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Detenciones, torturas fascistas y confesiones forzadas.

Sobre la persecución y detención policial del autor de Les dones i els dies (V)

Fuentes: Rebelión

A la memoria del dirigente obrero, recientemente fallecido, Ángel Rozas, a quien Sacristán conoció en agosto de 1956, en el primer congreso del Partido de la resistencia y los torturados en el que ambos, con indudables riesgos, militaron.

En su aproximación a lo sucedido, en el que fuera el XVI Premio Anagrama de Ensayo [1], Carme Riera se basa en las informaciones y reflexiones de Carlos Barral, Sacristán, Xavier Folch y Joan Ferraté, y acaso de Jaime Gil de Biedma. En síntesis, éste es su relato:

Registro de la policía de la casa de los Ferrater en Barcelona. Rodeo a la casa de Gil de Biedma en Nava de la Asunción. Llamadas a Ferrater, mientras estaba en Madrid, desde San Elías, la casa barcelonesa de los Barral, para darle indicaciones y ánimos. Detención de GF al regresar en tren a Barcelona. Tres días de incomunicación en la DGS de Madrid y traslado a Barcelona. Presunta prueba de su militancia en el PSUC y de las acusaciones policiales: el artículo sobre la Ora marítima que Riera cree editado en una revista «dedicada a estudiantes y publicada en Roma». Regreso de Joan Ferraté a Barcelona desde Santiago de Cuba. Intervención de Sacristán tras «la amenaza» de Joan Ferraté. Gil de Biedma recoge la angustia de esos días en un poema titulado «El miedo sobreviene». Distanciamiento del autor de «Pandémica y celeste» con GF. El autor de Les dones i els dies declaró a la policía durante su detención que Gil de Biedma era una persona inofensiva y frívola cuyos intereses personales no le dejaban tiempo para otras ocupaciones. Posterior alejamiento de Sacristán y del resto del grupo tras su inusual gesto. Acusación que corrió por algunos círculos de Barcelona sin indicación de origen: Sacristán se libró de la cárcel por ser agente de la policía fascista. La infamia caló incluso entre gentes bienintencionadas. El poema del autor del «Vals del aniversario» dice así:

    El miedo sobreviene en oleada

    inmóvil. De repente, aquí,

    se insinúa:

    las construcciones conocidas, las posibles

    consecuencias previstas (que no excluyen

    lo peor),

    todo el lento dominio de la inteligencia

    y sus alternativas decisiones, todo

    se ofusca en un instante.

    Y sólo queda la raíz,

    algo como una antena dolorosa

    caída no se sabe, palpitante.

¿Existe alguna otra mirada alternativa e informada que dé sentido coherente a todo este abigarrado entramado que presenta, lo hemos visto, nudos poco sólidos que apelan reiteradamente a posos inciertos de memorias, apenas documentados? Tal vez sí. El hilo central de esta madeja nos remite a la lucha antifranquista, a enfermedades de combatientes torturados, a caídas, detenciones, torturas policiales, claudicaciones en comisaría, probables errores en traspasos de información clandestina, y también, sin sectarismo y sin posibilidad de duda, a comportamientos ejemplares y, en la otra cara de esta moneda, a incomprensiones y animadversiones duraderas, muy poco abiertas a cambios y alteraciones.

Volvamos a la Barcelona de los años cincuenta.

Miguel Núñez era el responsable del PSUC en Barcelona en esos momentos. Con él contactó Sacristán tras su regreso en Alemania y tras iniciar su militancia en el PSUC-PCE en la primavera de 1956. No fue fácil ni rápido; había que aproximarse con extremo cuidado.

