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Una periodista iraquí refugiada en España

Vivir entre recuerdos y sueños

Fuentes: Rebelión

Capítulo del libro «Les guerres d’exili. Les persones refugiades en contextos de guerra», publicado en catalán por la Comissió Catalana d’Ajuda al Refugiat, CEAR. Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos

El 19 de marzo de 2003 llegue muy tarde por la noche a Ginebra, Suiza, para asistir a la 59 sesión del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas (UNHRC en sus siglas en inglés). Estaba agotada después de varios días de viaje y de espera en los aeropuertos; nunca ha sido fácil para los iraquíes viajar al extranjero. Pocas horas después empezó la invasión anglo-estadounidense de Iraq. Yo era periodista y traductora, y acompañaba a una delegación de mujeres de una ONG (más tarde el cuerpo de una de ellas apareció en un basurero; la otra desapareció). Aquella noche no pude dormir, así que me fui a la sala de la televisión para ver las noticias. En la sala había una pareja joven viendo una película y tuve que esperar unos 40 minutos. Entonces vi los primeros misiles estadounidenses bombardeando Bagdad. Me di cuenta de que después de cada explosión había millones de partículas centelleantes, una visión macabra. Empecé a llorar y corrí a la habitación. Más tarde en uno de los seminarios al margen de esa misma sesión del UNHRC un experto afirmó que esas partículas centelleantes eran ni más ni menos que uranio empobrecido que se había utilizado como munición.

Muchas horas después estuvimos discutiendo si volver a Bagdad inmediatamente o quedarnos para asistir a la sesión y hablar de la catástrofe humanitaria que había estado asolando Iraq durante los 13 años anteriores de sanciones totales impuestas antes y después de la invasión anglo-estadounidense de 1991. Decidimos quedarnos unos días. La delegación oficial iraquí pidió al UNHRC una sesión especial para condenar la invasión. Todavía puedo oír vívidamente el fuerte «NO» que dijo la delegación estadounidense, riéndose sarcásticamente de la petición iraquí que declinó el Comité.

En el viaje de vuelta de Damasco a Bagdad (durante las sanciones no había vuelos directos a Bagdad, tuvimos que volar desde cualquier parte del mundo a Amman o Damasco y de ahí seguir a Bagdad en coche) las fronteras estaban cerradas debido a la invasión, así que tuvimos que pasar clandestinamente por el desierto, lo cual era muy peligroso; de todos modos, en aquellos días no había coches que fueran a Iraq. Finalmente encontramos un viejo autobús lleno de jóvenes entusiastas que querían ir a Iraq a luchar contra la invasión. Durante el viaje a través de ciudades y pueblos sirios muchas personas los saludaban y les daban comida y agua, al tiempo que rezaban por su seguridad. En la frontera tuvimos que dejar el autobús y tomar un coche pequeño que nos llevara a Bagdad. Nos dispararon muchas veces por el camino, vi unos uniformes militares abandonados en uno de los valles, pero milagrosamente llegamos a Bagdad el 4 de abril de 2003 por la mañana. Estábamos conmocionadas. En Bagdad no quedaba nada más que el humo negro, los edificios destruidos y las miradas perdidas de las caras angustiadas.

Aquella noche fui a mi oficina en el periódico y vi al redactor jefe del periódico que hablaba nerviosamente con uno de los técnicos en el pasillo. No sabía de qué problema se trataba pero recuerdo que estaban buscando un lugar seguro para imprimir el siguiente número. El editor jefe me miró y me preguntó: «¿Cómo has llegado, no están cerradas las fronteras?». «Por el desierto», respondí rápidamente y me ofrecí para encontrar un lugar donde imprimir el periódico. Las noches siguientes dormí en una habitación subterránea de un amigo que era un fotógrafo inteligente y con talento, un colega de mi marido en la Academia de Bellas Artes de la Universidad de Bagdad. En realidad su casa era también su estudio. Recuerdo que mantuvimos largas discusiones por las noches. Desde el principio me di cuenta que de si Iraq era ocupado, sería destruido de forma irreversible, al menos en un futuro inmediato. Nuestro amigo era más optimista. Pensaba que eso era una oportunidad de cambio. Años más tarde me di cuenta de que pertenecía a cierto grupo sectario.

La tarde del 8 de abril oí que estaban derribando la estatua de Saddam Hussein. Como vivíamos cerca de la plaza al-Ferdos en la que estaba la estatua, nos apresuramos a ir allí con nuestras cámaras, mi amigo el fotógrafo, mi marido, que es director de cine y yo. Había pocos vecinos, muchos niños y una docena de hombres que llevaban una pancarta con alguna consigna comunista. Debido a mis problemas de corazón no me pude quedar mucho tiempo, tuve que sentarme en el suelo para recuperar el aliento y volver a casa rápidamente. Durante muchos días después de la invasión no pude salir a la terraza de mi habitación (yo vivía en el sexto piso de un edificio en la calle Sadoon): me resultaba imposible ver los tanques estadounidenses en las principales calles de Bagdad. Siempre recuerdo un verso de un poema escrito por un amigo en el que se dirige a un soldado estadounidense: «Quítate las botas cuando caminas sobre mi tierra, es sagrada».

Con todo, al tercer día salí por primera vez. Un soldado estadounidense me detuvo extendiendo ambos brazos para impedirme el paso. «Quiero ir a la plaza», le dije en inglés; él se alegró de oír a alguien hablando su idioma. «No es seguro, vuelva atrás», me contestó. Por algún estúpido motivo yo tenía ganas de discutir con él: «¿Por qué? Este es mi hogar, vivo aquí, no veo por qué no puedo andar por mi calle en mi propia ciudad». «Es por su seguridad», insistió. Yo sabía que obedecía órdenes.

