En noviembre de 2003 muchos consideramos que la situación en Irak se le había escapado de las manos a los Estados Unidos. Las señales resultaban demasiado claras: descontrol en la contraofensiva del ramadán, corrimientos en la interna de la Casa Blanca y, como consecuencia final, la propuesta del virrey Paul Bremer para la transición a un «gobierno soberano». En realidad el camino emprendido por Washington desde noviembre pasado refleja los síntomas de un equilibrio muy frágil tanto en Medio Oriente como en el gobierno de George W. Bush
En política no prever lo obvio es una falta inexcusable y Estados Unidos desde hace algo más de un año pasó todos los límites en materia de imprevisión. Las armas de destrucción masiva no existen, los vínculos de Sadam con Al Qaeda tampoco y la «libertad» prometida a los iraquíes se ensombreció para siempre cuando se publicaron las fotos de Abu Ghraib. Para colmo de males, los estrategas del Pentágono no previeron la resistencia al invasor. Haber supuesto que serían recibidos «con flores y dulces» o como «liberadores» y no como ocupantes nos explica mucho sobre el empantanamiento en Irak.
La resistencia iraquí -o las «resistencias» iraquíes- es un problema múltiple para la coalición y para los proyectos políticos de George W. Bush. Durante casi un año el enfrentamiento tuvo como protagonistas a los insurgentes sunnitas y a los militantes del partido Baas. El caos y la falta de previsión de los invasores permitió que Al Qaeda entrara al país, rompiendo de esta forma el cerco que le había puesto Sadam Hussein durante años. En este escenario ya caótico de por sí, Paul Bremer cometió uno de los peores errores estratégicos de la ocupación. A mediados de 2003 intentó eliminar al clérigo chiíta radical Moqdata al Sadr.
Desconocido hasta hace poco -salvo para los especialistas y para la inteligencia de la coalición- al Sadr lideraba una pequeña secta radical, violentamente contraria a la ocupación. Publicaba un periódico de ínfimo tiraje -10 mil ejemplares para 25 millones de habitantes- y el clero chiíta, especialmente el ayatolá Al Sistani aliado a Bremer, no reparaba en la figura de un joven que gritaba y poco hacía. En julio de 2003 llegaron versiones al cuartel general de Moqdata al Sadr de que un comando estaba tras él. Paúl Bremer desactivó el operativo, no lo capturó y desde ese momento al Sadr comenzó a preparar su contraofensiva y, peor aún, armó a su gente. A finales de marzo clausuraron su periódico y encarcelaron a su principal asesor, lo que alcanzó para encender la mecha de la insurrección chiíta que Estados Unidos jamás esperó ni quiso. El error fue inmenso desde todos los puntos de vista. Unió a chiítas y sunnies y atizó el nacionalismo iraquí, a lo que se sumo la resistencia en Faluya, donde el ejército de ocupación realizó una masacre para finalmente tener que replegarse sin pena ni gloria. El sitio de Faluya unificó a las facciones religiosas iraquíes y hacia ella marcharon en solidaridad todos juntos, por encima de sus diferencias. Para peor las «fuerzas iraquíes» se negaron a pelear y algunas se pasaron la bando resistente, debilitando terriblemente la posición política del ex gobierno provisorio. Mientras tanto Moqdata al Sadr se refugiaba en la mezquita del Imán Alí en Nayaf, a sabiendas de que la coalición no se atrevería a profanar un lugar santo, si no quería enfrentar aún más la ira popular y de ciertos peligrosos vecinos.
Al Sadr se salió con la suya. Su ejército tuvo en vilo a las tropas americanas durante todo abril y a pesar de sus pérdidas -al parecer muy importantes- evadió la prisión y obligó a los americanos a pactar y a replegarse, en tanto que su popularidad aumentó a niveles increíbles; 81 por ciento según la última encuesta.
Así, ciudades como Faluya, Nayaf, Samarra y Kufa no están en control de la coalición y son, de hecho, zonas liberadas. El Kurdistán iraquí, además, opera autónomamente y está causando demasiados problemas en el ámbito regional, como veremos.
