La farsa electoral en Iraq ha terminado como se preveía: con el aparente «triunfo» de las candidaturas únicas shií y kurda. De nada ha servido el constatar que las elecciones han sido ilegales puesto que proceden de un acto ilegal como la invasión de un país contraviniendo el Derecho Internacional; de nada ha servido constatar […]
La farsa electoral en Iraq ha terminado como se preveía: con el aparente «triunfo» de las candidaturas únicas shií y kurda. De nada ha servido el constatar que las elecciones han sido ilegales puesto que proceden de un acto ilegal como la invasión de un país contraviniendo el Derecho Internacional; de nada ha servido constatar que las potencias ocupantes, especialmente los EEUU, han modificado a su antojo y según sus intereses la sociedad social, política y económica iraquí; de nada ha servido constatar la muerte de decenas de miles de iraquíes los muertos invisibles- y la destrucción de ciudades como Faluya; de nada ha servido constatar cómo los EEUU, de nuevo, utilizan armas prohibidas por el ordenamiento internacional como el napalm y las bombas de racimo; de nada ha servido constatar el nivel de degradación de las «democracias» con el uso de la tortura o campos de concentración como el de Guantánamo; de nada ha servido constatar que el Ejército de los EEUU ha sido el encargado de distribuir 60 millones de octavillas llamando a los iraquíes a participar y los países occidentales hayan financiado esas elecciones.
La farsa electoral se ha completado y, con ella, la Administración Bush ha logrado una mayor legitimidad y credibilidad de su política, tanto dentro de la población estadounidense como de sus complacientes aliados: los votos, sean cuales quiera (ni ellos se ponen de acuerdo: desde el 72% del que hablan los colaboracionistas hasta el 65% de la ONU) no son representativos de la realidad nacional dado el alto boicoteo producido en la zona suní (en Samarra, ciudad de 200.000 habitantes, sólo hubo 1.400 votos) y son mostrados por los medios de comunicación de formación de masas- como «la pasión democrática» construida sobre enormes balsas de sangre. Los países que mantienen una distancia respetuosa con la política estadounidense, con Francia y Alemania a la cabeza, ven ahora una oportunidad «honorable» para hacer las paces. Kofi Annan, el más sumiso secretario general de la ONU de toda la historia del organismo multinacional, puede ver ahora recompensada su postura de apoyo a la farsa electoral: «independientemente de la opinión de cada quien sobre cómo se llegó a la situación actual, los comicios constituyen una oportunidad para alejarse de la violencia y la incertidumbre y acercarse a la paz y a un gobierno representativo», llegó a decir el día 28, dos días antes de las elecciones. La estulticia de Annan al «olvidar», según sus palabras, «cómo se ha llegado a la situación actual» -las citadas elecciones han tenido lugar en un país ocupado, carente de soberanía y en el que los ocupantes extranjeros dictan las normas- pone de manifiesto su grado de servilismo y, tal vez, le pueda servir para que los EEUU retiren el veto a su reelección.
Así pues, todos contentos. Se ha puesto de manifiesto la complacencia internacional en la era de la globalización: invadir, imponer regímenes en función de la servidumbre, el control de las riquezas energéticas y el reordenamiento estratégico de zonas del planeta. Un aspecto despreciado por ese voluntariado primermundista sensiblero y hablador, pero ineficaz, que se reúne en foros como el de Porto Alegre. No saca las conclusiones lógicas de ser utilizados como cara amable del sistema dado que busca el compromiso con los poderosos de Davos para conseguir migajas del pastel globalizador. Quien dude a estas alturas que las ONGs, en su rol de no ser antagonistas, son los otros brazos de la política exterior de sus gobiernos es algo más que un inocente o un ignorante. Un dato: los EEUU han «invertido» ya en Iraq 500 millones de dólares en la constitución de «organizaciones civiles»; 234 millones de ese total han sido directamente gestionados por la USAID (la agencia para el desarrollo estadounidense).
A partir de ahora asistiremos a una machacona reiteración del término «terrorista» para referirse a la resistencia iraquí y se argumentará que, tras la farsa electoral, ya hay un gobierno «legítimo» y que no existe ocupación alguna. Pues bien, invirtamos el lenguaje: la resistencia ha terminado y comienza, por tanto, la guerrilla de liberación nacional.
El nuevo panorama
Los resultados de la farsa electoral que den a conocer por ocupantes y colaboracionistas establecen que los partidos no variarán mucho de las previsiones: la lista única shiíi habrá sido quien haya conseguido el mayor número de representantes. Dentro de ella, el partido Al Dawa y el Consejo Supremo para la Revolución Islámica ambos dentro del gobierno colaboracionista actual- representan el 30%, por lo que estos dos partidos controlarán un tercio de la futura asamblea. A ellos hay que sumar los kurdos y los representantes que haya conseguido el primer ministro colaboracionista, Alaui. Por lo tanto, no es aventurado asegurar el futuro: un gobierno de compromiso que se asemeje al actual, pero con los shiíes en los papeles preponderantes. Se legaliza un sistema de cuotas religiosas y étnicas que alentará las divisiones étnicas y religiosas al tiempo que se prolonga la presencia de las tropas de ocupación.
Estos partidos no van a pedir la retirada de las tropas ocupantes, como no lo han hecho hasta ahora, y no van a modificar el sistema económico puesto en marcha por el procónsul Paul Bremer durante el tiempo que estuvo al frente de la Autoridad Provisional: la eliminación de tarifas, aranceles, tasas a la importación, privatización de empresas estatales, entrega de sectores estratégicos a las firmas multinacionales, la ley de la tierra -destrucción de la agricultura con la importación de semillas foráneas-, implantación de los planes de ajuste del Fondo Monetario Internacional y restricciones en los gastos de salud y educación, entre otros. Según los planes de EEUU, sancionados por la ONU, cualquier cambio en estos rubros tiene que producirse con los votos de la asamblea.
Por lo tanto, parece que la defensa de un proyecto soberano e independiente para Iraq se encuentra plasmada en los planteamientos de la -a partir de ahora- guerrilla de liberación nacional; guerrilla encabezada principalmente por el partido Ba´az, que hace de la defensa de un estado del bienestar y una economía donde el sector público controla el petróleo- semejante en muchos aspectos al mantenido por el anterior régimen- una de sus principales directrices políticas.
La guerrilla ha sabido comprender bien que el imperialismo plantea el control a medio plazo de las reservas estratégicas del mundo, no sólo de Oriente Medio. De ahí los continuados ataques sobre los oleoductos e instalaciones petrolíferas (situando las exportaciones por debajo del nivel anterior a la guerra, en marzo de 2003: en el año 2004 se han producido 246 ataques contra la infraestructura petrolífera con un costo total de 6.000 millones de dólares) y el hecho, que ha pasado inadvertido, de que la refinería de Baiji haya estado sin poder exportar hacia el puerto turco de Ceyhan desde el 18 de diciembre hasta el 27 de enero.
El déficit comercial estadounidense y su política energética le va a hacer cada vez más dependiente de las importaciones de petróleo de Iraq, por lo que la presencia militar en este país se mantendrá en el tiempo al menos hasta el 2007-, con posibles consecuencias en su déficit fiscal, fosilizando un gobierno sumiso y clientelar. Frente a ello sólo está la guerrilla. El movimiento de solidaridad debe dar un paso más que la simple denuncia de la situación y convertir la fecha del 20 de marzo en una manifestación de apoyo a la guerrilla iraquí y de rechazo a los planes imperialistas, que cuentan como aliados a nuestros gobiernos, en todo el mundo.