«Sin tiempo liberado de la mediación económica no hay democracia» (Jorge Moruno) En la etapa histórica que nos ha tocado vivir, el ruido y el ritmo mediático son frenéticos a la par que cambiantes. Este hecho dificulta el estudio y el análisis del presente, pues la maraña de particularidades impide ver las generalidades, esto es, […]
«Sin tiempo liberado de la mediación económica no hay democracia» (Jorge Moruno)
En la etapa histórica que nos ha tocado vivir, el ruido y el ritmo mediático son frenéticos a la par que cambiantes. Este hecho dificulta el estudio y el análisis del presente, pues la maraña de particularidades impide ver las generalidades, esto es, es casi imposible separar la paja del grano. En este contexto, resulta difícil encontrar intelectuales que se suban al tren en marcha y a la vez sean capaces de tener una perspectiva histórica, de modo que nos faciliten herramientas para entender lo que pasa y ver hacia dónde vamos. Pues bien, el autor de la obra que traemos a continuación es uno de esos pocos intelectuales de los que hablamos.
Jorge Moruno es sociólogo y escritor, además de haber sido responsable de discurso en Podemos. En el 2015, publicó una obra que destacaba por su originalidad, al menos en nuestro país, La fábrica del emprendedor. Trabajo y política en la empresa-mundo (AKAL), en la que analizaba de forma amplia y con recorrido histórico la forma que tenemos de entender el trabajo. Otra vez de la mano de AKAL, Moruno publica No tengo tiempo. Geografías de la precariedad, libro en el que sigue profundizando en los aspectos centrales de su texto anterior.
¿Cómo entendemos el tiempo? O más bien, ¿cómo lo ordenamos? Siguiendo al autor, y atendiendo al proceso histórico, el tiempo tal y como lo entendemos ha avanzado «a la par que se extienden las relaciones sociales capitalistas». Esto significa que, «en lugar de medir el tiempo partiendo de la duración de los hechos», en las sociedades capitalistas «el tiempo abstracto mide aquello que se hace; la actividad», distanciándose totalmente de los acontecimientos. Así, a diferencia de anteriores formas de organizar las sociedades, en nuestra época, el trabajo es «la principal forma de mediación social».
La tesis principal del libro, esencial en el pensamiento del autor, es que nos encontramos ante una profunda crisis de la sociedad del empleo, que no es más que una forma de ordenar el tiempo propia de una determinada época histórica. Concretamente, estamos ante la ruptura del «contrato social basado en el tiempo gastado y el trabajo remunerado», es decir, la forma que tenemos de entender el trabajo desde la modernidad ha entrado en crisis. En efecto, la lógica en la que se inserta nuestra forma de entender el trabajo es la de extracción de rentabilidad privada, en la que las necesidades humanas son secundarias, por lo que «todo trabajo que no tenga como finalidad el cambio no es una actividad productiva. Bajo este enfoque, una persona que cuida de sus hijos es improductiva; la misma persona, si trabaja en una escuela infantil, es productiva». De esta forma, como señala Moruno, en una sociedad en la que la mayor parte de la población tiene que vender su fuerza de trabajo a un tercero para para sobrevivir, si no consigue venderse, no es nada.
En consecuencia, aquí tocamos el punto central de dicha crisis, pues una sociedad que gira alrededor del empleo y en la que resulta cada vez más difícil emplearse, lleva a la precarización del empleo y, por tanto, de la vida. Cada día se produce más riqueza con menos trabajo humano, esto es, cada vez se necesita menos empleo, pero necesitamos emplearnos para sobrevivir. Así mismo, subordinamos más nuestra vida a la producción, no tenemos tiempo, «no nos da la vida». La competitividad en la que nos vemos envueltos nos hace girar en una rueda de hámster, corriendo detrás del empleo: haciendo infinidad de cursos, aceptando prácticas sin remunerar o trabajando gratis por adquirir experiencia, «reciclándonos» continuamente, estando disponibles en todo momento, etc. En palabras de Moruno: «tiempo que no se tiene porque el trabajo se come la vida, y la vida cotidiana queda subsumida bajo el mercado».