Aquello fue el principio. Los estadounidenses dijeron que sólo iban a «liberar» Iraq y abandonar el país. Estamos ahora en el séptimo año de ocupación. Iraq continúa ocupado, está completamente devastado y han acabado con su futuro. Con sus edificios destruidos y ennegrecidos, con sus calles bloqueadas y sucias, y su tenebroso paisaje destrozado Bagdad parece completamente diferente de mi bellísimo Bagdad. He perdido a muchos amigos y familiares, algunos de ellos han desaparecido. He perdido mi trabajo, mi casa y todo lo que poseía. Cincuenta años de todo lo que he logrado en la vida han desaparecido. Como todos los iraquíes, siento que yo también soy una persona diferente.

Ahora vivo entre recuerdos y sueños a miles de kilómetros de distancia; recuerdos de mi vida en mi país y sueños de regresar, aunque sé muy bien que el Iraq en el que viví y al que amé toda mi vida ya no existe, únicamente en mis recuerdos. No es sólo porque uno no se pueda bañar dos veces en el mismo río; más bien es porque cuando se pasado por lo que hemos pasado en Iraq durante los últimos 30 años, cuando se ha visto tanta injusticia absoluta y pérdida de los valores eternos del bien, de la justicia y de la belleza, se empieza a creer que lo único que prevalece es el poder, que las civilizaciones humanas construidas a lo largo de miles de años pueden ser arrasadas por la tiranía absoluta. A veces trato de convencerme a mí misma: qué es, al fin y al cabo, la patria, somos ciudadanos del mundo y se debe luchar contra la injusticia en cualquier parte, no sólo en el propio país. Pero leer un informe sobre los niños presos en Iraq o sobre las viudas humilladas en los campos de refugiados me impide dormir durante muchas noches.

Con todo, me considero una de los pocos iraquíes afortunados que han logrado sobrevivir y proteger a sus familias, casi de milagro y con la ayuda de mis amigos españoles y de Cataluña. Sin embargo, para cualquier iraquí sentirse afortunado significa sentirse culpable. Es un sentimiento constate de vergüenza por haber dejado tras de mí que las personas que quiero vivan y sufran todas las dificultades sin ayuda alguna, a pesar de que sé que en mi situación actual no podría hacer mucho para ayudarlas. A veces cuando veo a familias catalanas vivir en paz, ir a los parques, a los cafés, a la playa…pienso en los años difíciles por los que pasaron durante la guerra civil y después de ella. Toda Europa pasó una época muy difícil durante la guerra, pero al final reconstruyeron sus países y ahora viven en paz tratando de evitar la guerra. También Iraq vivirá un día en paz.

Quince días después volví a salir de casa para ir a la Ciudad Médica de Bagdad a controlar mi corazón ya que me habían operado unos meses antes. Aparte de los vehículos militares estadounidenses no había medios de transporte, así que fui a pie. La gente estaba empezando a despertase del shock de la invasión, las calles estaban llenas de muestras de la agresión: edificios quemados, las calles cubiertas de casquillos de balas, paredes perforadas, las aguas sucias del río Tigris, un caballo muerto y muebles rotos y quemados flotando en sus aguas. El puente de al-Jumhuriya (República), que era un símbolo de orgullo para los iraquíes porque se reconstruyó en un tiempo récord durante la época de las sanciones después de que fuera completamente destruido por los bombardeos de 1991, estaba cubierto de coches quemados, cristales rotos y balas, tenía las farolas retorcidas y llenas de agujeros de bala.

En la parte occidental de Bagdad, Al-Karj, estaban el ministerio de Información, la Institución del Cine y del Teatro, una mezquita y uno de los mayores supermercados estatales, que desempeñó un papel fundamental en mantener la vida durante las sanciones ya que suministraba productos a un precio simbólico. Todos esos edificios fueron bombardeados y quemados. Papeles y documentos oficiales salían volando de las ventanas rotas del ministerio; un descomunal misil había roído la parte sur de la Institución del Cine y dejaba al descubierto sus entrañas de barras de acero, bloques de cemento y valioso equipamiento destruido. Lo que es más importante, el viento se llevó los archivos del cine iraquí, que tenían un valor incalculable. El supermercado fue arrasado hasta sus cimientos y la cúpula de la mezquita estaba deformada. En una calle a la derecha estaban el edificio de la televisión, el Café de los Artistas y una plaza pequeña. Unos segundos después de que atravesáramos la plaza unas fortísimas explosiones la barrieron. Corrimos como todo el mundo y nos refugiamos en el Café. Un poco después unas personas dijeron que los estadounidenses estaban explotando un almacén de munición a pesar de que cerca había muchos civiles.

La Ciudad Médica era una de las mayores instalaciones sanitarias de Oriente Medio, que contaba con todas las especialidades. En la parte norte había un edificio precioso para los congresos médicos. Los soldados de la ocupación lo utilizaron como uno de sus cuarteles generales, algo normal ya que confiscaron muchos edificios. Pero lo que me llenó de ira es que habían colocado decenas de los coches completamente nuevos del ministerio de Sanidad para hacer una muralla alrededor del edificio para una mayor seguridad; por supuesto, los coches resultaron gravemente dañados. Durante las sanciones no se permitía a Iraq importar nada, tampoco coches. Pero al cabo de muchos años todos los equipamientos estaban gastados y muchas organizaciones de derechos humanos empezaron a hablar de una catástrofe humanitaria en Iraq, así que la ONU le autorizó comprar con los ingresos del petróleo algunos artículos urgentes de primera necesidad. Estos coches nuevos formaban parte de este acuerdo, pero fueron destruidos para construir la muralla de protección de las tropas estadounidenses antes de que los iraquíes pudieran utilizarlos.

