Pacífico y la altiplanicie de Popayán.
Es un repaso, una revisión del tema exhaustiva, hecha como los autores lo dicen, con un lenguaje sencillo, claro, accesible, asequible, y sobre todo crítico y combativo desde la mirada popular libertaria; con un despliegue impactante de información bibliográfica tanto histórico-cientifica como periodística y aún literaria, enriquecida con grabados y fotografías ilustrativas, con gráficos y recuadros que enriquecen la prosa científica de los autores.
Por sus páginas van desfilando correctamente caracterizados en su clase social, todos y cada uno de los prototipos de los personajes que transitaron o hicieron la transición histórica en nuestra Colombia, desde el despojo de la «acumulación originaria» de los proto capitalistas esclavistas en su triple función de comerciante negrero, latifundista esclavista y exportador de azúcar, cuyos prototipos colombianos bien pueden ser un Tomás Cipriano de Mosquera, un Julio Arboleda o un Jorge Isaac; hasta el «pro hombre empresarial» del capitalista-despojador-moderno de «la acumulación por despojo», representado por el «plantócrata» letón- estadounidense, James (Santiago) Martin Eder, quien emigra desde Letonia a Estados Unidos y luego a mediados del siglo XIX a nuestro martirizado puerto de Buenaventura como cónsul de EEUU en Colombia, desde donde inicia la instauración violenta de uno de los monopolios fundamentales de la agroindustria de exportación azucarera en Colombia, en la rica, fértil, hermosa y feraz tierra del Valle del río Cauca, hasta convertirla en un yermo y desolado desierto de color verde. No todo lo verde es signo de fertilidad, vida y ecología.
Es una muy aleccionadora lectura, con visión latinoamericanista de rescate de la memoria colectiva de lucha popular libertaria, que nos lleva desde Cristóbal Colón a Fidel Castro y el Che Guevara, rescatando la dignidad, el coraje y la valentía de todos aquellos que con su sangre, su sudor, sus lagrimas y sobre todo con su fuerza de trabajo ( ya convertida en una mercancía que se vende por un salario) construyeron ese emporio del capitalismo azucarero en Colombia, hoy presentado por los ruiseñores pagos del régimen colombiano como el más noble y engrandecedor ejemplo del empuje empresarial moderno, y frente a lo cual podríamos preguntarnos lo que los autores parodiando un poema del poeta comunista alemán Bertold Brecht preguntan en la página 151 de su libro:
……»¿Quiénes construyeron el ferrocarril del Pacífico? ¿Quiénes y cómo trasladaron durante tres años las máquinas para el nuevo ingenio a finales del siglo XIX? ¿Quiénes arreaban las mulas durante agotadores viajes que sorteaban la cordillera, bajaban hacia el mar, o subían desde la costa, arriesgando su vida? ¿Quiénes sembraron la tierra y con su fuerza y su sudor hicieron posible que se produjera caña de azúcar? ¿Quiénes recogían la caña, bajo el ardiente sol tropical, y evitaban que esta se pudriera y fermentara? ¿Quiénes mantenían en buen estado las instalaciones de Manuelita? ¿Quiénes recogían café en época de cosecha? ¿Quiénes transformaban la caña en panela, pan de azúcar, melado, azúcar y otros dulces?
Quienes construyeron el emporio de los Eder y luego el de los otros «capitanes de la caña» fueron los trabajadores, hombres, mujeres y niños de color cetrino, con su fuerza, energía y capacidad, que se plasmó en cañaduzales, en vías férreas, en caminos, en productos tangibles (café, azúcar, panela, miel de caña, aguardiente…) que se vendían cerca o lejos y cuya conversión en dinero enriqueció a los capitalistas de la caña. De los trabajadores que formaron el núcleo original del proletariado azucarero solo nos quedan unos pocos rasgos borrosos y unas cuantas fotos, en las que se vislumbra su existencia…» (sic).
Berlín, 17 de diciembre de 2019, con la mente puesta en aquella hacienda de San Pedro Alejandrino, en Santamarta, Colombia.
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