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Sobre la evolución política de Manuel Sacristán

Siempre nos quedarán París y Praga en primavera

Fuentes: Rebelión

    Para Gregorio López Raimundo que en julio de 2003, amb el cabell blanc i la bondat a la cara, nos habló con cariño y respeto de Manuel Sacristán   […] Y si de hecho hubo una alianza impía entre esa retórica obscurantista pseudocientífica y el pasteleo político tacticista que creía poder diseñar su […]

 

 

Para Gregorio López Raimundo que en julio de 2003, amb el cabell blanc i la bondat a la cara, nos habló con cariño y respeto de Manuel Sacristán

 

[…] Y si de hecho hubo una alianza impía entre esa retórica obscurantista pseudocientífica y el pasteleo político tacticista que creía poder diseñar su política mecido por las «verdades» de aquella retórica, Sacristán estaba doblemente vacunado al respecto: su formación analítica le predisponía a creer que la acción política emancipatoria se movía en condiciones de incertidumbre; su rigorismo ético, a actuar como debe actuarse racional y realistamente en condiciones de incertidumbre, esto es, dejándose orientar por los «principios», por los «ideales». Creo que ése es el secreto de su lucidez, y del éxito de sus pronósticos

Antoni Domènech (1987): «Sobre Manuel Sacristán (Apunte personal sobre el hombre, el filósofo y el político)», p.96.

 

0. Introducción

Fernández Buey1 ha señalado cuatro momentos diferenciados en la evolución política de Manuel Sacristán: el primero, el de sus años de formación, se extendería entre 1941 y 1955; el segundo, después de una ruptura nada apacible con el falangismo2, finalizada su experiencia en Laye tras el cierre gubernamental de aquella mítica revista que Castellet llamó «la inolvidable» y tras la búsqueda de una organización política antifranquista no verbalista, abarcaría una etapa de intensa dedicación a la organización del PSUC-PCE que se extendería desde 1956, inmediatamente después de finalizar sus estudios de doctorado en la Universidad de Münster y de haber renunciado a una plaza de profesor ayudante en el Instituto de Lógica, hasta 1968, el año del doble aldabonazo; el tercer momento, que abarcaría de 1969 a 1978, queda enmarcado por las decisivas movilizaciones ciudadanas de finales de los sesenta y por la irrupción de la crisis del movimiento comunista, años en los que se manifestó su decisivo interés por cuestiones de política y sociología de la ciencia y por problemas relacionados que él mismo llamó «post-leninianos»; finalmente, el cuarto y último momento serían los años de mientras tanto y de la elaboración del proyecto roji-verde-violeta, de su argumentada insistencia, no siempre recibida con adecuada atención por grupos afines, en la importancia político-cultural de los entonces llamados nuevos movimientos sociales y en las necesarias revisiones teóricas que conllevaba su inserción en las tradiciones emancipatorias, fase en el que hay que incluir sin duda su activa y destacada intervención en la causa antinuclear (CANC) y en la consciente y masiva movilización ciudadana antimilitarista y antiotánica.

Dada la motivación central de este primer Congreso sobre la historia del PCE y en aras a una mayor concreción, centraré mis comentarios en el período 1969-1978, años en los que, después de su dimisión del comité ejecutivo del PSUC, Sacristán participó sin desánimo en las discusiones centrales del partido desde su nada pasivo rincón de militante. Lo haré así porque sobre esta etapa de su trayectoria política se han emitido juicios en mi opinión no siempre ajustados, porque el período anterior ha sido más estudiado y porque tengo la creencia, que creo no extraviada, de que algunas de las claves más importantes del legado político de Sacristán se han forjado durante esta travesía no solitaria que acaso coincida, en su meta y en sus procedimientos, con el sentido último de aquella metáfora marítima, por él tan apreciada, de Otto Neurath: no hay posibilidad de atracar en puerto alguno para arreglar reposadamente los desperfectos de nuestra balsa; debemos, para intentar avanzar, seguir buscando soluciones provisionales a nuestros acuciantes problemas, incluyendo el de la propia flotación, y debemos hacerlo, además, con los utensilios no siempre sofisticados que tenemos a nuestro alcance. Y, a poder ser, sin capitanes altivos ni tribunos.

Justo será explicitar un presupuesto que guiará esta comunicación y que doy sin apenas justificación: coincido con Gutiérrez Díaz3 en que Sacristán no sólo ha sido un filósofo destacado en la reciente filosofía hispánica, en campos supuestamente tan alejados como el marxismo y la filosofía de la lógica o de las ciencias sociales, sino que, además, el autor de Panfletos y materiales fue un político no profesional ni al uso de no menor importancia, que tuvo en las decisivas cuestiones poliéticas del esfuerzo emancipatorio uno de los ejes centrales de su vida, un norte de reflexión y de acción, dado que, con Bordieu, Sacristán seguramente pensó que la práctica estaba «siempre subvalorada y poco analizada cuando en realidad, para comprenderla, es preciso poner en juego mucha competencia teórica, mucha más, paradójicamente que para comprender una teoría»4. Ya en un escrito inicial de 1960, publicado en una revista clandestina del PCE con el seudónimo de José Luis Soriano, Sacristán mostró claramente el corazón sin tinieblas de su marxismo no teoricista: «Lo que quiere decir (…) que un filósofo marxista sólo puede ser un militante comunista, porque no hay marxismo de mera erudición»5.

 

1. El doble aldabonazo.

Dos acontecimientos decisivos marcaron para Sacristán, y para muchos sectores del movimiento comunista, el final de la década de los sesenta. Por una parte, la aniquilación manu militari estricta de la primavera praguense por los ejércitos del Pacto de Varsovia en agosto de 1968, con sus profundas consecuencias político-culturales sobre el modelo soviético y la forma de entender la autonomía de partidos y países del entonces llamado bloque socialista, y, por otro lado el Mayo francés y sus implicaciones sobre las diversas vías de aproximación al socialismo o a la entonces denominada «democracia política y económica avanzada».

Sobre la importancia del primer tema en la reflexión política de Sacristán baste señalar una anécdota. En una carta a Lukács de 15/X/1968, después de referirse a su traducción de Historia y consciencia de clase y a asuntos editoriales menores, Sacristán comentaba6: «[…] Estoy -estamos todos- muy interesados por conocer su auténtica opinión , sobre la ocupación de la República Socialista de Checoslovaquia, aunque esa opinión estuviera formulada lacónicamente.» Ist das möglich?, ¿es eso posible?, preguntaba. Poco después, en noviembre de ese mismo año, Sacristán publicó unos escritos de Alexander Dubcek, ex-secretario general defenestrado del PCCh condenado a un insultante exilio interior, con el título La vía checoslovaca al socialismo 7. Significativamente, su presentación del ensayo iba encabezada con un sucinto y sustantivo paso del programa de acción: «La victoria de la verdad, que es la causa del socialismo».

