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¿Volvimos al 2001? Apuntes sobre los tres ciclos neoliberales de Argentina

Fuentes: Rebelión

Algunas reflexiones sobre nuestros tres ciclos neoliberales (y sus, hasta ahora, cinco gobiernos), elaborados para una actividad que compartimos con Rosalía Costantino en el Centro Cultural América Libre, en la ciudad de Mar del Plata.

La historia nunca se repite, pero a veces rima. (Mark Twain)

Nos pidieron comparar la situación del 2001 con la de la actualidad, pero más que comparar una foto nos sirve cotejar procesos. Digamos, por caso, el período que lleva de 1989 (asunción de Carlos Saúl Menem) hasta la caída del régimen de la convertibilidad en diciembre de 2001. El hecho de que se trate de un período que abarca dos gobiernos de diverso signo (el del Partido Justicialista y el de la Alianza) es apenas anecdótico: en términos sociales y económicos se trata de un mismo ciclo de implantación/resistencia de las reformas neoliberales que llamaríamos de segunda generación (la primera generación se dio con la dictadura cívico-militar y el Plan Económico de José Alfredo Martínez de Hoz).

Recordemos, por caso, la célebre carta abierta de Rodolfo Walsh, en donde tras enumerar detalladamente los crímenes del régimen, concluye. “Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”. Y sin embargo, nótese que no faltaron entonces sectores de la intelectualidad, la política y el empresariado que consideraron demasiado tenues estas reformas, lo que llevó a los padres ideológicos de los actuales libertarios a romper, por derecha, con una Junta Militar que por ejemplo resistió realizar algunas privatizaciones.

El otro período en estudio no se inicia con el gobierno de Javier Milei, sino con el triunfo de Mauricio Macri en el año 2015, y se prolonga hasta la actualidad. Hablamos del tercer ciclo de instauración/resistencia (en este caso con visos de impugnación) de reformas neoliberales, abortadas con Macri, que buscan: 1) profundizar el carácter primario-exportador y financiero de nuestra economía, aplastando cualquier esbozo de desarrollo autónomo; 2) consumar la triple reforma laboral-previsional-tributaria; 3) vender las últimas joyas de la abuela (YPF, ARSAT, el Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la ANSES, Vaca Muerta, el litio, la proyección antártica, etcétera); 4) reasegurar el alineamiento geopolítico estratégico en la órbita EEUU-Israel-UE en una convulsionada etapa de transición hegemónica y; 5) quebrar el espinazo de la resistencia popular organizada, expresada en las tres centrales sindicales del movimiento obrero formal y en el amplio arco de movimientos sociales y populares que nuclea la UTEP, la gran novedad de este momento histórico.

Ideología y conducción

El primer ciclo neoliberal se impuso a sangre y fuego en las periferias, a través del recurso a la dictadura militar (como con los Chicago Boy en Chile o la “mafia de Berkeley” en Yakarta, Indonesia). Hizo falta nada menos que un Plan Cóndor para ello, con medio millón de víctimas entre encarcelados, torturados, asesinados y desaparecidos. Luego pasamos al transformismo del PJ (contra la idea del “excepcionalismo argentino” algo parecido pasó con el MNR en Bolivia, el APRA en el Perú, etcétera). Partidos de antigua raigambre popular-nacional, que supieron impulsar proyectos de desarrollo soberano y de justicia social, con ideologemas antiimperialistas y revolucionarios, que resultaron canibalizados por los poderes fácticos (en el caso argentino el giro se consuma entre la “renovación” de Cafiero y el primer menemato).

Luego vivimos la aporía de los “progresismos neoliberales”, por ejemplo en la endeble alianza del FREPASO y la UCR. Pero el tercer ciclo neoliberal despunta con una derecha post-ideológica y tecnocrática como el PRO, que fundamentalmente debe encubrir su carácter de clase, su ideología revanchista y su programa de ajuste estructural (la «revolución de la alegría», su «pobreza cero», etcétera). Pese a esto, su llegada al poder por vía democrática fue un hito absoluto en la historia argentina. Tras su fallida experiencia, el gobierno de Milei implica un giro rotundo hacia una derecha liberal-extremista y super ideologizada, influida por la Escuela Austríaca, los libertarios a lo Murray Rothbard, el clan oligárquico de los Benegas Lynch, los intelectuales de la UCEDÉ y la experiencia política reciente de Donald Trump. No debemos subestimar su alta ideologización y su escaso pragmatismo, visible en la atropellada conducción ejercida por Milei, hasta ahora resistente a su deglución por “la casta”. Su carácter clasista y vengativo es explícito, lo que implica que el conjunto del campo político y social se reordene de manera más acelerada que frente a las derechas post-ideológicas y los partidos de base popular reconvertidos. Decodificar la verdadera naturaleza y programa del menemismo, con su facundia gaucha y su «revolución productiva», llevó a amplios sectores a no pocas confusiones y vacilaciones. Hoy, en cambio, las cartas están sobre la mesa.

