Si la política hace raros compañeros de cama, entonces los vínculos entre Irán, Estados Unidos y el Consejo Supremo Islámico de Iraq constituyen el más extraño «ménage à trois» de las relaciones internacionales hoy. Las violentas hostilidades entre chiitas llegaron oficialmente a su fin esta semana, cuando se declaró un cese del fuego entre las […]
Si la política hace raros compañeros de cama, entonces los vínculos entre Irán, Estados Unidos y el Consejo Supremo Islámico de Iraq constituyen el más extraño «ménage à trois» de las relaciones internacionales hoy.
Las violentas hostilidades entre chiitas llegaron oficialmente a su fin esta semana, cuando se declaró un cese del fuego entre las fuerzas del gobierno del primer ministro Nouri al-Maliki y el Ejército Mahdi, del clérigo Muqtada al-Sadr, pero los enfrentamientos esporádicos continúan. Y permanecen las dudas sobre el papel que está desempeñando Estados Unidos.
En un testimonio ante el Congreso legislativo estadounidense hace un mes, el general David Petraeus, comandante de las tropas de ocupación en Iraq, y el embajador de Estados Unidos en Bagdad, Ryan Crocker, señalaron que el conflicto en ese país de Medio Oriente es una «guerra por delegación» para contener la influencia iraní.
Washington y del gobierno de Al-Maliki con frecuencia presentan a Teherán como una fuerza desestabilizadora en Iraq.
Las excursiones militares de las fuerzas iraquíes contra los sadristas, apoyadas por Estados Unidos, son defendidas citando evidencia dudosa de la supuesta influencia iraní.
Pero esto se complica más cuando se añade a uno de los más cercanos amigos de Teherán en territorio iraquí: el Consejo Supremo Islámico de Iraq (ISCI), que, como parte de la coalición gobernante de Al-Maliki, también es uno de los principales aliados de Washington.
Los militares estadounidenses anunciaron haber matado a tres combatientes enemigos en el suburbio bagdadí de Ciudad Sadr el domingo, señalando que los objetivos eran grupos escindidos del Ejército Mahdi que estaban recibiendo entrenamiento y armas de parte de Irán.
La semana pasada, el portavoz del Departamento de Estado (cancillería) de Estados Unidos, Sean McCormack, dijo que estaba claro que Irán apoyaba a «milicias que operan fuera del imperio de la ley en Iraq». Muchos temen que el discurso sea parte de un esfuerzo por incrementar las tensiones entre Washington y Teherán.
Pero la constante descarga de críticas contra Irán y contra los llamados «grupos especiales» de Sadr, que todavía pelean contra Al-Maliki y contra las fuerzas de Estado Unidos, tienden a pasar por alto el hecho de que los partidos de la coalición gobernante en Iraq deben en gran medida su existencia a Teherán, y continúan en estrecho contacto con esa república islámica.
No parece haber una sólida explicación sobre el doble discurso de Estados Unidos, que condena a Irán por su influencia en Iraq pero a la vez brinda apoyo y ayuda a uno de los principales beneficiados y aliado de esa influencia: el gobierno de Al-Maliki.
«No estoy seguro si sabemos bien qué diablos estamos haciendo cuando realizamos estas acciones», dijo a IPS el analista Brian Katulis, del Centro para el Progreso Estadounidense, con sede en Washington.
Los dos mayores partidos en la coalición de Al-Maliki, su propio Partido Dawa y el ISCI, son chiitas y vinculados con Teherán.
El ISCI, antes conocido como Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq, nació en Irán, y su rama armada, la Brigada Badr, combatió contra los iraquíes en la guerra que enfrentó a ambos países en los años 80.
La Organización Badr fue luego incorporada a las fuerzas de seguridad iraquíes, que recibieron equipos y entrenamiento de Estados Unidos.
Mientras estos grupos vivían en el exilio, el padre de Muqtada al-Sadr estaba construyendo un movimiento chiita dentro de Iraq. Los sadristas son el único bloque político chiita que puede ser considerado propiamente un movimiento local.
El ISCI había inicialmente participado del Congreso Nacional Iraquí, grupo en el exilio liderado por Ahmed Chalabi, a quien los arquitectos neoconservadores de la guerra en Iraq esperaban liderara un gobierno exiliado que pudiera asumir el control del país luego de que fuera derrocado el régimen de Saddam Hussein (1979-2003).
Luego de que fracasara el plan con Chalabi y tras un período de gobierno de la Autoridad Provisional de la Coalición, las elecciones convirtieron al ISCI en el bloque más poderoso en el parlamento. En diciembre de 2006, el líder del ISCI, Abdul Aziz al-Hakim, fue invitado a Washington a reunirse con el presidente George W. Bush en la Casa Blanca.
La visita de Hakim a Washington coincidió con la salida de los sadristas -otrora la pesadilla del primer ministro-de la coalición gobernante. A instancias de Washington, Hakim volcó su apoyo a Al-Maliki para permitirle formar una coalición.
Los recientes combates entre sadristas y el gobierno solamente fortalecieron ese lazo. Las ofensivas del gobierno iraquí en la sudoriental ciudad de Basora y en Ciudad Sadr contaron con el apoyo de Estados Unidos. Esto motivó acusaciones de que Washington tomó partido en lo que es esencialmente un tema político interno chiita.