Avispero. Pantano (tremedal es una palabra demasiado elegante para la situación que tipifica). Trampa mortal. Naufragio… Y más, muchos más calificativos de sombrío cariz se arraciman en la prensa internacional cuando se trata de describir el panorama creado por la resistencia iraquí a las tropas coligadamente invasoras. Esto es así aunque el presidente de los […]
Avispero. Pantano (tremedal es una palabra demasiado elegante para la situación que tipifica). Trampa mortal. Naufragio… Y más, muchos más calificativos de sombrío cariz se arraciman en la prensa internacional cuando se trata de describir el panorama creado por la resistencia iraquí a las tropas coligadamente invasoras.
Esto es así aunque el presidente de los Estados Unidos, George Walker Bush, se empecine en eufemismos y circunloquios salvadores de la honrilla. Es así porque, como asevera el conocido colega inglés Robert Fisk, la cifra de atacantes inmolados contra los norteamericanos se acerca a 420. «En el pasado, durante la guerra de Hezbollah contra la ocupación israelí en el Líbano, un ataque suicida con bomba era considerado un fenómeno».
La historia se empecina en analogías, pensaría George Walker si fuera dado a la meditación. Como en el caso de Vietnam (vietnamización), la iraquización, o sustitución de soldados gringos por fuerzas locales, no ha parado en seco el número de militares estadounidenses muertos. Al contrario.
Incluso falseadas, las estadísticas -resumidas por el periodista Andy Robinson- asustan al general «ario» de más templado corazón: «Desde el 28 de junio del 2004, cuando se produjo la transferencia simbólica del poder al primer Gobierno iraquí, ya han muerto 864 militares estadounidenses en emboscadas y atentados de la guerrilla. En el año anterior murieron 656. La cifra total de soldados estadounidenses fallecidos en Iraq se sitúa (se situaba) en mil 726, además de casi 13 mil heridos».
Y estas resultan cifras cambiantes. Si acaso permanecen fijas unas 24 horas. Algo que va preocupando en extremo a la opinión pública estadounidense, aunque el vice, Richard Cheney, se haya atrevido al contrasentido de sentenciar que «la insurgencia atraviesa la agonía final». Los militares de mente menos roma han replicado de cierta manera a ese aserto ilegítimo, con el reconocimiento puramente técnico de hechos tales como la sofisticación tecnológica de las últimas minas utilizadas por la guerrilla para atentar contra los vehículos de las tropas foráneas.
Al referir que en mayo pasado hubo 700 ataques de este tipo, «el mayor número desde la invasión de Iraq, en marzo del 2003», y que «entre mayo y lo que va del actual junio 68 soldados han muerto por explosión de minas», las fuentes castrenses que han alertado al respecto destacan «las innovaciones tecnológicas de las bombas diseñadas para concentrar el impacto y horadar la coraza de los Humvee. Se empieza a utilizar también un sofisticado sistema de detonación con rayos infrarrojos». ¿Qué pasa, generales? ¿Los mismos científicos de Saddam que confeccionaban inexistentes armas de destrucción masiva andarán ahora dándole al invento de minas perfeccionadamente antiyanquis?
Que no se diga. Aprendan del presidente, que resiste a pie firme las andanadas de una opinión pública reflejada en medios como el diario USA Today, para el cual, encuestas mediante, «Estados Unidos pierde la paciencia con Iraq». Sí, el cowboy tejano tiene el mérito de la testarudez, porque no parece haberse arredrado ante la información de que «casi el 60 por ciento del público estadounidense es partidario de una retirada parcial o completa de las tropas de su país» destacadas en el infierno de Iraq. Ni ha desfallecido ante la revelación de que «un creciente número de altos militares estadounidenses en Iraq concluye que no hay una solución militar de largo plazo para la insurgencia».
Mientras la prensa nacional y la extranjera hacen repicar campanas con «especulaciones desatinadas» -de tales las tildaría el presi- como que «el punto de inflexión se produjo con el escándalo de Abú Ghraib (la cárcel de las sonadas torturas)», el mismo presi parece salir reconfortado de sus habituales conversaciones con el Señor en los pasillos de la Casa Blanca -según él, tiene el privilegio del coloquio divino-, y, en amorosa unción con gente como el primer ministro iraquí, Ibrahim al Yafari, ha rechazado hablar siquiera sobre un calendario de retirada de las legiones imperiales, sus legiones, de las lejanas planicies.
