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Reflexiones sobre “La guerra de Charlie Wilson”

Una comedia imperialista

Fuentes: Tom Dispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Introducción del editor de Tom Dispatch:

Abre el libro de Steve Coll con el adecuado título: «Ghost Wars: The Secret History of the CIA, Afghanistan, and Bin Laden, from the Soviet Invasion to September 10, 2001» [Guerras fantasmas: La historia secreta de la CIA, Afganistán y bin Laden, de la invasión soviética al 10 de septiembre de 2001], en casi cualquier página y probablemente encontrarás algo que hace una burla de la película «Charlie Wilson’s War» [La guerra de Charlie Wilson, o Juego de Poder]. Por ejemplo, en la página 90, tenemos al impresionante director de la CIA de la época, William Casey, el «caballero de Malta católico educado por jesuitas,» quien «creía fervientemente que al extender el alcance y el poder de la Iglesia Católica podría contener el avance del comunismo, o invertirlo.» Y, si no se lograba que la Iglesia lo hiciera, como en Afganistán en los años ochenta, la segunda opción, creía Casey, eran los guerreros islámicos de la yihád, mientras más extremos mejor, con quienes, en su religio-anticomunismo, creía que tenía mucho más en común. (El enemigo de mi enemigo es, después de todo, mi amigo.) Casey era, de hecho, un yihadí estadounidense, ansioso en los años ochenta no sólo por derrotar a los soviéticos en Afganistán, sino por llevar «la yihád afgana a la propia Unión Soviética.» Su CIA, mientras financiaba actividades como la traducción del Corán al uzbeco (en aquel entonces Uzbekistán era una República Socialista Soviética de la URSS), también canalizaba regularmente, a través del servicio de inteligencia de Pakistán, un vasto flujo de armamentos modernos a los más extremos (e, incluso en aquel entonces, antiestadounidenses), de los yihadíes afganos.

Podría continuar, comenzando con el presidente al que servía Casey, Ronald Reagan, quien declaró que los combatientes antisoviéticos afganos dirigidos por su director de la CIA, en parte con dinero saudí, eran «el equivalente moral de nuestros padres fundadores.» Nada de esto constituía exactamente información secreta, o incluso difícil de encontrar, en la época en la que estaban realizando la película «La guerra de Charlie Wilson – lo que la convierte en una candidata sublime para la película más extraña políticamente, conscientemente estúpida, de nuestra era.

Dos conocidos liberales de la industria del entretenimiento, el director Mike Nichols y Aaron Sorkin (responsable de «The West Wing»), han tratado de apoderarse de esa parte de la gran yihád antisoviética afgana para… bueno, ¿quién? ¿El Partido Demócrata? Por imposible que haya sido una empresa semejante, sólo había una manera de convertirla, con su horrible secuencia, en una cinta liberal que te haga sentir bien, festiva. Así que extirparon del cuadro a todos los reaganautas, lo que significó extirpar la historia de la historia. Crearon una película en la que ni siquiera existen Ronald Reagan o William Casey. Sería fácil pensar que la operación afgana fue simplemente dirigida por el congresista demócrata Charlie Wilson y un agente de la CIA de poco rango, más o menos por su propia cuenta. Que excluyeran el reparto crucial de personajes era, en este caso, comparable con, pero mucho más extraño que, lo que solían hacer los propagandistas de la antigua Unión Soviética al borrar a dirigentes desacreditados de sus fotos oficiales. ¿De qué Ronald están hablando?

El libro de Coll fue publicado en 2004. «Blowback: Costes y consecuencias del imperio americano» de Chalmers Johnson apareció en 2000, 18 meses antes de los ataques del 11-S. Su clarividente análisis lo convirtió en un texto profético, y lo lanzó a las listas de los éxitos de venta después de los ataques del 11-S (y «blowback,» un término de trabajo de la CIA, ingresó a la cultura popular). A pesar de que escribió ese libro mucho antes de que se derrumbaran esas torres, Johnson vio claramente que, aunque «las políticas estadounidenses ayudaron a asegurar que la Unión Soviética sufriera el mismo tipo de derrota debilitadora en Afganistán que EE.UU. en Vietnam… en Afganistán, EE.UU. también ayudó a llevar al poder a los talibanes, un movimiento islamista fundamentalista.» Aún más importante es que señaló que los «muyahidín, que EE.UU. había armado sólo unos pocos años antes con misiles tierra-aire Stinger, se amargaron por los actos y las políticas estadounidenses…» – con consecuencias que, incluso entonces, se hicieron evidentes y que pronto culminarían en un horrible contragolpe corolario de una operación dirigida por la CIA que había sido considerada un gran éxito.