Por otro lado, los «grandes negocios» fueron un fiasco. Los empresarios viven encapsulados en los hoteles, vigilados por las tropas o por mercenarios privados. En una lista parcial, 114 «contratistas» figuran como muertos o desaparecidos. La Halliburton, por nombrar la más destacada empresa americana, ha perdido 19 en pocos meses. Asimismo, el abasto de petróleo está en un punto crítico desde hace un año. El «primer ministro» Allawi señaló antes de asumir que los atentados contra los oleoductos sumaban 130, a los que debemos agregar los que se informaron desde el 28 de junio, ya que resulta imposible cuantificar los que no se hacen públicos. El caos debe ser inmenso, la devastación incalculable y las millonarias pérdidas petroleras no sólo debilitan la economía iraquí: distorsionan los precios internacionales.
Los ataques tienen diferentes blancos. En primer lugar las fuerzas de ocupación, pero ahora parecen centrarse en los colaboracionistas, ya sean miembros de las fuerzas de seguridad o aspirantes a integrar sus cuadros y, especialmente, técnicos o políticos del nuevo «gobierno soberano». No dejar estabilizar la situación es el objetivo, y lo están logrando; el poder de Allawi no va más allá de los límites de Bagdad.
Todo esto sucede, a su vez, con tensiones en el bando resistente. La intromisión de Al Qaeda y el liderazgo de Al Zarqawi crearon problemas en la lucha contra el invasor, debido a su manera de operar. Sin duda los atentados terroristas -generalmente coches bombas que producen un daño masivo e indiscriminado- afectan y atemorizan a la población, restando apoyo a los resistentes. En una entrevista de Alix de la Grange en Asia Times, antiguos oficiales de Sadam aclararon sus diferencias con Al Qaeda, su estrategia de replegarse en marzo de 2003 para comenzar la guerra de desgaste y su optimismo en la próxima victoria. Poco después uno de los bandos guerrilleros condenaba a muerte a Al Zarqawi y el 12 de julio 16 facciones de la resistencia crearon un mando unificado y renegaron de los atentados terroristas. No es casual el aumento de las bajas de la coalición. Mientras que desde mayo de 2003 a marzo de 2004 las bajas promediaron 1.4 al día -salvo dos meses excepcionales- desde abril, con 4.67, pasaron a 2.71 en mayo, 1.67 en junio y en lo que va de julio ronda el 2.12 a lo que debemos agregar un incontable número de heridos. La estabilidad del «primer ministro» Allawi pende de un hilo y las consecuencias regionales ya se están haciendo sentir.
Arabia Saudita, sin ir más lejos, se enfrenta a la amenaza terrorista de Al Qaeda y los riesgos para la industria petrolera y para los precios internacionales del barril son notorios. Otro de los grandes amenazados es Israel. A partir de noviembre de 2003 se hizo evidente para todos que la guerra se había estancado y que el fracaso estaba en el horizonte. Para Tel Aviv tal alternativa implicaría un desastre inmenso y así se lo hizo saber a los Estados Unidos mientras se preparaba para mover sus piezas en el tablero regional. Seymour M. Hersh informó en New Yorker acerca la intervención judía en el Kurdistán y los graves riesgos que esto implica. Ariel Sharon busca amigos en la zona y el pueblo kurdo -oprimido, usado y olvidado durante siglos- es un candidato excelente para penetrar en el centro la convulsionada región. De esta manera, la opción de promover la independencia del Kurdistán trastocaría el equilibrio geopolítico de oriente medio, cosa que los vecinos de Irak no están dispuestos a tolerar. El Kurdistán histórico comprende zonas que abarcan el noroeste de Irán, el este de Sira y el sudeste de Turquía, sin olvidar la ciudad de Kirkuk y el noreste iraquí, considerada una de las mayores reservas petrolíferas del mundo. El Kurdistán independiente tendría una de las llaves maestras del ya escaso recurso petrolero, en el marco de una alianza con Israel, y para peor sería un nuevo estado tapón, apoyado por Tel Aviv y Washington en medio de países hostiles, haciendo de base territorial israelí en la frontera oeste de Irán y al este de Siria, algo inaceptable para ambos. Turquía advirtió el peligro de forma inmediata. Un proceso separatista kurdo, apoyado por Israel, dispararía las ambiciones de sus propias minorías kurdas, que tendrían una base de apoyo para separarse de Ankara. En respuesta a esta situación Turquía «llamó en consulta» a su embajador en Israel, en tanto que altos funcionarios del gobierno advertían sobre los inmensos riesgos que significa esta aventura.
