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La respuesta de Joan Farraté a Xavier Folch

Sobre la persecución y detención policial del autor de Les dones i els dies (IV)

Fuentes: Rebelión

Para Jordi Torrent Bestit Una semana después de la réplica del director de Edicions 62 a la entrevista publicada en el matutino diario independiente, Joan Ferraté (JF) [1] respondía a su vez a Xavier Folch [2]. Era el 8 de junio de 1986. Lo hizo con un artículo, sin las urgencias e improvisación que acaso […]

Para Jordi Torrent Bestit

Una semana después de la réplica del director de Edicions 62 a la entrevista publicada en el matutino diario independiente, Joan Ferraté (JF) [1] respondía a su vez a Xavier Folch [2]. Era el 8 de junio de 1986. Lo hizo con un artículo, sin las urgencias e improvisación que acaso exigieron su entrevista periodística con Rosand Arqués y Antoni Munné para El País en mayo de 1986, nueves meses después del fallecimiento de Manuel Sacristán.

El preámbulo de la réplica no merece ser pasado por alto. No hacía falta que se pelearan Folch y él, señala JF. Xavier Folch creyó que era necesario defender a un amigo [Sacristán] que ahora estaba muerto, a quien admiraba y todavía quería, y él había aprovechado la entrevista que le hicieron Arqués y Munné para defender a su hermano que también llevaba «ocho años muerto cuando Sacristán escribió los «papelitos» que Servià incluyó en su libro». Por ello, afirma o incluso parece inferir JF, era obvio que Sacristán era quien había iniciado con su ataque, «que nadie le había pedido», esta sucesión de defensas y réplicas. Dejémoslo estar, concluía JF, «todos hemos cumplido con nuestro deber de ponernos al lado de nuestros parientes o amigos, y esto es lo que cuenta».

Blanco sobre negro: ponerse al lado de los parientes o amigos, ésta es la cuestión. Será eso.

Más allá del error en el cómputo de los seis años transcurridos (1972: muerte de Gabriel Ferrater; 1978: edición del libro de Servià), ¿ataque de Sacristán? ¿Qué ataque? ¿Sacristán como instigador de todo el proceso de notas y réplicas? ¿No fue Josep-Miquel Servià quien, con su premiado libro, retomó la figura de Gabriel Ferrater y, con ello, lo sucedido en febrero de 1957? ¿Fue Servià algún agente literario al servicio de un Sacristán que recientemente había regresado a la Universidad de la que había sido expulsado una década atrás? ¿No fue Carlos Barral en sus Memorias quien se había referido también, como no podía ser de otra manera, a la detención policial de Ferrater y al positivo papel de Sacristán, cuyas dimensiones reales ciertamente desconocía, en aquel lamentable asunto?

No es una entrevista, insisto, es un artículo meditado, escrito por un filólogo, traductor y crítico literario de enorme prestigio y de obra académica reconocida.

JF defiende a continuación, con ligeras vacilaciones, los pasos conflictivos de la entrevista con Arqués y Munné. Así, aquel «se entendió [Sacristán] espléndidamente con el señor Creix». Usa para ello una singular vía argumentativa. Su intención, señala, y parece evidente que espera que el lector/a le siga por este sendero, que en este momento no está practicando «literatura corrosiva» o de despiste, la intención de JF, según él mismo, era cargar «de humor negro y de sarcasmo grotesco» su descripción, de manera que el lector de la entrevista se hiciera cargo del pésimo escenario en el que se tuvo que encontrar Sacristán: «tener que interpretar el papel de interlocutor respetuoso, en un diálogo de tú a tú, entre caballeros españoles» con ese grumo de vileza que era Creix, añade JF, uno de los comisarios fascistas destacados de la Laietana de Barcelona.

JF pide nuevamente disculpas a Folch por su «imaginación verbal». ¿Qué imaginación? La de: «papel de caballero español entre caballeros españoles». ¡Qué magnífica ostentación imaginativa la de JF! ¡Qué expresión tan inocente, tan afable! ¡Qué alejamiento sideral de cualquier intención, esta sí grotesca, con su nueva práctica de «humor negro y sarcasmo grotesco», con su literatura corrosiva de alto copete y estatus elevado! ¡Tan ingenuo, recto, sabio y bondadoso como el buen salvaje de Rousseau!