A Dios gracias, entonces, que Chalmers Johnson, cuya magistral obra «Nemesis: The Last Days of the American Republic» (el volumen final de la Trilogía Blowback) aparecerá en versión rústica este mes, vuelva a introducir un poco de historia en «La guerra de Charlie Wilson» con su propio estilo inimitable. Tom

Una comedia imperialista

Reflexiones sobre «La guerra de Charlie Wilson»

Chalmers Johnson, 6 de enero de 2008

Tengo un cierto conocimiento personal de congresistas como Charlie Wilson (demócrata del segundo distrito de Texas, 1973-1996) porque, durante cerca de veinte años, mi representante en el 50 distrito parlamentario de California fue el republicano Randy «Duke» Cunningham, quien ahora cumple una sentencia de ocho años y medio por solicitar y recibir sobornos de contratistas de la defensa. Wilson y Cunningham tuvieron exactamente las mismas jugosas tareas en comités de la Casa de Representantes – el Subcomité de Apropiaciones para la Defensa, más el Comité de Supervisión de la Inteligencia – desde las cuales podían repartir generosas sumas de dineros públicos con poca o ninguna participación de sus colegas o electores.

Ambos individuos abusaron flagrantemente de sus posiciones – pero con consecuencias radicalmente diferentes. Cunningham fue preso por ser demasiado estúpido para comprender como jugar con el sistema – retirarse y convertirse en cabildero – mientras que Wilson recibió la primera condecoración de «colega honorado» jamás otorgada a un extraño por el Servicio Clandestino de la Agencia Central de Inteligencia y pasó a convertirse en un cabildero para Pakistán por 360.000 dólares al año.

En una ceremonia secreta en la central de la CIA el 9 de junio de 1993, James Woolsey, el primer director de Inteligencia Central de Bill Clinton y uno de los jefes menos competentes de la agencia en su accidentada historia, dijo: «La derrota y la desintegración del imperio soviético es uno de los grandes acontecimientos de la historia del mundo. Hubo muchos héroes en esa batalla, pero hay que expresar un reconocimiento especial a Charlie Wilson.» Una parte importante de ese reconocimiento, que la CIA y la mayoría de los escritores estadounidenses subsiguientes sobre el tema pusieron mucho cuidado en evitar, es que las actividades de Wilson en Afganistán llevaron directamente a una cadena de contragolpes que culminaron en los ataques del 11 de septiembre de 2001, y condujeron a la actual condición de EE.UU. como la nación más odiada de la Tierra.

El 25 de mayo de 2004, (el mismo mes en el que George W. Bush estuvo en la cubierta de vuelo del U.S.S. Abraham Lincoln bajo una pancarta que decía «Misión cumplida,» preparada por la Casa Blanca, y proclamó que las «principales operaciones de combate» habían terminado en Iraq, publiqué una reseña en Los Angeles Times del libro que suministra la información para la película «La guerra de Charlie Wilson». La edición original de libro llevaba el subtítulo «La extraordinaria historia de la mayor operación clandestina de la historia – el armamento de los muyahidín.» La edición en rústica de 2007 tenía el subtítulo: «La extraordinaria historia de cómo el hombre más audaz del Congreso y un agente bergante de la CIA cambiaron la historia de nuestros tiempos.» Ni la afirmación de que las operaciones afganas eran clandestinas ni el que hayan cambiado la historia corresponden precisamente a la verdad.

En mi crítica del libro, escribí:

«La Agencia Central de Inteligencia tiene un historial impecable de arruinar toda intervención armada ‘secreta’ que haya emprendido. Desde el derrocamiento del gobierno iraní en 1953, pasando por la violación de Guatemala en 1954, por Playa Girón, por los intentos fracasados de asesinar a Fidel Castro en Cuba y el asesinato de Patricio Lumumba en Congo, el Programa Phoenix en Vietnam, la ‘guerra secreta’ en Laos, la ayuda a los coroneles griegos que se apoderaron del poder en 1967, la muerte del presidente Allende en Chile en 1973, y la guerra Irán-Contra de Ronald Reagan contra Nicaragua, no hay un solo caso en el que las actividades de la Agencia no hayan resultado profundamente embarazosas para EE.UU. y devastadoras para los que estaban siendo ‘liberados.’ La CIA se sigue saliendo con la suya con estas chapucerías sobre todo porque su presupuesto y sus operaciones siempre han sido secretos y el Congreso se muestra normalmente demasiado indiferente en sus funciones constitucionales para frenar a una burocracia ilegal. Por ello, el cuento de una supuesta historia de éxito de la CIA debería tener un cierto interés.

