El mes de septiembre terminó en Iraq con uno de esos récords con los que a menudo simplificamos las tragedias ajenas: 365 muertos, el número más elevado en un mes desde hace dos años. Queda la cifra y no el contenido, las razones por las que la violencia está a la orden del día, los […]
El mes de septiembre terminó en Iraq con uno de esos récords con los que a menudo simplificamos las tragedias ajenas: 365 muertos, el número más elevado en un mes desde hace dos años. Queda la cifra y no el contenido, las razones por las que la violencia está a la orden del día, los motivos que, por lo visto, hacen imposible evitar esas cadenas de atentados por todo el país.
Pero en Iraq ocurren más cosas. Se están dando pasos definitivos para que la resistencia política y armada que no ha dejado de combatir desde que en 2003 comenzó la ocupación estadounidense y británica, adquiera ahora una forma diferente.
En Bagdad también hay una plaza Tahrir, en la que desde hace semanas se reúnen ciudadanos hartos de la destrucción, la inestabilidad y las dificultades cotidianas por no tener lo mínimo. De hecho, en muchas otras ciudades del país hay plazas Tahrir, ‘de la Liberación’, y, a pesar de las dificultades y las amenazas, se siguen ocupando, porque, como ha ocurrido en países donde se ha derribado el régimen opresor, los ciudadanos ya no tienen nada que perder, y sí todo que ganar, empezando por una vida digna, si persisten en su empeño. La muerte forma parte del día a día de los iraquíes; no será ese posible desenlace el que los haga quedarse en casa. Por eso, la resistencia organizada es cada vez más visible en las calles de Iraq.
El enemigo de la resistencia iraquí ya no es Estados Unidos, a pesar de que permanecen desplegados en el país unos 25.000 militares, sino Irán y el Gobierno de Nuri al-Maliki. En los últimos días se han registrado ataques en los que la resistencia ha dado un giro, ya que ha concentrado su lucha en terminar con el Gobierno actual por considerar que es una mera continuidad de la destrucción y corrupción que instauró la ocupación.
¿Quiénes son los Shabab, los jóvenes, iraquíes que lideran la revolución? ¿Quién los organiza? ¿Quién los financia? Las acciones que están emprendiendo y su capacidad de movilización indican que no se limitan a ser derivadas de la resistencia política y armada, es decir, los reductos del partido Baaz junto con movimientos religiosos de todas las tendencias (con una visión no sectaria, similar a la que existía durante la dictadura de Saddam Husein); por el contrario cada vez se observa con más claridad que son una corriente con personalidad propia, que trabajan por lo mismo pero con métodos diferentes, con una visibilidad distinta, pero con un mismo objetivo. Se ayudan y en las próximas semanas podrían dar pasos definitivos para consolidar una lucha que, a pesar de haber quedado a veces oculta bajo los atentados y las dificultades cotidianas de Iraq, sigue igual de latente que el primer día, en febrero de 2011. El caos y la imposibilidad de reconducir el presente de Iraq hace que se estén registrando excesos en todos los campos, también en el de la cultura. Omar Yafal recogía esta semana en As-Safir el testimonio de un librero de la calle al-Mutannabi después de que quedara reducida a escombros la que fuera un oasis de librerías, con nombre de poeta, en medio de una ciudad salvaje: «Más de 40 operarios de limpieza y agentes de seguridad del Ayuntamiento de Bagdad cercaron la calle para acabar con los silenciadores de los libros y los coches bomba de la cultura. Se llevaron por delante poemarios, novelas, libros de crítica y pensamiento como se arrastran los desechos de una batalla demoledora». Y recordó que la campaña Soy iraquí, luego leo se ha quedado sin hogar, sin ese punto de encuentro que durante casi 10 años logró mantenerse, después de las vicisitudes de un embargo que menguó la capacidad de lectura de los iraquíes.
Por su parte, impresionan los testimonios crudos, concisos, hirientes de los menores sirios que han logrado huir del infierno que existe en la mayor parte de su país y, desde los campamentos de refugiados de Estados vecinos, han relatado a la organización británica Save the Children el horror con el que tendrán que convivir el resto de sus vidas.
