«Soviet carlista» no es ningún error mío. Tal vez sea una aporía que dé juego… O no lo dé por supuesto. Estamos ante un (exitoso) libro de intervención (y de encargo editorial), cuya lectura enseña básicamente (aunque no únicamente) sobre la situación política catalana y, más concretamente, sobre lo sucedido en Cataluña estos últimos meses. […]
«Soviet carlista» no es ningún error mío. Tal vez sea una aporía que dé juego… O no lo dé por supuesto.
Estamos ante un (exitoso) libro de intervención (y de encargo editorial), cuya lectura enseña básicamente (aunque no únicamente) sobre la situación política catalana y, más concretamente, sobre lo sucedido en Cataluña estos últimos meses. Especialmente en septiembre y octubre de 2017.
El título recoge una de las tesis centrales del autor: la situación está muy empantanada y no será fácil salir de ella, signifique lo que signifique «salir de ella». La alternativa federal, a lo que Joan Coscubiela (JC) llama, como decíamos, «soviet carlista», es la apuesta del autor.
La sensatez acompaña a JC a lo largo de estas páginas. Un ejemplo, un importante ejemplo, teniendo en cuenta los discursos hegemónicos en la izquierda: «Algunos de los déficits que se imputan a la transición son más el fruto del deficiente gobierno posterior. Eso es así, no sólo en el plano territorial sino también en la vertiente social y democrática». Otro más: «Es cierto que el artículo 2 de la Constitución española impide la opción independentista, el derecho de secesión. Por cierto, como también lo hacen prácticamente todas las constituciones de los Estados constituidos. Pero ese mismo artículo 2 deja abiertas muchas vías» (p. 283). Desde su interpretación y su finalidad y deseo político, la multinacionalidad y el desarrollo asimétrico del Estado de las autonomías.
La sensatez, como decía, es atributo a destacar y también la autocrítica. Un ejemplo, hay algunos más: «Hace tiempo que llegué a la conclusión de que en aquella iniciativa (la del Estatut de Maragall) se condensaron diversos errores. Desde la perspectiva del «Gobierno catalanista y de progreso», el tripartito, fue un error situar de entrada el eje de la acción de gobierno en la reforma estatutaria en vez de poner en marcha un proyecto alternativo en clave social»(pp. 295-296). De aquellos logos, de aquellos desbarajustes, han irrumpido tempestades (Entre paréntesis: algunos ya señalaban tesis y posiciones similares a las ahora indicadas; hablaban y predicaban en el desierto, en el «oasis catalán»)
Del autor apenas es necesario comentar nada. Es sindicalista y político conocido. Ex secretario general de la CONC, la llamada Comisión Obrera Nacional de Cataluña (un nombre, en mi opinión, que no fue ningún acierto), JC ha sido profesor de ESADE (¿qué les explicaría a sus alumnos?, ¿cómo fue a parar allí?), diputado en el Congreso en el grupo de Izquierda Unida-ICV y, en esta última legislatura, diputado en el Parlamento catalán. No es secesionista ni tampoco marcadamente nacionalista pero sí, según él mismo comenta en varias ocasiones, fuertemente catalanista (sea cual sea el significado de esta noción imprecisa).
La estructura del libro (escrito, entre otras razones, por la insistente insistencia del editor como el propio autor explica): Prólogo, Introducción, I. Una mirada nipona a la legislatura condenada (ocho capítulos). II. Escaneando el independentismo (tres capítulos). III. ¿Qué hacer? (la parte más breve). Agradecimientos. Indice onomástico.
La tercera parte la abre con estas palabras: «Mi experiencia de lector me dice que esta suele ser la parte más complicada de cualquier libro, en la que se pierde ritmo y fuelle» (p. 273). JC no la pierde y no esconde posiciones; creo que responde a la pregunta en la medida de sus fuerzas (que son muchas).
Todos o casi todos recordamos sus palabras del 7 de septiembre de 2017: «Estoy dispuesto a partirme la cara para que ustedes puedan ejercer su derecho a votar la independencia de Cataluña, pero no si lo hacen pisando los derechos del resto de los ciudadanos». Lo que dijo es una de las tesis que mantiene a lo largo de estas páginas: JC está a favor del derecho de autodeterminación de Cataluña, del pueblo de Cataluña o de la ciudadanía catalana (no sé qué opción o que formulación escogería). Salvo error por mi parte, no justifica en ningún momento (es un dato de partida, una consideración de entrada) que ese supuesto derecho sea realmente un derecho en este caso, en el caso de una zonas más enriquecidas de España. Parte de ello.