«Según el autor de «La guerra de Charlie Wilson», la excepción a la incompetencia de la CIA fue el armamento entre 1979 y 1988 de miles de muyahidín afganos («combatientes por la libertad»). La Agencia inundó Afganistán con una serie de armas extremadamente peligrosas y ‘actuó sin buscar excusas para equipar y entrenar a cuadros de guerreros santos en el arte de librar una guerra de terror urbano contra una superpotencia moderna [en este caso, la URSS].’

«El autor de este elogioso relate, [el difunto] George Crile, era un productor veterano del programa noticioso de CBS televisión ’60 Minutes’ y un exuberante entusiasta, del tipo Tom Clancy, de la travesura afgana. Argumenta que la participación clandestina de EE.UU. en Afganistán fue ‘la mayor y más exitosa operación de la CIA en la historia,’ ‘la cruzada moralmente incontrovertible de nuestra época,’ y que ‘no hubo nada tan romántico y excitante como esa guerra contra el Imperio del Mal.’ La única medida del éxito para Crile es la cantidad de soldados soviéticos muertos (unos 15.000), que debilitaron la moral soviética y contribuyeron a la desintegración de la Unión Soviética en el período entre 1989 y 1991. Es la parte exitosa.

«Sin embargo, no menciona ni una sola vez que las ‘decenas de miles de fundamentalistas musulmanes fanáticos’ armados por la CIA son los mismos que en 1996 mataron a diecinueve aviadores estadounidenses en Dhahran, Arabia Saudí, atacaron con bombas nuestras embajadas en Kenia y Tanzania en 1998, volaron un agujero en el lado del USS Cole en el puerto de Adén en 2000, y el 11 de septiembre de 2001, estrellaron aviones secuestrados contra el World Trade Center en Nueva York y el Pentágono.»

¿Qué pasó con los «combatientes por la libertad»?

Cuando escribí esas palabras no sabía (y no podría haber imaginado) que el actor Tom Hanks ya había comprado los derechos del libro para convertirlo en una película en la que él sería la estrella como Charlie Wilson, con Julia Roberts como su amiga derechista de Texas Joanne Herring, y Philip Seymour Hoffman como Gust Avrakotos, el matonesco agente de la CIA que ayudó a hacer la cabriola.

¿Qué se puede decir de la película (que encontré bastante aburrida y anticuada)? Hace que el gobierno de EE.UU. parezca como si estuviera poblado por un puñado de lameculos borrachos, clientes de prostitutas, así que desde ese punto de vista es bastante exacta. Pero hay una serie de cosas que son ocultadas por el libro y la cinta. Como señalé en 2003:

«Para que la CIA realice legalmente una acción clandestina, el presidente debe firmar – es decir, autorizar – un documento llamado una ‘conclusión.’ Crile dice repetidamente que el presidente Carter firmó una tal conclusión ordenando que la CIA suministrara respaldo clandestino a los muyahidín después que la Unión Soviética invadió Afganistán el 24 de diciembre de 1979. La verdad es que Carter firmó la conclusión el 3 de julio de 1979, seis meses antes de la invasión soviética, y lo hizo siguiendo el consejo de su consejero de seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski, a fin de tratar de provocar una incursión rusa. Brzezinski confirmó esta secuencia de eventos en una entrevista con un periódico francés, y el ex director de la CIA [actual Secretario de Defensa] Robert Gates, lo dice explícitamente en sus memorias de 1996. Podrá sorprender a Charlie Wilson si sabe que sus heroicos muyahidín fueron manipulados por Washington como carne de cañón para provocar su propio Vietnam a la URSS. Los muyahidín lo hicieron pero como dejaron en claro los eventos posteriores, puede que no se hayan mostrado demasiado agradecidos hacia EE.UU.»

