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Un sargento norteamericano desvela los crímenes que cometen en Iraq

Yo, un marine asesino de civiles

Fuentes: Il Manifiesto

Traducción para Rebelión de Gorka Larrabeiti

«He visto el horror de lo que estamos haciendo todos los días en Irak, he participado en él. Somos sólo asesinos. Matamos continuamente civiles inocentes irakíes: nada más. Creo que hay que retirar inmediatamente todos los contingentes militares extranjeros en Irak. Y se lo digo a los otros soldados, que, para evitar puniciones o represalias del ejército, no quieren hablar y admitir que nuestra misión no es la de matar terroristas sino civiles inocentes». Es así, a través de una entrevista a Il Manifesto, como Jimmy Massey de Waynesville, pequeña comunidad de Carolina del Norte, ha decidido descorrer el velo de silencio que envuelve la «noble misión» en Irak. Inhabilitado del cuerpo de marines por razones médicas, ha escrito un diario, Cowboys from hell, que será publicado a finales de verano.

¿Cuál era su rango en Irak?

Era sargento en el tercer batallón de los marines durante la invasión, en la primavera de 2003.

¿Cuánto tiempo permaneció allí?

Desde el 22 de marzo al 15 de mayo. Cuatro meses de infierno. Me tuvieron que reenviar a los EE.UU por «stressed disorder». Es el término usado en la jerga militar para decir que, a causa del horror visto en la guerra, había perdido el juicio.

¿Estuvo en los marines muchos años?

Doce.

¿Había estado en una guerra antes?

Nunca.

Ud. ahora es miembro del grupo «Veteranos del Irak contra la guerra».

Sí. Fui a Irak inicialmente con la convicción de tener que eliminar las armas de destrucción de masa. Sin embargo, pronto mi experiencia de marine me hizo entender que la realidad era otra bien distinta. Éramos «vaqueros asesinos». Matábamos civiles inocentes.

¿Ud. admite haber matado civiles inocentes?

Sí. Y bastantes.

¿Cómo ocurrió?

Cerca de nuestra base al sur de Bagdad asaltamos, con todo mi pelotón, a un grupo de civiles que estaba celebrando una manifestación pacífica. ¿Por qué? Porque habíamos oído disparos de arma de fuego. Fue un baño de sangre. No servía ni siquiera el pretexto de que aquellos civiles pudieran estar comprometidos en «actividades terroristas», como nuestros servicios secretos querían hacernos creer. Matamos a más de treinta personas. Aquella fue la primera vez que tuve que afrontar el horror de tener las manos sucias de sangre de civiles. Bombardeada con bombas de racimo, la gente huía y cuando llegaba a los controles que habíamos preparado con convoyes armados, las indicaciones que nos daban los servicios secretos era disparar a los que presumiblemente pudieran pertenecer a «grupos terroristas».

¿Y vosotros qué hacíais?

Terminábamos masacrando a civiles inocentes, hombres, mujeres y niños. Cuando nuestro pelotón tomó el control de una estación de radio no hacíamos sino enviar mensajes propagandísticos dirigidos a la población invitándola a que continuara su rutina cotidiana, a que mantuviera abiertas las escuelas. Sin embargo, nosotros sabíamos que las órdenes que había que cumplir eran «buscar y destruir», irrupciones armadas en las escuelas, en los hospitales, donde podían esconderse los «terroristas». En realidad, eran trampas tendidas por nuestros servicios secretos, pero nosotros no debíamos tener en cuenta las vidas de civiles que pudiéramos matar durante estas misiones.

¿Ud. admite que durante su misión cumplió ejecuciones de civiles inocentes?

Sí. También mi pelotón abrió el fuego contra civiles, también yo maté inocentes. También yo soy un asesino.

¿Cómo reaccionó, después de estas operaciones, pensando en los inocentes que había matado?

Durante un tiempo seguí adelante negándome a mí mismo la realidad de ser un asesino y no un soldado que sabe distinguir lo justo de lo injusto, luego, un día al despertarme por la mañana me vino a la cabeza un joven, que se salvó milagrosamente a la masacre de los pasajeros de su coche, que, gritando, me preguntaba: «¿Pero por qué has matado a mi hermano?». Se convirtió en una obsesión. Perdí el control de mi equilibrio psíquico. Era incapaz de moverme, de hablar, me quedaba con la mirada perdida, fija en la pared, aterrorizado.

¿Qué medidas tomaron sus superiores?

Durante tres semanas, en Irak, me hincharon a antidepresivos, fármacos psicotrópicos. Es su tratamiento de urgencia para estos casos de «estrés traumático», cuando a los soldados les asalta este rechazo de matar.

¿Su entrenamiento, en EEUU, no les convierte en la unidad más violenta y agresiva utilizada por el Pentágono?

Sí. En el programa denominado «boot camp», cada uno de nosotros es sometido a técnicas de «deshumanización» y de «desensibilización a la violencia». Pero a mí jamás de dijeron que esto quisiera decir matar a civiles inocentes.

Tres semanas inmovilizado con antidepresivos en Irak. ¿Y después?

No sabiendo qué hacer, decidieron repatriarme. Ahora soy un discapacitado, inhabilitado por el ejército con «exoneración honorable» (honorable discharge).

¿Hay otros en sus condiciones?

Muchos. Y están todavía en el frente. Les atiborran de antidepresivos y después les vuelven a enviar a combatir. Es un problema que ha adquirido dimensiones preocupantes, pero no se debe hablar de ello en ambientes militares. En 2004, 31 marines se quitaron la vida, 85 cometieron intentos de suicidio. La mayoría de quienes prefirieron quitarse la vida antes que seguir matando es menor de 25 años, y el 16% no tiene más de 20 años.

www.ilmanifesto.it