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Venezolanos en postergado espejo

Fuentes: IPS

Ocho años y 34 largometrajes después de su último encuentro, los cineastas venezolanos lograron efectuar este mes un festival nacional de cine, convertido por ello en una apretujada y caleidoscópica visión de la vida en medio de los remezones políticos en los últimos años.

El festival se efectuó en Mérida, ciudad andina ubicada 600 kilómetros al suroeste de Caracas, de efervescente actividad cultural y sede de la única Escuela de Medios Audiovisuales en el país, cobijada en la estatal Universidad de Los Andes.

Entre las películas que concursaron estuvo «Amaneció de golpe», de Carlos Azpúrua, que recrea el cruento y frustrado alzamiento militar dirigido por Hugo Chávez, presidente por la vía del voto desde 1999, cuando en 1992 comandaba un batallón de paracaidistas.

También «Huele pega», sobre el drama de los niños de la calle, y «Punto y raya», acerca de la azarosa vida en la frontera con Colombia, ambos de Elia Schneider, en tanto la frontera con Brasil es dibujada en la película «Garimpeiros», de José Novoa.

Otras obras fueron «Cien años de perdón», de Alejandro Saderman, acerca de la crisis bancaria que padeció el país a mediados de los años 90, y «Piel», de Oscar Lucien, sobre formas incluso sutiles de discriminación racial que persisten en el país.

A su lado, los filmes con el eterno tema el amor, como el imposible de una niña y un adulto en «A la media noche y media» de Mariana Rondón y Marité Ugas, o «La voz del corazón», sobre el encuentro de una pareja en plena selva, o la recreación del drama de Macbeth en los Andes venezolanos que es «Sangrador», de Leonardo Henríquez.

El premio a la mejor película (2.300 dólares) fue concedido a Manuela Sáenz, de Diego Rísquez, que data de 2002 y retrata parte de la vida de la heroína quiteña que fue amante del libertador Simón Bolívar, interpretada por Beatriz Valdés, nacida en La Habana y mejor actriz según el jurado del festival.

Premiado como mejor actor fue Roque Valero, de «Punto y raya», en tanto el galardón al mejor director fue compartido por Schneider y tres estudiantes de la Escuela de Medios, Camilo Pineda, Naskuy Linares y Ricardo Chetuán, quienes fascinaron al jurado con su ópera prima «Mataron a Fausto Alegría».

Esta película, una suerte de historia policial en los páramos de los Andes venezolanos, rodada con un presupuesto mínimo, «marcará no sólo al cine venezolano sino al latinoamericano», exclamó el cineasta colombiano Víctor Gaviria (director de «La vendedora de rosas»), uno de los jurados en el festival.

En Venezuela «es difícil y costoso hacer cine, y no por una razón única sino multifactorial, desde la provisión de recursos hasta el apoyo siempre insuficiente del sector privado y del Estado», comentó a IPS Carlos Figuera, organizador del festival.

«Son en realidad muy pocas películas –25 concursaron oficialmente– para ocho años de trabajos y de esperas, aunque nos produce placer y felicidad que podamos reunirnos a vernos en los que, aunque pocos, son nuestros espejos», dijo a IPS otro de los jurados, el sociólogo venezolano Tulio Hernández.

Aludía así a una frase del crítico venezolano Rodolfo Izaguirre: «Un país sin cinematografía propia es como una casa sin espejos».

«El cine se convirtió a lo largo del siglo XX en una vigorosa maquinaria de contar historias y representaciones que ha conformado un imaginario global», sostuvo Hernández en apoyo a esa definición.

«Un solo espejo, el de Hollywood, reina absolutamente, imponiendo sus estilos, lenguajes, estereotipos y estrellas en todos los rincones del planeta. Por eso, el resto de las naciones hace esfuerzos, en algunos casos sin éxito, para intentar competir con el imaginario cinematográfico estadounidense, esto es, intentando colgar sus propios espejos en las paredes», opinó.

En Caracas, el crítico Fernando Rodríguez, ex director de la Cinemateca Nacional, lamentó que los cineastas congregados en Mérida no hubiesen actuado como gremio para producir «un documento, un petitorio o siquiera un gritito para denunciar la postración del cine nacional y su dilemático futuro».

Mérida, que disfruta de una «zona franca cultural», con un régimen tributario especial para compras e inversiones en las áreas de ciencia y cultura, y como gran plaza universitaria, fue el escenario escogido para regresar a la fiesta del cine venezolano.

Además de las películas que concursaron, durante una semana se presentaron otras en exhibición, una muestra iberoamericana con piezas de Argentina, Brasil, Chile, España y México, un «euroscopio» con filmes de Alemania, Dinamarca, Finlandia e Italia, y una muestra de cine francés, además de cine-foros y exhibición de libros.

«Fue fascinante ver a 600 niños llegados de escuelas de Mérida viéndose a sí mismos en una película infantil como ‘La Mágica Aventura de Óscar’, dirigida por Diana Sánchez», comentó a IPS Karina Gómez, otra de las organizadoras.

Otra iniciativa fue la proyección de películas competidoras o de exhibición en plazas públicas, y también se reunieron hasta 450 estudiantes de 17 universidades en las que se imparte enseñanza de lo audiovisual.

El festival consumió unos 100.000 dólares, en buena medida obtenidos de la empresa privada y de la Universidad de Los Andes, más algunos aportes de entes públicos.

Figuera y Gómez dijeron que el criterio dominante en Mérida es repetir el festival cuando se disponga de por lo menos ocho nuevos largometrajes, y coincidieron en que esa meta podría lograrse en un año y medio o dos años. ( (FIN/2005)