Núñez comenzó a sentir que su salud flaqueaba a finales de 1956. Tras su anterior «paso» por la Jefatura Superior de la Policía fascista barcelonesa, la comisaría de Laietana, padecía un fuerte traumatismo por los golpes recibidos [2]. Tenía una hernia en el estómago. Un día, al acudir a una cita con Octavi Pellisa, uno de los primeros estudiantes universitarios catalanes que militó en el PSUC-PCE, después de verse y tantear la situación, al acercarse para el encuentro, Núñez cayó desmayado [3]. Al recuperarse, se dio cuenta que estaba tendido en el suelo y que dos policías nacionales le estaban atendiendo. Querían llevarle a una Casa de Socorro próxima. El dirigente comunista logró convencerles. Les comentó que sufría mareos y que, a veces, por ello, perdía el conocimiento por unos instantes. Le creyeron. Octavi Pellisa miraba desde el otro lado de la calle; con cara de susto, desde luego.

Se separaron para encontrarse más tarde una vez estuvieron seguros ambos de que nadie les seguía. Octavi sugirió a Núñez que debía marcharse a París para operarse. Usó un argumento muy de la época para convencerle: seguir así era peligroso para su salud pero, sobre todo, era peligrosísimo para la seguridad del Partido, y eso eran palabras mayores, seguir ocultando su dolencia. Le convenció. En el primer correo que envió a Francia esa misma tarde, el responsable máximo del PSUC en el interior advertía de lo sucedido y de su delicada salud.

Núñez recibió instrucciones para ir a París inmediatamente. Partió al poco tiempo. Como la situación política en Barcelona parecía adquirir nuevos vuelos de resistencia, la dirección del PSUC acordó enviar a la ciudad resistente antifranquista a un miembro del comité ejecutivo para sustituirle. Era Emiliano Fábregas. Había estado en la URSS y había mostrado una clara disposición a incorporarse a la organización clandestina del interior de Catalunya. Se la jugaba desde luego.

Núñez le pasó toda la información necesaria, incluyendo entre otras cosas los nombres de Partido de los militantes y los usuales procedimientos de contacto. Antes de su operación, supo de la llegada de Fábregas a Barcelona quien ya había empezado a tomar contacto con las organizaciones del Partido. Núñez ingresó en la Clínica del Sindicato Metalúrgico de la CGT. La solidaridad del PCF, una vez más, fue esencial para los comunistas catalanes. El dirigente comunista estuvo en observación durante varias semanas sometido a tratamiento con objeto de evitar la operación. No pudo ser, la operación no pudo evitarse.

Una mañana, fijado ya el día de la operación, Núñez recibió la visita de Gregorio López Raimundo, entonces ya secretario general del PSUC. Le traía malas noticias: la Brigada política social, la temible y temida BPS, la DINA del franquismo, había detenido a Emiliano Fábregas. Había sido en la noche del 20 al 21 de enero de 1957, aproximadamente un mes antes de la detención de Gabriel Ferrater. Decenas de militantes estaban siendo detenidos. Decir «decenas de militantes» era decir casi todo el Partido Socialista Unificado.

Fábregas fue detenido al ir a visitar a Francesc Vicens, otro dirigente clandestino del PSUC, a la agencia de publicidad ZEN de Plaza Urquinaona donde trabajaba. Vicens había contactado de nuevo con Sacristán, tras haberse conocido en la Facultad de Derecho de la UB en los años cuarenta, en el primer congreso del PSUC, verano de 1956, celebrado en París [4]. También conocieron a Ángel Rozas, un trabajador que provenía de las filas de la HOAC, posterior fundador de CC.OO. recientemente fallecido. Vicens y Sacristán hicieron luego varias acciones juntos. Una, junto a Octavi Pellisa, en Plaza Urquinaona, en noviembre de 1956.

