Salvo para los accionistas de Halliburton u otras grandes empresas de defensa, seguridad o construcción, Iraq se ha convertido en una pésima inversión para Estados Unidos, por su alto costo en vidas humanas y dinero de los contribuyentes, afirma un nuevo estudio
Los contribuyentes estadounidenses han pagado «un precio muy alto por la guerra» y además están ahora «menos seguros en su país y en el mundo», concluyó el Instituto de Estudios Políticos, un gabinete de estrategia de tendencia progresista con sede en Washington, en su primer análisis profundo sobre los costos de la guerra para Estados Unidos, Iraq y otros países.
Los 151.100 millones de dólares que se gastarán este año fiscal en la guerra de Iraq podrían haber financiado la atención integral de la salud de 82 millones de niños estadounidenses o los salarios de casi tres millones de maestros de escuela primaria, señala el informe «Pagando el precio: El costo creciente de la guerra en Iraq», que cita a otros estudios recientes.
Según uno de los estudios citados en el informe de 54 páginas, la guerra y la ocupación de Iraq habrán costado al hogar estadounidense promedio al menos 3.415 dólares para fin de año.
Si se hubiera invertido en programas internacionales, la misma suma podría haber reducido a la mitad el hambre mundial y cubierto las necesidades de medicamentos para el VIH/sida, inmunización infantil, agua potable y saneamiento de todos los países en desarrollo por más de dos años.
El informe fue publicado el miércoles, una semana antes de la prevista transferencia de soberanía de la Autoridad Provisional de la Coalición (APC) a un gobierno interino iraquí.
Los autores señalan que las nuevas autoridades iraquíes tendrán un poder muy limitado, dado que permanecerán en Iraq más de 160.000 soldados extranjeros, principalmente estadounidenses, bajo el comando militar de Estados Unidos, y que el nuevo gobierno no podrá derogar casi 100 decretos emitidos por el actual jefe de la APC, Paul Bremer.
Además, el informe coincide con una serie de evaluaciones negativas, incluso del propio Bremer, y de la publicación de encuestas de opinión pública sobre los resultados de la ocupación de Iraq, tanto para Estados Unidos como para los iraquíes.
Según una encuesta realizada a mediados de mayo por encargo de la CPA, más de 80 por ciento de los iraquíes no confían en las autoridades de ocupación, y 55 por ciento se sentirían más seguros si las fuerzas de la coalición salieran del país.
Los costos financieros de la guerra son enormes, pero los costos humanos, para una y otra parte, son terribles.
Más de 850 soldados estadounidenses han muerto desde el comienzo de la guerra, el 20 de marzo de 2003. Unos 700 de ellos murieron desde que el presidente George W. Bush declaró el cese de las hostilidades, el 1 de mayo de 2003, lo que convierte a la fase posterior a los combates en la más sangrienta de una guerra con la participación de Estados Unidos desde el conflicto de Indochina.
Además, 5.134 soldados fueron heridos hasta el 16 de junio, 4.593 de ellos desde el fin oficial de los combates. Casi dos tercios de los heridos sufrieron lesiones serias que les impiden regresar al servicio, según el informe.
Pero las víctimas iraquíes fueron muchas más, pese a la supuesta precisión de las bombas y otras armas y tácticas que evitaría el «daño colateral», destaca el informe, cuya autora principal es Phyllis Bennis, principal analista de Medio Oriente del Instituto de Estudios Políticos.
Hasta el 16 de junio, se estimaba que entre 9.436 y 11.317 civiles habían muerto como resultado directo de la invasión y la ocupación estadounidense, mientras unos 40.000 resultaron heridos. Además, murieron entre 4.895 y 6.370 soldados e insurgentes iraquíes en operaciones de combate.
Estas cifras no toman en cuenta los efectos sobre la salud a largo plazo de entre 1.100 y 2.200 toneladas de municiones cargadas con uranio empobrecido, que muchos científicos señalaron como la causa de enfermedades entre soldados estadounidenses en la primera guerra del Golfo (1991) y la multiplicación por siete de los defectos congénitos en el sur de Iraq desde entonces.
Los números tampoco reflejan el impacto psicológico de la guerra y la violencia rampante tras la invasión, que incluye asesinatos, violaciones y secuestros y que impide a muchos niños asistir a la escuela y a las mujeres salir de su casa después que oscurece.
Las muertes violentas aumentaron de un promedio de 14 por mes en 2002 a 357 por mes en 2003.
Pese a las promesas de la APC de reconstruir y ampliar la infraestructura de Iraq, el país todavía no produce electricidad ni petróleo de manera sostenida como antes de la guerra, dice el informe, que atribuye esta situación al sabotaje de insurgentes y la incompetencia y el afán de lucro de grandes firmas estadounidenses como Halliburton, que acapararon los contratos de reconstrucción pese a la experiencia mucho mayor de firmas iraquíes.
Debido a preocupaciones de seguridad, la asistencia escolar en Iraq es inferior a la de antes de la guerra, mientras los hospitales y el sistema de salud en general están desbordados por la falta de recursos materiales y la demanda sin precedentes.
«Hemos tenido un papel fundamental en la destrucción de ese país», lamentó Bennis, que recordó la primera guerra del Golfo y los 13 años de sanciones internacionales, respaldadas por Estados Unidos, que ya habían debilitado la infraestructura de Iraq antes de la guerra.
Por si fuera poco, Washington también se asestó un duro golpe a su propia credibilidad internacional, especialmente en el mundo árabe e islámico, sostiene el informe.
«En lugar de ganar corazones, las acciones de Estados Unidos han destruido vidas», afirmó Anas Shallal, un ciudadano iraquí-estadounidense que fundó la Sociedad Cultural de la Mesopotamia y contribuyó con el informe.