Por lo demás, ¿cómo supo JF que ese fue el guión y diálogos de aquel encuentro que no fue, sin duda, puro ni simple teatro? Porque lee como cree más oportuno un paso de las Memorias de Barral que le viene como un guante a medida en una mano muy habituada a esos menesteres hermenéuticos. Aún más: el recuerdo de Carlos Barral, que tampoco estuvo en el escenario de la obra, «una inesperada sesión paternalista en la que la confesión de Manolo convirtió el previsto careo», coincide con lo que JF recuerda que le comentó Sacristán, acaso en la misma conversación que recuerda el que fuera senador Real, cuando se vieron después de la salida de la comisaría de Laietana… ¡32 años atrás! ¡Qué memorión tan privilegiado! Y sin papeles innecesarios. Por lo demás, ¿qué puede significar exactamente «sesión paternalista», una expresión que acaso pudo usar Sacristán en su descripción de lo sucedido horas después?

Será eso sin duda. Si lo dice Barral, que solía tener una memoria veraz y fidedigna como se probó en el caso de la traducción aparente del griego de Sacristán del libro de los presocráticos, y si también JF recuerda con tanta exactitud, a pesar de la lejanía en el tiempo, esa descripción de Sacristán, a la que este nunca jamás hizo referencia pública, no puede haber ni tan siquiera una ligera sombra de duda. No vale la pena abonar ese sendero de duda.

Por lo demás, y dicho sea entre paréntesis, sabido es que las conexiones del padre de Sacristán con algunos sectores del Régimen en Barcelona no eran marginales. No es de extrañar, cosa que ignoro, que su padre interviniera directa o indirectamente en una circunstancia así, si supo, no creo que por boca del propio Sacristán, lo que iba a pasar la tarde de aquel lunes después de que su hijo acabara de impartir sus clases en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona. Sacristán vivía entonces en el domicilio familiar de Paseo de San Juan, entonces llamado «Paseo del General Mola». Alguna llamada desde alguna jerarquía alta o media pudieron hacer desistir a los dos Creix, o alguno de ellos, del lanzamiento de toda su pesada y fascista artillería contra Sacristán. Este, después de reconocer su autoría, aún no fichado en aquel entonces, pudo señalar que el artículo le había sido solicitado por alguna vía académica y que él no conocía muy bien dónde iba a se editado. Nadie le dio detalles sobre ello. El título, y el contenido del trabajo que probablemente Creix no leyera con detalle, apuntan a que no sería fácil su conversación con el comisario torturador. Nada fácil. En su entrevista con Servià, recuérdese, Sacristán señalaba sobre este vértice: «Puede arreglar las cosas, aunque tuve que jugar demasiado fuerte. Convencí a la policía de que el autor de aquel artículo era yo, y además quedé en libertad (…)». De todos modos, añadía, aquel fue «el más difícil de todos los interrogatorios que me han hecho en la Brigada Social» (la BPS), interrogatorio, recuerda sin precisar más detalles, que «me hizo bastante daño años más tarde», sin precisar Sacristán exactamente a qué detención posterior se estaba refiriendo.

Después de todo ello, después de este preámbulo, y de apuntar que él tenía todo el derecho del mundo a hacer literatura corrosiva, faltaría más, JF señala, y el paso no debe olvidarse, que «puedo añadir ahora [junio de 1986] que tanto Gabriel como yo quedamos [febrero 1957] muy contentos al ver cómo Sacristán se había comportado aquel día, y que nuestra estimación por él quedó muy reafirmada con ello. ¿Era necesario que lo apuntara?»[el énfasis es mío]

Acaso sí, acaso hubiera sido necesario decirlo explícitamente en la entrevista de mayo. Sea como fuere, de lo dicho hasta este momento, lo que puede inferirse es que el comportamiento de Sacristán, según el hermano de JF y según el propio JF, alguien que no sólo se mostró poco afable con Sacristán en esta ocasión sino en otros momentos posteriores, fue intachable, infrecuente, sin objeciones. Punto y aparte.

