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Se agrava el carácter sectario del conflicto en Iraq

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Pasé la semana pasada en Karbala y Nayaf, las ciudades santas chiíes al sudoeste de Bagdad, que siempre he considerado entre las maravillas del mundo. Hay algo hipnótico y fascinante e incluso mágico en la imagen de sus cúpulas doradas y sus minaretes que se elevan por sobre los techos de las casas circundantes. Por primera vez vi desde afuera el lugar sagrado de Imam Ali en Nayaf en 1977, pero iba con un funcionario baasista quien no se atrevió a abrir las grandes puertas de madera hacia el patio exterior. Gran parte de la historia iraquí, antigua y moderna, se ha desarrollado alrededor de eventos en esas dos ciudades. En 1991, volví a visitar Nayaf apenas después de ser recapturada por los tanques de Sadam Hussein que aplastaron el gran levantamiento chií después de la guerra en Kuwait. Soldados custodiaban despreocupadamente el lugar. Las losas en su patio estaban llenas de hoyos por el impacto de obuses de mortero y de proyectiles de cohetes. Hasta la cúpula dorada había sido perforada por fuego de ametralladoras. Las calles estaban vacías de clérigos y peregrinos, pero al pasar frente a un negocio con los postigos cerrados escuché una voz desesperada proveniente del interior rogando en inglés: «¡Ayudadnos! ¡Ayudadnos!»

Fue lo mismo en Karbala, a 50 kilómetros al norte de Nayaf: allí los combates habían sido los más feroces alrededor de los lugares sagrados de Hussein y Abbas y los negocios entre los dos habían sido reducidos a escombros. Había cuatro grandes tanques fuera del santuario de Abbas y sobre la entrada principal una granada impulsada por cohete había destrozado los azulejos azules y amarillos del mosaico, sacando a la luz los ladrillos marrones.

Casi un cuarto de siglo después, Iraq ha sido volteado al revés: Hussein Kamel, quien dirigió el ataque del ejército iraquí que aplastó la rebelión chií, fue asesinado por su suegro, Sadam Hussein, quien por su parte fue ejecutado en 2006. Un gobierno dominado por chiíes gobierna actualmente en Bagdad y la persona más influyente en Iraq es incuestionablemente, el Gran Ayatolá Ali al-Sistani.

Paradójicamente, esto ha sucedido a pesar de la convicción de Sistani de que la verdadera religión significa mantenerse fuera de la política. Esta versión quietista del Islam chií contrasta con la adoptada por Ayatolá Jomeini quien estableció el gobierno clerical en Irán después del derrocamiento del Sha en 1979. Pero la autoridad moral de Sistani sobre la mayoría chií después de la invasión de 2003 fue tal que los ocupantes vieron que no podían gobernar en oposición a sus deseos.

Si todo se hubiera desarrollado sin contratiempos, un estado dirigido por partidos chiíes habría conservado el poder después de la partida de las fuerzas estadounidenses y el clero chií podría haberse retirado de la política. Pero el ascenso del autodenominado «Estado Islámico» (ISIS) y la captura de Mosul en 2014 y de Ramadi durante este año, desacreditaron al ejército y al gobierno iraquí. A pesar de los miles de millones de dólares que habían invertido o robado, fracasó rotundamente cuando se trató de defender a su propio pueblo.

Al desintegrarse el ejército el año pasado, una fatua proclamada por Sistani el 13 de junio llamó a los hombres a tomar las armas contra el EI. Inmediatamente condujo a la existencia de una poderosa fuerza de voluntarios entusiastas, aunque mal entrenados, de por lo menos 50.000 miembros. La principal fuerza de combate actual del gobierno de Bagdad son estas «Unidades de Movilización Popular» o Hashd al-Shaabi, que han estado combatiendo con un cierto éxito contra focos controlados por el EI alrededor de Bagdad.

Se acerca un momento decisivo en los próximos meses. Las Hashd y las unidades de elite del ejército iraquí han rodeado Faluya y la están bombardeando. Fue la captura de Faluya, a solo 64 kilómetros al oeste de Bagdad, en enero del año pasado, y el hecho de que el ejército iraquí no haya logrado recapturarla, lo que presagió la derrota militar del primer ministro Nuri al-Maliki durante el verano. El nuevo ataque contra Faluya tiene que tener éxito si se ha de derrotar al EI.

