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Cronopiando

Sin nombres y sin verbos

Fuentes: Rebelión

Miles de manifestantes protestaban recientemente contra la guerra de Iraq en muchas ciudades de Estados Unidos. Y entre otros aspectos me llamó la atención que rescataran para la memoria de Occidente los nombres y apellidos de los iraquíes muertos desde hace cuatro años, desde que George W. Bush y sus acólitos emprendieran su canallesca agresión. […]

Miles de manifestantes protestaban recientemente contra la guerra de Iraq en muchas ciudades de Estados Unidos. Y entre otros aspectos me llamó la atención que rescataran para la memoria de Occidente los nombres y apellidos de los iraquíes muertos desde hace cuatro años, desde que George W. Bush y sus acólitos emprendieran su canallesca agresión.

Y es que, decir que en Iraq han muerto alrededor de 600.000 personas, no es decir nada. Son cifras que llegan a nuestros sentidos mientras tomamos café o jugamos con los hijos en nuestro confortable hogar, recostados en el mullido sofá. Son números que hemos oído otras veces asociados a hipotecas, loterías, cotizaciones de Bolsa, derrames de crudo, simples números incapaces de contarnos el horror que esconden.

Todos los iraquíes muertos sin nombre ni historia conocida, no podrían disputar, probablemente, la comprensión y el afecto de los televidentes, si tuvieran que enfrentar el heroico drama personal de un marine de celuloide como, por ejemplo, la teniente Lynch, aquella que, gravemente herida, peleó hasta perder el sentido contra cientos de soldados iraquíes y, tras sobrevivir a torturas inimaginables, huyó de sus captores, comando de rescate por el medio.

A los muertos iraquíes les faltan los nombres, sus caras, los rostros de sus hijos, de sus padres, los sueños que tenían, los amores que andaban, les falta la vida que nunca muestran los números en su fría y neutra exposición, la vida que sólo les fue restituida el día de su muerte para anunciar la cifra de su defunción.

Por ello no duelen, no importan, porque no se conocen.

Se conoce sí que por ahí anda la teniente Lynch, todavía avergonzada de la patraña que en su nombre urdieron algunos estrategas del Pentágono y la CIA. Hasta que la teniente no soportó más la falsedad de la historia y acabó reconociendo que se rindió, que siempre fue bien tratada y atendida de la herida, que a esos cuidados debe seguir con vida, que ni siquiera estaba custodiada cuando, supuestamente, la rescataron del hospital en que convalecía.

Nadie ha oído una sola historia de cualquiera de esos 600.000 iraquíes muertos, ni siquiera una historia que resultara tan mendaz como la descrita, cualquier historia.

Hablamos de miles, de decenas de miles, de centenares de miles de muertos como si habláramos de tomates, de huevos, de nuevos usuarios de Internet.

No tienen nombre y tampoco verbo, cada vez que un busto parlante de esos que simulan gestos humanoides por la televisión, nos informa que hay cien iraquíes que han perdido la vida en el estallido de la bomba, que hay 6 mil niños y niñas que mueren todos los días en el mundo por consumir agua en mal estado, o que hay 300 millones de niños y niñas sin escuela ni hospital, o que hay 400 millones de niñas y niños maltratados, además de sin nombres los deja sin verbos. ¿Cómo que hay? ¿Por qué es que hay? ¿De dónde es que hay? ¿Qué se puede hacer con lo que hay? ¿Por qué dejar que sólo el verbo haber nos cuente la noticia? ¿Por qué no todos los muertos tienen nombre?

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