Irán no se queda atrás. Desde el inicio de la guerra los servicios secretos iraníes se han establecido en Irak y llegó a circular el rumor -nunca desmentido- de que fueron los iraníes quienes informaron sobre el paradero de Sadam al ejército de ocupación. El gobierno de Teherán ve con satisfacción el estancamiento norteamericano en Irak y, de forma solapada, apoyó a la resistencia de Moqdata al Sadr, sin dejar de advertir los «peligros» de llevar la guerra a las ciudades santas chiítas. ¿Qué pasaría si un misil se desviara por accidente y destruyera la mezquita del Imán Alí? ¿Cómo reaccionarían los chiítas desde Irán hasta Marruecos? No es casual que la coalición se haya replegado de Nayaf, Kerbala y Kufa -ahora bajo control del ejército Mehdi de al Sadr- y que el arresto del líder chiíta haya quedado para otra oportunidad. Mientras tanto al Sadr consolida su poder, aplica la shaira estrictamente en las regiones bajo su control y espera un pacto con el «gobierno» de Allawi, no sin contradicciones políticas. En principio planteó un tibio apoyo al primer ministro chiíta y llegó a proponerse la creación de un partido político y participar en las elecciones. Cuando el nuevo ministro del interior Falah Al Naqib se negó a aceptar que el ejército mehdi patrullara y tuviera el control de las ciudades santas y cuando EEUU bloqueó la amnistía a al Sadr, el joven clérigo volvió a su retórica radical. Condenó la autorización de Allawi a bombardear Faluya, llamó «ilegítimo» al gobierno y, por último, se negó a formar parte de la conferencia nacional que el 25 de julio «eligió» un órgano consultivo iraquí, denominado el Consejo Nacional, que cumplirá funciones legislativas y parlamentarias. Sadr se separó del «gobierno soberano» y se espera que sus próximas jugadas no sean muy pacíficas. Ni siquiera la reapertura de su periódico a finales de julio calmó su ánimo.
En ese marco de tensión, Washington dirigió su mirada hacia el régimen iraní. La Asociación Internacional de Energía Atómica (AIEA) apuntó hacia Teherán y exigió el cumplimiento de los tratados contra la proliferación nuclear. Los iraníes son acusados de estar enriqueciendo uranio, lo que les permitiría tener pronto una bomba nuclear, desequilibrando aún más la frágil situación de oriente medio. En un permanente «tire y afloje» las declaraciones se suceden, admitiendo o negando las intenciones de seguir adelante con las investigaciones nucleares de acuerdo al momento o a la oportunidad. Israel y Estados Unidos tienen la firme convicción de que Irán va a ser un peligro nuclear en breve, lo que explica las actividades israelíes en el Kurdistán y las periódicas informaciones de inteligencia que prevén un ataque de Israel contra las instalaciones nucleares iraníes. Peor aún sería la actitud de Estados Unidos. El Consejo de Relaciones Exteriores (CFR por sus siglas en inglés) una ONG que congrega a tres mil especialistas de diversas disciplinas y a ex funcionarios de los servicios exteriores y de inteligencia de Europa y Estados Unidos, informó que algunos analistas creen que Washington lanzaría un ataque militar contra Teherán antes de las elecciones o que el «cambio de régimen» en Irán sería prioritario en un eventual segundo gobierno de Bush. No en vano, desde la publicación del informe de la comisión investigadora del 11 de setiembre, se repite una y otra vez que fue Irán el país implicado en las relaciones con Al Qaeda y que los terroristas que pilotearon los aviones pasaron sin problemas la frontera afgano-iraní, inclusive con el visto bueno de las autoridades.
El 26 de julio el ministro de defensa del Irak, Hazim Shalan, avivó el fuego anti iraní. Acusó a Teherán de intervenir en los asuntos iraquíes para terminar con la democracia y de apoyar el «terrorismo y llevar enemigos a Irak» y agregó que ex combatientes de Afganistán fueron capturados en Irak y confesaron que recibían ayuda de las fuerzas de seguridad iraníes. El mismo día la BBC informaba que Estados Unidos otorgó un estatus de «protegidos» a 4000 muyahidines iraníes residentes en Irak, que hasta ese día formaban parte de la lista de grupos terroristas del Pentágono. Durante años esta agrupación realizó incursiones desde Irak y fueron desarmados por las tropas de ocupación a mediados de 2003. Hoy puede ser un poderoso instrumento en la escalada contra Irán.