Recordemos que, tras su intervención el 7 de septiembre, los diputados de Ciudadanos, PSC y PP se levantaron para aplaudirle. No, en cambio, algunos diputados de su propio grupo. Sí lo hizo, por supuesto, Lluís Rabell, a quien llama «comandante en jefe» y sobre el que no cesa de lanzar elogios (seguramente justificados). Dice de él, por ejemplo, «la dignidad y la generosidad hechas personas» (a él, a sus padres y a la «patrulla nipona» dedica el libro). No es la única vez que habla de su compañero en esos términos. Es una presencia constante a lo largo de las páginas del que recoge ideas, reflexiones, anécdotas y argumentos. Si miran el índice nominal, verán que sólo Rajoy, Mas y Junqueras, por razones muy distintas desde luego, son más citados que Rabell.
El cariño y admiración que manifiesta por Rabell se transforma en cosa muy distinta cuando habla de los miembros de Cataluña en Comú. Concretamente de Ada Colau. Curiosa y destacadamente, salvo error por mi parte en la lectura, no dice nada de dos diputados de su grupo que le hicieron más que probablemente la vida imposible: Albano Dante Fachín y Àngels Martínez. Con compañeros así,
Algunas de las posiciones defendidas por el autor para abrir su apetito lector, que, por supuesto, debería ser afable y crítico a la vez:
1. No existen macrosoluciones o soluciones definitivas. El problema .Cat no se disuelve.
2. Las microsoluciones deben girar en torno de estos ejes: diagnóstico alternativo y crítico de estos últimos 40 años; huir de la autocomplacencia y del adanismo ucrónico; aprovechar los márgenes de un acuerdo sobre la financiación autonómica; dar mayor protagonismo ideológico y político a lo que JC, incomprensiblemente, también llama «conflicto social» (debe ser una referencia a la vieja lucha de clases obrera que nadie quiere citar por su nombre).
3. También dos posiciones complementarias que ofrecen más discusión: «apostar nítidamente por la Unión Europea como espacio político territorial en el que reconstruir la soberanía de la ciudadanía frente a los mercados». Luego, por tanto, no puede ser de otra forma, por otra UE muy distinta a la actual que, desde luego, no es ninguna construcción contra los mercados.
4. Y apostar también por una reforma constitucional -JC no habla de un nuevo proceso constituyente, seguramente porque piensa que un nuevo proceso podría generar un peor resultado del que tenemos- «que permita construir un Estado federal asimétrico». En mi opinión, no queda claro del todo el significado del término «asimétrico». Y el tema, como es razonable, es de muy alta tensión.
JC, que es un político profesional como mucha experiencia práctica, es consciente de que cualquier propuesta que pueda formularse tiene como gran reto su articulación política. El papel, tiene mucha razón, lo suele aguantar todo o casi todo; la realidad no. La vida, son sus propias palabras, es un poco más exigente. Lo es. Mucho más.
No quiero ocultar mis dificultades para entender bien lo que implicaría aceptar el carácter plurinacional de España (somos plurinacionales, ¿y entonces?) ni tampoco acabo de ver la justificación (ni la concreción) de la asimetría de su federalismo asimétrico, más allá de puntos elementales como aceptar, no podría ser de otro modo, que comunidades como Galicia, Euskadi, Cataluña, Illes o el País Valenciano, también otras (Aragón, Asturias), tienen que tener una política lingüística singular, con corolarios especiales en el ámbito de la enseñanza que, desde luego, no tienen por qué abonar experimentos como la inmersión lingüística o similares (otras comunidades, por supuesto, pueden tener otras singularidades).
Uno de los grandes momentos que les recomiendo, uno de los mejores en mi opinión: la carta que JC hace pública por primera vez y en la que reflexiona sobre el 1-O y sobre la que él consideraba no participación de CSQEP. Sigo sin entender bien por qué JC no alzó su voz, su importante y escuchada voz, aún más en aquellos momentos, para argumentar que aquel asunto que algunos presentaron como una «jornada de movilización», para no llamar directamente a la participación, era un cuento, una nueva estafa nacional-secesionista. La unidad, tan maltrecha en aquellos momentos, después de lo que vimos en los idus de septiembre, ¿exigía esa prudencia, eso no-decir lo que debería haberse dicho? ¿No privó en demasía el cuidado de su formación política, el no tensionarla, por encima de su deber político como representante de la ciudadanía de izquierdas? Sé que no es, que no fue un asunto fácil, pero la verdad, lo digo el clásico, es revolucionaria… Si se dice, cuando hay que decirla.
Fuente: El Viejo Topo, junio de 2018