Consolidación y construcción de un proyecto hegemónico

Los programas de ajuste estructural siempre debieron ofrecer algo a cambio de la cuota de sudor y sangre que exigían a las grandes mayorías populares. En algunos lugares, como en Chile, Argentina o Indonesia, su consolidación se dio a partir de la derrota militar, via terrorismo de Estado, ya sea de organizaciones político-militares, o bien de proyectos gubernamentales reformistas o revolucionarios. Lo que se ofreció fue la paz de los cementerios. En otros países o ciclos, la prenda fueron una serie de réditos económicos inmediatos (a veces espurios, a veces insostenibles en el tiempo), ya sea en términos de crecimiento económico, salarios, empleo o control de la inflación.

La pregunta entonces es: ¿qué ofrece el gobierno de Javier Milei a cambio de su shock ortodoxo? ¿El fin de la inflación? ¿Volvernos Irlanda (un país tanto más estatista de lo que los liberal-extremistas sospechan), Somalía (la utopía pirata de algunos libertarios estadounidenses), o Liberland, el ficticio micro-Estado que un multimillonario construyó en una zona gris de los Balcanes serbo-croatas? ¿Acaso el fin del kirchnerismo y el socialismo? ¿Algún otro chivo expiatorio? Mi hipótesis es que por ahora no ofrece ni ofrecerá nada que una demagogia punitiva de bajo calibre, visible en las sucesivas performances a lo Robocop que protagoniza la Ministra de seguridad; un vago concepto de libertad negativa que no hará más que dispersarse a la primera crisis; y promesas de felicidad económica diferidas e indeterminadas (al fin y al cabo, la curación que presuntamente prosigue al shock en las terapias de choque que inspiraron a los experimentos neoliberales).

Lo que vemos es el tránsito de proyectos neoliberales hegemónicos, que buscaron encarnar proyectos históricos, a la aplicación de meras políticas cortoplacistas de rapiña patrimonial y financiera (enajenación de recursos estratégicos, bicicleta financiera, socialización pública de deudas privadas, etcétera). Es lo que García Linera llamaría un “neoliberalismo zombie”. Su fase sin épica, decadente, monstruosa y revanchista. No hay -o al menos yo no veo en la conducción libertaria- demasiados indicios de la búsqueda de estabilizar un proyecto político duradero ni de generar consensos conservadores transversales. Milei es un kamikaze japonés dispuesto a inmolar su pequeña aeronave para destruir un portavión enemigo (que puede ser la moneda nacional, los ingresos de los trabajadores, la organización sindical, una política tímidamente multipolar, etcétera). Claro que el suicidio del kamikaze puede ser comprendido como un acto subjetivamente irracional; sin embargo, esconde una enorme racionalidad, derivada de la economía de recursos que supone inmolar a un fanático singular para destruir a un enemigo colectivo.

Dinámicas de impugnación

Lo anterior nos lleva a calibrar los escenarios posibles de impugnación anti-neoliberal. La impugnación masiva al menemato empezó mucho más rápido de lo que se cree. Si hablamos del subperíodo de Macri, el hito fue sin dudas la caída de la reforma previsional en Plaza Congreso, en el año 2017. Por su parte, la impugnación contra el sub-período que abre el gobierno Milei comenzó, como se sabe, en tiempo récord, con algunas cacerolazos de cierta masividad contra el Decreto de “necesidad y urgencia” y con un paro nacional que según algunos analistas movilizó a un millón y medio de personas a lo largo y ancho de todo el país.

En relación a esto, les propongo pensar el 2001, más que como punto de partida, como la coronación de un largo sitio de impugnaciones por parte de trabajadores desocupados, profesionales pauperizados, ahorristas, jubilados, que duró al menos 8 años y que dibujó la geografía de la resistencia que tan bien aprendimos a recitar en el movimiento piquetero: el «Santiagueñazo», Cutral Có, Plaza Huincul, Tartagal, General Mosconi, etcétera. Sin embargo, en esa sociedad un abismo separaba al movimiento obrero organizado y a las clases medias profesionalizadas del emergente movimiento de desocupados y jubilados pobres. Hoy, en términos sociológicos, después de un largo ciclo de estancamiento económico (2011-2024), y con una red de contención socio-económica que no existía en los 90 ni en lo 2000 (AUH, Salario Social Complementario, etc), la clase tiende a nivelarse, si no en sus expectativas, al menos en su materialidad.