Ya en una carta a Xavier Folch8 escrita pocos días después de la invasión, en tono directo pero certero, Sacristán manifestaba sus primeras impresiones sobre lo que Kiva Maidanik ha llamado «la revolución más prometedora y socialista de la segunda mitad de siglo»:

«[…] Tal vez porque yo, a diferencia de lo que dices de ti, no esperaba los acontecimientos, la palabra «indignación» me dice poco. El asunto me parece lo más grave ocurrido en muchos años, tanto por su significación hacia el futuro cuanto por lo que tiene respecto de cosas pasadas. Por lo que hace al futuro, me parece síntoma de incapacidad de aprender. Por lo que hace al pasado, me parece confirmación de las peores hipótesis acerca de esa gentuza, confirmación de las hipótesis que siempre me resistí a considerar. La cosa, en suma, me parece final de acto, si no ya final de tragedia».

 

Un desarrollo más detallado y argumentado de sus posiciones puede verse en la reconocida entrevista de José Mª Mohedano para Cuadernos para el diálogo, publicada un año después de la invasión con el título «Checoeslovaquia y la construcción del socialismo»9. No es posible analizar aquí las tesis centrales apuntados por Sacristán: su confirmada prognosis de que veríamos cosas mucho peores; su falsación de la falaz argumentación justificativa del atropello enunciada desde las altas instancias del PCUS y la nueva dirección del PCCh, o sus continuos matices y observaciones críticas a gran parte de los presupuestos y preguntas del entrevistador, cuyo lenguaje es un ejemplo destacado de la retórica obscurantista pseudocientífica tan practicada en aquellos años tanto por las tendencias más izquierdistas del movimiento.

Es menos conocida, en cambio, la correspondencia que la entrevista originó. En carta de 17/7/196910, Sacristán, después de pedir disculpas por un pequeño retraso y por haberle sido imposible embutir las respuestas en las diez hojas concedidas, pedía, con alguna ironía y con mucha preocupación, la máxima exactitud en la reproducción de preguntas y respuestas:

«[…] Una alteración por ligera que fuera, en una discusión llevada entre el Scylla de la censura y la Carybdis de una opinión pública poco informada me resultaría catastrófica. Ruego a usted que considere vital para mí esta exigencia y que complete el honor que amablemente me ha hecho solicitándome estas respuestas con una rigurosa atención a que el texto no sea mudado ni en una coma. Si ello no es posible, le ruego que renuncie a la publicación…»

 

En la última de las cartas que se conservan, de 30/7/1969, Sacristán señalaba dolorido la abismal despolitización ciudadana en los países del Este europeo, cuestión esencial en su opinión, al tiempo que destacaba el importante éxito del PCCh en este ámbito, con referencia crítica a la actitud tomada, en aquella ocasión, por Castro y el partido comunista cubano:

» […] queda fuera de nuestra entrevista lo esencial, algo que usted recoge muy acertadamente en su carta: el tema de la despolitización. Aquí está de verdad el meollo de la cuestión, porque toda dialéctica real acaba en la consciencia y en ésta es donde se puede sacar balance. (Acaba, ¿eh? no empieza). Por cierto que si usted lo examina con valor, sin asustarse por tener que reconocer muchas cosas tristes del desarrollo del socialismo, tendrá que reconocer […] que lo característico del intento del PCCh fue que consiguió por vez primera desde 1950, aproximadamente, repolitizar en sentido comunista a un alto porcentaje de comunistas y en sentido filosocialista a un alto porcentaje de la población procedente de la antigua burguesía culta urbana, al mismo tiempo que repolitizaba y hasta movilizaba a una aplastante mayoría de la clase obrera. Si usted tiene noticias de la monstruosa despolitización de los proletariados húngaro, alemán, etc. y de la persistencia de ideología reaccionaria en el polaco, por ejemplo, valorará lo que tenía de promesa (de mera promesa,¿eh?) el intento checo. El gran error de Fidel Castro consistió, en mi opinión, en no darse cuenta de que para decir verdades de a puño cogía, precisamente, la ocasión en la cual acaso se iba a abrir un portillo para que empezara de nuevo una dialéctica política interna al socialismo. Y ello le obligó a cometer el pecado de diplomacia consistente en callar que la RSCH era el país socialista menos degenerado políticamente de toda Centroeuropa…»

 

Diez años más tarde, al ser preguntado sobre la primavera de Praga en el coloquio de una mesa redonda sobre el estalinismo11 que contó también con la participación de Manuel Vázquez Montalbán, Sacristán señalaba con nitidez que la línea de Dubcek, cualquiera que hubiera sido su resultado, era lo que había que apoyar en aquellos momentos, recordaba que papeles suyos sobre Dubcek habían circulado entonces por Checoslovaquia y añadía un significativo apunte:

«[…] He dicho ‘cualquiera que fuera el resultado’,porque garantía no había ninguna. Lo que pasa es que si, como yo pienso, el rasgo característico malo de la tradición estalinista es precisamente la falsificación ideológica, entonces, por desgraciado que hubiera sido el resultado final de la experiencia de los comunistas checos mayoritarios, por lo menos iba a poner de manifiesto una verdad sociológica: se iba a saber de una vez qué era aquella sociedad; es decir, se iban a ver manifestaciones de voluntad no reprimidas de la clase obrera y de otras clases sociales. De modo que, aun en el supuesto de que hubiera salido mal, yo estaba a favor y creo que había que estar a favor».

 

Sobre el segundo aldabonazo, Sacristán publicó, en agosto de 1968, en Crítica, una revista de los estudiantes universitarios del PSUC, un artículo con el título «La significación de los movimientos estudiantiles en los países capitalistas occidentales»12. Su aproximación, escrita antes de las elecciones francesas, sólo tenía en cuenta la primera fase de las luchas de la primavera parisina.

Iniciaba su reflexión Sacristán constatando que los movimientos estudiantiles eran intensos en algunos países capitalistas avanzados o no particularmente atrasados como Alemania, Francia, España o Estados Unidos, lo que refutaba la publicística literaria que durante años había defendido, «con fingida nostalgia y real intención paralizadora», la tesis de la despolitización de la juventud obrera y universitaria. Estos movimientos señalaban una crisis profunda de los viejos y nuevos valores burgueses. En su opinión, cada vez más sectores de los jóvenes estudiantes y trabajadores estaban tomando consciencia de

» […] la injusticia de la supraestructura capitalista, de la hipocresía de sus valores tradicionales -la «libre» empresa, la «abundancia» por la ley de maximización del beneficio, la «democracia» puramente formal- y la reciente percepción de la necesaria lucha contra la escasez, que degenera en promoción de consumos superfluos y alienadores, mientras que la oferta de los bienes esenciales, desde la vivienda hasta la educación y la investigación, se ve limitada por su incapacidad para producir beneficios máximos privados, o bien -como en el caso de la investigación- se desnaturaliza para producir estos beneficios máximos privados, en la industria de guerra.»