En la recepción del hospital no había sino caos. No había camas suficientes y los heridos estaban por los suelos que estaba cubierto de sangre. Pregunté por el seguimiento de mi operación a un hombre que estaba de pie tras la ventanilla de información. Se me quedó mirando sin creer lo que estaba oyendo y me preguntó enfadado: «¿Qué seguimiento? ¿No ve usted el caos y la destrucción? !Váyase y vuelva dentro de dos meses!». Insistí en ver a mi cardiólogo. El hombre replicó: «Vaya al piso 16 si puede, no hay electricidad y, por lo tanto, tampoco ascensor; de todos modos no encontrará allí a nadie». Tengo que decir que mi cardiólogo era el doctor Talib Kheiralla, director de un hospital de operaciones especiales. Más tarde fue despedido por las autoridades de ocupación. Sin embargo, el personal y los médicos del hospital lo reeligieron dos veces, se manifestaron para pedir que se quedara como director, pero lo despidieron de nuevo. Entonces decidió irse de Iraq. Fue la decisión más acertada porque si no lo habían secuestrado y asesinado como a los otros 5.500 médicos, científicos y académicos que han sido asesinados en Iraq durante los más de seis años de ocupación.

Yo vivía en el centro de Bagdad. Enfrente del Palacio de la República (la llamada Zona Verde en la que ahora se encuentran los cuarteles generales de la ocupación y de las autoridades iraquíes) al otro lado del Tigris. Vi a algunos soldados iraquíes arrojarse al río y a los tanques de la invasión entrar en el Palacio. Vi el fraudulento espectáculo de cómo derribaban la estatua de Saddam Hussein. Vi a los iraquíes manifestarse los primeros días en las calles condenando la ocupación, pidiendo que se fuera, declarando su solidaridad con cada uno de los demás iraquíes, independientemente de su identidad étnica, religiosa o sectaria. Vi muchas cosas de las que los medios de comunicación no informaron. Vi cientos de reuniones y de conferencias celebradas por los ocupantes y sus agentes en los hoteles Meridian y Sheraton.

Estas reuniones se organizaron para establecer el discurso político que justificara la ocupación y creara el apoyo de la opinión pública a nivel de base por medio de la sociedad civil, especialmente las organizaciones de mujeres, de derechos humanos y pacifistas. De hecho, yo asistí a una de ellas por curiosidad. Recuerdo a cuatro mujeres elegantes, vestidas a la última moda, todas ellas con joyas haciendo juego y con tacones, hablando de la necesidad de forzar a las mujeres a hacer un trabajo político. Les pregunté: «¿No creen que serían necesario educar a las mujeres, especialmente en la independencia económica, de manera que puedan pensar de manera independiente en su papel político?». No logré obtener una respuesta convincente.

En realidad, estaba furiosa. Les diré por qué. Unos días antes estaba sentada en mi terraza tratando de pasar el tiempo mejorando mi francés que, por cierto, nunca mejoró. Me di cuenta de que había una pequeña manifestación de mujeres en la plaza al-Ferdos. Bajé rápidamente para saber de qué se trataba. Había pancartas y cantos acerca de cómo las mujeres son la fuerza de vanguardia de la sociedad, lo cual era fantástico. Me di cuenta de que las dirigentes de la manifestación que estaban en el escenario dando los discursos eran actrices de teatro muy conocidas a las que yo admiraba, una joven dentista muy guapa, una mujer mayor que resulto ser su madre y una periodista. Había muchas otras mujeres, pero las que cantaban y bailaban debajo del escenario parecían muy pobres. Lo sabía por su ropa. Me acerqué a una que era muy entusiasta y le pregunté por qué estaba ahí. Me contestó: «Me dijeron que iban a repartir ayuda para las viudas». Resultó ser la viuda de un soldado con dos hijos a los que alimentar.

Estamos ahora en el séptimo año de la ocupación; Iraq ha pasado por una destrucción total, empezando por sus instituciones políticas, económicas, militares, judiciales y de infraestructuras, y acabando por sus sistemas social, cultural y moral, y ello por medio de una completa agresión militar y de inteligencia ante los ojos del mundo entero que hasta el momento no ha podido hacer nada para detener esta agresión, a pesar del rechazo y la condena declarados internacionalmente.

Es bien sabido que la invasión de Iraq se construyó sobre las mentiras acerca de las armas de destrucción masiva que se suponía había en Iraq, las mentiras sobre el terrorismo, la democracia y los derechos humanos que más tarde se convirtieron en un escándalo de la política exterior estadounidense. Pero las mentiras continúan todavía hoy. Por ejemplo, la mayor mentira que los medios de comunicación están transmitiendo es que en Iraq hay ahora un gobierno soberano elegido democráticamente, fuerzas de seguridad, partidos políticos y un proceso democrático liberal, y que lo que dificulta la reconstrucción de Iraq son los grupos sectarios terroristas, los Baathistas que desean que vuelva el régimen anterior o aquellos que vienen de fuera de Iraq para frustrar el proceso político. Puede que todas esas mentiras se traguen fuera de Iraq gracias a toda la manipulación mediática, pero nosotros, los iraquíes, sabemos muy bien lo que ocurre. Para empezar, un país ocupado no puede ser soberano ni democrático, y prácticamente eso es lo que hemos experimentado durante estos siete años. Lo que tenemos es, ni más ni menos, un caos total, corrupción estatal y una violación de derechos humanos sin precedentes.

