Quien fue dos veces rey de Camboya, Norodom Sihanouk, es destacado en un sitio de Internet de noticias sobre personajes causantes de caos y males diversos. Una autobiografía recién aparecida ayuda a entender algunas razones de su celebridad.
En el sitio Sobaka, «su proveedor en línea de violencia mundial», hacen compañía a Sihanouk narcotraficantes birmanos, señores de la guerra de Afganistán y líderes rebeldes de Chechenia.
No es demasiado difícil comprender por qué Sihanouk, de 82 años, ha ganado semejante distinción que lo ubica en una liga inalcanzable para la mayoría de los líderes políticos de Asia sudoriental y para las monarquías asiáticas más formales.
Después de todo, las vueltas de su vida desde que fue coronado rey con 18 años, le han dado un nuevo significado a la palabra «destreza». Fue monarca dos veces (1941-1955 y 1993-2004), abdicó otras tantas, fue príncipe, primer ministro en más de una ocasión y hasta presidente.
Aparte de ostentar un récord mundial sólo por la cantidad de identidades y cargos políticos que asumió, Sihanouk también puede considerarse un esteta: realizador cinematográfico, creador de canciones, pintor, saxofonista y cantante de baladas de Tom Jones.
No sorprende que Sihanouk se haya convertido en un éxito entre las hordas de corresponsales extranjeros que confluyen en el sudeste asiático buscando historias sobre la Guerra de Vietnam y los conflictos derivados de ella, como la destrucción de Camboya. Y el rey más colorido de Camboya no desilusiona a los escribas visitantes.
Lo que a menudo ha quedado sin respuesta entre las canciones y las danzas políticas con las que Sihanouk entretuvo al mundo, fue en beneficio de qué causa se explica su despliegue vital, si en el suyo propio o en el de una nación luchando por ser independiente.
Un nuevo libro que se suma a la literatura política del sudeste asiático ayuda a llenar una parte de ese vacío, especialmente porque fue escrito por el irreprimible ex monarca en persona.
«Shadow Over Angkor» («Sombras sobre Angkor»), con las memorias del monarca, es publicado en inglés por primera vez. El traductor del volumen de 295 páginas es Julio Jeldres, un chileno que fue confidente de Sihanouk desde principios de los años 80, trabajando como su secretario privado y luego nombrado embajador.
Sihanouk no fracasa en su afán de entretener, aunque el aspecto narrativo muestra falta de vuelo literario. Pero el relato en primera persona que no es chato ni estéril, como el estilo común de los escritos de la realeza de la región.
Así, puede referirse con humor a su abuelo materno, quien tenía «sesenta y tantas amantes», o relatar que su padre conquistaba hermosas »doncellas extranjeras o del Jemer (Rojo) que vivían en nuestra capital, pero también en Saigón y Hanoi».
Y hasta deja planteada la cuestión de si él mismo no es un «loco» o un «degenerado», debido a los casamientos consanguíneos de la realeza camboyana.
Los primeros años de Sihanouk revelan el mundo especial que los colonizadores franceses habían creado para las elites y la clase dominante en sus tres colonias de la entonces Indochina: Vietnam, Camboya y Laos.
Evocando esa época de inocencia, Sihanouk recuerda la camaradería entre los jóvenes estudiantes de Indochina, las ocasiones en que se enamoró de sus profesoras francesas y el tiempo en que «la política era dejada en la puerta».
Pero de ahí en adelante la política pasa a un primer plano, y Sihanouk intenta presentarse a sí mismo como el salvador de su nación, deseoso de verla avanzar tras el fin de la dominación francesa, y determinado a mantenerla neutral durante la guerra fría y el conflicto en el vecino Vietnam.
Lo que emerge de ese período apronta el terreno para el mensaje que Sihanouk quiere transmitir: que ama profundamente a su país y a su pueblo.
En ningún fragmento del libro ese mensaje es mejor transmitido que en el descenso de Camboya al caos y la carnicería de los años 70, cuando Sihanouk fue derrocado por un golpe de Estado, seguido por implacables ataques aéreos estadounidenses sobre las zonas rurales, el genocidio perpetrado por el régimen del Jemer Rojo (1975-1979) y la posterior ocupación vietnamita.
La importancia de ser Sihanouk proviene de esa fase de su vida, que pasó exiliado en China y en Corea del Norte, y confinado por el Jemer Rojo en uno de sus palacios.
Más que cualquiera de los hombres fuertes o dictadores que gobernaron Camboya, Sihanouk se esforzó por restablecer la paz y la normalidad en una nación ensangrentada.
«Aquellos que me conocen saben que tengo un concepto demasiado elevado de mi rango, de mi rol histórico y de mis deberes para con mi pueblo», dice en un capítulo para justificar su hostilidad hacia los líderes golpistas de 1970.
Discrepa de quienes lo acusaron de montar un boicot contra los nuevos líderes de Phnom Penh por su «espíritu de venganza», de la misma manera que desestima a quienes le endilgan haberse guiado siempre por su propio interés e instinto de preservación.
El análisis de Sihanouk sobre los desafíos políticos que se le plantearon –como la compleja relación con el régimen del Jemer Rojo del que fue inicialmente aliado– revelan a un hombre que se rehúsa a ser vencido.
Su arma secreta en esos períodos parece haber sido, entre otras cosas, su capacidad para el ridículo.
«Shadow Over Angkor» expone así el humor con que Sihanouk veía el gran juego de la política internacional a expensas de Camboya.
Por ejemplo, cuando un alto funcionario del gobierno de Estados Unidos se horroriza al enterarse de que la realeza camboyana había mezclado el dinero dado por Washington con recursos de las arcas de Corea del Norte para pagar un viaje al país americano. «Fue muy divertido y no paré de reírme», escribe.
Pero si Sihanouk esperaba que este libro ayudara a acallar preguntas sobre sus verdaderos motivos, entonces se quedó corto.
Es una figura demasiado central en la trágica historia de su nación como para emerger sin manchas. Demasiadas muertes ocurrieron para que un hombre –aun o sobre todo un rey– saliera oliendo a rosas.