La guerra y la sociedad americana
La guerra tuvo para Estados Unidos peculiares reacciones sociales y políticas. A nivel popular el rechazo fue creciendo conforme se develaban las mentiras del gobierno y la miopía en el manejo del conflicto se hacía cada vez más evidente. Las encuestas dan clara cuenta de ello y hoy el rechazo a la guerra y a su oportunidad son mayoritarios. Sin embargo, no se han dado las movilizaciones masivas que en la década del 60′ caracterizaron a la sociedad y a los jóvenes americanos contrarios a la aventura en Viet Nam. Una de las razones es numérica. En 1968 los muertos pasaban los 45 mil y los heridos largamente el medio millón. Si por cada muerto y herido se afectaban entre cuatro o cinco personas más -familiares, amigos, etc.- la repercusión directa de la guerra impactaba en 2 a 2.7 millones de personas. En Irak, las bajas totales, sumando muertos y heridos, no pasan de los 11 mil, lo que estaría repercutiendo directamente sobre 44 o 55 mil ciudadanos. Sin embargo, el proceso de la guerra -las mentiras, las torpezas, la incapacidad para controlar el país, los precios de los combustibles- está teniendo otro tipo de efecto sobre el americano medio. No sólo las encuestas contrarias a Bush reflejan ese proceso, sino nuevos fenómenos, como la popularidad de Michael Moore, de sus libros y de su película Fahrenheit 9/11. A pesar de todos los intentos por censurarlo, «Estúpidos Hombres Blancos» y «¿Qué Hicieron con mi País?» siguen primeros en ventas, en tanto que Fahrenheit 9/11 batió todos los records de taquilla, 12 millones de espectadores. Según Gallup el 8 por ciento de los adultos estadounidenses habían visto la cinta hasta el 11 de julio, el 18 por ciento iba a verla en el cine próximamente y el 30 por ciento planeaba verla en video. El impacto de estas revelaciones están afectando políticamente al gobierno y al Partido Republicano, teniendo en cuenta que la ambigua situación pre electoral puede hacer que un porcentaje ínfimo defina la elección. Mientras algunas encuestas dan a la dupla demócrata triunfadora por siete puntos, el 23 de julio Gallup, CNN y USA Today daban un empate técnico entre Kerry (47%) y Bush (46%), lo que no deja de ser preocupante. Cuando las elecciones en Estados Unidos han sido parejas el fraude se abrió camino con facilidad. John F. Kennedy le ganó a Richard Nixon en 1960 porque la diferencia fue de diez mil votos y gracias al fraude realizado por la mafia y su amigo Frank Gianncana. George W. Bush echó mano a su hermano Jeb en Florida y a los amigos de papá en la Corte Suprema. Otro tipo de mafia.
La situación electoral parece no haber cambiado. La promesa de modernizar el sistema en Florida no se cumplió y el 75% de los electores deberá seguir votando con la misma tecnología vetusta que permitió el fraude contra Gore en 2000. El Jefe del Departamento de Elecciones de Florida Ed Kast, renunció en junio porque puso en tela de juicio la transparencia de las elecciones de noviembre. Según la prensa, Kast no aceptó purgar los padrones siguiendo los criterios de la elección del 2000, donde los ex convictos y aquellos que se llamaran parecido o tuvieran una fecha similar de nacimiento eran dejados fuera, casualmente casi todos afro americanos que votan a los demócratas. Los nuevos sistemas de votación electrónica no ofrecen ninguna garantía, al no tener un sistema de auditoria verificable o un «registro de papel» informaron el 13 de julio los activistas de diversas ONG en la movilización La Computadora Devoró mi Voto que convocó a más de 350 mil personas en todo el país. De haber otro fraude ¿cuál sería el efecto en la sociedad americana? ¿Resistirán la estafa por segunda vez?
