Traducido del italiano por Gonzalo Hernández Baptista
Cinco años de patrañas. Bush ha querido la guerra contra Iraq basándose en una mentira (la presencia de armas de destrucción masiva) y sigue encubriendo la derrota bajo presuntas victorias infundadas. La realidad se esconde tras un muro de falsedades. Ayer, en el quinto aniversario del inicio de la guerra, Bush ha hablado de «una gran victoria en la guerra contra el terrorismo». Qué desliz. La CIA ya ha negado también la existencia de vínculos de Saddam con al Qaeda, mientras que es ahora cuando el terrorismo inunda Iraq. Los únicos que están a la altura de derrotar el terrorismo son los ex militares de Saddam, los grupos que Petraeus ha financiado y ha armado contra al Qaeda. Un matrimonio de conveniencia: los terroristas se habían convertido en un aliado molesto e impopular para la guerrilla (por la indiscriminada masacre de iraquíes). Pero la separación podría ser inminente y el general, por lo tanto, se va a encontrar frente a un enemigo más fuerte: Petraeus no ha acercado la paz, sino que la ha alejado.. Pero Bush no quiere admitirlo.
La tregua temporal en Bagdad ha sido impuesta por los grupos suníes sahwa, pero no durará mucho. Los atentados suicidas de los últimos días han provocado que el país vuelva a caer en el miedo. La novedad ha sido las mujeres kamikazes, la única igualdad reconocida entre las iraquíes que han perdido derechos y dignidad. Cada vez es más común que las mujeres de los secuestrados estén obligadas a sufrir reiteradas violaciones a cambio de ver de nuevo vivo a su marido, el cual quizá luego la abandone porque ella ha perdido el honor.
Las víctimas aumentan, sobre todo entre los civiles. ¿Cuántas son las víctimas iraquíes? Las cifras son disparatadas. Van desde cien mil hasta un millón. Nadie cuenta los muertos. La única lección aprendida en Vietnam: si los muertos no se cuentan, no existen. En los Estados Unidos ni siquiera se pueden ver los ataúdes que llegan desde Bagdad. Y si no se ven los ataúdes, los cadáveres también son invisibles.
Quien ha entrado ilusionado en la ciudad, con la idea de que había cambiado y que merecía la pena, ha encontrado, por el contrario, una ciudad fantasmal. Los bloques de cemento ya no protegen -salvo la zona verde-, sino que dividen barrios étnicamente exterminados. Los bloques de cemento ya no dan seguridad. La gente está aterrorizada. Ya nadie se atreve a opinar delante de un extraño, aunque este sea iraquí, por el miedo a que pertenezca a cualquiera de los partidos o a las milicias que secuestran a la población. Hablar en inglés comporta inmediatamente la sospecha de que están en contacto con los extranjeros, lo que se entiende como colaboracionismo. Los reporteros de Bagdad viven en la zona verde o atrincherados en el hotel Hamra, convertido en todo un búnker tras haber sido objeto de un ataque. El hotel está completo, pero ya nadie se detiene, como antes, junto al borde de la piscina, protegida por altos muros de cerco. Los periodistas caminan escoltados continuamente y nunca se paran más de quince minutos en ningún sitio. Nunca antes una guerra se había intentado ocultar con tanta tenacidad. ¿Pero podría ser de otro modo? Una guerra y una ocupación basada en patrañas nunca pueden tolerar el derecho a la información, especialmente si esta es independiente.
Gonzalo Hernández Batista es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a sus autores y la fuente.
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