Orientarse en Bagdad es muy fácil. La capital iraquí está diseccionada por amplias y rectilíneas avenidas, aunque quizás sea la referencia del río Tigris lo que más facilite las cosas. Además, la ciudad está llena de hitos fácilmente reconocibles como el hotel Palestina, o ese pedestal a sus pies, famoso desde que un tanque americano […]
Orientarse en Bagdad es muy fácil. La capital iraquí está diseccionada por amplias y rectilíneas avenidas, aunque quizás sea la referencia del río Tigris lo que más facilite las cosas. Además, la ciudad está llena de hitos fácilmente reconocibles como el hotel Palestina, o ese pedestal a sus pies, famoso desde que un tanque americano arrancara la estatua de Saddam Hussein hace ya ocho años.
Testigo mudo de aquello es hoy un hierro retorcido sobre un bloque de cemento aunque la céntrica plaza circular sigue conservando su nombre: «Paraíso». Desde la mezquita homónima, una amplia avenida de tres carriles por cada sentido atraviesa el barrio de Karrada de norte a sur. Pero antes de llegar al distrito de Arasat, otro elemento destaca fácilmente entre los monótonos y grises edificios aún marcados por ráfagas de bala y cráteres de obús. Se trata de la espigada y vanguardista fachada blanca de la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Lo dicho, orientarse en Bagdad es fácil. Pero todo se complica enormemente cuando uno abandona la vía principal para internarse en lo desconocido, sobre todo con una cruz sobre los tejados como único punto de referencia. La supuesta «línea recta» entre dos puntos se pierde irremisiblemente por un laberinto de charcos y fango entre muros de hormigón que coronan alambres de espino. Así son los dominios de los hombres en camuflaje gris, los soldados del Ministerio del Interior.
Entonces comienzan los cacheos y las preguntas. Un consejo: diles que vas a la iglesia, pero nunca en qué hotel te alojas. Siempre lo preguntan y, según dicen, no hay que fiarse de un uniformado en Bagdad. El último filtro es el de la milicia cristiana, justo a la entrada del templo. «Se está celebrando un funeral. Por favor, sea discreto y respetuoso», nos pide un soldado pelirrojo casi adolescente.
Los agujeros de la memoria
La estampa no puede ser más dantesca: tan solo siete fieles «perdidos» en un mar de sillas de plástico blancas; a su alrededor, cientos de agujeros de bala salpican las paredes, las ventanas e incluso el altar, desde donde el sacerdote balancea un incensario mientras oficia la misa en arameo. Por supuesto, el féretro descansa entre el sacerdote y los asistentes.
Al finalizar la ceremonia, el párroco, Aysur Said, explica que apenas lleva cinco meses en el cargo. Su antecesor fue uno de los 50 asesinados en el atentado más salvaje que ha sufrido esta comunidad desde 2003.
Tras cambiar su sotana por un buzo de trabajo, el sacerdote nos invita a conocer los agujeros de la terrible memoria de su parroquia: «Eran cinco. Saltaron por encima de los muros de hormigón y entraron a tiros en la iglesia al grito de Allah-u-akbar (Alá es grande). Decían que pertenecían al Estado Islámico de Irak (grupo suní supuestamente vinculado a Al-Qaeda). Fue el 31 de octubre del año pasado. Estábamos en misa.
Como puede comprobar, el templo sigue prácticamente destrozado. Lo hemos dejado tal cual en memoria de los 50 muertos de aquel día. También hubo 90 heridos. Si quiere puede contar los agujeros de bala en la puerta principal. Son 53.
Algunos murieron por los disparos y otros asfixiados. A varios de ellos los encerraron en esta habitación que usamos para vestirnos. No tiene ventanas y el aire se acabó enseguida.
Varios murieron a causa de las explosiones. Dos de los cinco terroristas consiguieron detonar el chaleco de explosivos que llevaban encima. ¿Ve usted esa huella de forma curva en el techo? Es la que dejó uno de los cargadores que llevaban en el pecho. En el suelo puede observar dos pequeños cráteres, uno a cada lado del altar. Son los que quedaron después de ambas explosiones.
Este es el retrato del padre Waseem, el párroco anterior. Era muy alegre y le queríamos mucho. Los agujeros de bala justo al lado son los que quedaron tras ser acribillado a bocajarro. Sólo tenía 27 años.
Por favor, no saque usted fotografías de la gente. Muchos se han ido a Kurdistán, a Siria, a Europa… Los que se han quedado están muertos de miedo. Piense que para entrar hoy aquí ha tenido usted que atravesar dos puestos de control, cada uno con tres soldados. Pues bien, el día del ataque no había ninguno. Esto es Irak, aquí no te puedes fiar de nadie, y menos de la Policía. Desde el atentado, el Gobierno nos permite que los soldados del segundo checkpoint sean cristianos. Llevábamos años pidiéndolo pero tuvieron que morir 50 de los nuestros para que nos hicieran caso.
Con Saddam no teníamos más que un asesino y un ladrón en el país pero hoy son miles de ellos. No sé hasta cuando aguantaremos aquí. Entiendo que la gente huya, esto no es vida. Pero si quieren que me vaya, tendrán que matarme a mi también».
http://www.gara.net/paperezkoa/20110425/262066/es/Semana-Santa-sombria-para-cristianos-Irak