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Las contorsiones de un país que se acerca al vacío

Fuentes: Revista Común

Para A.

Esta historia, la de una tierra y su pueblo sobreviviendo en medio de una larga tragedia, no es una historia fácil de contar. ¿Dónde comenzar? Por supuesto, no podría ser el asalto a la embajada mexicana en Quito y el secuestro de un asilado político (no importa quién sea el personaje ni lo que represente), ni el supuesto “conflicto armado interno” declarado a principios del 2024. Tal declaración le ha permitido al actual gobierno de Daniel Noboa el espacio suficiente para desplegar la violencia como una política de Estado y transgredir cada vez más los derechos de sus ciudadanos, y ahora el propio marco jurídico internacional. No se trata de Noboa, un “príncipe idiota” educado en Harvard e hijo del magnate bananero Álvaro Noboa, dueño de una de las más grandes fortunas del país. Para quienes no conozcan la historia reciente de Ecuador, Noboa padre fue derrotado en segunda vuelta por Rafael Correa en el 2006, luego de intentar comprar la presidencia desde los años noventa. Lo logró su hijo, quien aprovechó el remezón en el tablero electoral causado por el asesinato de otro candidato, Fernando Villavicencio, un exsindicalista petrolero devenido en zar de la denuncia y el chantaje político, apoyado por una extrema derecha que, curiosamente, fue también parte del gobierno de Correa. Y fue probablemente esa extrema derecha la que lo mató.

No se trata del enfrentamiento entre el glorioso progresismo-nacional-popular-republicano-plebeyo versus el malvado neoliberalismo cada vez más necropolítico. En este encuadre simplista se regodean tecnócratas aspirantes a intelectuales orgánicos o viceversa, fenómeno propio de los progresismos y no sólo en Ecuador. Es simplista en el sentido de que fue ese mismo progresismo, en su vocación de modernización capitalista por vía autoritaria, el que sembró las condiciones para la radicalización de la reacción. Controlaron burdamente las instituciones desde el 2006 en adelante y cebaron a la bestia, pero no imaginaron, en la borrachera del poder, que la puñalada vendría desde dentro de sus propias filas. Fue Lenin Moreno, antiguo vicepresidente de Rafael Correa y quien llegó al poder en 2017 junto a Jorge Glas, otro antiguo vicepresidente de Correa, el que se encargaría del trabajo sucio. Moreno llegó representando una versión un poco más moderada, socialdemócrata si se quiere, que la autoritaria de Correa. No traicionó sólo a este último, sino a todos. A los pocos meses, Moreno logró que la Asamblea destituya a Glas mientras se le enjuiciaba por corrupción, al tiempo que paulatinamente comenzaba a gravitar hacia posiciones de derecha, todavía con media cuadrilla de funcionarios del periodo anterior en el gobierno.

Al menos la Revolución Ciudadana tenía un proyecto de país —hay que reconocerles eso—, pero no al grado de la mistificación. O como decimos lacónicamente por estas tierras andinas, robaron, y todos roban, pero al menos hicieron obra. Actualmente es el arranche en la versión más pura, de lo cual es ejemplo el propio asalto a la embajada mexicana. Glas acabó con sus huesos en la cárcel por varios años bajo la sospecha de que robó y no hizo obra, aunque existen múltiples dudas sobre la imparcialidad del proceso penal al cual se le sometió. Esto a razón de que el sistema de justicia ecuatoriano es extremadamente politizado y su control pasa de una mano a otra dependiendo de quién está en el poder. Luego vinieron los acuerdos del gobierno de Moreno con el Fondo Monetario Internacional; un proceso de descorreización de las instituciones que terminó siendo un fracaso; las renuncias de varios lúcidos ministros; el desmantelamiento paulatino del Estado y las medidas de ajuste estructural; el incremento de la pobreza y la desigualdad seguido del agravamiento del conflicto social, que desembocó en el gran levantamiento de indígenas, estudiantes, mujeres y campesinos en octubre del 2019. Luego vino la pandemia, con todos los muertos arrojados en las calles de Guayaquil como si fueran basura, la cual fue operativizada hábilmente por el gobierno para desmovilizar el campo popular ante lo que a todas luces empezaba a perfilarse como una amenaza real al poder de las élites.

