Carme Molinero, La captación de las masas. Política social y propaganda en el régimen franquista. Cátedra, Madrid, 2005, 223 páginas. Carme Molinero, una de las más importantes historiadoras del período franquista y de la cultura del antifranquismo, emprende con este breve pero sustantivo ensayo una aproximación a la otra cara, la […]
Carme Molinero, La captación de las masas. Política social y propaganda en el régimen franquista. Cátedra, Madrid, 2005, 223 páginas.
Carme Molinero, una de las más importantes historiadoras del período franquista y de la cultura del antifranquismo, emprende con este breve pero sustantivo ensayo una aproximación a la otra cara, la supuestamente más amable del régimen franquista. El estudio, como señala su autora en la conclusión, tiene como objetivo contribuir a una mejor caracterización del régimen franquista: «la represión y el control social fueron siempre la médula de la dictadura pero el franquismo no fue nunca una dictadura militar tradicionalista» (p. 20) Que el franquismo asesinó masivamente, que torturó sin piedad, que negó libertades esenciales de toda laya, que constituyó el marco político en el que las clases privilegiadas de siempre (centrales o periféricas, con o sin contradicciones entre ellas) camparon a sus anchas, que protegió y fue protegido por una jerarquía católico-escolástica que paseó al dictador bajo palio, que dejó de practicar la compasión y que nunca ha pedido disculpas por su ayuda y justificación, es de sobras conocido y apenas discutido sino por historiadores revisionistas que quieren situar, para justificar, el origen de todos los males en la revolución obrera de Asturias del 34, criminalmente reprimida por el Ejército español, con la República vigente, desde luego, en manos de la derecha, pero el franquismo, al igual que otros regímenes fascistas, se desarrolló también con una retórica populista, con frecuencia antiburguesa, que pretendió y consiguió penetrar parcialmente en sectores de las mismas poblaciones a las que persiguió y explotó sin miramientos. Como régimen político, como todo marco político clasista, el franquismo adquirió hegemonía gracias a los inolvidables servicios de individuos como los hermanos Creix, el señor Arias Navarro, el ex-embajador o ministro de Turismo Fraga o el almirante Carrero Blanco (considerado hoy «víctima del terrorismo»), sino también mediante un discurso marcadamente populista y supuestas realizaciones sociales. En opinión de Molinero, los historiadores aún no han dedicado suficiente atención al discurso social del régimen, «en especial a la importancia del discurso en torno a la «Justicia social» en la imagen pública que el régimen quería proyectar de sí mismo» (p. 12) y que le permitía diferenciarse de otros regímenes conservadores. Todo ello, historiográficamente, puede permitir una caracterización más exacta del régimen a la que vez que permite avanzar en la comparación de la dictadura franquista con otros regímenes dictatoriales como el portugués, el alemán, el italiano o la Grecia de los coroneles.
El libro de Molinero está estructurado en tres capítulos. El primero, que sitúa el marco político general, trata del discurso de la política social, relacionado con el reforzamiento de la idea de comunidad nacional. Señala aquí la autora que si bien en la propaganda del régimen se negaba la existencia factual de la clase obrera, mero invento de la propaganda comunista-masónica, el régimen se comportó teniendo en cuenta siempre que los trabajadores respondían a experiencias e intereses específicos. El franquismo conjugó una determinada acepción de justicia social con un concepto nítido de disciplina social. Ejemplo paradigmático de esta combinación, según la autora: la visita de Franco a la Barcelona de 1942.
El segundo capítulo del ensayo está dedicado a los principales gestores de esta política social, a los instrumentos que la canalizaron durante el franquismo: el Ministerio del Trabajo (y en su cabeza, el inefable Girón de Velasco y su intento de «relación directa» con las masas españolas); la Organización Sindical española, el denominado sindicato vertical, superador de la lucha de clases y de los sindicatos clasistas; la Obra Sindical del Hogar y la Sección femenina de la Falange que «también fue un instrumento útil para que el estado llegara a puntos recónditos del territorio peninsular y para penetrar en el ámbito más íntimo de algunos individuos, como es el hogar» (p. 15).
