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Reseña de "La revolución y el deseo. Memorias", de Miguel Núñez

Unas memorias, una presentación y un curioso prólogo

Fuentes: Rebelión

Miguel Núñez, La revolución y el deseo.Memorias, Ediciones Península, Barcelona 2002, 367 páginas. Prólogo de Manuel Vázquez Montalbán y de Luis Goytisolo. Edición de Elena García SánchezMe atrevo a sugerir la lectura de La revolución y el deseo (o, si se prefiere, el deseo de revolución) por los dos anexos finales. En el primero de […]


Miguel Núñez, La revolución y el deseo.Memorias, Ediciones Península, Barcelona 2002, 367 páginas.
Prólogo de Manuel Vázquez Montalbán y de Luis Goytisolo. Edición de Elena García Sánchez


Me atrevo a sugerir la lectura de La revolución y el deseo (o, si se prefiere, el deseo de revolución) por los dos anexos finales. En el primero de ellos, Núñez ha recogido su intervención en el acto de presentación de Asalto a los cielos, de Irene Falcón, la colaboradora -que no secretaria, como apunta Núñez- de Dolores Ibárruri. Aquí, el autor sintetiza sus actuales posiciones políticas básicas: denuncia sentida dolorosamente de las miserias, dureza y comportamientos poco compasivos, y no siempre comprensibles, del comunismo hispánico e internacional, vindicación de los principios básicos ilustrados, no sectarios y anticapitalistas de la tradición enrojecida y llamamiento explícito a la actitud crítica, permanente y antiservil como atributo esencial de la militancia en todos los contextos e instituciones, incluida las propias en primer lugar.

Dado que la narración no es lineal, el breve y útil anexo II que ha trazado la editora -dudo que la admirable modestia de Núñez le haya permitido esta nota-, donde se ha dibujado cronológica y sucintamente los principales avatares político-históricos del autor, es de ayuda inestimable para seguir cómodamente lo narrado. Nacido en 1920, Núñez González combatió en la guerra civil («quinta del biberón»), se afilió al Partido Comunista de España (mejor «en España»), fue responsable político de la organización guerrillera del partido y, en la clandestinidad, fue uno, entre pocos más, de los artífices de la reconstrucción del PSU de Catalunya (mucho mejor: «en Catalunya»). En medio, condena en las prisiones de Atocha (prisión convento), Yeserías, Ocaña, Aranjuez, Prisión Celular (Modelo (!)) de Barcelona y, finalmente, desde 1959 hasta 1967, en la prisión central de Burgos de cuyo comité de prisión formó parte. En total, unos 14 años de cárcel (la sexta parte, hasta ahora, de una vida que sigue activa, muy activa), con torturas y comportamiento ejemplar y modélico para generaciones de comunistas y próximos. Sabido esto, recordar que no hay intención alguna de concelebrar comunitariamente, como fiesta de la ciudadanía democrática, el día del combatiente antifranquista, y que esa merecida jornada pueda ser el 14 de abril o el 16 de febrero, por ejemplo, y, que en cambio, el día en que un Papa, Pío XI (por cierto, tan reaccionario como su siguiente nominal), editó una bula en la que declaraba, por dogma acrítico de fe, libre de pecado original a la esposa del carpintero José, sea, en cambio, fiesta de obligado e inamovible cumplimiento en un Estado laico, es prueba apodíctica, y casi inapelable, no sólo de una injusticia aléfica sino de una curiosa, aunque no única, aportación hispánica a la barbarie «civilizatoria».

