El microcuento en España no ha adquirido relevancia excepto en momentos precisos, por ejemplo Millás hizo durante un tiempo un ejercicio con los lectores de un periódico. La baja consideración, entre nosotros, hacia la brevedad narrativa, el cuento, el relato y ahora el microcuento, proviene de la falta de conocimiento sobre el género por parte […]
El microcuento en España no ha adquirido relevancia excepto en momentos precisos, por ejemplo Millás hizo durante un tiempo un ejercicio con los lectores de un periódico. La baja consideración, entre nosotros, hacia la brevedad narrativa, el cuento, el relato y ahora el microcuento, proviene de la falta de conocimiento sobre el género por parte de editores y escritores, que han presentado ante los lectores productos poco elaborados, y han pretendiendo hacer creer que si los lectores no se entusiasmaban con ello era por razones ajenas a su voluntad. Es la vieja historia del maestro y los alumnos: suspenden todos, luego la culpa total recae sobre el total de los suspendidos.
Habrá que apuntar que el microcuento es mezcla, es mestizaje de géneros, explota en elipsis, en búsquedas abiertas, el microcuento en ocasiones lleva consigo insígneas de mitología, de otras narraciones, atrae a su interior, mastica y expulsa asuntos novedosos que modifican el curso de la sociedad, es un organismo complejo por su brevedad y por la turbación que debe producir. Si prueba a leer alguno, hágalo despacio, con atención, sentirá la necesidad de volver a leerlo, aunque es vuelta al principio el recorrido atento que haga hasta el final, hasta la última letra escrita, es posible que le cause la sensación de que no ha terminado de leer. En su condensación de ideas, en la compenetración de sus partes salta como las chispas lo implícito, para usted amigo lector, es una prueba. Piense en lo necesario para escribir una gran obra, expresar una idea compleja y profunda en un grano de arroz, en una cabeza de alfiler, piense en ello y comprenderá la capacidad por parte del autor para, extremando el cuidado, llevar a término la operación. El microcuento opera en espacios breves y busca las procelosas y oscuras aguas con palabras detonantes que lo aproximan a la poesía, pero no es poesía es microcuento, es esencia narrativa. Las vetas más conocidas que busca entre todo el pedernal y la tierra que remueve y ha de sacar del escrito el autor, son de ironía, de sátira, de crítica, de humor. Es un género serio, requiere una mano especial con el vocabulario, los recursos literarios y las estructuras, no es una reducción, craso error, es una inmersión y una explosión, es una provocación a las sensaciones y la mente del lector con el número de palabras más reducido posible en el trabajo con idea multiplicadora. En esa búsqueda tan arriesgada se han aventurado autores como Kafka, Monterroso, Cortázar, Borges, Arreola, Galeano, …; ahora bien, entre los escritores españoles, pocos, muy pocos se han adentrado por esas galerías del lenguaje. Considerado entre los grandes de lo más pequeño, Edmundo Valadés, para su antología de relatos de literatura universal «El libro de la imaginación», solo escogió un autor español: Antonio Fernández Molina, que nació en Alcázar de San Juan en 1927 y falleció en Zaragoza en 2005. Autor de ensayos, novelas, guiones cinematográficos, obras de teatro, poesía y, como no microcuentos. A veces ocurre en esta tierra tan árida que nuestros autores son más conocidos por otros que por nosotros, es el caso de Antonio Fernández Molina. Sus microcuentos, atemporales, circulares, kafkianos, … , caerán desde sus labios a su fondo, al fondo que aún no conoce, entonces empezará usted a intuir la maravilla y el trabajo fino, agudo, que hace el brillo de los microcuentos de Antonio Fernández Molina. «Gallina», «El truco», «La tercera pierna», «Algunas noches llega a casa muy agotado», «La lección», el libro en su conjunto es más que un ejemplo de microcuentos.
Título: Las huellas del equilibrista.
Autor: Antonio Fernández Molina.
Edita: Menos cuarto Ediciones.