Esta historia se trata, pues, de aquello que está en ciernes. Y por eso no es fácil de contar sin omitir demasiadas cosas. Pero hay que contarla, al menos brevemente. Detrás de todo lo que acontece hoy en día en Ecuador existe un conflicto social cada vez más álgido, que hunde sus raíces en la historia de un territorio que sigue gestionándose políticamente como si fuese una hacienda, aunque las demandas de acumulación sean modernas. Un conflicto que atraviesa y se actualiza a lo largo de los años y que bien podría describirse como lucha de clases, aunque eso sea también simplificar. Hoy en día son las ambiciones desenfrenadas de una lumpemburguesía que no tiene escrúpulos a la hora de cargarse un país, con tal de ver realizados sus propósitos inmediatos. Hoy, es un príncipe idiota, como antes fue un banquero y antes que él, un traidor. En la otra orilla, están los rescoldos organizados del campo popular que han plantado batallas y conseguido conquistas democratizantes, especialmente el poderoso movimiento indígena liderado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador. En medio de todo, como tablero de ajedrez, se encuentra la endeble estructura sobre la cual se sostiene la dominación política de las élites, a la cual se opone un horizonte de futuro desde abajo que, aunque todavía no es, no deja de ser posible y deseable ante la evidente tragedia.

Para colmo de males, desde hace varios años Ecuador atraviesa un incremento exponencial de la violencia criminal ligada al narcotráfico. Existen muchas hipótesis de cómo el país pasó a ser uno de los principales puertos de salida de cocaína del mundo y casi no existe sector político que no esté salpicado de relaciones con el narco, inclusive la nefasta fiscal general del Estado Diana Salazar, heroína de los corifeos de derecha que piensan que la justicia es igual a linchamiento, y peón crucial en el intervencionismo de la embajada norteamericana en Quito. Un paisaje de masacres en las cárceles, sicariato, secuestros, cuerpos desmembrados, extorsión y pánico fue creando las condiciones para que la población exija una salida cada vez más autoritaria, a lo Bukele. Así fue como en las elecciones del 2023, producto de la salida anticipada del gobierno del banquero Guillermo Lasso, casi de carambola, llega al poder el príncipe idiota de quien hablábamos antes. No pasó mucho tiempo hasta que Noboa declarara nuevamente el enésimo estado de excepción y la suspensión de varias garantías constitucionales. Lo novedoso fue que, en medio de esta situación de violencia criminal y de Estado, se escapó de la Penitenciaria en Guayaquil Adolfo Macías, alias Fito, una especie de Chapo Guzmán, pero en versión más tropical.

La fuga, evidentemente realizada con la connivencia del servicio que gestiona los recintos penitenciarios y la policía, desató una serie de acontecimientos violentos en todo el país. Balaceras, ataques a cuarteles y secuestro de policías, coches bomba y la toma bastante inexperta de un canal de televisión en Guayaquil empujaron al gobierno de Noboa a pasar al acto y declarar, a lo macho, un dudoso y contradictorio estado de “conflicto interno armado”. Este gelatinoso eufemismo denota alguna clase de guerra civil con actores no estatales beligerantes, cuando en realidad no son más que personas empujadas por la desigualdad, la violencia y la miseria más abyecta a la vida criminal, especialmente menores de edad. Parafraseando a Tomás Moro en algún lugar de su Utopía, el narconeoliberalismo y su necropolítica no han hecho más que crear criminales para luego encarcelarlos. O liquidarlos, como exigen las turbas exacerbadas por un periodismo de corte fascista, fenómeno no solamente propio de Ecuador.

