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Último error en Iraq

Fuentes: Estrella Digital

El pasado 30 de diciembre el mundo musulmán esperaba el comienzo de la Fiesta del Sacrificio, que nada tiene que ver, como es natural, con la ejecución de Sadam Husein, pese a que ocurrió en la madrugada de ese día. Se trata de una de las principales fiestas del calendario islámico, de no menor relieve […]

El pasado 30 de diciembre el mundo musulmán esperaba el comienzo de la Fiesta del Sacrificio, que nada tiene que ver, como es natural, con la ejecución de Sadam Husein, pese a que ocurrió en la madrugada de ese día. Se trata de una de las principales fiestas del calendario islámico, de no menor relieve que la Navidad cristiana.

El sacrificio en cuestión rememora la ofrenda que hizo Abraham de su hijo, preparando la pira en la que habría de ser acuchillado y quemado, para ofrecerlo a su Dios. Los musulmanes consideran que la víctima iba a ser Ismael, mientras que para los judíos -y para sus sucesores religiosos, los cristianos- se trata de Isaac. Asunto de familia, por tanto, ya que ambas religiones se tienen por herederas de cada uno de los dos hermanos. A modo de inciso convendría advertir que en ninguna de ellas se reprocha a Abraham la inusitada crueldad que implica estar dispuesto a matar a su propio hijo por una supuesta orden divina que sólo él escuchó. Hoy esto le hubiera llevado a comparecer ante los tribunales, acusado de intento de parricidio. Y no hablemos, para no entrar en terrenos más delicados, del supuesto amor infinito de un dios que perturba hasta tales extremos uno de los sentimientos más nobles y naturales en los seres humanos de todos los tiempos: el amor a los propios hijos. El peso de los mitos tradicionales impide reflexionar sobre hechos presuntamente religiosos y perturba la serenidad con la que debería conducirse la razón humana. Pero esos hechos siguen hoy moviendo voluntades y fanatizando a las masas que ciegamente los aceptan.

En nada arregla la situación la narración bíblica de que tan iracundo dios puso un cordero a disposición del inminente parricida, evitando así el delito al sugerir un cambio de víctima. De ahí procede la tradición de matar y comer una res ovina en dicha festividad, motivo de regocijo familiar entre los adoradores de Alá. La importancia de la fiesta aumenta porque coincide con el final de la peregrinación anual a La Meca, uno de los grandes preceptos del islam.

Fue así que en plena época festiva de tanta relevancia religiosa para los creyentes mahometanos tuvo lugar -por razones todavía no suficientemente aclaradas- la ejecución en la horca de quien fue presidente de Iraq, aunque en este caso ningún dios influyó desde las alturas para proponer una víctima alternativa. Sí hubo algunos mensajes que bajaron desde las alturas de Washington, mostrando cierta prevención ante los posibles resultados de la coincidencia en fechas, que algunos iraquíes pudieran tomar por ofensiva, como de hecho ha ocurrido.

Se alardea desde la Casa Blanca de que, por fin, se ha aplicado la justicia en Iraq y Bush se regocija por ello. Al fin y al cabo, ha muerto el enemigo «que intentó matar a mi papá», según palabras del presidente de EEUU en septiembre del 2002, recordando un frustrado atentado contra el anterior presidente de EEUU con motivo de una visita a Kuwait en 1993, atribuido al Gobierno de Bagdad. La venganza familiar se ha consumado, según las reglas del más puro estilo western.

Pero lo ocurrido en torno a la ejecución arroja sombras sin cuento y promete exacerbar todavía más -si esto fuera aún posible- el hervidero de odios y enfrentamientos que sumen a Iraq en el caos diario. Se nos informó de que el apresuramiento en la ejecución de la sentencia se debió a la necesidad de anticiparse al hecho de que el nuevo Congreso de EEUU habría de tomar posesión el 3 de enero, y pudiera suscitarse en él una reacción adversa. Si esto fuese verdad, quedaría muy en entredicho la independencia del sistema judicial iraquí.

Los pormenores que han ido saliendo a la luz sobre la ejecución arrojan sombras aún más ominosas. Un vídeo clandestino ha mostrado, entre escenas de macabro contenido y muestras de gran desorden organizativo, el aspecto vengativo de la ejecución, así como una revancha del chiismo contra quien lo persiguió tan encarnizadamente. Contribuirá a crear un nuevo y heroico mito político-religioso la innegable sangre fría y el dominio personal que mostró el ex presidente hasta el último instante de su vida. El enfrentamiento entre ambas ramas del islam augura en Iraq nuevos derramamientos de sangre y revanchas sin cuento, aparte de polarizar gravemente la crítica región de Oriente Próximo, atravesada por la divisoria entre chiíes y suníes, respectivamente controlados con más o menos rigor desde Irán y Arabia Saudí.

De poco sirve la excusa «nosotros lo hubiéramos hecho de otro modo» de un general estadounidense. Porque, visto el «modo» como se invadió Iraq y se ocupó Bagdad, es para echarse a temblar. Si los enfrentamientos internos de los diversos grupos religiosos y políticos iraquíes estaban ya a un nivel difícilmente superable, la desastrosa gestión del Gobierno títere iraquí en el juicio y condena de Sadam Husein ha llevado las cosas a un punto donde, por más soldados que envíe Bush a Mesopotamia y por mucho que cambie a sus altos mandos militares en la zona, la presunta paz democrática que iba a reinar en Oriente Próximo a partir de Iraq quedará reducida, como viene siendo usual, a la retórica ampulosa que segrega la Casa Blanca.