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"El abogado del terror" de Barbet Schroeder

¿Terror? ¿Qué terror?

Fuentes: Rebelión

¿Habría defendido a Hitler?», le preguntan a Jacques Vergès en un momento en el documental «El abogado del terror» de Barbet Schroeder. «Defendería incluso a George Bush, si se declarase culpable». La figura en la que se centra la película de Schroeder plantea una serie de cuestiones a niveles políticos, históricos y, sobre todo, morales […]


¿Habría defendido a Hitler?», le preguntan a Jacques Vergès en un momento en el documental «El abogado del terror» de Barbet Schroeder. «Defendería incluso a George Bush, si se declarase culpable».

La figura en la que se centra la película de Schroeder plantea una serie de cuestiones a niveles políticos, históricos y, sobre todo, morales que se fundamentan en el interés del propio personaje. Personaje que evidencia que la propia existencia humana es contradictoria en su naturaleza, al margen del idealismo teórico que gobierna los modelos éticos con los que observamos a los demás. Y ante un protagonista con tantos «registros», Schroeder, que a menudo ha destacado más en tratar sus personajes para documentales que en elaborarlos en sus trabajos de ficción, no tiene más que poner la cámara y hacer una buena planificación y montaje para hacer una película que te deja más de dos horas clavado a la butaca, con lo que eso supone para las siguientes semanas de cualquier mente mínimamente inquieta.

Jacques Vergès es abogado. Nació en Tailandia, hijo de un diplomatico francés y una mujer vetnamita, y creció en la isla de Réunion, donde su hermano gemelo Paul fundó el Partido Comunista, al que se unió en 1959. Antes ya había participado en la resistencia anti-nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Estudió Derecho en París, donde conoció a su amigo Pol Pot y participó activamente en los movimientos estudiantiles anticoloniales y comunistas. En este ambiente es donde empieza a tomar notoriedad el personaje, cuando el joven abogado se presenta para defender a los guerrilleros argelinos que luchan por la independencia y muy especialmente a Djamila Bouhired (con la que más tarde se casará), un caso especialmente significativo que llevó a un despertar mundial a favor de la causa argelina y que se retrata en «La Batalla de Argel» de Pontecorvo. Por estos aconteciemientos empieza a ser considerado un activista contra el Estado francés y perderá su licencia por un tiempo. Pero, su carrera no había hecho más que empezar…

La película de Schroeder enfoca en todo momento los acontecimientos más espinosos e intrigantes de Vèrges y tiene la capacidad de retratarlos con fortaleza al tiempo que inquieta al espectador y le lleva a cuestiones sin fin. Pronto, muy pronto, nos habla de los episodios de Argelia y aparecen los verdaderos personajes que tan bien retratase Pontecorvo y que contrapuntean las imágenes de «La Batalla de Argel», que se recuperan para documentar estilísticamente lo que se describe. El efecto empieza a edificar en nosotros ese fenómeno de empatía del que el cine es capaz, y que lo hace tan fascinante y peligroso como humano. El desarrollo de la película y de la propia vida de Vèrges, ahonda en esas circunstancias hasta lanzarnos a la cara toda una serie de cuestiones éticas de difícil respuesta cuando la vida se vive. Todo es más sencillo cuando la vida tan sólo se teoriza.

Vèrges, sobre todo, ha defendido y cultivado su relación con figuras que han destacado por su filiación de izquierdas y anticolonial, pero no cualquier tipo de figuras. Hablamos, entre muchos otros, de los guerrilleros palestinos de finales de los 60, y más tarde de Carlos el Chacal y miembros de su grupo como Magdalena Kopp, o de los jemeres rojos, a los que defiende bajo la tesis de que sus crímenes fueron exagerados por intereses imperialistas. Otras figuras en su nómina de clientes son jefes de estado como Milosevic, Saddam Hussein o los africanos Bongo, Déby y Sassou-Nguesso. Sin embargo, el personaje adquiere aún más controversia cuando se observa que en esta misma lista destacan figuras como el exSS y jefe de la Gestapo de Lyon Klaus Barbie, también conocido como el carnicero de Lyon. Vèrges justifica esta decisión para así demostrar que los crímenes de Barbie eran equiparables a los de las acciones de las fuerzas colonizadoras, como la francesa, en cualquier parte del mundo, y enfatizar que estos últimos no eran ni juzgados ni perseguidos.