La pequeña terapia que les ofrecen no les permitirá superar lo ocurrido pero obliga a que no los olviden los que se declaran cansados de que los días en Siria se hayan convertido en una repetición de muertos, heridos, bombardeos, enfrentamientos y ataques.
Las aulas de las escuelas reconvertidas en salas de tortura o en lugares donde han permanecido aislados durante días, se acumulan en los menores sirios en forma de imágenes y de sufrimiento; demasiado sufrimiento para que todavía crean que volverán a estar a salvo, que el futuro existe. Aun así, leyendo los relatos, los insultos y los tremendos agravios que sufren los menores en el interior de Siria, da la sensación de que la citada ONG no ha podido hacer una denuncia lo bastante aterradora como para alertar a la comunidad internacional, a todos los que se limitan a observar y llevarse las manos a la cabeza, a los que ya no quieren ver más vídeos subidos a Youtube por los activistas para no amargarse el día, de que la conquista no solo del futuro sino de su presente es casi una utopía para miles de niños sirios. Pero lo cierto es que la edad no ha hecho que el régimen de Bashar al-Asad distinguiera entre los que lo cuestionan. Desde la detención y la tortura hasta la muerte de los chavales que se atrevieron a pintar en un muro de Deraa (al sur del país) que querían la caída del régimen, a las detenciones arbitrarias y a la utilización como escudos humanos de niños para entrar en las zonas que controla en Ejército Sirio Libre, los menores se han convertido en un arma demasiado fácil para presionar a los que están dispuestos a llegar hasta el final.
Hace semanas que la violencia se ha asentado por todo el territorio sirio, pero con el paso del tiempo es posible vislumbrar qué ciudades serán clave para el desenlace final del conflicto. La llamada batalla de Alepo, explica Abdelwahab Baderján en Al-Hayat, «ha demostrado la incapacidad del régimen para poner fin al combate y que la naturaleza de la crisis ha cambiado. Es cierto que el régimen es superior a la oposición en cuanto a armas pero las pérdidas previstas lo obligan a evitar una guerra de guerrillas costosa. Poner fin a la batalla de Alepo exige hacerse antes con Damasco y sus alrededores, algo difícil de conseguir». Y en el mismo periódico Gazi Dahmán apunta que la crisis siria podría salir del actual atolladero con «un pacto similar al acuerdo libanés de Taif» (acordado en Arabia Saudí y que en 1989 puso fin a la Guerra Civil, estableció nuevas relaciones entre Líbano y Siria, y planeó la retirada gradual de los militares sirios; fue un pacto nacional para establecer un sistema político, que sigue vigente, en el que estuvieran reflejadas todas las tendencias religiosas del país), después de comprobar que las soluciones puestas en marcha en las revoluciones de Egipto, Túnez, Libia o Yemen no son aplicables a Siria. «Parece que ese modelo de solución es el que mejor se adapta a la realidad internacional actual, en la que muchos países no están dispuestos a meterse en la crisis siria y prefieren que se solucione sola. Puede que Lajdar Ibrahimi -enviado especial de la ONU y la Liga Árabe para Siria-fuera elegido precisamente por eso, por su capacidad para lograr ese tipo de soluciones gracias a su experiencia en Líbano e Iraq».
También en Siria se ha resaltado durante esta semana una cifra que debería imponer una solución que nadie parece tener: más de 300 muertos en un solo día, un nuevo récord para los 18 meses de revuelta. Hace menos de dos meses un ciudadano de Marea, al norte de Alepo me explicaba durante el funeral de un oficial del Ejército Sirio Libre que la vida de sus conciudadanos se ha convertido en «un interruptor» que se apaga sin que nadie proteste, sin que se haga ruido; sin que ese gesto definitivo, que implica una vida menos, esté cambiando la actitud y el planteamiento de los que deciden. Contaba aquel hombre que no les da tiempo a despedirse, que están quedando en el olvido demasiadas vidas, que incluso ellos, que padecen las pérdidas, se ven obligados a asumir que no son capaces de proteger ni valorar millones de interruptores.
Fuente original: http://www.aish.es/index.php/es/carlafibla/analisis-regional/3724-siria-e-iraq-se-reparten-la-violencia