La situación del movimiento popular

Esto nos lleva a preguntarnos por la situación sociológica, organizativa y subjetiva del movimiento popular. Como ustedes saben, los principales hitos del movimiento piquetero se dieron no casualmente en lo que, antes de la privatización, habían sido territorios privilegiados de YPF, ese auténtico Estado dentro del Estado. Y los primeros piqueteros fueron ex petroleros que conservaban una memoria de organización sindical y política reivindicativa. Hoy, nuestro punto de partida es infinitamente superior.

La UTEP tiene 420 mil afiliados, celebró elecciones recientemente, y obtuvo en 2021 el “reconocimiento social” como representante de la economía popular, por parte del Ministerio de Trabajo. Ante todo goza de una importante legitimidad social y de una fenomenal capacidad de movilización y respuesta frente a las demandas más sentidas de las diferentes ramas de los trabajadores excluidos y precarizados: cartoneros, vendedores ambulantes, pequeños productores campesinos e indígenas, trabajadoras textiles, etcétera. Es, insisto, una situación cuantitativa y cualitativamente superior a la del surgimiento de las primeras asambleas y los primeros Movimientos de Trabajadores Desocupados. La situación es diferente incluso en términos programáticos: a las demandas de pan, trabajo y dignidad se suma ahora una elaboración programática compleja, con demandas concretas y políticas públicas específicas pensadas para el conjunto de la clase y para algunas de sus ramas particulares, aplicadas incluso por cuadros de gestión del movimiento que cumplieron funciones estatales.

Además, la UTEP ha impulsado una concienzuda política para articularse e integrarse a las centrales del movimiento obrero formal, buscando abolir las odiosas distinciones organizativas a lo interno de la clase. Hoy las diferentes fracciones del mundo popular están mejor articuladas, aunque haya una baja organización y movilización relativa de los jubilados, un actor que fue clave a fines de los 90 y comienzos de los 2000. A la vez, vemos también una proletarización creciente de categorías laborales profesionales, como médicos, enfermeros, docentes, trabajadores del Estado, etcétera. Ante todo, hay mayores niveles de organicidad y menores dosis de espontaneidad. Les puedo decir, habiendo viajado por varios países de la región, que la experiencia de la UTEP suscita una enorme expectativa y admiración: no hay nada ni remotamente parecido a una central sindical de los excluidos en otras partes de América Latina y el Caribe.

Reorganización del sistema político y crisis de representatividad

Considerando la actual fase del neoliberalismo, la composición ideológica del gobierno, y nuestra propia situación organizativa, ahora tenemos que pensar en cómo se está y en cómo podría reorganizarse el sistema político. La hipótesis del ciclo corto (constatable en toda la región), nos lleva a desempolvar una vieja tesis: la de la posible construcción de un bipartidismo conservador, pero que no necesitaría precisamente de partidos. “Milei no dura cuatro años dicen”, dicen periodistas, analistas y militantes con cierta autocomplacencia. Cómo si, a la velocidad que van, quedara algo de la Argentina que conocimos en uno o dos semestres más. La vara con la que debemos medir este ciclo histórico es la vara del programa de la tercera generación de reformas neoliberales que antes mencionamos. Conquistar el gobierno en cuatro años, por vía electoral, o pongamos por caso en dos, por vía de elecciones anticipadas, de poco vale si la Argentina queda convertida para entonces en un páramo, o si bajo el amparo de este gobierno terminan de implantarse en el país los cárteles de la droga y las narco-estructuras que destruyen el tejido social-comunitario. La tesis del bipartidismo conservador implica pensar a Milei como un fusible que viene a cumplir el trabajo sucio, preparando el terreno para derechas “razonables” que vengan a estabilizar el escenario político con posterioridad, todo bajo un manto de acuerdo y concertación tácita.