 

La explotación de los países subdesarrollados, acompañada de brutales agresiones como en Vietnam, había contribuido decisivamente a desenmascarar la naturaleza opresiva del sistema. Sin duda, el llamado problema de los jóvenes, o la crisis de autoridad de los adultos, se había ya planteado otras veces durante el siglo XX. En los años 20 y 30, había dado lugar a la demagogia fascista, con indudable éxito en la misma Universidad. Admitía Sacristán que algunas manifestaciones del movimiento de los sesenta ofrecían una cierta similitud con la vieja mística interclasista de la juventud. Citaba, a título de ejemplo, el eslogan que afirmaban que debajo del vestido de los profesores universitarios había moho de más de mil años o al que presentaba a los científicos adultos como «idiotas especializados». No todo era confusión, desde luego, pero Sacristán reconocía, que algunas actitudes podían hacer recordar la demagogia sobre la juventud de treinta años atrás.

Precisamente estos elementos habían despertado alguna esperanza entre sectores fascistas y temores profundos en el interior de algunos partidos obreros, pero «las esperanzas fascistas y los temores poco inteligentes no tienen fundamento». Para abandonarlos, bastaba con observar que todos los movimientos estudiantiles importantes aspiraban a ser marxistas: incluso los mismos anarquistas del Movimiento 2 de marzo se autodefinían como «anarco-marxistas» en el decir de Cohn-Bendit. Por lo que, a la crisis del sistema de valores burgués, había que añadir una segunda causa: la masiva difusión de ideas marxistas y socialistas en sectores externos al proletariado, en grupos sociales que cuarenta años atrás habían sido foco potencial y, a la vez, real de fascismos. La raíz social de la motivación socialista de los movimientos estudiantiles era, en su opinión, el cambio de función de los intelectuales en la producción y en los servicios. Las principales enseñanzas que aportaba el Mayo parisino era, por una parte, la necesidad de estar preparados para momentos de descomposición social y saber que la alianza entre la clase obrera y sectores estudiantiles e intelectuales, al tratarse de un fenómeno histórico nuevo, «podía presentar formas superficialmente confusas, de las que no hay que tener miedo porque son inevitables y porque se salvan en la autenticidad de su raíz histórica básica: la proletarización objetiva del trabajo intelectual». De ahí, probablemente, su renovado interés por estudiar el papel de la Universidad en la división social del trabajo o sus penetrantes reflexiones sobre lo que se llamó, en expresión por él discutida, alianza entre las fuerzas del trabajo y de la cultura.

En plano más particular, el movimiento de Mayo del 68 permitía ver más concretamente el alcance de una advertencia reiterada en los congresos y conferencias del PSUC y del PCE: la postulación de un desarrollo nuevo, sin guerra civil, de las revoluciones democrática y socialista era nada más que una posibilidad, sin duda cargada de realidad, «y tal que si se llegase a realizar supondría, junto con el ahorro de sufrimientos, un gran ahorro de fuerzas productivas para la inicial acumulación socialista». Inevitablemente, ese nuevo sendero a experimentar que él no rechazó inicialmente, no tenía formas de realización fijadas apriorísticamente.

En ese mismo período, Sacristán también estudió y comentó13 detalladamente un texto de Waldeck Rochet, El futuro del partido comunista francés. El ensayo del secretario general del PCF se centraba básicamente en dos aspectos: las enseñanzas de mayo y junio de 1968 en Francia y la lucha por una democracia avanzada. Entre las razones esgrimidas por Rochet para explicar la política seguida por su partido, Sacristán destacaba: 1ª una abierta y realista alusión a la correlación de fuerzas existente; 2ª la existencia de un plan del poder para provocar al movimiento obrero y arrastrarlo a un enfrentamiento violento. Sobre la base de esta valoración, Rochet definía el principio central de la actuación del PCF: ser revolucionario no era equivalente a lanzar a la clase obrera a aventuras sin tener en cuenta la real correlación de fuerzas existente, ilustrando su posición con ejemplos, tan gloriosos y trágicos a un tiempo, como las jornadas de junio de 1848 o la Comuna de París.

Sacristán aceptaba de entrada esa perspectiva: sin duda, era necesario aprender de la historia y no intentar repetir ni las catástrofes que recordaba Rochet ni otras temporalmente más próximas. Sin embargo, observaba, las razones apuntadas y los datos usados tenían implicaciones de importancia, no siempre explicitadas por el autor, para la política de PCF y de los partidos comunistas occidentales: si la provocación por parte de la gran burguesía era característica de las fases de oleada reaccionaria, si la situación real era esa, necesariamente se debía tener en cuenta a propósito de la cuestión central del poder y, por ello, estaba fuera de lugar cualquier optimismo no matizado acerca de un posible desarrollo sin ruptura al socialismo. En otros apartados, había en el escrito de Rochet un análisis unilateral de los hechos que olvidaba consecuencias de importancia para la misma política de alianzas del PCF. ¿Cómo era posible conseguir la unidad de la clase obrera y el pueblo trabajador negociando con políticos que, por los intereses que representaban o aunque fuera por idiosincrasias culturales, no se decidían a formar un bloque unitario ni siquiera en medio de la crisis social más grande sufrida por Francia desde 1945? Cuándo entonces, en qué extremas circunstancias, se preguntaba Sacristán, se iban a decidir estos curiosísimos aliados.

Por último, Sacristán señalaba que fundarse en verdades incompletas, por auténticas que sean, sin analizar sus consecuencias podía tener efectos negativos. No hay duda que el excelente trabajo de organización y preparación de la clase obrera había sido desarrollado con éxito, pero era precisamente este trabajo, ya considerablemente adelantado, el que iba acercando el problema del salto cualitativo, es decir, «la aparición en primer plano de la cuestión del poder político». Por ello, observaba, era poco convincente ver en la amenaza de guerra civil un mero «espantajo», era «inverosímil que la gran burguesía vea madurar las condiciones de un poder popular con dirección obrera y no reaccione con la utilización de sus medios militares, tras fomentar también, para ganarse las capas medias, un poco de «caos» mediante huida de capitales, cierres, carestía, provocaciones, etc».

De ahí, pues, que un tema tan gramsciano como el de la revolución en Occidente se convirtiera en uno de las preocupaciones básicas de Sacristán y acaso explique algunas de sus posiciones críticas, y muy matizadas, a lo que años después se llamó, en exitosa expresión publicística , eurocomunismo14.

 

 

2. Dimisión y crisis.

 

Sacristán, que siguió como militante de base del PSUC, dimitió de su responsabilidad en el comité ejecutivo a finales de 1969. En una carta de 4/12/196915, señalaba que se aceptara su renuncia como miembro del comité ejecutivo del partido por discrepancias con el modo de trabajar de la dirección y, más concretamente, por pérdida de «confianza personal en la conducta de algún miembro de la dirección». Esta última consideración ha sido confirmado por el mismo Gutiérrez Díaz16.

No era su primer intento. Meses atrás, preguntado por Josep Serradell sobre los motivos de su creciente incomodidad, Sacristán argumentaba, en carta de 30/9/196917, del modo siguiente:

1. La política general del partido le seguía pareciendo correcta. No sólo en lo concerniente a los problemas de la sociedad española sino que su línea ante las cuestiones centrales del movimiento comunista le parecían fruto de un esfuerzo valioso, «y casi sorprendente en un partido que se encuentra en las condiciones en que vive el nuestro (el artículo de Gregorio[López Raimundo] en el último Mundo Obrero que he visto, por ejemplo, es espléndido por su valiente realismo). La sensibilidad con que la dirección del partido (…) ha reaccionado a los varios y complicados acontecimientos del año 1968 me parece también ejemplar». No había, pues, en aquel entonces motivos de crítica a la política general del partido, sino, por el contrario, «motivos de satisfacción y prometedoras orientaciones generales de la lucha».

