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«Una insurgencia violenta»: Cómo describen los «progresistas» la resistencia iraquí

Fuentes: Globalreasearch

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

La agresión estadounidense contra Iraq en 2003 cogió por sorpresa a las elites «progresistas», especialmente a las de izquierda, no por el carácter violento y criminal del terror desatado por Estados Unidos contra el pueblo iraquí, sino por la rápida aparición de la resistencia iraquí contra el ataque militar y económico desatado contra Iraq. Si bien el entrometerse en los asuntos de otros pueblos lejanos ha sido un característica notoria de las elites «progresistas», su interferencia en las cuestiones del pueblo iraquí inquieta y contribuye a su sufrimiento.

Como la mayoría de la gente sabe, la invasión de Iraq fue un ilegal acto de agresión que violó las leyes internacionales y la Carta de la ONU. Según los jueces de Nuremberg, «El mayor crimen internacional» lo constituye la agresión gratuita porque en sí misma contiene «todos los males» de los crímenes de guerra. No obstante, a pesar de ello, las elites occidentales, apoyadas por los principales medios de información, continúan describiendo la resistencia iraquí contra la ocupación como «insurgencia» con el fin de justificar la «contra-insurgencia» estadounidense.

La resistencia iraquí no es una «insurgencia». La insurgencia es una rebelión organizada con el fin de derrocar por la fuerza a un gobierno legítimamente constituido, tal como hicieron los Contras, un grupo terrorista auspiciado por Estados Unidos, contra el gobierno legítimo de Nicaragua a finales de los años 80. No existe nada de legítimo en la ocupación estadounidense y en su gobierno títere en Iraq. La resistencia allí tiene el apoyo de la mayoría de los iraquíes. Para darse cuenta de los sentimientos de los iraquíes, sólo hay que observar su alegría ante la destrucción de un tanque o de un todo terreno estadounidenses. Esta deformación de la realidad forma parte de la guerra psicológica de Estados Unidos contra el pueblo iraquí pero también contra el resto del mundo. Con ella rechaza el derecho de los iraquíes a una legítima resistencia nacional y, de forma deliberada, sataniza la lucha armada contra los invasores. La presencia de una «insurgencia» implica que la ocupación estadounidense es (inexistente), pacífica y legal, y que el gobierno títere es un gobierno legítimo, que no se ha importado a Iraq con el respaldo de los tanques estadounidenses, e impuesto y legitimado mediante unas elecciones, a punta de pistola, fraudulentas y no democráticas.

Encuestas fiables, llevadas a cabo a escala nacional en el país, revelan que más del 82 por ciento de los iraquíes se «oponen enérgicamente» a la presencia de las fuerzas ocupantes en Iraq. Sólo menos del uno por ciento de los iraquíes creen que gracias a las fuerzas de ocupación se ha producido alguna mejora en la seguridad. Informe tras informe, se pone de manifiesto que la ocupación es la causa de la violencia y de la opresión contra el pueblo iraquí. Y, en efecto, se instiga y fomenta la violencia porque es la única justificación que queda para que siga la ocupación en Iraq.

No obstante, muchos «progresistas» occidentales, y los medios estadounidenses controlados, persisten en describir la resistencia iraquí como «insurgencia». Noam Chomsky, analista de la política exterior estadounidense, ha escrito recientemente (Khaleej Times):

«Las elecciones del pasado enero se celebraron gracias a la masiva resistencia no violenta, de la que el Gran Ayatolá Ali Sistani se convirtió en símbolo. (La insurgencia violenta es otra creación que nada tiene que ver con este movimiento popular). Pocos observadores competentes estarán en desacuerdo con los editores del Financial Times, que el pasado marzo escribían «la causa de que se celebraran las elecciones fue la insistencia del Gran Ayatolá Ali Sistani, quien vetó tres intentos de las autoridades de ocupación, dirigidas por los estadounidenses, para aplazarlas o desvirtuarlas».

En marzo de 2005, en las mismas páginas del Khaleej Times, Chomsky calificaba a la resistencia iraquí de «tiradores de bombas». La ocupación es inocente de cualquier cosa mal hecha y se culpa a los iraquíes de la violencia.

