Un día de febrero de 1934, dos hombres, acompañados de algunos amigos, acuden a la cita que han concertado en el café Glaciar del barrio gótico de Barcelona.
Uno de ellos es Ángel Pestaña, anarcosindicalista curtido en mil luchas sociales que acaba de ser expulsado de la CNT y acaricia el proyecto de formar un partido político; las disensiones internas lo han apartado de la confederación sindical que ha sido la gran pasión de su vida y de la que fue elegido secretario general en un par de ocasiones. El otro hombre es José Antonio Primo de Rivera, el carismático jefe del fascismo español. Es él quien ha solicitado la reunión y pretende más que nada sondear la posibilidad de adornar su partido recién fundado, Falange Española, con lo que éste más precisa: una figura proletaria de lustre y renombre.
La reunión transcurre como un intercambio cortés de opiniones y reflexiones que sólo deja claro el abismo ideológico que separa a los dos personajes. No va a tener ninguna consecuencia política, pero a pesar de ello va a ser utilizada de forma persistente para vilipendiar y desprestigiar a Pestaña por todos sus enemigos. Sergio Giménez (Palma, 1976) nos ofrece en Ángel Pestaña, falangista. Anatomía de una mentira histórica una aproximación completa y rigurosa a la trayectoria de un líder sindical irrepetible, e insiste especialmente en sopesar las acusaciones de connivencia con el fascismo que se han vertido contumazmente contra él. El libro ve la luz en la editorial jiennense Piedra Papel.
Navegando la tormenta
La primera parte de la obra se dedica a repasar la biografía de Ángel Pestaña. Sabemos así de su nacimiento en febrero de 1886 en Santo Tomás de las Ollas, pequeña localidad próxima a Ponferrada, y de su niñez trashumante por el norte de España, acompañando a su padre, minero, que fallece cuando él tiene catorce años. En Bilbao, lecturas y reflexiones lo llevan al anarquismo, con lo que padece sus primeras detenciones y palizas. Peregrino después por el sur de Francia, conoce a la maña María Espes, la compañera de su vida, y en 1908 con ella y las dos hijas que ella ya tenía se instala en Argel, donde va a aprender el oficio de relojero. Desde allí manda artículos a Tierra y Libertad y Solidaridad Obrera, y cuando con el estallido de la Gran Guerra escasea el trabajo y se complica la situación para los extranjeros en la por entonces colonia francesa, decide viajar a Barcelona.
En tierras catalanas, el berciano se gana la vida de relojero y colabora con los sindicatos y la prensa ácratas, lo que le acarrea continuas detenciones. Forma parte del comité de huelga en las jornadas revolucionarias de agosto de 1917, y unos meses después es nombrado director de la Soli, puesto en el que logra notables éxitos. Los años que siguen están marcados por el pistolerismo y aunque él mismo sufre un atentado en Manresa en agosto de 1922 que lo pone a las puertas de la muerte, no aceptará nunca el crimen y el terror como medios de lucha; son métodos que le repugnan moralmente y además considera contraproducentes, aunque en ocasiones reconozca que no queda más remedio que recurrir a ellos. En 1920 es comisionado por la CNT para viajar a la URSS e informar de la situación allí con vistas a ratificar la adhesión de la confederación a la 3ª internacional. Su dictamen será negativo, pues la estancia le sirve para constatar una deriva autoritaria que denuncia en sus libros: Setenta días en Rusia. Lo que yo vi y Setenta días en Rusia. Lo que yo pienso.
Durante la dictadura de Primo de Rivera, Pestaña es partidario de un frente común con todas las fuerzas políticas dispuestas a combatirla y participa en los complots que se van sucediendo. Cuando cambian las tornas y la CNT es legalizada (30 de abril de 1930), los problemas no cesan, pues se agudiza la tensión entre sus dos almas, sindicalista y anarquista, que degenera en conflicto abierto. En agosto de 1931 aparece el Manifiesto de los Treinta, auspiciado por nuestro relojero, que critica el peligroso aventurerismo de los faístas, y el año siguiente éstos logran que sea expulsado de la CNT. Tras liderar los Sindicatos de Oposición durante 1933, su alternativa personal será fundar el Partido Sindicalista (PS), constituido en abril de 1934, y con el que consigue un escaño por Cádiz en las elecciones de febrero de 1936 tras recibir más del 60% de los votos en esa circunscripción. Todas estas agrias luchas son resultado de la difícil coexistencia dentro de la confederación de los que encarnaban el maximalismo revolucionario y los más prudentes, partidarios de profundizar en la labor educativa en espera de un momento propicio y sin renunciar a reformas que mejorasen las condiciones de vida de los trabajadores.
Ángel Pestaña se encuentra en Barcelona el 19 de julio de 1936. De mañana sale armado a la calle, pero unos militares lo detienen, y con ellos permanece hasta que se rinden al final del día, después de que él acepte hacer de mediador. El PS se suma a partir de entonces al esfuerzo bélico y su fundador y presidente viaja el 1 de agosto a Madrid, se incorpora al Comité Nacional del Frente Popular y participa a las órdenes del ministro de Gobernación, Ángel Galarza, en la organización de las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia. Desde ellas, el leonés combate la quinta columna, pero tratando de moderar los excesos represivos. Después es nombrado por Largo Caballero subcomisario general en el Comisariado de Guerra, y en noviembre, con el gobierno en Valencia, se le encomienda coordinar en Albacete la recepción y distribución de material bélico, tarea que realiza con eficacia pero comprometiendo su salud en el frío manchego; lo cierto es que la bronconeumonía que ataca allí sus delicados pulmones, uno de ellos atravesado por una bala en Manresa, va a producir recaídas constantes y lo va a llevar a la tumba en un año. Por entonces le resulta irónico ver a algunos de sus más feroces críticos desde el purismo anarquista calentar sillones ministeriales, pero ello no es óbice para que en sus artículos matice sus reproches anteriores a la CNT, alabe la gestión de García Oliver en el ministerio de Justicia, y llegue incluso a ingresar a título individual en la confederación a principios de septiembre de 1937; eso sí, sin disolver el PS.