La revolución y el deseo (RD) está estructurado en siete apartados: 1. Raíces (infancia y juventud de Núñez); 2. La guerra civil; 3. La victoria franquista (con especial atención a la represión inmediata a la guerra); 4. Las cárceles; V. La resistencia a la dictadura; VI. La legalización y VII. La cooperación solidaria: 1982-2002. Los recuerdos, como se sabe, suelen transcurrir por escenarios subjetivos y no exhaustivos y, como ya apuntó Borges, la memoria humana no suele acuñar moneda alguna, ni la propia. Por ello, se pueden encontrar algunos extraños olvidos (o incluso erratas) en estas memorias y se puede discrepar de algunas de las consideraciones de Núñez. Así, por ejemplo, apenas hay noticias sobre lo que los comunistas sefaradianos (y afines) pensaron sobre las invasiones de Hungría y Praga o sobre el mayo parisino, las varias crisis internas del PCE-PSUC son descritas con excesiva cautela (por ejemplo, la de Claudín, Semprún y Vicens), la posición política del autor es discutible, y muy concreta, en algunos puntos (por ejemplo, cuando se refiere a lo acontecido en el V Congreso del PSUC o al supuesto intento de superación de las diferencias en el VI), su percepción de la transición política es sin duda singular («¿Podía hacer sido el cambio de otra forma? Quizás no…», p.324); lo apuntado sobre la actuación del PSUC en el caso de Puig Antich es conjetural, con riesgo de alta tensión; no hay apenas noticias (aparte de lo apuntado en el anexo I) de lo que significó la desintegración de la URSS y la caída del muro, pero, por una parte, justo es reconocer que de todo no se puede hablar y, por otra, que algunos otros pasos compensan con creces posibles desacuerdos. Por ejemplo, lo señalado sobre Fraga y el 23-F (p.336), su aproximación a Miguel Hernández (pp.146-147), pero, sobre todo y especialmente, el pulso irónico, veraz y sabiamente modesto con que Núñez narra sus propias e impresionantes vicisitudes derrumban cualquier arista crítica o discordante. Donde algunos hubieran filmado, a cámara impúdicamente lenta, con plano fijo y Réquiem de Mozart para impresionar al lector, él ha tenido la gentileza de hacerlo con la rapidez, la ironía y, en ocasiones, rabia contenida del Wilder de Primera plana. El lector debería agradecer su elección, aunque, como suele ocurrir, uno pueda extralimitarse en alguna escena.

RD, en síntesis, puede ayudar y ayuda a la construcción de la permanentemente revisable (que no revisionista) verdad histórica sobre nuestro pasado próximo. Si como Machado pedía, y Montalbán recuerda, lo que importa es buscar la verdad, no la de cada uno, no se ve como conseguir aquélla sino es a partir de las subjetividades parcialmente veraces y sopesadas de cada uno.

En contra de lo que suele ocurrir con los prólogos de ocasión, las páginas de presentación de Vázquez Montalbán («Nosotros los comunistas», pp.9-22) merecen lectura atenta y producen efectos gratificantes, con aguda reflexión sobre el voluntarismo de los combatientes antifranquistas y el perverso cuento de una transición inspirada por un rey bueno y ejecutada por un valido sagaz. A este prólogo, se añade, digámoslo así, una breve nota de Luis Goytisolo (pp.23-24). El deseo de que una revolución adrenalínica no altere las constantes vitales de lector me empuja a aconsejarles, sin atisbo alguna de censura, que, llana y simplemente, se lo salten. Si obran así se evitarán chocar (inelásticamente) con pasos tan sutiles como los siguientes: a) «¿qué hubiera pasado en España si, por haber discurrido las cosas exactamente al revés de como discurrieron, el PC hubiera llegado al poder?… al menos durante los años que yo recuerdo -la segunda mitad del franquismo-, nadie en España, salvo la dirección del Partido Comunista y la Dirección General de Seguridad [sic. algo así como la dirección de la gestapo o de la Dina chilena], creía que eso fue posible. Y los apoyos que hallaba el Partido Comunista se basaban en ese supuesto (¡¡¡)» (probablemente Goytisolo (Luis) generaliza aquí lo que acaso es propia y exclusiva percepción), y b) «(…) Pondré algunos ejemplos relacionados con personas y hechos que también yo he conocido. Así, la imagen que ofrece de Manuel Sacristán, persona de trato difícil en la medida en que su inflexibilidad ideológica iba unida a una preocupante ausencia de sentido de la realidad. Mejor juicio le merecemos los universitarios de la época, y en especial Octavi Pellissa, con su ironía socrática, en el polo opuesto de Sacristán…» El ataque de inmodestia apenas es un grano de sal si se compara con la indelicadísima oposición Pellissa-Sacristán y con la absoluta contradicción de lo apuntado y los pasos que Núñez dedica a Sacristán (pp.256-257) que ni siquiera un deconstruccionista derridiano de última hornada podría leer de forma consistente con lo señalado por el prologuista: lo que el señor académico comenta de Sacristán es de cosecha propia, en absoluto atribuible a Núñez. En síntesis y con ánimo agotado: el admirado autor de Antígona y de Teoría del conocimiento no tuvo su tarde-noche al escribir este nota. ¿O tal vez sí?