Existe optimismo entre el clero y oficiales militares en Nayaf y Karbala respecto al resultado de la batalla. Esto se debe primordialmente al hecho de que en el pasado las fuerzas armadas regulares iraquíes, las Hashd y los estadounidenses, aunque todos se oponen al EI, han actuado como rivales en lugar de combinar sus esfuerzos. Mohammed Ali Bahr Ulloum, un influyente clérigo en Nayaf, dice que la lucha por Tikrit fue confusa «porque las fuerzas que se oponían al Daesh (EI) estaban divididas, pero en Faluya están unidas». Lo alienta la entrega de cuatro cazabombarderos F-16 a la fuerza aérea iraquí por EE.UU.

Las fuerzas contrarias al EI no tienen otra alternativa que unirse si han de vencer. Las divisiones de sus numerosos enemigos han constituido una de las grandes ventajas del EI.

Mohamed Hussain al-Hakim, hijo del Gran Ayatolá Muhammad Said al-Hakim, dice que un intento de unir las tribus suníes contra el EI, como lo hizo EE.UU. en 2006-07, ya no dará resultado. «El Daesh (EI) es demasiado fuerte», dice. «Si las tribus se le oponen, serán aplastadas».

El ejército iraquí no puede ser reconstruido para convertirse en una fuerza suficientemente fuerte a fin de combatir efectivamente al EI. Hakim señala que, bajo Maliki, «el ejército fue abierto a nuevos reclutas en la época de elecciones» para que el partido político gobernante pudiera ofrecer la perspectiva de ofrecer puestos militares bien remunerados a los votantes. Un hecho militar decisivo en Iraq actual es que muchos estarán dispuestos a morir por el EI o por las Hashd, pero muy pocos enfrentarán la muerte por cuenta de un gobierno corrupto y disfuncional en Bagdad. Soldados que el año pasado se negaban a volver a sus unidades decían con una risa despectiva: «¿Morir por Maliki? ¡Jamás!»

Desde entonces no ha cambiado gran cosa. Las Hashd están dispuestas a combatir y ahora tienen experiencia, pero todavía carecen de suficiente entrenamiento. El coronel Salah Rajab, un ex oficial del ejército regular bajo Sadam Hussein, cuya pierna derecha fue destrozada por un obús de mortero el 3 de julio mientras combatía en las Hashd en Baiji, me dijo desde su cama en el hospital que los reclutas necesitan seis meses en lugar de tres de entrenamiento. Pero otros comandantes son más confiados: el mayor general Ali al-Musleh, vicecomandante de la Brigada Ali Akbar, dice que quiere que los voluntarios tengan 45 días de entrenamiento, «pero ellos nos dicen ‘mostradnos cómo usar un fusil e iremos al frente'».

El clero superior chií insiste en que no se propone librar una guerra sectaria contra los suníes en Faluya o en algún otro sitio. Sus afirmaciones son convincentes, pero el EI está determinado a lograr que la guerra sea librada siguiendo líneas sectarias. Unas pocas horas después de abandonar Nayaf el viernes, un atacante suicida del EI hizo estallar un camión con tres toneladas de explosivos en medio de chiíes que celebraban el fin de Ramadán en la ciudad de Khan Bani Saad, a 32 kilómetros al noreste de Bagdad. Más de 100 personas fueron muertas por la explosión. El mayor de la policía Ahmed al-Tamimi dijo a una agencia noticiosa: «Algunos utilizaban cajas para vegetales a fin de recolectar trozos de cuerpos de niños».

El objetivo del EI al cometer una atrocidad semejante, aparte de ansias de matar, es provocar represalias chiíes para que los suníes no tengan otra alternativa que depender del «Estado Islámico». Solo el clero en Nayaf y Karbala tiene autoridad y disposición de impedir que la próxima fase de la guerra se convierta en un baño de sangre sectario.

Patrick Cockburn es autor de The Rise of Islamic State: ISIS and the New Sunni Revolution.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2015/07/27/only-iraqs-clerics-can-defeat-isis/