En los numerosos textos que firma durante la guerra en periódicos como El sindicalista, Hora sindicalista o Mañana, el berciano se expresa claramente a favor de militarizar las milicias para constituir un ejército regular capaz de enfrentarse con éxito a los fascistas, y de moderar los intentos revolucionarios, respetando los intereses de los pequeños propietarios agrícolas e industriales. El volumen autobiográfico Lo que aprendí en la vida, publicado en 1933, nos acerca a los quebrantos de su asendereada existencia y a la evolución de su pensamiento, lucha perpetua por restituir al ser humano el potencial luminoso de su libertad. Ángel Pestaña falleció el 11 de diciembre de 1937 en su casa de Barcelona. Al veterano sindicalista se le rindieron honores militares de hombre de estado, pero por expreso deseo de su familia y de acuerdo con el Comité Ejecutivo del PS, en su funeral no ondeó ninguna bandera.
Sergio Giménez dedica la segunda parte del libro al PS. Su recopilación de datos demuestra que la opción de agruparse políticamente y concurrir a elecciones, aunque minoritaria y receptora siempre de fuertes críticas, puede rastrearse a lo largo de toda la historia del anarquismo. Por otro lado, en España no son raros tampoco los casos de doble militancia republicano-federal y cenetista, como los muy notorios de Eduardo Barriobero o Ángel Samblancat. El PS nació con el objetivo de apoyar la lucha obrera desde la esfera institucional sin inmiscuirse en la labor de los sindicatos, pero no logró que las masas confederales ni sus líderes más destacados se sumaran al empeño. Su programa defendía una organización social basada en sindicatos, cooperativas y municipios gestionados democráticamente y libremente federados. A finales de 1936, el PS contaba con 32 000 afiliados y su estructura sobrevivió a la muerte de su fundador hasta la derrota de la República, cuando quedó muy mermada. Durante el franquismo hubo algunos intentos de refundación que sólo cuajaron en 1976; después, los magros resultados electorales condujeron a su segunda extinción a mediados de los 80.
Dos visiones inconciliables
Las dos últimas secciones del libro están dedicadas a la conversación entre Pestaña y José Antonio, sus causas, sus detalles y consecuencias. Una minuciosa recopilación de fuentes pone de manifiesto la confusión existente sobre el asunto, pero es posible hallar una explicación plausible de lo ocurrido y discernir un relato probable. Hay que tener en cuenta que, desde que surge, el fascismo español adopta la estrategia de enmascarar su mensaje autoritario, ultracatólico y exacerbadamente nacionalista con la jerga “obrerista” y “sindicalista” conveniente para sumar a su proyecto al proletariado. En esta tesitura, qué mejor forma de encandilar a éste que captar a alguno de sus líderes más conspicuos. A comienzos de 1934, Ángel Pestaña, alejado de la actividad sindical y en fase de gestación de su partido político era un buen objetivo para ser tanteado en este sentido.
Con estas expectativas y probablemente en el mes de febrero de ese año, tiene lugar la famosa entrevista en el café Glaciar del barrio gótico barcelonés. Pestaña acude espoleado por la curiosidad intelectual que lo caracterizó siempre, y a las solicitaciones de José Antonio opone las diferencias obvias entre los dos movimientos, materializadas en el papel atribuido a patria, religión y lucha de clases, y en preconizar estructuras sociales diametralmente opuestas. Algunas fuentes hablan de una segunda reunión que podría haber ocurrido en 1935, pero la consistencia de los indicios es débil. Giménez analiza también las acusaciones vertidas contra el PS de haber dado cobijo a elementos quintacolumnistas durante la guerra, o los casos de militantes que regresaron, terminada ésta, a la España franquista para colaborar con los sindicatos verticales. Todas estas situaciones no son exclusivas del PS y muestran sólo opciones individuales que no comprometen la ideología del partido.
Con su meticuloso trabajo en Ángel Pestaña, falangista. Anatomía de una mentira histórica, Sergio Giménez deja meridianamente clara la distancia insalvable entre dos concepciones enfrentadas en aquel momento. Por un lado tenemos la visión corporativa de Primo de Rivera, esencialmente antidemocrática y basada en la Patria como entidad fundamental, que veía en el estado un organismo cuyas partes debían actuar sometidas a la cabeza rectora y negaba la lucha de clases. Por otro lado estaba el sindicalismo que Pestaña defendía, que contemplaba la brutal realidad de la explotación capitalista y planteaba el horizonte de una sociedad que la superase, autogestionada y libremente federada, sin patrias ni fronteras.
Hay un abismo entre las dos concepciones, por más que cuando estalle la guerra militantes atrapados en terreno enemigo no dudarán en traspasarlo. Algunos falangistas borrarán así el nacionalismo de su identidad y reivindicarán su sindicalismo para sumarse a los libertarios, mientras que anarquistas, llegado el momento, se pondrán como salvavidas la camisa de Falange. Son cosas que sucedieron y que nos dicen algo sobre la naturaleza humana, pero no avalan una supuesta compatibilidad de las dos ideologías. Más allá de piruetas verbales, jergas y posibilismos, los argumentos son claros como el agua clara, y así quedaron sobre la mesa del café Glaciar de Barcelona un día de invierno de 1934.
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