La guerra en la Casa Blanca
La guerra en Irak distorsionó la interna del gobierno de George W. Bush. Desde el inicio de la escalada, en marzo de 2002, quedó clara la división interna de la Casa Blanca. Por un lado, los «realistas -en principio denominados «palomas»- más prudentes, calibraron la posibilidad de la guerra, siempre y cuando se hiciera mediante una amplia coalición y en el marco de una política multilateral. Liderados por Collin Powell -que se opuso a la invasión en principio- fueron marginados progresivamente por los halcones -Donald Rumsfeld, Dick Chaney, Paúl Wolfowitz– que en base a los presupuestos del Proyecto Nuevo Siglo Americano, postulan un relanzamiento del imperio y el control militar de aquellas áreas críticas para la hegemonía americana.
Conforme se hicieron evidentes todos los fiascos sobre los que fundaron la guerra, los corrimientos internos aumentaron. El ex secretario del tesoro, Paúl O’Neill fue de los primeros en lavarse las manos públicamente, luego Richard Clarke -ex jefe antiterrorista de la Casa Blanca- arremetió contra los errores del gobierno en la invasión de Irak. Finalmente, Collin Powell tomó distancia diplomáticamente. En febrero de 2003 el secretario de estado tuvo que optar entre su intuición militar y su carrera política. Eligió esto último y en el Consejo de Seguridad de la ONU sostuvo la tesis de las ADM, sin convicción alguna y a sabiendas de que los informes de la CIA eran altamente cuestionables. Cuando la mentira se hizo evidente a mediados de 2004 declaró que nunca hubiera dicho lo que dijo en la ONU si hubiera sabido lo que no sabía.
En medio de las mentiras otros escándalos echan más leña al fuego. La filtración a la prensa de que la esposa del embajador Joseph Wilson era agente de la CIA, fue una clara venganza contra el diplomático que desmintió los intentos de Sadam de comprar uranio en Níger. Todos los dedos apuntaron al vicepresidente Dick Chaney, la cabeza más notoria de los halcones y, según ciertas versiones, el gobernante real por encima del mediocre George W. Luego vinieron las fotos de Abu Ghraib.
Cuando las torturas se hicieron públicas, la base fundamental de los neoconservadores comenzó a resquebrajarse. Por primera vez, el omnipotente Donald Rumsfeld fue cuestionado públicamente sin piedad y a tal grado que el New York Times y el Washington Post pidieron su renuncia. No sólo eran las torturas, la mala planificación de la guerra, la propuesta de realizarla con 160 mil soldados y tecnología avanzada y la falta de tropas en el campo de batalla, demostraban la ineptitud del Secretario de Defensa, para alegría de las «palomas» y de Powell. La salida del Secretario de Defensa parecía cosa hecha; a finales de mayo el semanario alemán «Focus» informaba que le habían ofrecido el cargo al embajador americano en Berlín, Daniel Coats, en tanto que hoy se barajan los nombre de Condollezza Rice y de Collin Powell. Si Rumsfeld se mantiene es porque Bush lo apoya y porque no conviene un relevo tan radical en medio de la campaña electoral. Otro en capilla es el vicepresidente Dick Chaney.
Envuelto en escándalos empresariales, Chaney, ex presidente y propietario de la petrolera Halliburton, utilizó su posición política para conseguir jugosos contratos en Irak. El Pentágono investiga estas maniobras al más alto nivel, a lo que se agrega los cuestionamientos políticos. El segundo hombre de la administración es considerado una carga muy incómoda por muchos republicanos debido, además, a sus posiciones «extremistas» según The New Republic. Acusado de promover el unilateralismo, de liderar a los halcones contra el ala «realista» y de tener un «gobierno paralelo», tuvo su momento de gloria después del 11 de setiembre y mientras la guerra en Irak avanzó a paso de vencedores. Cuando la victoria relámpago se transformó en estancamiento, la elite republicana «realista» buscó neutralizarlo. Fue entonces que James Baker -antiguo secretario de estado- ganó influencia en el gobierno, al igual que el Consejo de Seguridad Nacional, con el concurso del ex asesor de Bush padre Robert Blackwill.
La caída en desgracia de Amhed Chalabi -candidato de Rusmfeld y Chaney para gobernar Irak- fue otro duro golpe, probablemente propinado por los «realistas». En la transición al gobierno «soberano» el giro de la representación americana en Irak tuvo un perfil parecido. Bremer -hombre de Rumsfeld y del Pentágono- fue sustituido por Negroponte, más en sintonía con Powell y con el Departamento de Estado.