Francesc Vicens fue detenido el 26 de enero de 1957, durante el segundo boicot de tranvías de Barcelona, cinco días después de Fábregas. El llamamiento había salido del comité ejecutivo de Barcelona presidido por el propio Fábregas. También Vicens estuvo en aquella reunión. La caída de 1957 arrastró a unos 70 militantes. Se inició con la detención de Fábregas, «al que cogieron los nombres y los teléfonos de siete militantes, los cuadros con los que yo tenía más contacto, entre lo cuales estaba yo». Vicens estuvo veintiocho (¡28!) días en los calabozos de la JS de la Policía barcelonesa, los primeros catorce incomunicado. Fue durante los días en que también estuvo detenido Gabriel Ferrater. Vicens recuerda la atmósfera de ese encarcelamiento: «el clima de terror en los calabozos era tal que, durante esos veintiocho días, hubo tres intentos de suicidio entre nuestros militantes» [5]. Vicens no dijo nada, no aceptó nada de lo que la policía pretendía que firmara. Pasó a la cárcel Modelo, fue puesto en libertad provisional poco después y juzgado posteriormente. No fue condenado; no lograron que aceptara nada durante su estancia en comisaría.

¿De dónde la catástrofe que significó para el PSUC aquellas detenciones? Según Núñez, la detención de Fábregas fue el punto de partida. Coincide con Vicens en este punto. Los papeles que le intervinieron y sus declaraciones forzadas en comisaría bajo tortura fueron el factor esencial. Núñez señala además en sus Memorias su mal comportamiento clandestino, el poco cuidado que tuvo Fábregas en sus medidas de seguridad. Guardaba todo por escrito. Cuando nuevamente fue detenido tras su regreso a España, a Barcelona, en abril de 1958, Núñez recuerda que fue llevado por el jefe de los torturadores fascistas Antonio Juan Creix a su despacho. Después de una arenga contra el comunismo, Creix le dijo que era un imbécil, un estúpido que se creía todas las fábulas sobre la URSS. Luego le puso sobre la mesa el expediente con las declaraciones de Fábregas tras su detención y torturas de 1957 y le dijo. «Así se comportan ante la policía los dirigentes del Partido» [6]. En más de ochenta folios se recogían las declaraciones del dirigente torturado que no fue capaz de resistir, no era nada fácil, la barbarie fascista de aquellas bestias desalmadas capitaneadas por los Creix.

Pues bien [7], en un paso del expediente policial con las declaraciones de Emilià Fábregas [8], y esto es el punto esencial de la reconstrucción, el kernel de nuestro asunto, puede leerse «Que de [«a» en el documento policial] un tal FERRATÉ, que no llegó a conocer personalmente, le dijo MIGUEL [Núñez] que era uno que podía informar sobre el ambiente intelectual catalanista, medios en los que se desenvuelve y que en una ocasión hizo un escrito sobre el poeta comunista ALBERTI, creyendo que le dijo que se trataba de un ex-preso político».

La memoria de Fábregas, su declaración bajo torturas o la competencia de los funcionarios policiales ofrecen puntos de inexactitud. Sacristán no había sido entonces un preso político. De la misma forma es muy probable, no tanto porque Fábregas fuera capaz de protegerlo, sino por error, confusión que parece confirmarse en el apellido que probablemente él mismo añadió al escrito, que se refiriera a Sacristán como «Ferraté». Al tomar nota de nombres y otros asuntos de la clandestinidad, Fábregas confundió Ripoll por Ferraté, recordó mal ese vértice, o bien, por algún motivo que se nos escapa, erró posteriormente. No cabe otra posibilidad. Fábregas es torturado, no es capaz de resistir, da numerosos nombres y direcciones de militantes del Partido, y al hablar del mundo universitario y de los intelectuales cercanos al Partido habla de Ferraté al querer hablar de Víctor Ripoll, de Sacristán.

La policía fascista difícilmente hubiera fijado su atención en un artículo literario sobre la Ora marítima de Alberti, aunque llevase en el título la expresión «humanismo marxista». Se fijó en él, lo encontrarían en la casa donde clandestinamente vivía Fábregas, tras sus declaraciones: Ferraté, conexiones con intelectuales catalanistas, autor de un artículo sobre un poeta comunista. Todo cuadraba y parecía importante; había sido un preso político y era un tentáculo del partido en ambientes de intelectuales catalanistas.