Con estos ingredientes la película de Schroeder no puede pasar desapercibida, no sólo porque recorre la vida de un protagonista tan singular, sino porque este mismo protagonista nos lleva necesariamente de la mano por los acontecimientos que han marcado la historia de los últimos 50 años. Pero además de aquello que se refiere a la descolonización, la lucha palestina, los grupos armados, Cambodia y Vietnam, la Guerra Fría, etc., Vèrges añade un elemento aún más inquietante al desaparecer voluntariamente entre los años 1970 y 1978. Su actividad y paradero en ese tiempo es algo de lo que él mismo no quiere hablar y sobre lo que la película no arroja ninguna certeza. Pero el simple ejercicio de la especulación nos sigue guiando por los senderos históricos que retratan nuestro presente. Pudo estar en Cambodia como consejero de Pol Pot. O en China, ya que anteriormente había entablado amistad con Mao. O en Vietnam, de donde proceden sus orígenes. Quizás estuviese en los campos de refugiados palestinos. O desarrollando sus tácticas como agente en la URSS o la RDA, donde materializaría su amistad con Carlos y participaría en su organización. Quizás sus amistades con Castro y Mandela le hubiesen llevado a Cuba o Sudáfrica. O se quedó en Argelia redactando la Constitución de 1975. O sencillamente volvió a Francia…

En definitiva, el documental sobre Vèrges es un mapa de nuestra historia reciente, fascinante y llena de sangre, pero sobre todo se trata de un viaje a las profundidades del conflicto y las contradicciones entre la naturaleza humana y los ideales éticos que concibe la ideología política. La fascinante empatía que despierta Vèrges se desprende de su humanidad, que no de su humanismo, y eso es lo que lo convierte en un gran protagonista cinematográfico en la lente de Schroeder. Aquellos personajes cuyos actos encajan a la perfección con sus principios son el anti-cine, porque no son humanos, no tienen ni debilidades ni fortalezas, son previsibles, son simples. La contradicción es la esencia de aquello que separa lo que pensamos de lo que hacemos, y en esa distancia es donde reside nuestra naturaleza, inabarcable por cualquier sistema que quiera limitarla a categorías intelectuales.

Esta serie de conflictos morales por los que paseamos (en muchos casos, corremos) al ver el trabajo de Schroeder nos lleva a interrogantes nada fáciles de asumir y a preguntarnos la siempre difícil cuestión «¿qué hubiese hecho yo si…?», que sin la perspectiva histórica adecuada suele responderse con la abominable corrección política que impera en nuestros días. Por suerte, la película enmarca el retrato con una visión histórica que dificulta las respuestas fáciles y amables, y eso consigue hacer que la imagen que obtenemos del caso sea más compleja y enriquecedora; y nuestra empatía, más inquietante, fascinante y comprometedora.

Al final de la película, la sensación que queda es que las decisiones de Vèrges y sus justificaciones pueden ser discutibles, pero no sus convicciones, por contradictorias y despreciables que puedan resultarle al espectador. No en vano, él mismo se define al decir: «Si tengo que elegir entre defender al lobo o al perro, elijo al lobo, especialmente cuando está sangrando». Quizás Vèrges, con la vida que ha vivido, sienta una clara empatía hacia esas especies que bien podrían ser él mismo. La misma empatía, llena de contradicciones, complejos y fascinaciones, que esos cincuenta años de historia que le retratan despiertan en nosotros, perros, corderos y cerdos.