He vivido toda mi vida en Bagdad hasta la segunda mitad de 2006. Tuve que buscar refugio en el extranjero después de recibir muchas amenazas contra mi vida y mi familia. Observé muy de cerca lo que estaba ocurriendo, como iraquí y como directora del Observatorio de la Ocupación, y como activista de derechos humanos, aparte de mi trabajo de ayuda humanitaria en las zonas bombardeadas. Vi cómo los soldados y las autoridades de la ocupación trataban a mi pueblo como seres inferiores a los seres humanos, de hecho peor que a animales. Vi cómo lo masacraba a sangre fría, ya fuera disparando aleatoriamente en zonas densamente pobladas por civiles, en las carreteras, en los muchos checkpoints, y cómo mataban a familias y a niños, o los bombardeaban. En 2005 tres mujeres conducíamos pacíficamente por la carretera de Haditha a Bagdad cuando un soldado estadounidense que estaba en una colina al lado de la carretera empezó a disparar contra nosotras; pude ver las balas cayendo al lado de nuestro coche. Cuando conseguimos alejarnos lo miré y vi que se estaba riendo.

Fui testigo de cómo los cazabombarderos y la artillería estadounidense bombardeaba ciudades, calles, zonas residenciales, mercados, hospitales…y mataban a miles de personas con el pretexto de que su objetivo eran terroristas, lo que de ser cierto sería criminal porque no se puede bombardear una ciudad desde gran altura para atacar a unos individuos que se supone se esconden entre los civiles y, en todo caso, desde 1904 bombardear ciudades es ilegal según el derecho internacional. Vi casas que fueron bombardeadas con la familia dentro, la cual fue enterrada viva entre los escombros. De hecho vi cómo se ponían minas dentro de las casas y las explotaban, como los francotiradores estadounidenses disparaban contra civiles: mujeres, niños, ancianos…He documentado audiovisualmente algunos de estos crímenes. Al menos cuatro veces fui una posible víctima de este tipo de actos, pero sobreviví de milagro, lo mismo que muchos iraquíes que han sobrevivido hasta ahora. Después de cada bombardeo, cientos de familias buscan refugio en el pueblo más cercano, en el desierto, en escuelas abandonadas, en construcciones inacabadas, en mezquitas… En cualquier lugar que sea seguro, aunque carezca de las necesidades humanas más elementales, como un baño.

El mundo exterior no sabe cuántos iraquíes han muerto en los últimos siete años. Este desconocimiento es en sí mismo un crimen. Se calcula que podrían ser entre 1.250.000 y 1.500.000. Hay al menos un millón de viudas y cinco millones de huérfanos. Las autoridades de la ocupación y las iraquíes impidieron que los hospitales y los médicos hicieran declaraciones ante los periodistas y las organizaciones acerca del número de víctimas o dieran cualquier información a este respecto. Es más, no se permitió a los medios de comunicación independientes ir cerca de las zonas en las que había operaciones militares, ni siquiera mucho después de que éstas acabaran. Por ejemplo, en el segundo ataque a Faluya en otoño de 2004 se impidió durante meses después del ataque que entraran periodistas e incluso personal médico y de ayuda humanitaria. En 2005 estábamos grabando un hospital en Al-Qaim, que había sido bombardeado hasta arrasarlo, cuando los soldados estadounidenses empezaron a dispararnos. Nos tuvimos que esconder detrás de un muro durante una hora hasta nos pereció seguro salir.

En nuestra cultura la muerte forma parte de la vida, sin embargo, la dignidad y el honor son más importantes. Hay muchos chistes acerca de la enorme importancia que le dan los iraquíes a defender su dignidad y su honor, no sólo en el plano personal. Cuando se les pregunta por qué luchan contra la ocupación, muchos iraquíes contestan simplemente: «Porque es una ocupación, ¿no?». Viendo cómo torturaron a los detenidos, que estos prefieren la muerte a la humillación, creo que los ocupantes estudiaron la psicología iraquí. Nunca olvidaré a un hombre joven cuya dignidad había sido tan duramente dañada que decidió suicidarse. Pero al estar incomunicado, sólo tenía las paredes de su celda para acabar con su vida, así que se estuvo golpeando la cabeza contra la pared hasta que murió. También recuerdo siempre a un soldado estadounidense que violó a una prisionera de quince años, con lo que ésta se colgó. Cuando se le preguntó al soldado por qué creía él que la niña se había suicidado, contestó: «No sé, creo que no era feliz».

