Recomiendo:
0

Vietnam-Irak, vidas paralelas

Fuentes: Argenpress

«Estamos aquí porque debemos cumplir una promesa… También estamos para fortalecer el orden internacional. En todo el mundo… hay pueblos cuyo bienestar descansa… en la convicción de que pueden contar con nosotros.» Estas palabras no las ha dicho George W. Bush, aunque parezca. Las pronunció el presidente Lyndon Johnson, en abril de 1965, en pleno […]

«Estamos aquí porque debemos cumplir una promesa… También estamos para fortalecer el orden internacional. En todo el mundo… hay pueblos cuyo bienestar descansa… en la convicción de que pueden contar con nosotros.» Estas palabras no las ha dicho George W. Bush, aunque parezca. Las pronunció el presidente Lyndon Johnson, en abril de 1965, en pleno ascenso de la guerra en Vietnam.

En esos años, Johnson estaba muy convencido de la victoria estadounidense pues, como comentaría Arthur Schlesinger -el ex asesor político de John Kennedy- Johnson encontraba absolutamente inconcebible que la mayor potencia del mundo no pudiera derrotar a un grupo de jinetes nocturnos con pijamas negros. Se refería al uniforme negro de la guerrilla vietnamita y a su estrategia de atacar aprovechando la noche. De ahí el color oscuro de su traje militar.

Por esas fechas, un memorando interno del Departamento de Defensa, de 1965, señalaba que los objetivos de Estados Unidos en Vietnam eran 70 por ciento evitar una humillante derrota, 20 por ciento impedir que Vietnam del Sur cayera en manos chinas y 10 por ciento facilitar que el pueblo sudvietnamita disfrutara de un nivel de vida mejor.

En otras palabras, que la cuestión esencial -para Washington- era evitar una humillación y, en último lugar, dar a los sudvietnamitas una vida mejor. No importaba Vietnam, sino el prestigio y la imagen mundial de Estados Unidos. Si podían salvar ambos valores, Vietnam podía desaparecer.

El secretario de Estado de Richard Nixon, el funesto Henry Kissinger, admitía en 1969, que Vietnam no era realmente tan importante, pero que el compromiso de 500.000 estadounidenses… estableció para siempre la importancia de Vietnam.

Dicho de otra forma: si Estados Unidos no hubiera enviado tal volumen de tropas, el país indochino sería uno más en la entonces extensa lista de países con conflictos de descolonización.

El derrumbe del triunfalismo

Discursos y sentimientos triunfalistas van derrumbándose a medida que la guerra se encona y los jinetes nocturnos con pijamas negros ridiculizan en los campos de batalla la euforia de los políticos. La ofensiva del Tet, lanzada el 31 de enero de 1968, disipó el sueño de una victoria militar. Las cifras de bajas -información que Washington limitaba cuanto podía- llegaban a los medios de prensa, aumentado la presión sobre el gobierno. A mediados de 1968 se hacen públicas las bajas: 139.801 soldados, entre muertos y heridos. Más que las pérdidas totales de la guerra de Corea. En otoño de 1968, las bajas aumentan drásticamente, luego de meses de notable disminución.

En 1968, el general Westmoreland, jefe de las tropas en Vietnam, pide 200 mil soldados más, asegurando que con ese incremento iba a ganar la guerra. Nadie le cree y el Congreso rechaza la petición. La cuenta atrás había empezado.

En 1971, Nixon anuncia a bombo y platillo la vietnamización de la guerra y el pronto retorno a casa de sus soldados. El plan, como sabemos, fue un fracaso. El ejército sudvietnamita combatía mal y su gobierno era atrozmente inoperante y corrupto. A medida que las tropas de Estados Unidos se retiraban, aquel ejército enorme, armado hasta los dientes, se iba disolviendo.

Atrapado en la maraña de errores

Según ha declarado el presidente George W. Bush en repetidas ocasiones, una retirada sin más de Irak sería una derrota inaceptable para Estados Unidos, que no puede dejar aquel país antes de haber terminado la tarea. Por tal razón, ha dicho, si sus generales lo piden, enviará más tropas. La secretaria de Estado, Condolezza Rice, afirmaba a The Wall Street Journal que Estados Unidos tiene que luchar a brazo partido por la victoria, para que no haya influencia iraní en la vida diaria de los iraquíes. Cuando se trataba de Vietnam, el problema era China.

George W. Bush, como su antecesor Lyndon Johnson, está atrapado en la maraña de su error, por mecanismos políticos y psicológicos similares. Johnson autorizó la terrible escalada militar en Vietnam, de la que no pudo salir, salvo retirándose de la vida política. Bush autorizó la invasión de Irak y no encuentra otro camino para enfrentar el desastre que refugiarse en el empecinamiento, aunque los muertos le digan, con su lenguaje de horror, que su política ha fracasado y que los hechos obligan a cambiar.

Sumidos en el infierno

Un centenar de soldados estadounidenses han muerto en octubre (en junio murieron 43). Desde la invasión, han perdido la vida 650.000 iraquíes (en Vietnam perecieron cuatro millones de personas). Y recordemos que, en Bagdad, Saddam Hussein está siendo juzgado por la muerte de 118 personas. 100 personas mueren en un día, en Irak.

Un reputado analista político de los años de Vietnam, Bernard Fall, escribió en 1965: «La cuestión de matar, la cuestión militar, es siempre definitivamente la cuestión menos importante. Los aspectos políticos, administrativos, ideológicos son siempre los fundamentales… Por su propia naturaleza, el problema de la insurgencia es militar tan sólo en un sentido secundario; y político, ideológico y administrativo en un sentido primordial. Luego que lo comprendamos así, entenderemos más sobre qué está realmente ocurriendo en Vietnam o en otros lugares afectados por una guerra revolucionaria». Habría que enviarle el ensayo al equipo de George W. Bush. Salvaría muchas vidas, sobre todo iraquíes, sumidos en un infierno del que Estados Unidos rehúsa sacarlos.

* Augusto Zamora. SAFE DEMOCRACY