Nada de retorno, entonces, a pesar de que algún que otro trascendido del Pentágono -¿a guisa de termómetro de la opinión pública, o diferencias con la Casa Blanca?- haga pensar acerca de un proyectado repliegue, que dejaría la seguridad interna en manos anuentes a los dictados de Washington.
Prueba al canto
De acuerdo con personalidades como Auni Qalamyi, dirigente de la Alianza Patriótica Iraquí, solamente la arrogancia impide al presidente Bush admitir que las fuerzas de ocupación no han podido acabar con la resistencia nacional y que la operación política desplegada en la vetusta Mesopotamia representa poco menos que un chasco. Por ello, la escalada de operaciones militares contra los bastiones de la insurgencia, con el anhelo de debilitarla al punto de obligarla a abandonar las armas y a incorporarse a lo que se ha dado en llamar «proceso político».
Proceso político que, en opinión de Qalamyi, deviene un engaño, camuflado en el ofrecimiento de un diálogo que estipula dejar la lucha armada a cambio de magros logros. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, acaba de confirmar que se platica con un segmento de la resistencia. Algo que pone en duda el líder de la Alianza, quien sostiene con vigor que esa resistencia no cometería errores que hagan peligrar la credibilidad granjeada por «sus grandes y honrosas victorias».
En apoyo de su tesis, Auni Qalamyi coloca en la panoplia de dardos preguntas como las siguientes: ¿Por qué se anuncia que hay negociaciones en curso y, sin embargo, no se develan quiénes están participando en ellas?; si son las facciones armadas las que participan en estas negociaciones, ¿por qué los medios de comunicación no lo anuncian a todo el mundo, sobre todo ahora que el pueblo estadounidense necesita ver un punto de luz al final del túnel?; ¿acaso es que los que negocian con EEUU son grupos que alegan ser de la resistencia sin serlo, y los medios estadounidenses y sus partidarios tienen vergüenza de divulgar sus nombres, porque saben que son una mezcla de líderes tribales, hombres de negocios, militares derrotados, políticos apartados de sus partidos por corruptos, oportunistas y arribistas?…
Buenas interrogantes, estas.
Más cuando crece la avalancha de comunicados de componentes de la resistencia que se deslindan de las cacareadas negociaciones, apostilla un Qalamyi seguro de lo que afirma, por la vehemencia con que lo refiere en artículo reproducido por el sitio Rebelión, de Internet. Y esa vehemencia resulta más plausible que la desplegada por Bush en aras de «demostrar» los «progresos hacia el objetivo en Iraq»: por una parte, «un proceso político que está avanzando», y, por otra, «que los iraquíes sean capaces de defenderse a sí mismos». ¿Quién medianamente informado habría de creer al presidente de un país, en criterio de un especialista árabe, Abid Mustafá, «cada vez más aislado, carente de todo objetivo crítico y desesperado por tejer cualquier noticia que le ayude a perpetuar la mentira de que Iraq se está estabilizando y la democracia arraigando?».
Cualquier noticia, sí. Hasta las pregonadas negociaciones, negadas a priori por hechos como la muerte, en atentado ejecutado en la autopista de Bagdad, de Hashim al Fadiliun, un hombre cercano al gran ayatolá Alí al Sistani, quien representa la máxima autoridad islámica chiita en Iraq, y a quien posiblemente se recuerde como uno de los líderes que brindaron su apoyo a la formación política de esa comunidad vencedora en las pasadas elecciones legislativas. Para más de uno, otro colaboracionista
Y mientras la Oficina Oval recurre a cuanta artimaña se incuba en su despierto magín, la realidad se muestra testaruda en contrarrestar el empecinamiento del cowboy tejano. Más que barruntos, proliferan previsiones apocalípticas… para el Ejército gringo. En respuesta a la pregunta que él mismo formulara: ¿puede Estados Unidos ganar en Iraq?, el articulista Patrick Seale asevera que conforme a muchos expertos militares, americanos, europeos o israelíes, no hay perspectiva de una rápida victoria militar en Iraq. «Según fuentes británicas, serán necesarios cinco años al menos para entrenar un contingente iraquí suficientemente fuerte como para controlar a los insurgentes».
Bueno, todo es relativo en este mundo. La resistencia difiere en algo del destacado articulista. Para ellos, nadie ni nada podrá devenir tan fuerte como para controlarlos. Al final de la cuesta, una visión panorámica atrae, como un abismo, al orbe entero. A lo lejos, en un mar encrespado pero paradójicamente claro, se divisa el tremendo naufragio de la nave gringa. Al menos, así lo afirman los inclaudicables guerrilleros iraquíes. Y se empeñan en demostrarlo.