Queda entonces, el mismo JF lo apunta así, una cosa, sólo una cosa pendiente: por qué Sacristán comentó lo que comentó veinte años después de lo sucedido en el libro de Servià, descolgándose con toda «una serie de mentiras», se pregunta JF, mentiras que ciertamente no documenta acaso porque no esté en condiciones de documentarlas. Sólo rige, en la entrevista anterior, y en el artículo que ahora estamos analizando, su memoria, sus recuerdos sobre lo sucedido, sus conversaciones personales con éste o aquél, el libro de Memorias de Barral, y sus conjeturas sobre sucesos que no vivió ni directa ni incluso indirectamente.

JF vuelve de nuevo a la carga, con su usual caballería, a propósito de estas anunciadas mentiras de Sacristán. El vio en comisaría el texto mecanografiado del artículo, y fue eso, y no otra cosa (por tanto, ni el estilo del artículo ni su temática) la que le hizo pensar en Sacristán. JF encuentra contradictorio ese recuerdo veraz, el suyo of course, con lo afirmado por Sacristán en su conversación con Servià: «Yo había entregado el artículo hacía tiempo el aparato clandestino del PSUC. Ellos lo habían pasado a otro papel, a otra máquina, como es natural». ¿Por qué se contradicen ambas miradas? ¿Dónde está el nudo de esta contradicción? Sobre la firma, «Víctor Ferrater» según JF, vuelve a insistir de nuevo: él no la vio en el artículo que le mostraron en comisaría sino que supo de ella por lo que le dijo aquella misma mañana de hace 32 años Sacristán cuando fue a visitarle. Es decir, JF recordaba perfectamente, sin necesidad de consultar ninguna nota ni nada por el estilo, que tres décadas antes Sacristán le había dicho que él había firmado aquel artículo como «Víctor Ferrater», nombre que, como se señaló, nunca jamás volvió a usar en tus informes o papeles partidistas.

JF no asegura que Sacristán mintiese. Insiste de nuevo en que el colaborador y motor de Qvadrante y Laye no habla en la entrevista con Servià de su decisiva intervención en lo sucedido. Pero, nuevo giro temático, al no hacer referencia Sacristán a esa intervención suya tan decisiva da la impresión «que él se presentó a la policía espontáneamente cuando fue el caso que yo tuve que empujarle». JF, él mismo lo apuntó en la entrevista con Munné y Arqués, no empujó a nadie. En esta ocasión desde luego. Ofreció a Sacristán la posibilidad de exiliarse y fue éste quien rechazó su idea y sugirió presentarse en comisaría. La información la dio el propio JF en la entrevista, no fue ningún invento ni conjetura ni salto imaginativo de Sacristán.

JF no tiene ni idea, o no quiere tenerla, de lo que significaba ser militante comunista destacado en la España de aquellos años. Podía tenerla desde luego, no era tan difícil. Para cualquier dirigente político, el comportamiento de Sacristán, su entrega a la policía, admirable por su generosidad, hubiera merecido, con razones muy atendibles, una bronca descomunal. Miguel Nuñez, cuando volvió de la operación a la que fue sometido, le argumentaría sin susurros y con voz alzada, sin demasiada cortesía. Probablemente del modo siguiente: a Gabriel Ferrater, golpeado o no, sin negar el mal trago, le hubieran dejado salir al poco tiempo de comisaría porque no tenía mucho que decir que pudiera interesar al fascismo policial; a Sacristán podían sacarle información mediante tortura, como ya lo habían conseguido con otros detenidos en aquellos días, por lo que su entrega no arreglada nada sustantivo y ponía en peligro a otros camaradas con amplio y arriesgado currículo antifascista que vivían en la clandestinidad. Sacristán se arriesgó y arriesgó a otros. Seguramente, como apuntó Núñez en su entrevista con Xavier Juncosa para los documentales de «Integral Sacristán», porque estaba seguro de que no iba a decir nada pasara lo que pasara. Pero el riesgo que comportaba su apuesta, no era insignificante.

Más aún. De pasada, como el que no quiere la cosa, JF añade: le propuse irse al exilio, y él no aceptó. Menos mal, añade, si llega a aceptar «lo hubiera criticado fuertemente, por cómplice o encubridor». Tal cual: JF construye un agresivo contrafáctico ad hoc para arremeter contra alguien que, de hecho, sin contrafáctico alguno y según él mismo ha reconocido líneas arriba, tuvo un comportamiento ejemplar según su propia opinión y la de su hermano Gabriel Ferrater.