Llevaría demasiadas páginas entrar en detalles acerca de la tortura de los prisioneros en las cárceles estadounidenses e iraquíes. Sólo mencionaré que cientos de miles de civiles fueron detenidos, encarcelados, torturados, asesinados, hechos desaparecer en las prisiones sin un proceso judicial. Puede que se piense que Abu Graib fue la única cárcel que fue testigo de esos trágicos crímenes contra la humanidad, pero, de hecho, es posible que Abu Graib fuera «más suave» que decenas de otras cárceles como Camp Bucca, Badushe, Al-Bagdadi, Al-Nisure y Fort Suse, por mencionar sólo las grandes y conocidas. ¿Cuántos prisioneros hay en ellas? Nadie lo sabe; puede que medio millón… hombres y mujeres, niños y discapacitados. Cada uno de ellos deja una familia trás de sí. Visité a algunos, especialmente a mujeres, y acompañé a familias en las visitas a sus seres queridos. Experimenté la humillación, las penurias, el gasto económico y el chantaje, el peligro de ser asesinado o detenido en las carreteras cuando las controlaban las milicias sectarias, la frustración de estar esperando durante meses conseguir el permiso para hacer la visita sin lograrlo al final.

Con cada línea que escribo ahora pasan ante mis ojos decenas de caras y de nombres, y me mata no poder al menos nombrarlos. El actual «proceso político democrático» del que se jacta la administración de Washington no es más que un puñado de colaboracionistas a los que ponen en primer plano para engañar al mundo acerca de que en Iraq hay un gobierno soberano y a los que sólo usan para dar legitimidad a las políticas del ocupante y para utilizar a este «gobierno» disfuncional como excusa para mantener las tropas en Iraq. Fui testigo del nacimiento del gobierno de transición en Iraq en 2004 formado por las mismas personas nombradas por Washington en el Consejo de Gobierno de Transición sobre bases sectarias y étnicas. Fueron los mismos que llegaron al gobierno de transición en las elecciones de 2005 y de nuevo los mismos que ganaron las elecciones de 2006. Qué coincidencia que ganaran una y otra vez. Pero no es una coincidencia, sino un proceso político bien organizado. Global Peace Index calificó al gobierno iraquí con un cero en funcionamiento durante los últimos tres años. Iraq ocupa el puesto 144 de los peores países del mundo en este aspecto (y en todos)1 .

La ocupación de Iraq es un excelente ejemplo de cómo crear una guerra civil. Si los ocupantes no permitieron a nadie (aparte de sus agentes) estar en el poder en Iraq, la inteligencia iraní lo garantizó. Puede parecer paradójico que los agentes a los que nombró la ocupación sean los mismos que prefiere Irán, pero no lo es. Estados Unidos e Irán son dos superpotencias contrincantes, la primera global y agresiva, la segunda regional y creciente. Por desgracia, el vacío político iraquí se convirtió en el objeto de su enfrentamiento. Sin embargo, ambos tienen el mismo interés por Iraq: acabar de una vez por todas con el papel estratégico de este país en la región. Pero cada uno quiere hacer lo que vaya en su propio interés y ambos tratan de minimizar el papel del otro.

Pero cuando la administración Bush se dio cuenta de que la lealtad del gobierno iraquí se inclinaba cada vez más hacia Irán trató de cambiar el equilibrio de poder animando a los grupos sectarios sunníes a participar en el proceso político, También armó y financió los grupos sunníes (llamados Consejos Despertar) para, por una parte, luchar contra la resistencia y por otra, para crear otro poder que pudiera presionar al gobierno cuando fuera necesario. Irán, por su parte, armó y financió a los Sadristas, otra milicia sectaria chií (aparte de su apoyo a los principales partidos chiíes: Al-Dawa y el Consejo Supremo de la Revolución Islámica y sus milicias). El Movimiento Sadr tenía la consigna de luchar contra la ocupación. El grupo de investigación International Crisis Group, describía el Movimiento Sadr de la siguiente manera:

Los Sadristas fueron apareciendo cada vez más en 2006 y principios de 2007. Controlaron nuevo territorio, particularmente en Bagdad y a su alrededor, atrajeron a nuevos reclutas, acumularon vastos recursos y se infiltraron en la policía. Pero mientras la mayor parte del país se sumía en la guerra civil, los iraquíes fueron testigos del lado más brutal y matón de los Sadristas. Su cada vez más violenta e indisciplinada milicia, el Ejército Mahdi, se vio envuelto en horrendos crímenes sectarios y recurrió al saqueo y al robo. Milicianos que afirmaban ser miembros del Ejército Mahdi ejecutaron a un número incalculable de sunníes, supuestamente en respuesta a los despiadados ataques de al-Qaeda, pero con mucha más frecuencia simplemente porque eran sunníes 2.

Desde el principio las autoridades de ocupación trabajaron para dividir a la población en grupos sectarios y étnicos. En realidad, incluso antes de la invasión una de las propagandas de guerra había sido hacer justicia a los chiíes y a los kurdos a los que supuestamente había perseguido el anterior gobierno. Durante los noventa la administración de Washington trabajó con ahínco la división étnica tras separar Kurdistán del resto del país y utilizarlo para refugiar y reclutar agentes. Tras la ocupación se concentró en la discriminación sectaria, además de la étnica, apoyando a los grupos políticos sectarios y armando sus milicias, creando una falsa competición política entre ellos y para sacar el mayor partido posible a la propia ocupación, por lo que atacaron duramente a la resistencia.

La decisión más peligrosa y fatal que provocó el peor de los odios y de la violencia entre los iraquíes la tomó el gobernador estadounidense de Iraq Paul Bremer. Limitó las fuerzas oficiales de seguridad (policía, ejército, inteligencia, guardias de seguridad) a estas fanáticas milicias sectarias. Fue una decisión que les proporcionó, a ellas y a los partidos políticos a los que pertenecían, una cobertura de legitimidad además de capacidad material, logística, militar y de inteligencia para atacar a los otros grupos sectarios y a la resistencia. La misma estrategia se implementó en el norte de Iraq con las milicias kurdas, los pashmerga. Por otra parte, estas fuerzas de seguridad se utilizaron para participar simbólicamente en las grandes operaciones militares contra las ciudades iraquíes que estaban emprendiendo las tropas ocupantes. En la televisión se mostró a estas milicias sectarias y étnicas, vestidas de uniforme, bailando sobre los cuerpos de sus hermanos iraquíes en Faluya, por ejemplo. Por supuesto, no tenían un papel militar pero el mensaje político vicioso era claro y eficaz a la hora de añadir leña al fuego de la discriminación.