En las galeradas encuadernadas del libro de Crile, que su editor envió a los críticos antes de su publicación, no se mencionaba ninguna salvedad en cuanto a su retrato de Wilson como héroe y patriota. Sólo en un «epílogo» agregado a su libro impreso Crile cita a Wilson diciendo: «Esas cosas ocurrieron. Fueron gloriosas y cambiaron el mundo. Y los que merecían ser honorados eran los que se sacrificaron. Y luego jodimos el final.» Eso es. Punto final. El director Mike Nichols también termina su película con la frase final de Wilson estampada sobre toda la pantalla. Y luego comienzan a aparecer los créditos.

Ni un solo lector de Crile, ni un espectador de la película basada en su libro, sabrán que, al hablar de los combatientes afganos por la libertad de los años ochenta, también estamos hablando de los militantes de al Qaeda y de los talibanes de los años noventa y de los años 2000. Entre todo el barullo sobre como se las arregló Wilson para amañar asignaciones secretas de millones de dólares para las guerrillas, el lector o espectador jamás llegaría a sospechar que cuando la Unión Soviética se retiró de Afganistán en 1989, el presidente George H.W. Bush perdió rápidamente interés por el lugar y simplemente se fue, dejando que cayera en una de las guerras civiles más horribles de los tiempos modernos.

Entre los que apoyaron a los afganos (aparte de EE.UU.) estaba el rico, piadoso, economista e ingeniero civil saudí, Osama bin Laden, a quien ayudamos a construir su base de al Qaeda en Khost. Cuando bin Laden y sus colegas decidieron ajustar cuentas con nosotros por haberlos utilizado, tuvo el apoyo de gran parte del mundo islámico. El desastre fue provocado por la incompetencia de Wilson y de la CIA, así como por su subversión de todos los canales normales de la supervisión política y de la responsabilización democrática dentro del gobierno de EE.UU. Por lo tanto, la guerra de Charlie Wilson no resultó ser otra cosa que una sangrienta escaramuza más en la expansión y consolidación del imperio estadounidense – y una presidencia imperial. Los vencedores fueron el complejo militar-industrial y nuestros masivos ejércitos permanentes. Los mil millones de dólares en armas que Wilson suministró en secreto a las guerrillas terminaron por volverse en contra nuestra.

Una comedia imperialista

Lo que nos lleva a volver a la película y a la recepción que ha estado recibiendo. (Fue prohibida en Afganistán.) Unos de los severos efectos secundarios del imperialismo en sus etapas avanzadas parece ser que pudre los cerebros de los imperialistas. Comienzan a creer que son los campeones de la civilización, los portadores de luz a «primitivos» y «salvajes» (en gran parte identificados de esa manera por su resistencia a ser «liberados» por nosotros), los portadores de la ciencia y de la modernidad a pueblos atrasados, modelos y guías para los ciudadanos del «mundo subdesarrollado.»

Semejantes actitudes van normalmente acompañadas por una ideología racista que proclama la superioridad intrínseca y el derecho a regir de los caucasianos «blancos.» Innumerables colonialistas europeos vieron la mano de Dios en el descubrimiento de la evolución de Darwin, mientras se comprendiera que Él había programado el resultado de la evolución a favor de ingleses victorianos tardíos. (Un excelente libro breve sobre este tema es «Exterminate All the Brutes» [Exterminad a todas las bestias] de Sven Lindquist).

Cuando las actividades imperialistas producen resultados tabú, tales como los que son bien conocidos por todo el que se haya preocupado de Afganistán a partir, aproximadamente, del año 1990, aparece el pensamiento ideológico. Se oculta la historia de horror, o es reinterpretada como algo benigno o ridículo (una «comedia»), o es simplemente abreviada antes de que el desenlace sea obvio. Por lo tanto, por ejemplo Melissa Roddy, una cineasta de Los Ángeles con información privilegiada del equipo de producción de Charlie Wilson, señala que el final feliz de la cinta tuvo lugar porque Tom Hanks, coproductor así como actor principal, «simplemente no puede encarar ese asunto del 11-S.»

De la misma manera, otro crítico informado, James Rocchi, nos dice que el guión, escrito originalmente por Aaron Sorkin, famoso por «West Wing», incluía la siguiente línea de Avrakotos: «Recuerda que lo dije: Va a llegar el día en el que miraremos hacia atrás y diremos: ‘Daría cualquier cosa por que [Afganistán] fuera arrollado por comunistas impíos’.» Esa línea no se encuentra en ninguna parte de la película terminada.