2. Sin embargo, Sacristán mostraba su preocupación porque si bien las reflexiones generales de la organización las creía correctas, le parecía que, en cambio, el partido analizaba cada vez menos y peor la situación concreta de los varios frentes de trabajo y los acontecimientos que alternaban esas situaciones. Apuntaba, por ejemplo, que se estaba muy por debajo de los excelentes trabajos de Tomás García en los años cincuenta, trabajos en los que varios intelectuales de aquellos años -Sacristán citaba a Josep Fontana y a él mismo- «aprendimos a manejar problemas políticos desde sus implicaciones teóricas profundas».

Como ejemplos de la rutina reciente en las propuestas políticas del PCE señalaba: 1º. La reacción frente al estado de excepción decretado por el franquismo en aquellas fechas; 2º. La respuesta dada a la proclamación de Juan Carlos como sucesor de Franco en la jefatura del Estado. 3º. El uso no-leninista del concepto de «putrefacción». Creía que en la mayoría de los demás dirigentes «esa rutina que repite fórmulas con honrado entusiasmo de cumplir, pero nada más, es situación natural y deseada». Esa falta de análisis, conllevaba la degradación de la política seguida, degradación que se completaba al pasar a la práctica política. «La aplicación de nuestra política general, la instrumentación «táctica» de nuestra estrategia, me parece muy mala. Sobre todo, en el PSUC, que es el reino de la autocrítica inútil».

3. A continuación, señalaba Sacristán el punto crucial de sus diferencias: el modo como el núcleo dirigente del PSUC había reaccionado a los problemas recientemente salidos a la superficie le impedía tener cualquier esperanza renovada en ese colectivo de dirección:

«[…] No se trata de las limitaciones personales de los miembros del núcleo, aunque éstas son a menudo verdaderamente excesivas para todo un partido comunista. La dirección por ese núcleo es un dominio mecánico, superficial y retórico sobre hombres, sólo sobre actitudes particulares (a veces meramente verbales) de hombres, nunca producción colectiva de pensamiento político concreto, para el detalle de la lucha. Esa falsedad básica reduce la vida del partido al manejo de unas pocas palancas burocráticas, y la lucha a la lista de actividades muy varias cuyo 90% es inútil salvo para una cosa: para tranquilizar una consciencia de jefe de departamento de oficina del estado (Esto explica, dicho sea de paso, el que ese núcleo, formado por una mayoría de hombres buenos, haya sido, desde que lo conozco, tan fácilmente conquistado por los elementos más indeseables del ambiente de pequeña burguesía intelectual que ha sido mi «especialidad» en el partido).

 

Finalizaba Sacristán su reflexión señalando que ya no le era posible seguir siendo solidario de esa forma de dirigir y de aplicar una política. Como, además, ya no le quedaba esperanza alguna de que dentro del núcleo mismo de la dirección se pudiera dar una batalla política para mejorar su calidad ni creía que se pudiera ni debiera dar desde cualquier otra posición del partido en aquellas circunstancias «porque en clandestinidad el daño de la pugna sería sin ninguna duda mayor que la aleatoria ganancia del alejamiento» de algún dirigente, su petición de alejamiento de las tareas de dirección, posteriormente confirmada, seguía en pie.

Fue también en esas fechas cuando interrumpió, por razones sustantivas, un largo y sentido escrito de presentación de su Antología de Gramsci, recientemente recuperado por Albert Domingo18, que llevaba el significativo título de El orden y el tiempo. Poco antes de caer en una profunda y difícil enfermedad depresiva, Sacristán escribió una sentida nota personal19 donde valoraba su pasada experiencia política y hacer intelectual y señalaba algunas normas de actuación respecto a su futuro inmediato.

La nota, de obligada recomendación y que resumo brevemente con riesgo de alteración involuntaria, se iniciaba señalando que la causa que estaba sin resolver era la cuestión central del «¿quién soy yo?». La pregunta le había sido suscitada con gran virulencia tras la última crisis política. No era la primera vez que aparecía. Se le presentó ya en marzo de 1956, nada más volver a España, tras ingresar en el partido, después de cursar estudios en Münster y de renunciar a la oportunidad de ser profesor ayudante en Alemania.

La vida que empezó a continuación tenía varios elementos que obstaculizaban no sólo el estudio de la lógica sino incluso el intento general de mantenerse informado en el ámbito de la filosofía. Los elementos predominantes de aquellos años fueron las clases y, como él decía, las gestiones, es decir, una intensa intervención política y organizativa, con alguna excepción durante la preparación de su tesis sobre la gnoseología de Heidegger o su importante manual de lógica. Sacristán señala entonces que, durante cierto tiempo, la vida de sus rentas científicas fue soportable por la ausencia de perplejidad histórica, por la convicción de estar reflejando realidad. Su estudio de Gramsci, central en los años sesenta, empezó todavía dentro de ese marco, pero «es posible que durante ese estudio empezara a desarrollárseme la perplejidad deprimente sobre el destino del movimiento socialista. No creo estarme engañando al pensar que la crisis política, que culminó el 68 para empezar enseguida a arrojar manifestaciones de descomposición, sea el factor externo desencadenante del paso del estadio larvado al agudo. Otro hecho externo muy importante, mi eliminación de la Universidad, puede haber tenido también una influencia considerable».

Su situación en estos dos ámbitos, el científico y el político, era de «derrota», con la consciencia de haber recorrido caminos malos aunque tal vez no equivocados. Habría habido que fundir los dos caminos o bien acercarlos mucho, por lo que añadía: «La idea de fundir o acercar mucho los dos caminos, admitido que no puedo prescindir de ninguno de los dos, debe ser también la clave para ahora, no sólo para interpretar lo que ocurrió». El programa, el descomunal programa de estudio que se autopropone Sacristán en aquellos años se centraba en los puntos siguientes: información política corriente; trabajo sobre clásicos, enlazado a la traducción; historia, especialmente la del movimiento obrero, desde la Internacional, esta última a fondo; cuestiones filosóficas particulares (teoría de la creencia); economía matemática y sociología, y filosofía general. Sacristán concluye su reflexión afirmando que el intento de organizar seriamente este programa exigía un corte drástico de otras actividades, aunque no de la información política corriente. «Por ejemplo, fuera incluso conferencias, salvo dentro del tema que esté tratando.»