Pero fue en 2005, al llegar al poder el gobierno de transición de al-Jafari, cuando empezaron los peores crímenes de discriminación sectaria. Un alto cargo de la milicia de pésima reputación fue nombrado ministro del Interior; las cárceles iraquíes se colapsaron con miles de presos detenidos según su documento de identidad*. De las cárceles salieron historias horribles. En los barrios suníes de Bagdad se llevaron a cabo redadas por parte de decenas de hombres jóvenes uniformados, armados con moderno armamento, que utilizaban vehículos del ministerio del Interior y que mostraban sus documentos oficiales de identidad para detener a personas en sus casas, ante sus familias, sus madres y sus gritos suplicantes. Los hombres armados no dudaban en mostrar su fanática identidad sectaria. Cuando las familias iban a la comisaría o al ministerio del Interior para pregunta por sus hijos, ahí negaban saber nada acerca de las redadas nocturnas o de las detenciones, a pesar de que generalmente se hacían durante los toques de queda.

Con frecuencia los cuerpos de las personas detenidas se encontraban unos pocos días después en lugares aislados, en basureros o en la morgue de Bagdad. Los cuerpos mutilados solían tener huellas de horribles torturas, quemaduras y miembros rotos. Sus marcas características eran ojos arrancados, huesos destrozados, quemaduras con plástico derretido, la cabeza y los miembros llenos de quemaduras producidas por talados eléctricos, miembros, cabezas y genitales cortados. En las cárceles se propagaron las enfermedades de la piel a causa de la falta de detergentes, del calor y debido a su saturación. Un preso habló de su piel destrozada; otro dijo que respiraba a través de grietas en la pared a causa de la saturación (cárcel de al-Nisuer, 2005). Un preso de Mosul logró pasar una carta a su familia en la que decía que lo habían trasladado a otra cárcel en una zona desconocida, pero que ahí estaba mejor porque al menos podía estirar las piernas al dormir. En el mal reputado séptimo piso del ministerio del Interior fue donde se llevaron a cabo las torturas y violaciones más salvajes… En él, las víctimas eran conocidas por su oposición a la resistencia.

En ese momento la emigración fuera de Iraq había aumentado considerablemente debido a la falta de seguridad, pero fue en 2006 cuando empezó el desplazamiento colectivo forzado y la limpieza sectaria. De hecho, sólo en Bagdad se lanzaron tres importantes operaciones militares conjuntas (en 2005, 2006, y 2007). El objetivo oficial de estas operaciones era la seguridad, pero en realidad tenían una finalidad sectaria puesto que su objetivo eran zonas específicas conocidas por su mayoría de un grupo y no de otro, mientras que se ignoraban otras zonas bien conocidas por ser frecuentadas por milicias sectarias y escuadrones de la muerte. Además, algunos de estos grupos eran tan conocidos que la gente común hablaba abiertamente de células terroristas, de los nombres de sus dirigentes y de los llamados tribunales religiosos. Incluso colgaban esta información internet en cartas abiertas al gobierno. El problema era que las fanáticas milicias criminales estaban EN el gobierno. Cuando al-Maliki ganó las elecciones en 2006, no logró formar gobierno hasta cinco meses después y gracias a un pacto con los Sadristas. Así que cuando Sadr City fue atacada en 2007, al-Maliki lo impidió.

Escándalos como éste han sido comunes en Iraq. En el sur, sin embargo, los asesinatos eran entre los propios partidos chiíes o entre facciones del mismo partido chií. Esto ocurrió en Basora, Amara, Nasriya y Diwaniya. Cada uno de ellos empezó a moverse violentamente para controlar las ciudades grandes. Fueron asesinados cientos de altos cargos, políticos, académicos, médicos y otros profesionales, hombres y mujeres, y se amenazó a las familias para que se fueran. Millones de familias se fueron a otras partes de Iraq o al extranjero, especialmente a los países vecinos. Hay más de cinco millones de refugiados iraquíes, que viven en situaciones muy difíciles desde el punto de vista psicológico y económico.

Sin lugar a dudas, los asesinatos (de chiíes a chiíes, sunníes a sunníes, chiíes a sunníes, kurdos y otras minorías en Kurdistán, el gobierno a los ciudadanos…) son todos ellos en interés de la ocupación y no son ideológicos, ni siquiera políticos; simplemente se deben a un conflicto de poder entre ellos. Por otra parte, hay pruebas muy claras de que la ocupación no ha logrado controlar Iraq. Este fracaso se debe, sobre todo, a los milagrosos logros de la resistencia iraquí que ha podido derrotar al más fuerte poder militar, económico y de inteligencia del mundo moderno. A pesar de la ferocidad del enemigo y de la adversa propaganda mediática, con muy pocas armas y de enorme simplicidad la resistencia ha podido imponer su voluntad y su derecho a existir en el mundo, un derecho que supuestamente garantiza el derecho internacional.