Actualmente existe amplia evidencia de que, en cuanto a la libertad de las mujeres, los niveles educacionales, los servicios gubernamentales, las relaciones entre diferentes grupos étnicos, y la calidad de la vida -eran todos aspectos infinitamente mejores bajo los comunistas afganos que bajo los talibanes o el presente gobierno del presidente Hamid Karzai, que evidentemente controla poco más allá de la capital, Kabul. Pero los estadounidenses no lo quieren saber – y ciertamente «La guerra de Charlie Wilson» no les aporta la menor idea, ni el libro, ni la cinta.

La tendencia del imperialismo a pudrir los cerebros de los imperialistas es evidenciada particularmente en la reciente avalancha de artículos y reseñas sobre la película en los periódicos dominantes de EE.UU. Por motivos que no son totalmente claros, una abrumadora mayoría de críticos concluyó que «La guerra de Charlie Wilson» es una «comedia para sentirse mejor» (Lou Lumenick en el New York Post), «una yihád lujosa, muy divertida» (A.O. Scott en el New York Times), «una comedia cortante, de un humor malvado» (Roger Ebert en el Chicago Sun-Times). Stephen Hunter en el Washington Post escribió de «la crónica de una risa por minuto de Mike Nichols sobre la cruzada de un congresista para forzar el financiamiento por parte del Comité de Apropiaciones de la Cámara para suministrar armas a los muyahidín afganos»; mientras, en un artículo intitulado «¡Sexo! ¡Drogas! (y tal vez un poco de guerra,» Richard L. Berke ofrece su sello de aprobación en el New York Times: «Se puede hacer una película que es relevante e inteligente – y del gusto de una audiencia de masas – si sus píldoras políticas están recubiertas de azúcar.»

Cuando vi la película, sólo hubo una o dos carcajadas en el público durante el grosero sexo y sexismo de «Charlie, el de la vida alegre,» pero ciertamente no hubo una risa por minuto. La raíz de este enfoque de la cinta proviene probablemente del propio Tom Hanks, quien, según Berke, la calificó de «una comedia seria.» Unas pocas reseñas matizaron su aprobación de «La guerra de Charlie Wilson», pero se pusieron a pesar de todo de parte de la buena tradicional diversión estadounidense. Rick Groen en el Toronto Globe and Mail, por ejemplo, pensó que era «mejor gozar de ‘La guerra de Charlie Wilson’ como una comedia totalmente cautivadora. Pero no hay que pensar demasiado en ella porque podrías asfixiarte con tus palomitas de maíz.» Peter Rainer señaló en el Christian Science Monitor que la «cómica ‘Guerra de Charlie Wilson’ tiene un remate trágico del chiste.» Estos críticos se dedicaron a sumarse a los balidos del rebaño mientras trataban de mantener un poco de autorespeto.

El puñado de reseñas verdaderamente críticas han provenido sobre todo de blogs y de fanzines poco conocidos de Hollywood – con una excepción importante: Kenneth Turan en Los Angeles Times. En un ensayo subtitulado «‘La guerra de Charlie Wilson’ celebra eventos que volvieron a perseguir a los estadounidenses,» Turan calificó a la película de «una narrativa involuntariamente sobria sobre lo que no debería haber hecho EE.UU.» y agregó que fue «simplista en lugar de ser divertida, una de esas cintas que parecen estar más satisfechas consigo mismas de lo que tienen derecho a estar.»

Mi propio punto de vista es que si «La guerra de Charlie Wilson» es una comedia, es del tipo que tiene éxito con una sala llena de patanes en una casa de asociación universitaria estadounidense. Para decirlo simplemente, es propaganda imperialista y la tragedia es que sigan ofreciendo una estupidez tan peligrosamente engañosa a un público inocentón cuatro años y medio después de que invadimos Iraq y lo destruimos. La reseña más exacta hasta ahora es el resumen de James Rocchi en Cinematical: «‘La guerra de Charlie Wilson’ no es sólo una historia mala, parece aún más maligna, como un intento consciente de provocar amnesia.»

………….

Chalmers Johnson es autor de la «Blowback Trilogy — Blowback (2000), The Sorrows of Empire (2004), y Nemesis: The Last Days of the American Republic (edición en rústica, enero de 2008).

Copyright 2008 Chalmers Johnson

http://www.tomdispatch.com/post/174877/chalmers_johnson_an_imperialist_comedy