¿Qué explicación encuentra JF para dar cuenta, no del comportamiento de Sacristán, sino de la reconstrucción, falsa según él, en su conversación con Servià? Apretemos los dientes. Sabiendo que había hecho el ridículo hacía más de veinte años, con el chiste desafortunado de la firma «Víctor Ferrater», Sacristán pensó que estaba a tiempo de rectificar la historia, de limpiar este mal paso de su historia, que entonces sólo había estado medio escrita en las memorias de Barral, muy interesantes, añade JF, pero más infieles con lo sucedido que la declaración del propio Sacristán a Servià. Sacristán, añade JF, se olvidó de algo esencial en su estrategia de ocultamiento y reconstrucción. ¿De qué? De lo siguiente: que para escribir la historia verdadera aún quedaba alguien que estaba tiempo de escribirla: él mismo, don Joan Ferraté, el memorioso. Ni más ni menos. Además de mentiroso y manipulador, Sacristán era tonto y olvidadizo.

Luego JF precisa a continuación un pasaje de la conversación con Sacristán citado por él en la entrevista, y también por Xavier Folch en su réplica, y hace referencia al verdadero culpable de la detención de Ferrater: la única responsabilidad que cuenta, señala, no es la de la policía franquista sino la de quien hizo «circular entre gente que los policías consideraban de mal vivir un artículo con aquella firma, totalmente arbitraria, y, vistas las consecuencias, totalmente estúpida». No hubo mala fe, admite, pero había que ser cretino para obrar de ese modo [3]. Es obvio que Sacristán no hizo circular ningún papel entre gentes de mal vivir, desde un punto de vista policial-fascista, sino que entregó una colaboración político-cultural a un Partido en el que estaba militando desde hacía 7 u 8 meses, papel que firmó, según él recuerda, como Víctor, no como Víctor Ferrater.

Ni que decir tiene, por lo demás, que la declaración que vale es la suya, la de JF, sin documento alguno, basándose en su memoria, con curiosos y enrabietados contrafácticos, con más de una inconsistencia y sin saber o no queriendo saber del contexto político ni la z ni siquiera la b. Por si hubiese alguna incertidumbre, JF añade: «… del incidente de 1957, no hay nada que me sepa mal… Lo que sí que me parece monstruoso y abominable es que, con una distancia de más de veinte años, Manuel Sacristán lo usase en 1978, después de sazonarlo de mentiras, para su propia cocina destinada a denigrar a Gabriel«. ¡Denigrar a Gabriel Ferrater! Sin añadir una coma, tal cual lo traduzco. JF comenta en tono muy otro, cambio de registro que permite interpretaciones de interés, un comentario de Xavier Folch sobre Gabriel Ferrater y el miedo que pasó en comisaría. Folch se basa, así lo afirma JF, en los testimonios de Sacristán y Octavi Pellisa fechados en 1957. ¿De dónde provienen esos testimonios? De la memoria de JF, no hay otra fuente, que parece matizar su afirmación anterior sobre el comportamiento excelente de Sacristán en 1957.

Después de una referencia, de mal gusto en mi opinión y en su tono de siempre, a «La vida furtiva», a Raimon y al realismo socialismo, muy en su afable línea, JF guarda más pólvora y agente naranja para los compases finales de su artículo. La comparación que Folch establece entre Ferrater y Manuel Sacristán sobre quien los tenía más bien puestos es una «chorrada hispánica». A Sacristán, señala, «le gustaban mucho los toros» (¡vaya por Dios y por el pasodoble torero!) pero, eso sí, no iba por el mundo haciéndose el macho. ¿Quién era entonces Manuel Sacristán? Hic Rodhus, hic salta! Un intelectual, un intelectual metido en asuntos políticos y por tanto, la impecable inferencia es de JF, «claramente frustrado». ¿Frustrado de qué? ¿Estuvieron también frustrados György Lukács, Bertrand Russell o Georgescu-Roegen por poner tres ejemplos distanciados de intelectuales metidos en asuntos políticos?