A principios de julio el New York Times informaba acerca de la posibilidad de que el vicepresidente se «enfermara» del corazón en agosto y abandonara la candidatura para las elecciones de noviembre. Chaney desmintió las versiones de prensa, pero quedó en el aire la sensación de que la «salida elegante» se está barajando como posible, lo que significaría una gran victoria para los «realistas». El senador republicano Alfonse M. D’Amato solicitó la renuncia de Chaney y su sustitución por John McCain, senador de Arizona. Sin embargo, George W. Bush debe respaldar a su vicepresidente si no quiere perder el apoyo de la derecha católica ultraconservadora que aplaude desde el inicio el relanzamiento de la expansión.
En ese marco de tensión interna, Collin Powell jugó fuerte. En mayo permitió que su jefe de gabinete Larry Wilkerson, informara a la revista GQ que estaba «agotado» de tener que hacer «control de daños» de la política exterior americana y de su enfrentamiento con Dick Chaney. Si bien a los pocos días desmintió la versión, a principios de junio el diario Financial Times informó que Powell ha condicionado su permanencia, si George Bush sale reelegido, a la salida masiva de los neoconservadores. La amenaza de renunciar buscó forzar al presidente para que se definiera en la disputa contra los halcones. Parecería que Bush aún apoya al equipo de Rumsfeld, por lo que se sospecha que la vida política de Collin Powell no durará más de allá de un año y medio. Sin embargo, las criticas públicas del Secretario de Estado al director de la CIA por las fallas de inteligencia en el tema de las armas de destrucción masiva, tuvieron un efecto distinto en la lucha interna por el poder.
Las víctimas siguen cayendo conforme se hacen cada vez más evidentes los errores en Irak y la división de la derecha americana. El 25 de junio el abogado encargado de defender la política contra el terrorismo de la Casa Blanca ante el Tribunal Supremo, Theodore Olson, renunció sin que se indicaran las causas. El 3 de junio cayó el director de la CIA George Tenet. No haber encontrado las ADM luego de que informara al presidente que su hallazgo era «cosa hecha» selló la suerte del jefe de inteligencia. Buscando limpiar la imagen antes de las elecciones y cediendo ante las presiones de Collin Powell, Bush soltó la mano de su director de inteligencia, dejando para más adelante el nombramiento del sucesor, seguramente esperando ver como serán las correlaciones de fuerzas en el futuro de su gobierno. Chivo expiatorio en la crisis de Irak, Tenet fue, quizá, canjeado por la permanencia de Rumsfeld. Sin embargo algunos analistas sostienen que la salida de Tenet fortalece a los halcones. Bajo su dirección la CIA aparentemente no desempeñó el rol deseado por quienes prepararon la invasión a Irak. En cierto momento, según Seymour Hersh en The New Yorker, el grupo del Pentágono creó un cuerpo especial de espionaje, llamado Grupo de Tareas Especiales, con el fin de hacer el tipo de trabajo de inteligencia que sus planes requerían y que la CIA supuestamente no aportaba. El equipo del Pentágono dependía para sus fines de Ahmed Chalabi, candidato de Rumsfeld para gobernar Irak, caído en desgracia cuando se le acusó de pasar información a Irán. La caída de Chalabi habría sido preparada por Tenet y Bremer, de manera que con la renuncia del director de la CIA el Pentágono consiguió revancha y un espacio más de poder. Asimismo, la designación de Allawi como «primer ministro» -un ex agente de la CIA y del MI6- fue otra jugada de los neoconservadores. En definitiva, Tenet ya no le servía a nadie y arrastró tras de sí al director adjunto del servicio de Operaciones de la CIA, James Pavitt, encargado de las acciones clandestinas, que también decidió retirarse. En esta limpieza ni el frente de batalla se salvó. Envuelto en el escándalo de las torturas, el general Ricardo Sánchez fue sustituido por el también general George Casey en otro intento de blanquear la imagen y de relanzar estratégicamente la ocupación, apoyándose más en las «fuerzas» locales, pero sin mucha suerte. ¿Son confiables iraquíes mal entrenados y peor armados que no quisieron pelear en Faluya o que se pasaron al enemigo?