Afortunadamente, no fue siempre coherente con este ambicioso programa. A pesar de lo escrito, durante estos años, el número de sus conferencias sobre temas muy diversos (Universidad, política y sociología de la ciencia, familia, leninismo, estalinismo, educación, sindicación de enseñantes, revolución de octubre, dialéctica), fue mayor que nunca: cinco por año. Téngase en cuenta, además, que, como ha señalado Andreu Mas-Colell20, Sacristán no fue nunca un conferenciante plano, reiterativo o vacío: toda intervención demandaba decir algo sustantivo, argumentado y, a poder ser, novedoso. Y, además, y por si fuera poco, no fue sólo eso: en un plano político-cultural, desde su militancia de base y con una influencia innegable en el conjunto del partido (y fuera de él, incluyendo la izquierda comunista de la época), Sacristán estuvo, con energías renovadas, más activo que nunca. Dolors Folch21 lo ha descrito de manera gráfica: parecía que se había reencontrado con su pandilla de infancia.

 

 

3. Desde la base: años de militancia.

Fueron múltiples, pues, las intervenciones políticas, aún no suficientemente estudiadas22, de Sacristán desde 1971 hasta 1979. A su activismo partidista, hay que sumar su intenso trabajo como traductor, su vuelta interrumpida a la Universidad durante el curso 1972-1973, su constante participación en el movimiento de los PNN, la publicación de las OME (Obras de Marx y Engels), la edición de la revista Materiales, los seminarios impartidos a militantes de las juventudes comunistas, su neto interés por la obra de W. Harich, por la figura de Gerónimo o por Ulrike Meinhof (a quien conoció personalmente durante su estancia en Münster23), su participación, sin sectarismo alguno hacia grupos cristianos de base, en los recordados cursos de alfabetización de Can Serra (l´Hospitalet de Llobregat), sus interesantes proyectos editoriales (con la colección Hipótesis entre ellos), sus intervenciones en las escuelas de verano Rosa Sensat, su papel central en la fundación de la federación de enseñanza de CC.OO. Etcétera no vacio.

Se ha descalificado en alguna ocasión su activa y crítica militancia en este período, que culminó en el abandono sin escándalo de las filas del PSUC-PCE, con afirmaciones, acaso poco matizadas, sobre su voluntarismo tópico, sobre su izquierdismo irredento, sobre su ortodoxia trasnochada o sobre su incapacidad política para tocar realidad en algún grado. Ovejero Lucas24 ha refutado estas aproximaciones con admirable precisión y síntesis:

» Su ortodoxia era filosófica en el sentido más general (y tradicional) del filosofar: la unidad entre el sentir y el hacer, la asunción de una eticidad y la actuación en consecuencia. Aún más, como de moralidad emancipatoria se trataba ni siquiera cabía esa disociación. La ortodoxia era más estricta: su rasgo definidor no era tanto la condena de las situaciones de explotación de los hombres, de alienación de las dignidades o del embrutecimiento de las relaciones ente las gentes como la lucha contra estas situaciones…»

 

Sus escritos, aquellos que se conservan, circularon ampliamente entre sectores del partido y gente próxima25. Algunos de ellos, como sus observaciones al proyecto de Introducción del PSUC de mayo de 1972, con notas manuscritas tan significativas como: «Redactado por gusto y para no comunicar ni difundir. Motivo principal de este escribir gratuito: la ira». En otras ocasiones, en cambio, el pathos es netamente colaborador, sin poso: «Aunque sea sólo a título de ejemplo, parece que eso basta para desear que el folleto siga teniendo difusión y que, de agotarse la edición existente, se proceda a otra que lo mejore. La presente intervención tiene ante todo el sentido de favorecer una segunda edición corregida y tal vez un poco aumentada». En otro casos, con neto pesimismo, consciente de las propias limitaciones y con señalada punta crítica a la línea política de la dirección del partido: «Estos apuntes [de 1974] son muy precipitados por las condiciones de lucha de estos días…Otro defecto importante […] es que no presentan ninguna formulación general alternativa. Esto se debe a que tal alternativa no tendría, por el momento, ninguna utilidad interna para el partido. Hace falta que los órganos dirigentes de éste se hayan desengañado bastante más de la utopía antimarxista que cultivan para que pueda empezar a ser útil proponer alternativas».

Cabe aquí dar sucinta cuenta de las posiciones de Sacristán sobre algunos asuntos debatidos durante estos años, período que, como Fernández Buey ha apuntado26, pueden enmarcarse en una autocrítica temperada pero no olvidadiza del leninismo clásico. Los temas a los que haremos referencia serán: los por él llamados «nuevos problemas», la caracterización del Estado burgués y la militancia de los cristinos en el partido comunista, con la imposibilidad de dar cuenta de sus importantes reflexiones sobre la cuestión nacional. Y todo ello desde un punto de vista que sería erróneo considerar secundario: el cuidado del lenguaje, la búsqueda de veracidad27. Si al hablar de Gerónimo, Sacristán observaba que los grandes jefes indios habían expresado el sentimiento de resistencia con palabras tan hermosas que llevaban en sí la prueba de su veracidad28, aquí, en un plano más político, refiriéndose a un paso del avant-projecte del PSUC de 1974, Sacristán señalará, por ejemplo, que debería sustituirse la palabra «capitalizar» al hablar de posibles resultados políticos, ya que, en su opinión, se trataba de «léxico burgués procedente de la nueva hegemonía de los estudiantes… en órganos de dirección de partido» o, igualmente, que «habría que dejar de escribir ofensas al sentido común como «legalidad de hecho», «ocupación democrática» y otras frases de personas que no son capaces ni de hablar con un mínimo respeto a los significados de las palabras».

 

3.1. La irrupción de nuevas problemáticas.

En sus observaciones de mayo de 1972 al proyecto de Introducción del PSUC, dada la complicación, la confusión incluso, con que se presentaban entonces las cuestiones fundamentales del socialismo, Sacristán señalaba que el citado documento debería incluir una observación de principio sobre la naturaleza del partido comunista -y el carácter apátrida e internacional del proletariado- y algunas más sobre sus objetivos últimos, con planteamiento de futuro, no de pasado.

La introducción debería contener, en su opinión, tesis propias sobre «los problemas nuevos, post-leninianos, planteados por la supervivencia y el crecimiento del imperialismo», señalando, entre ellos, las nuevas formas de colonialismo, la utilización privilegiada de los efectos multiplicadores de industrias amenazadores para la supervivencia de la especie (automóvil, fabricación masiva de materiales no remineralizables por la naturaleza), admitiendo que si bien no era posible ni justo pedir al partido que enunciara un conjunto de tesis positivas sobre estos nuevos problemas, sí que al menos los debía señalar como tales problemas y declarar su intención de contribuir a su «solución histórica en un sentido radicalmente comunista». En su opinión, esta reacción mínima ante la degradación de la calidad revolucionaria del movimiento y ante los nuevos problemas, por lo que llamaba estabilización catastrófica del imperialismo, era no sólo posible sino necesaria «para regenerar la consciencia revolucionaria de clase en los militantes».

