15 de mayo de 2009, Bagdad.- En junio de 2006, Ali al Duleimi se dirigió a la oficina del Ministerio del Interior del barrio de Al Qahira, al norte de Bagdad, para obtener un pasaporte que le permitiera escapar de la guerra civil. Una semana antes, su hermano Falah había sido asesinado de un tiro […]
Los sheikh Yamal Abel Daha y Hamza al Hodayer, frente al Diwan de Ghazaliya, en Bagdad. (M. G. P.)
«Durante dos días le interrogaron y golpearon. Querían que aclarase si era chií o suní. Finalmente, le dijeron que si besaba las botas del jefe del grupo le liberarían. Pero le mataron a bastonazos. Aún no hemos encontrado el cadáver», explica su hermano Sabah desde el barrio suní de Ghazaliya, al sur de Bagdad.
Sabah recibió la llamada de un amigo del barrio en la que se le comunicó la triste suerte de Ali, y desde entonces concentró todas sus fuerzas en investigar el incidente. En apenas una semana sabía la identidad de uno de los criminales. Junto a cinco miembros de su familia, fue a buscarle en un coche.
«Le secuestramos», prosigue sin parpadear. «Lo llevamos hasta un lugar apartado y allí le interrogamos. Confesó cómo había sido la tortura de mi hermano, su interrogatorio, su asesinato. Contó que en las últimas horas Ali no era un hombre, sino un despojo humano. Confesó las identidades del resto de personas que participaron en su crimen, y pidió clemencia. Pero ellos no tuvieron piedad de Ali, así que le matamos de un disparo en la cabeza».
Venganzas como ésta son comunes en Iraq. Aunque los asesinatos sectarios que ensangrentaron el país entre 2005 y 2007 han cesado y los atentados se han reducido en un 75%, la revancha personal de los crímenes, común en el mundo árabe, constituye una guerra larvada imposible de controlar. «Vamos a seguir hasta acabar con los 12 que participaron en su asesinato», adelanta Sabah. «Todos en mi familia estamos de acuerdo en que, si les dejamos con vida, volverán a matar. Si les entregamos a la Policía, como es chií les liberarán y volverán a matar. Nuestra obligación es acabar con ellos».
Un checkpoint divide Ghazaliya, suní, del barrio chií de Shoala, en Bagdad. (M.G.P.)
Aunque sólo se aplica en casos extremos, según la ley islámica los asesinatos premeditados constituyen un delito de qisas, en árabe ‘justa venganza’, y los familiares de la víctima tienen derecho a vengarse del asesino en los mismos términos que se cometió el crimen. En circunstancias normales, la sentencia es administrada por un tribunal islámico, pero en la anarquía iraquí no hay confianza en ningún tipo de Justicia ni paciencia para esperarla.
Mediación
«Si los que han perdido a alguien en la guerra civil comienzan a vengarse no quedará una persona con vida en Iraq», se lamenta el Sheikh Yamal Abel Daha, líder de la tribu de Al Taia, una de las más antiguas de la antigua Mesopotamia.
Desde que el sheikh regresó de su exilio -un año y medio pasó en Siria huyendo de los combates sectarios- Abel Daha emplea su influencia como líder tribal en fomentar reconciliaciones pacíficas. Ya ha implicado en su proyecto a otros 30 jefes de distintas tribus iraquíes, tanto chiíes como suníes, responsables de recibir a las familias de las víctimas que buscan venganza y convencerles de que acepten compensaciones económicas en lugar de terminar con el verdugo.
Las armas son una constante en el nuevo Iraq. (M. G. P.)
«Comenzamos esta iniciativa en 2008, temerosos de que las venganzas terminaran el exterminio comenzado con la guerra. Desde entonces, casi todos los días se producen reconciliaciones, y en ocasiones varias por día», añade el sheikh Hamza al Hodayer, de la misma tribu.
El procedimiento es sencillo, si ambas partes aceptan. Se convoca a las dos familias -la de la víctima y la del asesino- junto a notables, líderes tribales y responsables religiosos en una sala -habitualmente un diwan donde llegan a presenciar el proceso hasta 300 personas. La primera familia presenta las pruebas y la segunda rebate los cargos hasta llegar a un acuerdo económico. El proceso dura entre tres y seis horas, según ambos responsables, y puede costar entre 20.000 y 65.000 euros.
Reconciliación imposible
Sheikh Yamal dice haber realizado unas 300 mediaciones desde que comenzó a impulsarlas, pero admite que no son la panacea: cuando los asesinos pertenecen al Ejército del Mehdi o a Al Qaeda, la reconciliación es imposible. El odio es tan grande que sobra cualquier intento de negociar, y menos con dinero.
«Haram (prohibido)», exclama con una mueca de desprecio Sabah al Duleimi cuando se le menciona la posibilidad de aceptar dinero a cambio de no consumar la venganza por la muerte de su hermano.
Lo mismo piensa Abu Nur, cuyo padre y hermano fueron víctimas del Ejército del Mehdi. En el caso de su hermano, fue asesinado de un golpe en la cabeza. Meses después, su esposa acompañaba a su progenitor, en silla de ruedas, en su barrio de Al Beyaa cuando un grupo de milicianos del Mehdi les dieron el alto. «Mi mujer huyó, pero mi padre fue capturado. Ella reconoció a los secuestradores, eran vecinos. Una hora después recibimos una llamada: nos exigían 100.000 dólares a cambio de mi padre. Pocas horas después, nos avisaron de que habían hallado su cadáver en un basurero. Le habían sacado los ojos y taladrado la nariz y los oídos. Su cuerpo tenía quemaduras por ácido. Le remataron con cinco disparos en la cabeza».
Mohamed Samed tenía 65 años. Ahora, su hijo sólo piensa en consumar la venganza contra aquellos vecinos que se ensañaron con el cuerpo de su padre. «No creo en otra Justicia más que en la que me pueda tomar por mi mano. Me ampara el Corán. Pero en realidad, de quien me gustaría vengarme es de los americanos. Sin ellos, nada de esto habría pasado en Iraq».
Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2009/05/14/retiradairak/1242327881.html