Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Bagdad hoy, en vísperas de las elecciones provinciales, siente que ha emergido de varios años de horrible violencia, pero no se engañen. A cada iraquí con el que he hablado le parece que es algo endeble, una todavía frágil calma demasiado reciente como para tener confianza.
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados proporciona unas estadísticas que muestran que más iraquíes siguen huyendo del país de los que están volviendo [1]. Dos estudios [2] muestran que el número de iraquíes muertos es de entre 1.200.000 y 1.400.000 [3], y que el número de iraquíes desplazados se acerca a los cinco millones, es decir, uno de cada seis iraquíes. Durante 2006 y 2008 se encontraron grandes cantidades de cadáveres en las calles de Bagdad y sacados del Tigris mientras los batallones de la muerte y las milicias sectarias hacían estragos . Todos mis amigos y traductores iraquíes excepto uno han huido o los han matado. Es casi imposible encontrar una familia iraquí en la que no haya un miembro al que hayan matado o esté herido.
Sólo en el último medio año la violencia ha disminuido y la vida de la calle ha vuelto a algo que se parece a lo «normal», que significa opuesto a los entre 50 y 250 iraquíes muertos al día; la media hoy es de una, a veces dos, docenas al día.
La calma relativa me ha permitido moverme por Bagdad con relativa facilidad, comer en los restaurantes e incluso hacer entrevistas en la calle, todo lo cual era imposible durante mis últimas visitas a Iraq. He hecho un balance de lo que ha cambiado y de lo que no.
Una de las primeras cosas de las que me di cuenta que no había cambiado no fue en Iraq. Cuando llegué a Amman, Jordania, y salía del avión observé a lo que esperaba fuera hasta encontrar a un jordano que sostenía un cartel de Blackwater USA [4] y con el que se reunieron cuatro hombres de mediana edad de aspecto rudo. Al día siguiente, cuando volábamos a Bagdad, el avión de línea hizo un descenso «en suave espiral» hacia el aeropuerto de Bagdad, a diferencia del descenso en tirabuzón que hacían todos los aviones cuando estuve la última vez en Iraq para evitar ser disparados por la resistencia justo fuera del perímetro del aeropuerto.
La infraestructura sigue siendo un caos. El generado de mi hotel funciona más tiempo del que está apagado. Por todo Bagdad hay una media 4 horas al día de electricidad y la gente no tiene más remedio que beber agua del grifo, cuando la hay, un agua muy contaminada por enfermedades que se transmiten por el agua, carburante, aguas residuales y sedimentos. El trabajo escasea y la gente sufre enormemente. La ira por ello bulle por debajo de la superficie allá donde se mire.
Antes, aunque estas condiciones eran parecidas, todavía había alguna esperanza de que las cosas pudieran mejorar. Esta esperanza se ha transformado en resignación. Una capitulación ante la vida diaria consistente en tratar de encontrar suficiente dinero para comprar comida.
«En 2004 me costaba 1 dólar llenar el depósito de mi coche», me dijo ayer mi intérprete Ali mientras me llevaba a Faluya. «Hoy me cuesta 35 dólares. Antes en Iraq una familia podía vivir bien con 500 dólares para dos meses. Hoy somos afortunados si nos duran dos semanas porque se ha disparado el precio de todo».
En la mayoría de las intersecciones hay mendigos. Donde no los hay, niños iraquíes se mueven entre las filas de coches vendiendo pitillos, fruta o caramelos a los conductores atrapados en el siempre embotellado tráfico.
Salah Salman, un jornalero que trabaja en Sadr City con el que hablé el otro día, expresaba su furia por las próximas elecciones previstas para el 31 de enero. Habló conmigo mientras estábamos de pie cerca de una calle abarrotada de basura al lado de una zona de denso tráfico.
«No voy a votar a nadie. No podemos confiar en ninguno de los candidatos, como en las elecciones de 2005. ¿Qué han hecho por nosotros? ¿Qué servicios han proporcionado al país? ¡No han conseguido nada para nosotros!».
