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Si Mendes fuese el Tío Sam…

Fuentes: Rebelión

  Sam Mendes apareció en la escena internacional con «American Beauty» después de una exitosa carrera como director de teatro, primero en Inglaterra y después en Estados Unidos. Su carrera dentro del cine aún es breve, pero el impacto de sus producciones y su maestría del registro tanto dramático como visual hace pensar que estamos […]

 

Sam Mendes apareció en la escena internacional con «American Beauty» después de una exitosa carrera como director de teatro, primero en Inglaterra y después en Estados Unidos. Su carrera dentro del cine aún es breve, pero el impacto de sus producciones y su maestría del registro tanto dramático como visual hace pensar que estamos ante uno de esos pocos autores que pueden entrar en el ambiguo y abstracto grupo de «los grandes».

Continuando con algunos planteamientos críticos que ya escenificó en «American Beauty», Mendes nos trae ahora la película más radical que nos haya dado el cine estadounidense en los últimos años. Estoy hablando de «Revolutionary Road», una reflexión sobre los valores de la clase media norteamericana y su «estilo de vida» (en la que muy bien nos podríamos reflejar muchos otros en diferentes latitudes) y la contradicción en que convive con las pulsiones vitales más elementales del ser humano. La obra no esquiva el debate más crudo exponiendo estos principios a un examen que sólo puede dejar indiferente a los entes más alienados de entre los espectadores; es decir, a aquellos que asumen como propias las institucionalizaciones dogmáticas de los valores de los grupos dominantes.

Mendes se ha caracterizado en su corta pero importante obra por un dominio del lenguaje visual cinematográfico excelente, con una cuidada fotografía y un magnífico diseño en todas sus producciones. A esto añade su larga experiencia en el mundo del teatro, mostrando una gran capacidad para desarrollar el trabajo interpretativo de sus actores, además de darle un trato especial a los valores emocionales y psicológicos con los que usa el sonido y la música, en armonía narrativa con el trabajo de cámara y como acento drámatico de tremenda precisión.

Pero a esta lista de valores artesanales necesarios para ser un autor de impacto, hay que añadir un «algo más» extraño al panorama rancio que domina al cine actual, tan dependiente del «star system» como de la edulcoración alienante y los tristes compromisos de la corrección política. Sam Mendes ha sido capaz de, en este contexto, hacer obras con un discurso abiertamente crítico que además han tenido una repercusión cultural singular, a la altura de los grandes títulos del cine, y con «Revolutionary Road» quizás allá alcanzado el mayor logro de su carrera hasta el momento, entendiéndolo éste como combinación de todos estos factores.

La película tiene un planteamiento definidamente teatral, pero haciendo que estos elementos favorezcan la narración y el drama en lugar de entorpecerlos (como acostumbramos a ver en ciertos «cineastas» de orgullo patrio), y para ello se apoya en la imagen cinematográfica, consiguiendo así que la apuesta fluya en su función perturbadora, golpeando los cimientos más básicos de los valores modernos occidentales. En este sentido, Mendes recoge la tradición de obras tan dispares como «Alguién voló sobre el nido del cuco» de Milos Forman o «La tormenta de hielo» de Ang Lee, para dar un giro si cabe más radical a las cuestiones que han dominado al cine de interés social desde los años sesenta y que, sobre todo, han reflexionado sobre los valores que han gobernado las vidas occidentales desde el final de la Segunda Guerra Mundial, tan bien expuestas por Herbert Marcuse en «El hombre unidimensional».

Así que mientras Alcobendas celebra el empujón turístico que Penélope Cruz le ha dado al noreste de Madrid, cabe preguntarse a qué se dedican los académicos estadounidenses cuando dejan fuera de casi toda nominación a la que probablemente sea la película de mayor impacto cultural en años, incluyendo el trabajo interpretativo más sobresaliente que se haya visto de una pareja de estrellas en mucho tiempo. Cuando en lugar de la crítica elaborada, ácida y afilada, se prefiere premiar los esfuerzos de un inglés por dejar en evidencia las penurias de la India recurriendo a finales felices y canciones y bailes sacados de contexto, resulta ingenuo pensar en impulsos desinteresados, especialmente sabiendo del hambre que el mercado indio despierta en Hollywood.