¿Cómo puede entonces reconstruirse la situación? De la siguiente forma:

Sacristán escribe por encargo un artículo, a petición seguramente del propio Miguel Núñez, para Nuestras Ideas. El comentarista de Simone Weil fijó su atención en Alberti por tratarse de un poeta de la tradición comunista y porque la alienación y el humanismo marxista fueron asuntos suyos de aquel período. Hay diversas huellas en sus artículos de finales de los cincuenta.

Sacristán entrega su escrito firmado como Víctor -aunque usualmente firmaba como Ripoll, no como Víctor Ripoll [10]- a la dirección del partido. Estos harían alguna copia del escrito y añadirían «Ferrater» al artículo de Sacristán pensando en su posterior edición. Todos los artículos en NI aparecían con nombre y apellido. ¿Por qué Ferrater? Por confusión, por error: Ripoll pasó a ser Ferrater. Seguramente harían llegar el texto a la dirección exterior del PSUC-PCE para su publicación, el artículo pudo editarse tiempo después [11], e incomprensiblemente, recuérdese el juicio crítico de Núñez respecto a las medidas de seguridad de Fábregas, el original de Sacristán no fue destruido.

La policía, tras las detenciones y después de las informaciones que lograron sacar bajo tortura, llegó al domicilio clandestino de Fábregas e inspeccionó el material que allí guardaba. El nombre de «Ferraté «en la declaración bajo tortura; un artículo sobre Alberti de crítica literaria atribuido también a Ferraté; contactos con intelectuales catalanistas. Aunque la policía no estuviera muy informada, buscaría ayuda complementaria entre fieles al régimen, todo, torpemente analizado [12], parecía señalar a Gabriel Ferrater. Con esa hipótesis en su infame cerebro perseguidor, obraron en consecuencia.

Lo otro es conocido. Sacristán se presenta a la policía, no por presiones o chantajes de Joan Ferraté; se declara autor del artículo y logra que él y Gabriel Ferrater salgan de comisaría sin cargos esa tarde de un lunes de febrero de 1957. Núñez, que volvió a Barcelona a finales de meses sin recuperarse para recomponer algo el mosaico del Partido, volviéndose a marchar a París al poco, sometería a Sacristán a una bronca descomunal por su comportamiento insensato desde el punto de vista de la organización. Arriesgó sin meditarlo bien, y a pesar de su seguridad en que no iba a decir nada, la suerte de otros militantes. No le faltaban razones a Núñez ni le faltó coraje a Sacristán. Las actitudes ejemplares suelen tener esos contornos alocados.

¿Cómo consiguió Sacristán que Ferrater saliese de comisaría? No era difícil tras hacerse él responsable del artículo. No había huellas de lucha clandestina en las actividades de Ferrater. Las cosas no cuadraban. ¿Cómo consiguió Sacristán salir de la situación? Mintiendo claro está. Diciendo, seguramente, que le habían pedido un artículo para algo muy distinto; dando cuenta del carácter teórico y poco político de su artículo que Creix posiblemente no leyera; no es imposible que los contactos falangistas de su padre pudieran contar ni tampoco algún otro contacto familiar. Creix, además, pudo pensar que nada de lo dicho por Fábregas apuntaba hacia Sacristán: ni la estancia en la cárcel, ni el Ferraté jamás usado por él, ni su proximidad a círculos intelectuales catalanistas. Quedaba sólo un artículo de crítica literaria escrito por un profesor de filosofía y lógica de la UB que había sido colaborador de Laye, una revista que nunca fue clandestina, y que además había estudiado durante dos años en Alemania No era mucho en la mochila represiva de los Creix. Tampoco se trataba de meter la pata. Es muy probable que Creix diera consejos a Sacristán en tono paternalista: no se meta en líos ni en follones, no sea tonto, sigo el sendero de sus familiares. Sacristán, con los dedos cruzados, agradecería los sabios consejos.