Independientemente de las razones o de las disputas de poder que provocan caídas en desgracias o sucesiones en los cargos, la Casa Blanca está dividida y en circunstancias como las actuales, división es sinónimo de debilidad y de desorientación acerca de las políticas que se están aplicando en el mundo y a nivel doméstico. Y en este último punto la cuestión es muy problemática.
Luego de los atentados al Pentágono y las Torres Gemelas se aprobó de urgencia la «Ley Patriótica», un compendio inmenso e ilegible que limita los derechos individuales como nunca antes sucedió en la historia de Estados Unidos. Según Gore Vidal, el proyecto -casi un código- estaba preparado de mucho tiempo atrás y su lectura resulta incomprensible si no se tienen profundos conocimientos de derecho. Luego, el poder ejecutivo arrestó a 700 sospechosos a los que tiene bajo su control sin garantías de ningún tipo y de los que nadie sabe ni sus nombres ni su situación. La Suprema Corte de Justicia avaló esto, lo que en los hechos implica la eliminación del habeas corpus.
En esta línea, se creó el Departamento de Seguridad Nacional, dirigido por Tom Ridge, una suerte de ministerio de policía social que impuso nuevos códigos de seguridad que diariamente son informados a la población. Otro dato que pasó desapercibido fue la creación del Comando Norte, un mando militar centralizado que controla todas las tropas del país. Todo está bajo sospecha: los usuarios de bibliotecas, los jóvenes musulmanes, los que protestan por los derechos civiles, los que se atreven a manifestar contra las guerras, los que se entrenan en «campamentos» de desobediencia civil. Se cuestiona el patriotismo de casi cualquiera que exprese su disidencia con las políticas oficiales.
Desde entonces se advierte sobre nuevos atentados terroristas iguales o peores que los del 11 de setiembre. La política del miedo se ha vuelto cotidiana y sus objetivos de control social y de influir políticamente en el pueblo americano son inocultables. Ahora bien ¿es viable otro ataque? ¿Puede ser evitado o lo detendrán hasta que convenga? Los especialistas sostienen que «la guerra contra el terror» ha hecho de Estados Unidos un lugar más inseguro y no al contrario. La expansión en Medio Oriente tuvo como una de sus principales consecuencias haber «sembrado terroristas»: le abrió las puertas de Irak a Al Qaeda y cada muerto iraquí provoca indignación y apoyos a la resistencia, cuando no su incremento en combatientes. Si la situación sigue siendo adversa para Washington, las medidas políticas a tomar se volverán cada vez más estrechas y dramáticas. Daniel Ellsberg, oficial de inteligencia que durante Viet Nam dio a conocer los «Documentos del Pentágono», sostuvo que »un próximo ataque podría cambiar definitivamente a Estados Unidos y convertirlo en un país fascista, en manos de gente como John Ashcroft o John Pointdexter». Y esto es lo que precisamente está considerando la Oficina Oval, la Fiscalía y la Departamento de Seguridad Nacional. Los informes de prensa son muy reveladores acerca del «día después» del nuevo ataque. Tanto el general Tommy Franks como el Vicepresidente Dick Cheney han declarado que cuando se realice el ataque entrará en vigor la Ley Marcial y una serie de «medidas especiales» que serán coordinadas desde el bunker subterráneo de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA), que asumirá las funciones gubernamentales. Esto implicaría la «suspensión de la constitución», según el general Franks y la transformación del país en un estado policial. El analista en asuntos militares William Taquín describió en Los Angeles Times las diversas medidas previstas por los militares para controlar los disturbios domésticos que surgirían después del ataque. Asimismo, el FBI ha creado células para tareas especiales, cuya finalidad es asegurar que no haya fugas de información o de inteligencia.
No es casual el artículo de Newsweek de principios de julio donde se informa que el gobierno de Bush está estudiando seriamente la suspensión de las elecciones en caso de otro atentado terrorista. En concreto, se solicitó al Departamento de Asesoría Legal del Departamento de Justicia que estudiara los pasos a dar en este caso. Debemos recordar que este departamento de asesoría, es el mismo que justificó que el presidente no puede ser condenado por dar órdenes para torturar, pues según esta tesis, ni los tribunales ni las leyes adoptadas por el Congreso podrían tocarlo, ya que él está por encima de la ley. Lo más llamativo es que ante el anuncio de una probable postergación de las elecciones los medios y los principales dirigentes políticos pasaron de largo, con extraña indiferencia.