La irrupción de esta nueva problemática conllevaba, en su opinión, una revisión del ideario de la tradición, en puntos tan básicos como el productivismo o el progresismo irrestricto, la tradicional forma desarrollista de entender las condiciones de posibilidad de la revolución socialista, la concepción de las fuerzas de producción como fuerzas productivo-destructivas, e incluso la misma noción de sociedad sin clases como sociedad de la abundancia y, por consiguiente, sin problemas sobre la distribución de bienes. Sacristán será muy consciente de la hybris de la especie, de la demanda ilimitada de necesidades, y, por ello, de la necesidad de una nueva relación, equilibrada y armoniosa, entre la humanidad y la Naturaleza y propondrá el justo medio, la contención, el mesotes aristotélico como principio ético destacado.

La ecología como tema y el ecologismo como movimiento tomarán tal dimensión que no sólo fueron temas centrales del Sacristán tardío sino que ya en 1972, en una propuesta suya para una colección de educación y divulgación científica que no llegó a editarse, pensó en un poblado y documentado apartado que tituló «Sociofísica» con la siguiente nota aclaratoria: «El concepto de sociofísica es propio de director de la colección. No se ha utilizado nunca. Significa los temas en que la intervención de la sociedad (principalmente de la sociedad industrial capitalista) interfiere con la naturaleza (urbanismo, contaminación, etc)».

Domènech29 ha señalado con agudeza que la nueva problemática ecológica, hasta entonces generalmente marginada en la tradición emancipatoria marxista, llevó a Sacristán a nuevas formulaciones y revisiones de las finalidades del movimiento y al abandono del rigorismo moral kantiano, de la estricta ética de las convicciones. Los trabajos de Harich contribuyeron a que también los postulados del ideario comunista, sin desnaturalizar el objetivo transformador, fueran también criticables y revisables. Eso mismo hizo él con las propuestas del autor de ¿Comunismo sin crecimiento?: aceptados gran parte de sus análisis, informaciones y argumentos, el autor de Pacifismo, ecología y política alternativa discrepó netamente del sesgo autoritario de algunas posiciones de Harich y de su propuesta de un Estado comunista mundial centralizado.

 

3.2. La concepción del Estado burgués.

Sacristán inicia sus «Apuntes de crítica al avant-projecte» del PSUC de 1974, firmados como camarada Bosc, admitiendo que sus comentarios parten de un desacuerdo básico sobre la política seguida en aquel entonces por el partido: aún estando de acuerdo con algunas de los sesgos de esa política -principalmente, señala, con la necesidad de alianzas-, discrepa de los razonamientos con que se presentan. ¿Por qué entonces interviene en la discusión? Sacristán comenta que la redacción de un programa le parece momento adecuado para exponer todas las divergencias, incluidas las más profundas, por la posible influencia, «por ligera que sea», en el resultado final. Además, y tal vez principalmente, porque sigue creyendo que el PSUC es por su composición el principal partido obrero en Catalunya, por lo que «la lucha socialista que tiene más sentido es la que se produce dentro de él».

Sacristán divide su escrito en dos apartados -«Errores teóricos que equivalen a un abandono del marxismo» y «Errores históricos que determinan una estrategia equivocada»- y en unos apuntes de corrección en los que admite que numerosos elementos del documento mejoran en relación con estadios anteriores, señalando que «en lo demás, hay mucho que corregir en mi opinión, pero también mucho que elogiar. Por ejemplo, la sección sobre «Alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura», salvo el título, está escrita con una claridad y facilidad de lenguaje ejemplares». Me centraré en el primero de los apartados.

La línea política trazaba en el avant-projecte implicaba, en opinión de Sacristán, una concepción falsa y no marxista del Estado. Se considera a éste como una institución cuya destrucción no es imprescindible para el cambio social. La actitud respecto al Ejército es la prueba más visible del error: quien no afirme, sostiene, la necesidad de destruir el ejército, como principal instrumento del Estado, para iniciar los cambios revolucionarios, por mínimos que estos puedan ser, ha dejado entonces de ser marxista. Y añade: «no es justo abandonar esta principal tesis marxista sin decirlo claramente. Si el Partido ha dejado de ser marxista, como sin duda ha dejado de serlo en sus papeles, lo debe decir claramente».

El corolario de que el Estado ha dejado ser, tanto en España como en el resto de países adelantados, una organización de toda la burguesía no es más que una consecuencia vulgar del error básico. Sin duda, el Estado español de aquellos años no era el Estado de toda la burguesía porque «ningún Estado es nunca el Estado de toda la clase social a la que representa». El Estado burgués no es el Estado de toda la burguesía sino el gestor de los intereses generales de la burguesía como clase, intereses generales que se resumen en la reproducción ampliada de esas relaciones. ¿De dónde en su opinión estas consideraciones? ¿Cuál es la raíz del abandono? Sacristán señala que, dejando aparte cuestiones de información y rigor analítico, la tesis tiene como motor de su falsedad el oportunismo que intenta hacer verosímil «una alianza de clases que sería imposible sin previa desnaturalización del Partido y su transformación en un partido populista».

De hecho, en su intervención sobre el eurocomunismo en la escuela de verano Rosa Sensat de 1977, Sacristán, después de reconocer la mucha realidad social que tocaba, base que le permitía aciertos de análisis y razonamientos políticos de los que estaban muy alejados otras agrupaciones de izquierda comunista de la época, señalaba que por encima de aquella dimensión analítica no había en él una dimensión global socialista: el «eurocomunismo» no era una estrategia al socialismo. Cuando se presentaba como tal como estrategia socialista perdía su calidad analítica y se convertía en una ideología del ocultamiento, «como la insulsa utopía de una clase dominante dispuesta a abdicar graciosamente y una clase ascendente capaz de cambiar las relaciones de producción, empezando por las de propiedad, sin ejercer coacción alguna. Para creerse semejante utopía (si es que alguien se la cree) es necesario haber perdido la idea de lo que puede ser un cambio conscientemente querido de modo de producción, y de lo que es una clase amenazada de expropiación por la clase a la que ella domina y explota actualmente»30.

 

3.3. Cristianos en el partido.

Sacristán, que en una entrevista de 197931, señaló que creía que había que recuperar aspectos de la cultura cristiana como el odio a la soberbia, la idea de pecado original, «porque al fin y al cabo el hombre es una especie más del planeta y de las más peligrosas para el planeta»; el mismo Sacristán que en su «Karl Marx»32, al comentar las animadas excursiones de la familia Marx por los alrededores londinenses, recordaba aquella reflexión marxiana sobre el cristianismo -«A pesar de todo, le podemos perdonar muchas cosas al cristianismo porque ha enseñado a querer a los niños»-; el Sacristán que recordaba que no acostumbraba a asistir a presentaciones de libros o revistas -«tan poco acostumbro a hacerlo, que ésta es la primera vez en mi vida que acudo a la presentación de un libro»33-, señalando, más allá de las diferencias de estilo teórico, lo importante que le parecía el ensayo de Alfonso Carlos Comín sobre cristianos en el partido comunista y comunistas en la Iglesia -«[…] Comín demuestra andando el movimiento cristiano comunista. Él mismo es un argumento de su libro»-, ese mismo Sacristán nada sectario que acudía en aquellos años a una Iglesia del extrarradio barcelonés a dar clases de alfabetización para inmigrantes, no ocultó sus discrepancias con la forma en que el partido se aproximó a esta tema.