Ya está completa la reconstrucción joanferratiana: un intelectual frustrado, con compromiso político anexo, al que le gustan los toros y se siente muy español y que debido a su frustración se comporta de forma irresponsable con un intelectual catalán, no hispánico, al que no le gustan los toros ni está metido en política a pesar de su encierro en Montserrat, haciendo circular el intelectual español amante de los toros, y frustrado por su compromiso político un papel entre gentes de mal vivir firmado con el irresponsable nombre clandestino de «Víctor Ferrater».

Sacristán, eso sí, no fue un «xulo». La palabra, reconoce JF, es un castellanismo. Ruega que el lector le perdone. Es el contexto -¡el contexto!- el que le exige el uso de estos términos. ¡Qué barbaridad sintáctica! ¡Qué cambio de registro semántico-político!

Dejémoslo aquí. No es necesario mirar hacia el pasado con ira aunque, ciertamente, motivos no faltan.

Sea como fuere, lo sucedido en aquellos meses exige dar cuenta de otras caras de la persecución policial fascista barcelonesa y explicar algunas torturas a militantes antifascistas que merecen conocerse, con derivadas esenciales, extraídas tras palizas y amenazas, hay cuerpos con constantes históricas, para la reconstrucción de la detención del autor de Les dones i els dies.

PS: No fueron éstas las últimas ocasiones en que JF se refirió a Sacristán. En su presentación de Juan Ferraté, Jaime Gil de Biedma. Cartas y artículos, Barcelona, Quaderns Crema, 1994, p. 17- señalaba: «[…] En fin, sólo en estos últimos años se han publicado referencias más o menos veraces (sic, sin mayor precisión) acerca del intento de alistarse en el partido comunista en el que Jaime no tuvo éxito gracias al papel de ángel de la guarda suyo que en esta ocasión asumió Manuel Sacristán (y sólo en este caso acerté a adivinar lo que nuca llegué a saber: véase mi carta del 22 de agosto de 1962, la que el número 8…)».

JF, nuevamente sin gran conocimiento de causa, vuelve a un lugar común que comentaré en su momento. La carta a la que hace referencia, fechada el 22 de mayo de 1962, puede verse en las páginas 67-69. Un breve fragmento: «[…] Lo malo está en que a los otros; los que harán la revolución por ti, es casi seguro que no les importe nada de ti, no de tu persona física, con tus intereses económicos y tus particulares complejos, a los que tratarán de satisfacer mientras te queda algún talento, sino de tu personal moral, capaz de mantener creencias sobre lo que es justo y verdadero y de adherirse a un programa revolucionario más o menos ajustado a ellas. Pues a ellos el programa revolucionario no les importa nada, sino tan sólo la acción revolucionaria, esto es: su propio poder». Más allá de esos «particulares complejos», no es improbable que entre esos otros, entre esos a los que tan sólo les importaba su acción revolucionaria, su propio poder, Joan Ferraté incluyera a Sacristán. O lo hiciera a posteriori, en su relectura, treinta y dos años después también.

Notas:

Notas:

[1] El País, suplement «Quadern», 8 de junio de 1986. Ahora en Jordi Cornudella y Núria Perpinyà (eds) Àlbum Ferrater, Barcelona, Quaderns Crema, 1993, pp. 110-113.

[2] Xavier Folch ha sido el editor de escritos y ensayos inéditos de Gabriel Ferrater y, si no ando errado, del propio Joan Ferraté.

[3] La conjetura de Juan-Ramón Capella sobre lo sucedido –La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política, Madrid, Trotta, 2005, p. 58- es, en mi opinión, inverosímil, muy alejada del prudente y responsable hacer político de Sacristán: «Manolo había escrito en 1957 un comentario sobre un libro de Alberti destinado a la futura revista de distribución clandestina Nuestras Ideas. Lo había firmado imprudentemente con el pseudónimo «Víctor Ferrater» para gastar una broma a su amigo el poeta Gabriel Ferrater, quien experimentaba un temor reverencial, por otra parte completamente natural, a la policía; Manolo proyectaba mostrarle el texto publicado a Ferrater, una persona próxima a su propia idealidad y a la que apreciaba mucho, para que se sobrepusiera a aquel temor, pero el tiro le salió por la culata» [la cursiva es mía].

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.