A lo largo de los últimos seis años las condiciones de Iraq se han deteriorado de manera imposible de describir. Las infraestructuras han sido completamente devastadas, los servicios esenciales como el agua y la electricidad escasean en un país en el que la temperatura puede alcanzar los 50 grados. Los iraquíes, que viven en el país más rico y con las mayores reservas de petróleo del mundo, compran la gasolina en el mercado negro. Las carreteras y puentes están destruidos; los que quedan están bloqueados con altos muros de cemento, lo que convierte al país en una cárcel. Los iraquíes bromean acerca de la situación de seguridad diciendo que el país es más seguro porque está más vacío; los terroristas tienen menos objetivos. Millones de refugiados viven en el extranjero.

El sistema económico ha sido completamente desmantelado. La Ley de Nuevas Inversiones de 2003 prácticamente ha vendido el país a las compañías internacionales al darles el 100% de la propiedad de los proyectos dentro de Iraq. El petróleo, que había sido nacionalizado a principios de los setenta, se ha vendido más barato que el polvo a las gigantes internacionales del petróleo (fundamentalmente estadounidenses y británicas), y se ha dejado que un consejo de iraquíes y representantes de estas multinacionales elabore la política petrolífera iraquí. De vez en cuando, un experto iraquí en petróleo lanza un mensaje de socorro afirmando que el gobierno iraquí está otorgando contratos corruptos a ésta o aquella compañía. Se han vendido a compañías extranjeras las instituciones estatales, fábricas, plantas y bancos que eran propiedad del pueblo. Se han cerrado 33 fábricas debido a la falta de materias primas y de electricidad. El paro llega al 60%. Además de eso, Iraq es ahora el peor país del mundo en lo que se refiere a corrupción3.

Desde el punto de vista legal, todo ha cambiado. Se han impuesto al pueblo 200 leyes nuevas para proteger los intereses de los ocupantes; por supuesto, se han abolido las leyes nacionales que contradecían estas nuevas leyes. Esto significa que han desaparecido todas las leyes por las que los iraquíes lucharon durante decenas de años, incluidas la revolucionaria Ley de la Reforma Agrícola, y la Ley nº 80 de Nacionalización del Petróleo de 1960 que nacionalizó los campos en los que no se había invertido todavía. De hecho, la Ley nº 39 de Inversión da prioridad a los inversores privados por delate de los iraquíes. También se han suprimido muchos logros legales respecto a las mujeres.

Los servicios sanitarios iraquíes eran uno de los mejores del mundo. En los ochenta la Organización Mundial de la Salud concedió a Iraq un premio por tener el mejor control mundial de las enfermedades contagiosas. Los servicios sanitarios iraquíes eran totalmente gratuitos. Ahora, además de la sanguinaria campaña de asesinatos de médicos de diferentes especialidades y de la emigración de muchos otros, y de que muchos hospitales han sido bombardeados, la situación de los hospitales públicos es caótica, aparte de que muchos de ellos están controlados por las milicias. Las clínicas privadas están por encima de las posibilidades de la mayoría. Hace unos días un familiar que tiene problemas de corazón me dijo que no podía hacer una consulta en un hospital privado y que los públicos no servían para nada. El verano pasado se propagó el cólera (del que Iraq solía esta libre) debido a la contaminación del agua potable, al desbordamiento de aguas residuales y a los malos servicios sanitarios, especialmente para los niños y mujeres embarazadas. Según UNICEFF4, en 2007 la mortalidad infantil se ha duplicado hasta llegar a un 125%.

Desde el punto de vista cultural Iraq era uno de los mejores países de la zona. Durante la invasión museos, bibliotecas, teatros, editoriales y universidades fueron destruidos y saqueados, especialmente el Museo Nacional que conservaba los más antiguos tesoros arqueológicos de la humanidad. Se destruyeron los yacimientos históricos cuando las tropas de la ocupación los utilizaron para construir en ellos sus instalaciones, como Babilonia y Ur. Manuscritos valiosísimos y libros antiguos fueron saqueados y perdidos. Incluso fueron destruidas y saqueadas instituciones internacionales, como, por ejemplo, el Centro Cultural Francés, donde yo estudiaba francés. Fui allí unos días después de la invasión y las ventanas estaban rotas y la biblioteca, las aulas y los recibidores estaban en una situación absolutamente caótica. Las milicias confiscaron el Centro Cultural de la Mujer, donde yo solía celebrar actos culturales; otros edificios históricos y salas de exposiciones modernas fueron atacados y obras de arte de los mejores artistas iraquíes fueron saqueadas, etc.

En los años ochenta Iraq recibió el primer premio de la UNESCO en erradicación del analfabetismo; ahora la UNESCO ha dejado de reconocer los títulos de las universidades iraquíes. El sistema educativo está colapsado; se ha nombrado a personas ignorantes para gestionarlo después de que sus mejores profesionales fueran asesinados, detenidos, desaparecieran o se convirtieran en refugiados (el primer profesional asesinado fue el profesor y doctor Muhammad Al-Rawi, presidente de la Universidad de Bagdad). Las escuelas han sido o bien destruidas, u ocupadas por los refugiados, o han quedado vacías debido a la falta de seguridad o de financiación y de materiales educativos, o, simplemente, porque los alumnos no pueden asistir ya que tienen que trabajar para sobrevivir. La Agencia Estadounidense de Ayuda Internacional es quien supervisa los currículos educativos. Las universidades están controladas por las milicias que amenazan a cualquier profesor o estudiante que no acate sus normas. Mi hija recibió muchas amenazas en su mesa de trabajo porque se negaba a que la obligaran a ponerse el hijab, el velo. Muchas veces se libró de morir por pura suerte cuando explotaban las bombas camino de clase o cuando los estudiantes disparaban contra otros estudiantes o contra los profesores en el campus. Mi marido, que también es profesor universitario, fue atacado cuando iba a trabajar por cuatro hombres fuertemente armados, le quitaron el coche… Las historias son interminables.