El tercer y último capítulo está dedicado a analizar el impacto que tuvo esa política en la población a la que iba dirigida. En opinión de la autora, el franquismo fue capaz de desarticular la sociedad civil a través de la política de exterminio realizada durante la guerra y la inmediata postguerra, pero no pudo «penetrar significativamente en el tejido social». En este capítulo la autora señala los factores fundamentales que explican los límites del consenso obtenidos por el régimen franquista en la primera mitad de su existencia.
En la conclusión de su estudio, Molinero señala que el franquismo no fue nunca un régimen dictatorial tradicionalista: después del golpe militar, aniquilado el inesperado, por casi impensable, movimiento de resistencia obrera y popular, los golpistas tuvieron que buscar una visión moderna del Estado: supuestamente ellos nunca quisieron mirar hacia atrás, su objetivo, decían, no era volver a la España anterior al 14 de abril. No es necesario señalar que su inspiración, en sus primeros años de existencia, estuvo centrada en los regímenes fascistas italiano y alemán.
Algunos de los puntos básicos de la ideología del franquismo que señala y destaca la autora: 1. Ni liberalismo ni marxismo, aunque sin duda los liberales y marxistas-comunistas no fueron tratados de igual manera por las instituciones de control del régimen. 2. Su acción política estuvo presidida por las ideas de unidad no solo patriótica sino comunitaria, de superación de la lucha de clases, la disciplina y la jerarquía sociales. 3. La política social fue un elemento central del discurso político: desde diversas instancias el régimen se revistió de un manto de Estado asistencial. No hay duda que para jornaleros, para campesinos que huían de la miseria y del caciquismo más atroz, las infames condiciones de vida de los suburbios de las grandes ciudades españolas pudieron representar una mejora social, cultural, y una mayor esperanza para sus hijos e hijas. No era posible entonces la comparación con las conquistas sociales de los trabajadores europeos de la época: Europa tenía una frontera natural, e incluso informativa, en los Pirineos. Ello también puede explicar la idealización que para muchos trabajadores representó la Unión Soviética. El padre del que suscribe, ex-jornalero y trabajador de la construcción sin cualificar, escuchaba las informaciones radiofónicas despotricando siempre contra Franco y dando vivas a la Unión Soviética de Lenin y Stalin de la que había oído hablar durante una guerra en la que su hermano había fallecido en la batalla del Ebro y de la que se decía, él lo decía con orgullo, que era la patria de los trabajadores.
¿Constituyó, pues, el régimen un polo de atracción para capas desfavorecidas de la población? En opinión de Molinero, el rechazo existente entre una parte de la población no desapareció y el régimen sólo consiguió la colaboración distante de otra parte (p. 213). Las durísimas condiciones de vida a las que tuvo que enfrentarse durante varios decenios sectores mayoritarios de la ciudadanía dificultaron sin duda una mayor aceptación del franquismo. Es discutible, sin embargo, que como señala la autora, «los cambios que tuvieron lugar a partir de la década de los 60 se produjeron a pesar del régimen franquista, pues la liberalización económica no fue una opción libre del régimen, sino una medida imprescindible de supervivencia política». Es posible que la victoria de los tecnócratas opusdeístas sobre los falangistas en la década de los cincuenta no fuera sino una forma inteligente de seguir el mismo camino con varias más modernizadas. De hecho, eso es lo que ocurrió durante casi dos décadas. Creer, como algunos han sostenido (no digo que la autora lo sostenga), que su apuesta por la «modernización económica» era una forma de horadar lentamente el Régimen desde dentro es una de las fabulaciones más increíbles que están acuñándose como verdades históricas.
En opinión de Molinero, fue el discurso y las organizaciones falangistas los que convirtieron al régimen en algo peculiar dentro de los sistemas políticos europeos posteriores a 1945, aunque acabada la guerra mundial el franquismo logró sobrevivir durante 30 años olvidándose de la mayoría de las quimeras que había sostenido durante su primera década de existencia.