Lo que vivimos en la actualidad es una crisis de representatividad fenomenal, no sólo en Argentina, sino en toda la región. El síntoma más claro es la apropiación liberal-libertaria del “que se vayan todos”: se trata del retorno de síntomas mal reprimidos que se convierten en pesadillas. La eficacia del ideologema de “la casta” sólo puede explicarse por un ciclo largo de exclusión económica y desafección política. En un artículo interesantísimo, el economista ecuatoriano René Ramírez logra probar varias cosas al analizar en forma comparada la distribución del ingreso de los gobiernos progresistas y neoliberales en las últimas dos décadas. El caso de Argentina, ante todo con los gobiernos de CFK, fue notable en términos de reducción de la desigualdad (y ya no sólo de reducción de la pobreza). Sin embargo, cuando uno ve la curva de evolución del ingreso por deciles económicos, identifica que la mayoría de los países parecen un río sereno apenas estremecido por la brisa. La Argentina, en cambio, es una montaña rusa con altas y bajas críticas. Sin embargo, en ese carrousel, el 50 por ciento más pobre mejoró su ingreso muy parsimoniosamente entre los años 2000 y 2020. Además, en términos de derechos, las viejas conquistas asociadas a la sociedad salarial peronista nunca fueron recuperadas. Y nos referimos aquí a ingresos salariales, y no a la situación patrimonial de los diferentes deciles económicos, que se mantuvo prácticamente intacta aquí y en toda la región.

Lo que tuvimos, en suma, fue una exclusión persistente (por ingresos, por patrimonio, habitacional, de derechos) de amplias capas de la población que no tuvieron su “primavera progresista”. Creo que ahí hay que buscar las pistas de una economía política que explica los orígenes, no tan recientes, de esta crisis de representatividad, profundizada al máximo durante los gobiernos de Mauricio Macri y Alberto Fernández. La pregunta es, entonces: ¿falló la “batalla cultural”, el trabajo ideológico sobre mayorías populares que hoy eligen alternativas electorales más conservadoras, o lo que falló fue el alcance de las transformaciones económicas en sentido estricto? No olvidemos que la base social de Milei no está conformada sólo por sectores altos o por clases medias aspiracionales (como en las alternativas liberal-conservadoras clásicas), sino que tiene una enorme llegada en sectores precarizados, informales y cuentapropistas, como se desprende del análisis del voto que lo llevó a la presidencia).

Contexto internacional

En la comparación de contextos internacionales sin dudas salimos ganando. Los años noventa y primeros años 2000 eran los años de la larga noche neoliberal. Años carentes de expectativas, con militancias aún medio enterradas por la caída del Muro de Berlín y por el viraje neoliberal de los partidos populares tradicionales. No había sucedido todavía el No al ALCA. No se había fundado ALBA-TCP, ni la UNASUR ni mucho menos la CELAC. No se había producido la convergencia radical de diferentes procesos transformadores y de diferentes liderazgos carismáticos, como los de Chávez, Kirchner, Correa, Evo, Lula, Lugo, etcétera. Fundamentalmente, EEUU (tal como el ojo de Sauron), no había posado su mirada privilegiada sobre Medio Oriente, descuidando en algo el flanco de lo que consideraba y considera hasta hoy su patio trasero. Eran tiempos de incontestable hegemonía neoliberal en lo económico, y de un impertérrito unipolarismo en lo geopolítico.

Hoy, aunque estamos lejos de los tiempos más cálidos de la primavera latinoamericana, los escenarios se han abierto y diversificado. Es una paradoja que un promisorio escenario multipolar lleve a la Argentina a recluirse en un trasnochado e ideologizado alineamiento pro-occidental. Mención aparte merece la decisión de Milei y su canciller Diana Mondino de retirar a la Argentina del BRICS, el coqueteo incomprensible con Taiwán (apenas 12 países le reconocen, frente a los 182 que reconocen a China), o la desidia con la que Argentina se aleja del escenario de integración regional, país en el que gobiernan varios gobiernos de izquierda y progresistas de diverso tenor y moderación en Venezuela, Nicaragua, Cuba, Colombia, Bolivia, Brasil, Honduras, Chile, México y ahora también Guatemala. Ante todo partimos de una memoria histórica de alternativas post-neoliberales concretas y palpables, desde el modelo económico boliviano hasta la geopolítica de integración venezolana, desde el enfoque alternativo sobre el problema del narco seguido por Colombia hasta la plurinacionalidad de la constitución ecuatoriana. Estamos ante todo en tiempos de transición hegemónica global, de financiarización de la economía y de militarización del escenario global. Son tiempos más peligrosos, sí, pero también más esperanzadores.

Blog del autor: https://todoslospuentes.com/

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