Una aldea del interior de Portugal (Azinhaga); un viaje a la capital; años de pobreza marcados por la muerte prematura de su hermano, por la rigidez paternal y por la influencia de un abuelo analfabeto pero «sabio», Jerónimo. Fueron vivencias de forja que ahora, cuando acaba de estrenar 84 años, José Saramago ha sentido la […]
Una aldea del interior de Portugal (Azinhaga); un viaje a la capital; años de pobreza marcados por la muerte prematura de su hermano, por la rigidez paternal y por la influencia de un abuelo analfabeto pero «sabio», Jerónimo. Fueron vivencias de forja que ahora, cuando acaba de estrenar 84 años, José Saramago ha sentido la necesidad de transmitir y de transformar en las páginas de su último libro, Las pequeñas memorias.
Estos son los mimbres del 39º título del premio Nobel luso, que esta vez ha preferido privilegiar la memoria «sin adornos» sobre la ficción política o histórica. Porque esta obra es, sencillamente, eso: un viaje espacial y temporal que cuenta lo que Saramago vivió entre los cuatro y los 15 años y que, al cabo, se convierte en un homenaje emocional a su aldea natal y a su entorno familiar. «Sin lo que he vivido allí, con ellos, no podría ser la persona que soy», explicó Saramago este jueves.
Con Las pequeñas memorias (publicado en España por Alfaguara), el escritor portugués rinde cuentas a su aldea y a su entorno. «Debería haber cultivado más esta tierra», reconoció, siempre grave, el novelista.
Tierra fértil
Porque esa tierra es fértil: no sólo ofrece a Saramago los recuerdos más inocentes de un escenario rural (la plaza, la pesca, el río Almonda, la Vía Láctea); también hay tragos amargos como la presencia fantasmal de la madre, víctima de malos tratos, o los intimidatorios desfiles de la Mocidade Portuguesa (agrupación católico-familiar de la dictadura de Salazar).
Saramago, por tanto, se revisita en su última obra. La respetada crítica María Elvira Seixo resaltaba recientemente que el autor de Ensayo de la ceguera desvela en estas memorias «con humildad» cómo se pasa de «niño rústico y sin condiciones, a la culta e interventiva personalidad que es en el mundo de hoy». ¿Cómo se llega del interior de Portugal al cielo?, parecía preguntarse el propio escritor. «No sé. Sólo hice mi trabajo. Nada más».
Y si el escenario de estos episodios es Azinhaga, ningún sitio mejor que este pueblo de 2.000 habitantes para una doble cita: celebrar su cumpleaños y presentar el libro. Hasta allí, hasta una fábrica de tomate concentrado cerca de la calle que el Ayuntamiento le dedicó en 1988, se desplazaron decenas de invitados de España, Brasil, Italia, Francia, «amigos que he hecho durante mi camino», para compatir con Zé dos Rios, Otelinda Nunes y otros habitantes del pueblo, una fecha tan señalada.
En la fiesta hubo regalos: el cantautor extremeño Luis Pastor se unió a Lourdes Guerra y el sobrino de Zeca Afonso (autor de la revolucionaria Grândola Vila Morena), para ofrecer a Saramago un CD con sus poemas musicados. Además, se pudo hojear la primera versión en español y aún sin corregir de Las pequeñas memorias y el primer libro que Saramago leyó en su vida, A totinegra do moinho.
Desde que escribió Memorial del Convento, a José Saramago le rondaba la idea de volcar las experiencias iniciáticas de sus primeros años en un libro que pensaba titular El libro de las tentaciones. Pero sólo ahora se ha atrevido con Las pequeñas memorias, en el que rinde homenaje a sus abuelos.
Jerónimo es, así, uno de los grandes protagonistas. Una persona a la que ya le había dedicado algunos textos, como Mi abuelo, también, recogido en Piedra de Luna (editado por De guante Blanco, 1999) y que ahora recupera en esta obra. Alguien poco hablador y que, sin leer ni escribir, sentaba cátedra en sus alocuciones. Para el escritor, las enseñanzas de Jerónimo no sólo le hacen sentir que «continúo siendo nieto, cuando ya soy abuelo», sino que le llevan a propagar la importancia de respetar «a los que más saben, que no a los que más mandan», y a saber diferenciar entre sabiduría y cultura.
Saramago ya dedicó su discurso de recepción del Nobel a la dicotomía entre la educación y la instrucción. Ahora, en estas cortas memorias, revisita estas enseñanzas que para él fueron fundamentales en la creación de la persona que hoy es.