La ocupación militar de Iraq ha sido derrotada, pero en absoluto ha acabado todavía. Se supone que las tropas estadounidenses están ahora confinadas a sus bases militares fuera de las ciudades (¡¡muchas bases ESTÁN dentro de las ciudades!!) y se supone que se irán totalmente el último día de 2011. El pasado mes de abril el presidente estadounidense Obama habló de los «logros extraordinarios» de las tropas estadounidenses en Iraq5 y afirmó que Iraq ahora era mejor que en el pasado. Yo no sé cuál es el criterio de éxito de Obama, pero he aquí los siguientes hechos:

– en Iraq hay 1.000.000 viudas, según las estadísticas oficiales emitidas por el ministerio de la Mujer en Iraq,

– 4.000.000 niños son huérfanos; la media de hijos en una familia iraquí es de 4 a 6 niños, según el ministerio de Planificación,

– hay un millón y cuarto millón de victimas según las estadísticas del ministerio iraquí de Salud hasta diciembre de 2008,

– hay 800.000 desaparecidos, según las cifras de las reclamaciones registradas en el ministerio del Interior iraquí hasta diciembre de 2008,

– hay 340.000 presos en las cárceles estadounidenses e iraquíes, y de la provincia de Kurdistán, según cifras de los observatorios de los derechos humanos. El ejército estadounidense ha reconocido oficialmente la existencia de 120.000 presos en sus cárceles,

– hay 4.500,000 desplazados fuera de Iraq, según cifras de solicitantes de pasaporte de la Dirección de Pasaportes en Iraq hasta finales de diciembre,

– hay 2.500.000 desplazados dentro de Iraq, según las estadísticas del ministerio de Migración y Desplazamiento en Iraq,

– se han contabilizado 76.000 casos de SIDA, según las estadísticas registradas en el Ministerio de Salud iraquí. Los casos contabilizados antes de la ocupación eran 114,

– entre los jóvenes se han propagado de manera alarmante las drogas importadas de Irán, según las estadísticas del Centro de Lucha contra las Drogas y la Adicción al Alcohol del ministerio de Salud iraquí,

– desde la ocupación se dan tres casos de divorcio por cada cuatro matrimonios, según las estadísticas del ministerio iraquí de Justicia,

– el 40% de la población iraquí vive por bajo el nivel de pobreza, según las estadísticas del ministerio iraquí de Derechos Humanos,

– la infraestructura de Iraq ha sido totalmente destruida (datos del ministerio iraquí de Planificación),

– hay un declive de la educación básica y en las universidades ( La UNESCO ha dejado de reconocer los títulos universitarios iraquíes),

– existen 550 entidades políticas (datos de la Oficina de Estadística de las elecciones iraquíes),

– existen 126 empresas de servicios de la seguridad dirigidos por servicios de inteligencia extranjeros (registradas en el ministerio del Interior iraquí),

– existen 43 milicias armadas pertenecientes a los partidos políticos (registradas en el ministerio de Defensa y el ministerio del Interior iraquí – Comité para la Integración de las Milicias),

– circulan decenas de miles de títulos falsos de funcionarios, de altos cargos y directores generales, y de cuadros de los partidos de liderazgo del Estado (estadísticas documentadas en el Organismo de la Integridad en Iraq),

– existe una corrupción generalizada en toda la estructura de gestión administrativa, financiera y en todas oficinas gubernamentales (datos de Transparencia International),

– existen tensiones sectarias y étnicas entre los componentes del pueblo iraquí (Organización de la Conferencia Islámica).

¡¡Esos son los logros extraordinarios!!!

El pueblo iraquí ha sufrido el mayor engaño de su historia, tanto antigua como contemporánea. Iraq ha sido completamente desmantelado.

Si Obama desea realmente corregir esta trágica situación tiene que acabar incondicionalmente con la ocupación y sin ningún tipo de restricciones. Tiene que abolir todas las leyes que se han impuesto a Iraq en los últimos seis años. Tienen que liberar a todos los presos políticos y, sobre todo, tiene que reconocer la responsabilidad de Estados Unidos en todos los crímenes antes mencionados y compensar a Iraq por ellos.

Todos los escenarios posibles están abiertos para Iraq en el futuro, pero Iraq también cuenta con todas las capacidades de existencia y de supervivencia. Volverá a revivir, como ha ocurrido ya a lo largo de la historia. No es coincidencia que Iraq fuera la cuna de las civilizaciones más antiguas del mundo, donde se escribieron las primeras inscripciones, donde se aprobaron las primeras leyes, se escribió el primer poema, se estableció el primer Estado y donde se dieron los primeros pasos de la ciencia, de la arquitectura y de las artes. El potencial más importante de Iraq son los propios hombres y mujeres iraquíes. Iraq fue devastado muchas veces a lo largo de su historia, las últimas en 1991 y en 2003. Iraq siempre se ha levantado y se reconstruido de nuevo. También lo hará esta vez. La resistencia iraquí, hombres y mujeres creativos, es la encarnación de la voluntad de Iraq.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.