En un texto de invierno de 1975, posteriormente publicado en Materiales34, que sirvió como material de discusión en la base del partido, Sacristán señaló algunas de sus discrepancias con la declaración del CE del PCE de febrero de 1975, desde la aceptación del importante esfuerzo militante y moral que significaba la incorporación de cristianos comunistas al partido: » […] salta a la vista que es un hecho muy favorable desde todos los puntos de vista, tanto el del refuerzo del movimiento y del partido como el de su calidad política de clase, no de secta».

1. La descripción del cristianismo, en la declaración del CE, como primer movimiento igualitario conocido por la humanidad era para Sacristán una curiosa falsedad apologética de esa religión. No se podía decir sin más que el cristianismo de los primeros tiempos fuera un igualitarismo económico-político, social. Elementos de tipo igualitario social estuvieron mucho más presentes en algunos movimientos heréticos de masas medievales y renacentistas

2. Todos esos movimientos fueron exterminados por el tronco principal de la tradición cristiana, tanto de la católica como de la protestante. En todos ellos, el cristianismo, como ha ocurrido con ideologías emancipatorias, fue a la vez ideología de los igualitarios e ideología de sus opresores.

3. Por otra parte, eso ya había ocurrido también antes del cristianismo, y sigue ocurriendo al margen de él. Pensar, señalaba Sacristán, que el igualitarismo ha aparecido por la idea, «considerada cristiana, de «hijos de Dios» es haber entrado ya, confusionariamente, en la apologética del cristianismo, pues ni esta frase era igualitarismo social ni la han acuñado los cristianos.» Era sorprendente que el CE de un partido comunista, de un partido de matriz marxista, se permitiera semejante apología del cristianismo, ideología religiosa, añadía Sacristán, que, entre otras cosas, alimentaba «un pensamiento que llega hasta la afirmación de la infabilidad de su autoridad, en su delirio autoritario desconocido por casi todas las demás religiones».

4. En otro orden de cosas, proseguía Sacristán, el comunista cristiano que está en desacuerdo con un elemento central del marxismo como el apuntado por el aforismo de «la religión como suspiro de la criatura oprimida y como opio del pueblo» debería admitir que no coincidía con un elemento central del marxismo, cosa sin duda perfectamente compatible con su militancia en un partido comunista laico, y no crear confusión insinuando que su discrepancia era tan sólo una divergencia con los académicos del Diamat o los teóricos del poco considerado, por Sacristán, materialismo dialéctico.

5. Sacristán indica que la forma adecuada de tratar esas y otras cuestiones pasa por la lucha de ideas dentro del partido entre comunistas marxistas y comunistas no marxistas, sean cristianos o no, así como entre comunistas de tendencias diferentes. Lo criticable para él es la actitud al respecto en la declaración del CE del PCE que no sólo no abre esa discusión franca sino que incluso se deja resbalar en una lamentable apología del cristianismo basada en inexactitudes históricas.

Concluye Sacristán, en un neto giro práctico y moral, que la situación está compensada porque el laicismo del partido haya permitido y siga permitiendo que una corriente de cristianos revolucionarios ingresen en él. Por su forma, en cambio, por la gestión puramente por el vértice de ese ingreso (al igual que en otros casos), a espaldas de la militancia y, sobre todo, por su descuidado tratamiento teórico-político, «es una muestra más de escasez de sustancia marxista y de vitalidad democrática interna, dos debilidades que el partido tiene que superar».

 

 

4. Dar batallas que se saben perdidas.

Sacristán que, desde luego, no fue un político al uso ni tampoco un filósofo moral académico, señalaba, al anotar un paso de un ensayo de Colletti, que no se debía ser marxista, que lo único que tenía interés era decidir si uno se movía o no, «dentro de una tradición que intenta avanzar, por la cresta, entre el valle del deseo y el de la realidad, en busca de un mar en el que ambos confluyan».

Sacristán apostó por este sendero, con ensayos y errores, por esa deseada confluencia que concilia finalidades y realismo, y no parece que esté justificado hablar en su caso, como a veces ha ocurrido, de sofisticado y poco comprensible teoricismo especulativo, de simple aventurismo político o incluso de alocado irrealismo. También en este asunto, señaló, que quien estuviera libre de pecado debería lanzar la primera piedra: no habría aluviones. El mismo, en una carta dirigida al entonces preso político Félix Novales35, señalaba el punto crucial, el meollo de las relaciones entre realismo y pulsión poliética:

«Si tú eres un extraño producto de los 70, otros lo somos de los 40 y te puedo asegurar que no fuimos mucho más realistas. Pero sin que con eso quiera justificar la falta de sentido de la realidad, creo que de las dos cosas tristes con las que empiezas tu carta -la falta de realismo de los unos y el enlodado de los otros- es más triste la segunda que la primera. Y tiene menos arreglo: porque se puede conseguir comprensión de la realidad sin necesidad de demasiados esfuerzos ni cambiar de pensamiento; pero me parece difícil que el que aprende a disfrutar revolcándose en el lodo tenga un renacer posible. Una cosa es la realidad y otra la mierda, que es sólo una parte de la realidad, compuesta, precisamente, por los que aceptan la realidad moralmente, no sólo intelectualmente…»

 

Sacristán no dejó nunca de luchar, hasta su temprano fallecimiento, por el ideario de la tradición, estuviera o no militando en el partido. En una de sus notas sobre Gerónimo36, comentaba que al hacer una balance del intento de genocidio de los indios norteamericanos se podía decir que ese intento se había frustrado por lo que hacía los apaches, pero al mismo tiempo había que recordar a todos aquellos para los que, en cambio, no se frustró. Los que consiguieron sobrevivir a aquella locura no estaban desapareciendo. «Su ejemplo indica que tal vez no sea siempre verdad eso que, de viejo, afirmaba el mismo Gerónimo, a saber, que no hay que dar batallas que se sabe perdidas. Es dudoso que hoy hubiera una consciencia apache si las bandas de Victorio y de Gerónimo no hubieran arrostrado el calvario de diez años de derrotas admirables, ahora va a hacer un siglo.»

No está, pues, nada claro que no haya dar batallas que se saben perdidas. Tal vez él dio una de esas desequilibradas batallas que, al hacer balance hoy, no está claro que perdiera, porque, como es sabido, detrás de algunos de esos combates, se esconde una forma de estar en el mundo, una forma de ser, acaso un forma de vivir o de sobre vivir. Y esto es un asunto crucial. Como el Iván Dmitrich de Chéjov dice al doctor: «Ante el dolor respondo con gritos y lágrimas; ante la ruindad con la indignación, y la ignominia me produce asco. En mi opinión, es propiamente esto lo que se llama vida».

Dudo que Sacristán haya señalado problemas críticos a esta definición.

 

Notas.

 

(1) FERNANDEZ BUEY, Francisco. «Sobre la evolución política de Manuel Sacristán». Papeles de la FIM (en prensa).

 

(2) LOPEZ ARNAL, Salvador y DE LA FUENTE, Pere. Acerca de Manuel Sacristán. Barcelona. Destino, 1996, pp.339-363.