En realidad, Ecuador es solamente un laboratorio de lo que está desarrollándose en toda la región. Venezuela, Colombia, Perú, Chile, Paraguay, Argentina y Brasil viven formas similares de violencia que tienden a intensificarse. Esto lo pude escuchar en una reciente reunión de defensores y defensoras socioambientales realizada en Bogotá el año pasado. Y justamente el objetivo secundario de este despliegue del Estado como respuesta a la ofensiva criminal son los actores que luchan desde abajo para defender sus territorios y vida ante el despojo. En Ecuador, en las últimas semanas, hemos visto que la excusa del conflicto interno armado ha dado carta blanca a violaciones de derechos humanos y represión de defensores ambientales. En Colombia, con todo y Petro, el Clan del Golfo actúa como un verdadero holding empresarial, explotando minerales y lavando dinero a raudales, mientras continúan las masacres de líderes comunitarios. La economía ecuatoriana, que es dolarizada desde el año 2000, probablemente no se podría sostener sin el lavado de dinero en el sistema financiero. Hasta el propio expresidente Guillermo Lasso, dueño del banco de Guayaquil, se ha visto involucrado en relaciones con la mafia albanesa, uno de los principales exportadores de droga desde Ecuador a Europa y otras regiones.

Ahora, ¿qué tiene que ver el asalto a la embajada mexicana con todo esto? Desde la perspectiva del gobierno ecuatoriano, Glas es un cuadro de alto valor político para negociar o cancelar acuerdos con el partido de Rafael Correa. Glas se encuentra involucrado en varios casos de corrupción y ahora hasta se le insinúan vínculos con el cartel de Sinaloa e investigaciones de la DEA, probablemente con el fin de dañar a Andrés Manuel López Obrador. La justicia ecuatoriana, extremadamente politizada como se decía previamente, solicitó su captura y Glas, al igual que otros militantes del movimiento de Correa previamente, se refugió en la embajada. Esto en medio de un contexto electoral doméstico, donde es bastante recurrente el uso de plebiscitos para legitimar políticamente a un gobierno. Por ejemplo, Lasso perdió un plebiscito en el 2022 en el que proponía medidas como la actuación del ejército en tareas de seguridad pública y la extradición de delincuentes prohibida por la Constitución. Este fracaso propició a la larga el deterioro de su gobierno y su salida anticipada, por vía de muerte cruzada (disolución de la Asamblea y elecciones en seis meses). Noboa propone ahora una consulta popular de mismo cuño para este 21 de abril. El objetivo político inmediato es cimentar sus aspiraciones para renovar el mandato de año y medio, logrado en el 2023, a cuatro años más en las elecciones del 2025. En las últimas semanas, varias encuestas señalan un descenso en su popularidad, como consecuencia del aparente fracaso de su política de seguridad interna llamada Plan Fénix, y de varias medidas de ajuste acordadas con multilaterales, como por ejemplo el impopular incremento del Impuesto al Valor Agregado del 12% al 15% desde el 1 de abril.

Glas es entonces el pretexto perfecto para revivir la imagen performática de hombre de mano dura que inflama a una población que, como consecuencia del ambiente de terror y desigualdad que se vive en el país, ha reducido sus aspiraciones al grado más bajo imaginable. Sin embargo, todo apunta a un torpe error político dado que, a pocas horas del rompimiento de relaciones por parte del gobierno de AMLO, Ecuador no ha recibido ninguna clase de apoyo internacional, obteniendo inclusive la condena de uno de los aliados externos, los Estados Unidos de América. Internamente la mayoría de las voces concuerdan en que ha sido un error de dimensiones históricas, que tendrá graves repercusiones hacia el futuro. Ecuador sólo aparece en las noticias como una novela por capítulos, cuyo título es Estado fallido. La última entrega no es más que una desagradable contorsión en la caída. No obstante, la energía del ciclo de lucha y movilización popular aún está latente. Esto, si las izquierdas y los actores populares asumen la tarea impuesta por el momento, abandonando sus resentimientos estériles, para construir un proyecto político renovado que enfrente la deriva de muerte y sea capaz de movilizar a la población desde otras pasiones, la alegría y la esperanza.

Fuente: https://revistacomun.com/blog/ecuador-las-contorsiones-de-un-pais-que-se-precipita-al-vacio/