Tras las elecciones iraquíes todos los medios y líderes políticos se apresuraron a destacar la alta participación y el ejemplo de democracia dado por el pueblo de Iraq frente a los llamados terroristas. Una vez más se había impuesto un discurso único y plano en la actualidad informativa, un discurso de participación electoral y análisis […]
Tras las elecciones iraquíes todos los medios y líderes políticos se apresuraron a destacar la alta participación y el ejemplo de democracia dado por el pueblo de Iraq frente a los llamados terroristas. Una vez más se había impuesto un discurso único y plano en la actualidad informativa, un discurso de participación electoral y análisis que no era otro que el proporcionado por el ejército ocupante norteamericano.
Si uno se molesta en analizar con más detalle la jornada electoral y las circunstancias electorales puede ir descubriendo mejor la verdadera realidad. Al día siguiente, mientras todos los medios anunciaban la alta participación, la BBC británica entrevistaba al colombiano Carlos Valenzuela, jefe de la misión electoral de Naciones Unidas en Iraq. Su respuesta al nivel de participación fue la siguiente: «Realmente no existe ninguna precisión en cuanto a la cantidad de personas que vinieron a votar en ninguna parte de Iraq (…). En este momento no estamos manejando ningún porcentaje porque no hay precisión estamos esperando los resultados de todo el país».
Es normal que no manejasen ningún dato de participación porque el censo electoral es secreto y no lo conoce nadie, salvo EEUU, y los 192 observadores internacionales registrados fueron colocados en hoteles de Bagdad y de allí no se movieron por razones de seguridad.
Ese mismo día un portavoz de la Alianza Nacional Iraquí (ANI), partido musulmán chiíta, ya declaraba en el New York Times que su partido había obtenido el 50 por ciento de los votos. Su fuente, los militares estadounidenses y británicos. Es decir, las tropas ocupantes ya manejaban resultados electorales mientras los observadores de la ONU no tenían ni el porcentaje de participación.
Los primeros datos que se van ofreciendo y que «confirmaban» el éxito de los comicios eran de una participación del 60 % del censo electoral. Pero hay que recordar que, según el propio gobierno iraquí, sólo se inscribieron el 60 % de la población con derecho a voto. En cambio, sí votó el 94 % de los inscritos residentes en el extranjero. Por tanto, podríamos afirmar que votaron tan sólo el 35 % de los ciudadanos iraquíes con derecho a voto. Frente a ello, un 65 % optó por la opción propuesta por la resistencia.
Lo que tampoco se ha dicho es que en la campaña estaba prohibido hacer llamamientos a la abstención, algo lícito y legal en cualquier sistema europeo. También el periodista independiente Dahr Jamail, en un reportaje titulado «El que no vota no come» informó que muchos iraquíes denunciaban que las autoridades les negaron su ración de comida si no votaban o como se sintieron amenazados por el hecho de que el gobierno utilizase contra ellos los listados en los que se confirmase que se habían abstenido. Hay que recordar que los censos electorales se elaboraron a partir de los listados de distribución de alimentos.
Y en cuanto al valor y legitimidad de las elecciones., el profesor de derecho internacional Augusto Zamora nos señala también la falta de credibilidad de unas elecciones bajo ocupación extranjera de doscientos mil soldados y recuerda como en Timor Este las Naciones Unidas pusieron como condición la retirada de las tropas indonesias antes de celebrar las elecciones. A todo ello hemos de añadir la identidad secreta de los candidatos por motivos de seguridad y, por supuesto, de los programas políticos en la medida en que se no hubo actos públicos.
Las autoridades norteamericanas han querido establecer paralelismos entre estas elecciones y las de El Salvador en 1982, también en plena guerra del gobierno contra la insurgencia del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), y que fueron consideradas un éxito. Lo que parecen no recordar es que la guerra en El Salvador duró nueve años más tras aquel «éxito electoral», dejó 70.000 muertos en un país mucho más pequeño que Iraq y la insurgencia llegó incluso a tomar la capital en 1989. Todo ello sin la humillación de una ocupación extranjera y sin guerrilleros dispuestos al martirio.
Quizás la similitud la tengamos con un titular del New York Times del 4 de septiembre de 1967: «EEUU alentado por la votación en Vietnam. Funcionarios citan una participación de un 83 % del terror del Vietcong». Poco después se iniciaba la ofensiva vietnamita del Tet y comenzaba el fin de la ocupación estadounidense.
Estados Unidos pretende con este montaje electoral legitimar su ocupación e implicar a la comunidad internacional en el saqueo y la colonización de un país soberano. Como ha afirmado Carlos Varea, coordinador de la Campaña Estatal contra la Ocupación y por la Soberanía de Iraq, las elecciones no legitiman la ocupación, es la ocupación la que deslegitima las elecciones.
Con esta nuevo sainete EEUU suma los comicios iraquíes a la farsa electoral afgana mientras el mundo parece justificar violaciones del derecho internacional, invasiones y masacres cuya sangre caliente parece que se puede borrar con papeletas de voto.