Escenarios futuros
De Irak a Estados Unidos todos los escenarios se mueven en un equilibrio muy frágil. Ya nadie duda que la guerra está estancada y muy probablemente perdida. Bush está buscando como pasarle la braza caliente a la ONU y a los iraquíes, pero los primeros no la quieren y los segundos no pueden manejarla. La OTAN apenas si aceptó entrenar a las nuevas fuerzas de seguridad, siempre y cuando se haga fuera de territorio iraquí, lo que transforma la colaboración en algo meramente formal. Poco a poco el aislamiento de Estados Unidos aumenta, especialmente debido a los éxitos de la resistencia. Los secuestros y los combates hicieron que varios miembros de la coalición se retiraran (España, República Dominicana, Honduras, Nicaragua, Tailandia y Filipinas) y que otros ya estén preparando las valijas para dentro de poco. Noruega se sale en semanas, Portugal está barajando seriamente la retirada y Australia depende de que en las elecciones de 2005 triunfe el laborismo para que las tropas vuelvan a casa.
La situación regional es crítica. Si bien la escalada contra Siria se entibió y apenas se aprobó el «acta siria» de sanciones económicas, la medida resulta irrisoria pues el comercio de Damasco con Washington no llega al 3 por ciento del total. Pero la campaña contra Irán y la intervención de Israel en el Kurdistán no sólo son una jugada arriesgada sino también peligrosa. Un simple error, una orden mal entendida o un gesto mal interpretado pude ser la chispa que haga estallar el polvorín del Medio Oriente. Mientras tanto la resistencia iraquí continúa generando el goteo de muertos americanos y atacando a los miembros del gobierno, incrementando de esta manera la inestabilidad del régimen de Allawi que no logra ni logrará autosostenerse, jaqueado por todas las facciones iraquíes.
Progresivamente las tensiones del exterior impactan en Estados Unidos. Los graves problemas sociales, las tensiones raciales, los vaivenes económicos y los problemas energéticos reciben el golpe de la guerra en Irak, haciendo que la situación interna también se vuelva cada día más tensa. El año electoral puede abrir un compás de espera en esta situación, pero el candidato demócrata John Kerry no ha dado señales claras de que se retirará de Irak y peor aún, ha dicho expresamente que está dispuesto a quedarse hasta que la situación se estabilice. La convención demócrata el 26 de julio, fue una larga arenga sobre la seguridad, destacando el perfil militarista del ex combatiente de Viet Nam, actual aspirante a la Casa Blanca.
Las encuestas no son claras, como vimos, y cualquiera puede ganar por muchos o pocos votos, lo que habilitaría la posibilidad de fraude. Pero si sucede lo peor, o sea otro atentado, quien esté a cargo del gobierno tendrá piedra libre. Sin las garantías constitucionales y con la aplicación de la ley marcial los medios serían controlados, Internet censurada, la oposición silenciada. Así, sería fácil neutralizar los sectores problemáticos a la interna y, además, encarar las tareas internacionales sin molestos cuestionamientos. Sin regulaciones, aumentar los efectivos en Medio Oriente y emprender otra fase de la expansión sería más fácil y más cómodo. El «estado de guerra» como forma de vida sería el perfil de la nueva época, cerrando la etapa de la democracia más o menos liberal, no sólo para Estados Unidos sino también para sus regiones dependientes. No sería extraño que, como siempre, quisieran exportar el modelo «marcial» a sus satélites que, como en el caso de América Latina, tiene amplia experiencia en la materia. Ahora bien, el pueblo americano ¿toleraría una situación semejante? ¿Los halcones y Bush serían tan reaccionarios como para liquidar la democracia? Pero en caso de que las elecciones se realizaran de forma normal y Bush triunfara, ¿no radicalizaría su propuesta expansionista ahora con el aval de un éxito electoral? Si esto es así, es probable que los días de los «realistas» estén contados y que la situación en Medio Oriente se torne más dramática.
Pero cualquiera sea el escenario, y si la guerra continúa como hasta ahora, el desgaste político y el aislamiento de Washington inevitablemente harían cambiar para siempre el papel histórico de Estados Unidos en el mundo. Su hegemonía incontestada quedará herida de muerte.
Mientras tanto, China y Europa callan y esperan.