Así, como afirma el autor, el embudo del empleo hace que cada vez se mercantilicen más espacios de nuestra vida y que, además, la línea entre la producción y el consumo, la vida privada y la pública resulten más difusas. La falta de tiempo abre la puerta a que la lógica del mercado acceda a espacios antaño impensables: desde las aplicaciones que nos pasean el perro hasta alquilar tu piso alquilado mientras duermes en casa de tus padres, pasando por el «todo» a domicilio. Parafraseando a Moruno, «el trabajo avanza hacia una total asociación entre la intimidad y lo público, hacia una «integración» de la vida laboral y familiar, entre las vacaciones y el trabajo, hacia una fusión entre lo que te pide el trabajo y lo que uno es». El centro de trabajo como tal, se difumina con el espacio de nuestra vida. Dada la confusión entre producción y consumo que observamos a día de hoy en tantos espacios, «uno no desinstala el Telegram o el WhatsApp, no se libera del móvil-oficina (tampoco desaparece de la cabeza), no solo porque sea condición tenerlo enchufado; no lo desinstalas porque tienes tu vida ahí, porque es con el móvil con quien más horas pasas. Pareciera que no se puede desvincular la vida de la producción, hacerlo supondría desinstalar toda la construcción relacional de las vidas». De esta forma, el nuevo loser es el don’ter, es decir, aquel que no está ocupando su tiempo en ganar dinero, crear contactos, hacer cursos, etc.
De la misma forma, como nos demuestra Jorge Moruno, las redes sociales parasitan nuestro tiempo, pues consumimos y producimos a la vez: al subir una foto, un comentario, etc. La soledad y el individualismo se muestran de una forma terrible, las relaciones sociales se han mercantilizado al relacionarnos a través de las propias redes: no tenemos tiempo para quedar y cuando quedamos una parte importante del tiempo es para el smartphone. Nos relacionamos a través de objetos y nos plegamos totalmente a ellos en el dominio absoluto del «fetichismo de la mercancía», pues «los seres humanos nos relacionamos como si de una relación entre cosas se tratase, al mismo tiempo que la relación entre las cosas adopta las formas de las relaciones sociales».
Todo este caos vital está hilado por una ideología individualizadora, propia de la etapa neoliberal, que nos invita a ser empresarios de nosotros mismos, a perseguir nuestro sueño, a reciclarnos, a ser flexibles, a adaptarnos siendo empleables y, en definitiva, a individualizar un problema colectivo: el de la crisis sociedad del empleo. Así, siguiendo a Moruno, «la naturaleza de la ideología es, precisamente, la ideología hecha naturaleza. Aparece directamente como vivida, experimentada, sin pasado ni futuro, sin principio ni final, como una meseta, solo en su forma presente aparece inalterable y estable en el tiempo». En este marco, vivimos como autómatas atrapados en un bucle temporal bajo la ilusión de la libertad, pero en palabras del autor, «vivimos en un modelo de sociedad donde la elección se reduce a aquello que se puede comprar, esto es, todo, salvo elegir el propio modelo que lo condiciona todo».
En definitiva, en este breve pero intenso ensayo sobre cómo entendemos el tiempo en nuestra sociedad actual, Jorge Moruno nos proporciona herramientas para iluminar el interregno histórico que vivimos, en el que la sociedad del empleo se desmorona. En consecuencia, la época de pleno empleo propia de la etapa fordista de posguerra se ha acabado y no va a volver. Construir un futuro que nos libere del tiempo sometido a la lógica de la mercancía pasa por imaginar, producir y luchar por nuevas formas de organizar el tiempo de vida.
Fuente original: https://www.revistatorpedo.
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