Lo esencial: arriesgándose, y mucho, jugándosela, recuérdese lo dicho por Vicens sobre la desesperación de los militantes del PSUC detenidos en Layetana, Sacristán logró sacar a Ferrater de la cárcel. Mirado como se quiera mirar, no fue poco.

Lo dicho por Joan Ferraté treinta años después remite a animadversiones insondables, a temas de carácter, a cuestiones de la psicología de los intelectuales y, desde luego, a ganas de arremeter contra alguien que entonces era un cadáver. Sin metáfora. Ninguna heroicidad por su parte, aunque uno quiera leer las declaraciones de Sacristán de 1978 de la peor forma imaginable.

Las sospechas posteriores son, en parte, fruto de la época y del tiempo de silencio y oscuridad en que entonces se vivía, y también de alguna injusticia. Algo similar ocurrió en el caso de la petición de militancia de Gil de Biedma.

Y un nudo más: a Sacristán no se le perdonó que militara, en la forma en que no suelen «militar» los intelectuales compañeros de viaje, en el heroico Partido clandestino de los comunistas catalanes.

Notas:

[1] Carme Riera, La escuela de Barcelona, Barcelona, Anagrama, 1988, pp. 62-63.

[2] Había tradición en estas prácticas de tortura. En una magnífica entrevista con Eloy Pardo (El Viejo Topo, junio de 2010, pp. 22-25), José Cabezalí González, uno de los últimos aviadores vivos de la II República española, recuerda lo siguiente:

«EP ¿Qué vio?

JCG: Vi mujeres siendo torturadas y violadas en cárceles del País Vasco… el horror más grade que uno pueda imaginar. Las colgaban del techo y les introducían palos por los orificios. Era brutal. Nosotros no podíamos hacer nada, les insultábamos, los maldecíamos. Pero nada más. Ellos seguían y, además, se reían.

EP: ¿Quiénes eran ellos?

JCG: Falangistas. Recordar a aquellas mujeres me produce un enorme dolor. Qué seres tan despreciables los que hicieron aquello. Aquellas jóvenes era comunistas o familiares de comunistas o republicanos, con quienes practicaban las peores torturas».

[3] Miguel Núñez, La revolución y el deseo, Barcelona, Península, 2002, prólogo de M. Vázquez Montalbán, pp. 264 y ss.

[4] Salvador López Arnal y Pere de la Fuente (eds), Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1996, pp. 339-363.

[5] Ibidem, p. 345.

[6] Miguel Núñez, La revolución y el deseo, ed cit, pp. 113-114.

[7] Debo a Gaime Pala información sobre ésta y otras cuestiones. A él debo la pista central para dar pie a mi conjetura. Ni que decir tiene que los errores sólo a mi me son atribuibles.

[8] Archivo Militar Territorial Tercero, causa 159-IV-57, declaraciones de Emiliano Fábregas.

[9] En sus declaraciones para los documentales «Integral Sacristán», de Xavier Juncosa (El Viejo Topo, Barcelona, 2006), Núñez habló de estos encargos y de la inusual prontitud de Sacristán en cumplirlos. También en conversaciones personales con el autor de este escrito.

[10] Soy deudor de Gaime Pala también en este punto.

[11] El artículo fue editado con las iniciales VF. No aparece ni en la firma ni en índice el nombre de «Víctor Ferrater». No creo, en todo caso, que los Creix llegasen a saber de su publicación. La que le hubiera caído a Sacristán, no hubiera sido suave.

[12] Torpemente porque nadie, en su sano juicio, firma un artículo como «Ferrater» llamándose Gabriel Ferrater si intenta superar con éxito la vigilancia policial. A no ser que haya leído «La carta escondida», apueste por el riesgo, y piense generosamente del estilo de razonamiento de la policía fascista barcelonesa.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.