 

(3) Entrevista con Antoni Gutiérrez Díaz, 18/12/2003, para el documental («Integral Sacristán») dirigido por Xavier Juncosa sobre la vida y la obra de Manuel Sacristán.

 

(4) BORDIEU, Pierre.El oficio de científico. Barcelona: Anagrama, 2003, p.211.

 

(5) SACRISTÁN, Manuel. «Jesuitas y dialéctica». Nuestras Ideas nº 8, julio 1960, p.69.

 

(6) La traducción es de Miguel Manzanera que ha incorporado la correspondencia entre Sacristán y G. Lukács como anexo de su tesis doctoral sobre la filosofía política de Manuel Sacristán.

 

(7) SACRISTÁN, Manuel «Cuatro notas a los documentos de abril del Partido Comunista de Checoslovaquia». Prólogo a: DUBCEK, Alexander. La vía checoslovaca al socialismo. Barcelona, Ariel 1968. Reimpresa en SACRISTÁN, Manuel.Intervenciones políticas. Panfletos y materiales III. Barcelona: Icaria 1985, pp.78-97.

 

(8) LOPEZ ARNAL, Salvador. «Una conversación con Xavier Folch. Recordando a Sacristán».El viejo Topo, nº. 140, mayo 2000, p 43.

 

(9) La entrevista fue publicada en el número 71-72 de Cuadernos para el diálogo (agosto-septiembre 1969, pp.11-19) y ha sido reimpresa en SACRISTÁN, Manuel. Intervenciones políticas, op. cit., pp.239-261.

 

(10) Puede consultarse en los papeles depositados en Reserva de la Universidad de Barcelona, Fondo Sacristán.

 

(11) El 23 de febrero de 1978 Sacristán participó en una mesa redonda sobre el estalinismo celebrada en el salón de actos del convento de los padres Caputxins de Sarrià, lugar donde años antes se había constituido el SDEUB. Su intervención central fue transcrita por J.R.Capella y publicada con el título «Sobre el stalinismo» en mientras tanto, nº 49, 1990, pp.147-157. El interesante coloquio que siguió a las intervenciones iniciales permanece inédito.

 

(12) SACRISTÁN, Manuel «La significación de los movimientos estudiantiles en los países capitalistas occidentales».Nous Horitzons , otoño 1968, pp. 45-48. Firmado con el seudónimo de R.Serra.

 

(13) SACRISTÁN, MANUEL. «A propósito de El futuro del partido comunista francés «. Mayo de 1969. Puede consultarse en el Fondo Sacristán de la UB.

 

(14) SACRISTÁN, Manuel. A propósito del «Eurocomunismo». Barcelona: Icaria, 1985, pp.196-207.

 

(15) Puede verse entre los anexos de la tesis doctoral de Miguel Manzanera y en el archivo histórico del PCE.

 

(16) Conversación citada en nota 2.

 

(17) Véase tesis doctoral de Miguel Manzanera.

 

(18) SACRISTÁN, Manuel.El orden y el tiempo. Madrid: Trotta, 1998. Edición a cargo de Albert Domingo Curto.

 

(19) SACRISTÁN, Manuel. M.A.R.X. Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres. Barcelona: El viejo Topo, 2003, pp.57-61.

 

(20) LOPEZ ARNAL, Salvador y DE LA FUENTE, Pere. Acerca de Manuel Sacristán, op. cit, pp.548-558.

 

(21) La referencia a esta reflexión de D.Folch puede verse en FERNANDEZ BUEY; F.Su aventura no fue de ínsulas sino de encrucijadas. mientras tanto , nº 30-31, 1987, p.61.

 

(22) Véase Ibidem, pp.57-80.

 

(23) En una conferencia «Sobre Lukács», impartida en abril de 1985, al referirse a Adorno y a sus discípulos, Sacristán hizo una sentida referencia a la directora de konkret, a quien conoció durante su estancia en la Universidad de Münster y de quien preparó, para Anagrama, una Pequeña Antología: «(…) algunos otros personajes, sobre todo uno que a mí me conmueve mucho -y supongo que cuando sea muy viejo y ya me esté muriendo todavía la recordaré con dolor- que es Ulrike Meinhof, a la que yo conocí en Münster, cuando empezaba a ser roja, todavía no lo era mucho. También fue alumna de él, de Adorno».

 

(24) OVEJERO LUCAS, Félix.La incómoda ortodoxia de Manuel Sacristán.Nuestra Bandera nº 131, 1985, p.8.

 

(25) Entre ellos: «Observaciones al proyecto de Introducción» (1972), «Apuntes de crítica al avant-proyecte» (1974), «Para leer el Manifiesto Comunista» (febrero 1972), «A propósito de El futuro del Partido Comunista francés» (1969), «Sobre la militancia de cristianos en el PC» (invierno 1975) y «Observaciones para una posible reedición del folleto «Por una enseñanza democrática» (1975).

 

(26) Véase FERNANDEZ BUEY, Francisco. «Sobre la evolución política de Manuel Sacristán». Papeles de la FIM (en prensa).

 

(27) Sobre la cuestión de lenguaje en la tradición puede verse la carta de la redacción de mientras con ocasión del primer centenario de Marx. Ahora recogida en Escritos sobre El Capital (y textos afines). Barcelona: El viejo Topo (en prensa). Edición de Salvador López Arnal.

 

(28) SACRISTÁN, Manuel.Sobre Gerónimo.Barcelona: Montesinos-Biblioteca de divulgación temática (en prensa)

 

(29) DOMÈNECH, Antoni. Sobre Manuel Sacristán (apunte personal sobre l hombre, el filósofo y el político). mientras tanto , nº 30-31, 1987, p.96.

 

(30) SACRISTÁN, Manuel. A propósito del «Eurocomunismo». Barcelona: Icaria, 1985, pp.196-207.

 

(31) «Manuel Sacristán o el potencial revolucionario de la ecología». En: Entrevistas a Manuel Sacristán. Madrid: Los libros de la Catarata (en prensa). Edición de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal

 

(32) SACRISTÁN, Manuel. Panfletos y materiales I. Barcelona: Icaria, 1983, p. 305

 

(33) SACRISTÁN, Manuel. «En la presentación del libro de Alfonso Carlos Comín Cristianos en el partido, comunistas en la Iglesia«, Panfletos y materiales III. Barcelona: Icaria, 1985, pp.208-210.

 

(34) SACRISTÁN, Manuel. La militancia de cristianos en el partido comunista. Materiales, nº 1,1977,p. 104

 

(35) «Correspondencia entre Manuel Sacristán y Félix Novales». mientras tanto, nº 38, 1989, p.159.

 

(36) Véase SACRISTÁN, Manuel.Sobre Gerónimo.Barcelona: Montesinos (en prensa). Edición de Salvador López Arnal

 

(37) CHEJOV, Antón P.»El pabellón número 6″.Cuentos imprescindibles. Barcelona: Lumen, 2002, p.195.

 

 

 

Nota: Esta comunicación fue presentada al primer congreso sobre la Historia del PCE celebrado en Oviedo.