En primer término, la postura ante la ocupación por parte de Al-Sistani, que es iraní y vive en Iraq desde 1952, no es muy diferente de la del régimen iraní: que la fuerzas estadounidenses deberían abandonar el país tras el establecimiento de un gobierno iraquí controlado por Irán. Desde luego, cuanto más permanezcan las fuerzas estadounidenses en Iraq mejor será para Irán. Debería tenerse en cuenta que los más estrechos aliados de Al-Sistani son los criminales y matones del actual gobierno títere, incluido el estafador Ahmed Chalabi quien acompañó a Al-Sistani en una visita de tres semanas a Londres en agosto de 2004, precisamente durante el periodo en el que las fuerzas estadounidenses atacaron violentamente y destruyeron la ciudad santa de Nayaf y la tumba del Imam Ali, y asesinaron a un gran número de civiles iraquíes. ¿Acaso Al-Sistani no era consciente de los crímenes cometidos por la brigada Badr– entrenada en Irán- y por otros escuadrones de la muerte adiestrados por Estados Unidos? ¿Qué dijo Al-Sistani sobre la destrucción indiscriminada de ciudades y pueblos iraquíes, entre ellos la ciudad de Faluya y la matanza de más de 6.000 inocentes civiles iraquíes?

En segundo lugar, es cierto que existe allí un movimiento no violento, en el que se encuadran académicos musulmanes, investigadores, parados iraquíes, estudiantes, obreros- incluidos los de la industria petrolera- ex militares iraquíes y profesores. Sin embargo, la mayoría de los líderes de este movimiento o bien han sido asesinados o bien han abandonado el país o se encuentran entre los centenares de miles de iraquíes encarcelados y torturados en Abu Graib y en miles de otras cárceles dirigidas por Estados Unidos en todo Iraq. También está bien documentado que muchos de los iraquíes que se han opuesto a la ocupación- entre ellos muchos intelectuales- han sido asesinados por la CIA, por el Mossad israelí y por los escuadrones de la muerte adiestrados por Irán y Estados Unidos. Como estudioso y «principal intelectual del mundo», Chomsky no tiene tiempo de escribir o decir algo sobre esto. En parte alguna, Chomsky, reconoce la muerte de centenares de miles de civiles iraquíes. Dirige sus acusaciones a los iraquíes o a quienes denomina, «otros», como si los 200.000 soldados y mercenarios que se encuentran en Iraq no fueran «los mayores propagadores de la violencia en el mundo».

En tercer lugar, todos sabemos que las elecciones organizadas por Estados Unidos fueron una cortina de humo para manipular a la opinión pública y distraer su atención de los crímenes estadounidenses y de la gradual colonización de Iraq. Las elecciones se impusieron al pueblo iraquí con más 200.000 soldados y mercenarios estadounidenses. Desde el ascenso del imperialismo occidental, las elecciones han sido un instrumento perfecto y han facilitado la propaganda adecuada para consumo interno. Las elecciones bajo ocupación militar y falta de soberanía son elecciones «propagandísticas» que nada tienen que ver con la democracia. Se organizaron para asegurar las divisiones sectarias y para fomentar la violencia. «El voto (del 15 de diciembre de 2005) según los análisis efectuados, principalmente fue a los grupos sectarios, lo que no resulta muy alentador» , dijo el teniente general John R. Vines, comandante supremo en Iraq.

Chomsky, en el pasado, ha proporcionado análisis útiles e informaciones sobre la política exterior de Estados Unidos e Israel y, aunque tiene derecho a tener sus propias opiniones, no lo tiene para deformar la verdad y elaborar argumentos que no responden a la realidad. El pueblo iraquí tiene derecho a su autodeterminación y a resistirse a la ocupación. Estados Unidos ha invadido Iraq con el propósito de destruir la sociedad iraquí, colonizar el país y controlar sus recursos. Se tiene que obligar a Estados Unidos a abandonarlo y la resistencia armada contra la agresión estadounidense es legítima y va a continuar hasta que las fuerzas estadounidenses se retiren de Iraq.

Finalmente, sería muy prudente que las elites «progresistas», incluido Chomsky, dejaran de interferir en los asuntos del pueblo iraquí y se concentraran en los asuntos de sus propios países. Si las elites «progresistas» tienen alguna preocupación sobre el derramamiento de sangre en Iraq y sobre los crímenes diarios que se cometen contra el pueblo iraquí, deberían adoptar una postura valiente e insistir en el inmediato fin de la ocupación estadounidense de Iraq.

Las elites «progresistas» deberían asumir la valiente postura de Cindy Sheehan- para salvar las vidas de los soldados estadounidenses, en su mayoría jóvenes negros- o «ponerse del lado de las fuerzas ocupantes que tratan de impedir (la libertad), la democracia y la soberanía» de Iraq.

Ghalil Hasan es colaborador de Global Research y vive en Perth, Australia occidental.