Como en las elecciones de 2005 (y, en este sentido, como en la mayoría de las elecciones en todo el planeta) hay miles de políticos en diferentes plataformas, y que [ofrecen] desde unificar Iraq hasta traer electricidad, mejorar la seguridad, promover la reconciliación. La mayoría de los iraquíes con los que he hablado acerca de las elecciones no tiene muchas esperanzas.
«Nuevos ladrones sustituirán a los actuales ladrones», me dijo un refugiado iraquí en Amman antes de irme a Bagdad.
So evidentes unas diferencias obvias. La razón más evidente del descenso de las bajas estadounidenses en Iraq en el último año es que hay claramente muchas menos patrullas de soldados estadounidenses, mientras que antes éstas vagaban por las calles incesantemente. Las patrullas que he visto circulan en vehículos Protegidos contra Emboscadas Resistentes a las Minas (MRAP, en sus siglas en inglés), que son unas bestias resistentes a las minas que se arrastran lentamente por las congestionadas calles de Bagdad.
En cambio, abundan las fuerzas de seguridad iraquí. A toda velocidad por las calles con sirenas atronadoras, está la Policía Iraquí circula en enormes y flamantes camiones Ford y Chevrolet, que claramente han encontrado un nuevo mercado desde que Estados Unidos se cansó de estos monstruos engullidores de gasolina. Además, abundan los soldados iraquíes, deambulando en flamantes Humvees del tipo entregado por el ejército estadounidense cuya flota ha mejorado hasta los vehículos MRAP. Hay tal despliegue de seguridad en las calles de Bagdad que es imposible circular mas de 15 minutos si toparse con otro checkpoint. Vivir en Bagdad, lo mismo que vivir en muchas otras ciudades iraquíes, es vivir en un estado policial.
Se ve a los contratistas sobrevolando, a menudo en sus helicópteros Kiowa biplaza. Se ocupan de la seguridad en el aeropuerto y en la Zona Verde, a la que desde hace un tiempo se llama Zona Internacional. La compañía de mercenarios Triple Canopy emplea a ex-miembros de los escuadrones de la muerte en América Central y a varios ugandeses, un país ahora descolonizado en su mayoría, para controlar las placas de identificación en los incontables checkpoints que tuve que atravesar para obtener mi tarjeta de prensa obligatoria dentro del extremadamente fortificado complejo. Así, se ha completado el cambio de imagen: fuerzas de seguridad iraquíes y mercenarios contratistas privados son ahora la cara de la ocupación estadounidense de Iraq.
Las líneas divisorias políticas son profundas por todo el país y esta fina, fresca y externa capa de la calma en la violencia global camufla la difícil situación de la mayoría de los iraquíes. Se ha disparado el precio de todo, desde el de la botella de agua hasta el de los tomates, mientras que los empleos son cada vez más escasos. Mientras que la mayoría de las agencias de noticias estadounidense han disminuido su personal en Iraq o lo han retirado por completo porque les parece que Iraq ya no es una noticia importante, para la mayoría de los iraquíes que permanecen aquí, no existe otra opción. Huir sin dinero y convertirse en un refugiado o permanecer y tratar de sobrevivir.
¿Traerán estabilidad las elecciones? ¿O bien los grupos que se creen con derecho a un poder que no obtienen democráticamente recurrirán de nuevo a una violencia que desgarrará lo que queda de este destrozado país?
Pronto lo sabremos.
Dahr Jamail, periodistas independiente, es autor de Beyond the Green Zone: Dispatches From an Unembedded Journalist in Occupied Iraq (Haymarket Books, 2007). Jamail estuvo informado desde el ocupado Iraq durante ocho meses, así como desde Líbano, Siria, Jordania y Turquía en los últimos cuatro años.
Notas:
[1] http://www.unhcr.org/iraq.html
[2] http://www.opinion.co.uk/
[3] http://www.justforeignpolicy.
Enlace con el original: http://www.truthout.org/