Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Jeffrey Lucey no es un nombre que será olvidado rápidamente por las más de 100 personas que asistieron a la ceremonia conmemorativa realizada en Holyoke Community College (HCC) en el oeste de Massachusetts. Lucey, veterano de los marines de la guerra de Irak y estudiante en la institución, se suicidó el 22 de junio. Tenía 23 años.
Como dijo su padre, Kevin, en la ceremonia, la muerte de Jeff, aunque no fue registrada oficialmente como tal, es la de otra víctima que muestra los costos humanos de la guerra. Lucey entró a la reserva de los marines con 18 años porque, como sus padres declararon a Amy Goodman del programa radical de izquierda Democracy Now!, quería obtener la capacitación y ganar dinero para sus estudios.
Lo llamaron al servicio activo en el 6º Batallón de Transporte Motorizado a principios de 2003. En febrero, llegó a Kuwait. Un día después de su 22 cumpleaños, comenzó la invasión de Irak. Capacitado como oficinista especializado lo reasignaron para que trabajara como conductor de camiones.
El 18 de abril de 2004, Jeff escribió a Julianne Proulx, su novia desde 1997, que había hecho «cosas inmorales». Al volver a la casa de sus padres en julio, sin embargo, parecía normal, y todos estaban demasiado felices para sospechar que algo iba terriblemente mal. Frente a los que lo conocían menos íntimamente, Jeff mantuvo hasta el final la fachada del buen marine.
Las cosas comenzaron a venirse abajo en Nochebuena. Embriagado, Lucey sacó dos placas de identificación iraquíes hechas a mano de alrededor de su cuello, se las lanzó a su hermana menor y le dijo que sentía que era un asesino.
Nunca le contó a su familia toda la historia de su experiencia en Irak, sólo detalles aislados. Eran suficientemente horribles. Habló de ancianos asesinados mientras trataban de escapar de marines que entraban en Nasariya.
Habló de un pequeño niño iraquí, ensangrentado y boca abajo en la calle polvorienta, con un tiro en la cabeza y en el pecho y que seguía sosteniendo una pequeña bandera estadounidense en sus manos. Habló de su horror cuando un tanque estadounidense avanzó pesadamente por la calle, cómo había saltado de su propio vehículo y, mientras los disparos daban en la arena alrededor, llevó el pequeño cadáver al triste refugio de una callejuela cercana.
Habló de cómo le habían ordenado que matara a dos prisioneros iraquíes. Recordó cómo les había mirado a los ojos y dudado, viendo como se estremecían de terror, y pensando en sus familias. Recordó que un oficial le gritó: «¡Tira del maldito gatillo, Lucey!» Recordó que disparó a los soldados y los vio morir. Le dijo a su padre que había «otras cosas» que no quería que las supiera su familia.
Por su parte, los marines desecharon la afirmación de Lucey de que le habían ordenado que matara prisioneros iraquíes como «sin mérito» – pero no presentaron una explicación de cómo habían llegado a esa conclusión. El portavoz de los marines, el capitán Pat Kerr, sin embargo, confirmó que el batallón de Lucey estuvo involucrado en el transporte de prisioneros de guerra, según un informe de prensa.
Mientras Jeff caía en la autodestrucción, comenzó a beber más y más. A principios de junio, sus padres, desesperados, lograron organizar un ingreso involuntario a un hospital local para veteranos, donde Lucey se quejó de que lo trataban como «prisionero».
Diagnosticaron que sufría de depresión con una dependencia del alcohol en segundo grado – y le dieron de alta después de cuatro días porque, dijo el hospital, no representaba un peligro para sí mismo o para otros. En camino a casa, dijo a sus padres que se había reunido dos veces con psiquíatras, las dos veces brevemente, y que en la segunda ocasión, el psiquiatra había parecido preocupado por otros asuntos.
En muchos sentidos, la suerte de Jeff siguió una trayectoria que se está haciendo demasiado familiar. Como Nancy Lessin de Military Families Speak Out [las Familias de Veteranos Hablan] declaró a Amy Goodman, «Hemos oído tanto sobre lo que estos militares han aprendido en Vietnam [sobre el Trastorno de Estrés Postraumático], y cómo ahora hacemos las cosas de otra manera. Y no vemos nada de eso. Vemos que ocurren los mismos errores – errores que en realidad no lo son. Es, en realidad, un modo de denegar el tema para que puedan mantener tantos cuerpos vivos desplegados y re-desplegados».
Después de la muerte de Jeff, sus padres llegaron a saber, por los antecedentes médicos registrados durante su confinación involuntaria, que había informado a los enfermeros de tres diferentes planes para suicidarse – tomar una sobredosis de drogas, asfixiarse o ahorcarse. El 22 de junio, escogió este último método, colgándose con una manguera en el sótano de la casa de sus padres.
Su padre encontró el cuerpo de su único hijo al volver a casa del trabajo poco antes de las 7 de la tarde. En una de las notas dejadas por Jeff, rogó a los padres que no se culparan «porque viví una infancia feliz y una gran vida gracias a ustedes. Por desgracia, soy débil y no puedo aguantar el dolor. Parece como si hubiese perdido la parte más importante que pueda llegar a existir en mi vida».
Aunque el servicio conmemorativo no iba a ser un evento político, casi ninguno de los oradores pudo ignorar las implicaciones de la guerra en Irak, que produce el equivalente de bombas de racimo humanas que implosionarán y estallarán durante años y décadas por venir.
Tal vez nadie se refirió al contexto político de la muerte de Jeff Lucey de modo tan elocuente como Sean Lamory, amigo de Jeff durante los últimos 14 años y veterano de la Fuerza Aérea, estudiante en el HCC y uno de los principales organizadores del servicio de conmemoración en el campus. Señalando que el peso de la guerra en Irak recae más y más que nunca antes sobre reservistas y miembros de la Guardia Nacional, Lamory indicó que esos soldados «son típicamente jóvenes hombres y mujeres que ingresan a las fuerzas armadas buscando educación y prestaciones gratuitas.
«Lo veo aquí mismo en HCC, una escuela donde muchos estudiantes tienen dificultades financieras y salen de clases para ver un tremendo Hummer, rodeado de marines en uniforme de gala haciendo toda clase de promesas.» Lamory también citó un artículo de New Yorker que señalaba que la tasa de suicidios «entre los soldados en Irak es un tercio superior al promedio histórico del Ejército.»
Tal vez, especuló, la tasa es tan elevada porque «hay cerca de 15.000 civiles iraquíes muertos y nuestros soldados no logran descubrir la justicia de algo así».
MARK CLINTON y TONY UDELL escriben para Socialist Worker.
http://www.counterpunch.org/clinton10052004.html