El pasado martes, primer día de 2013, además de registrar los dos primeros aniversarios de gobierno de Dilma Rousseff, se conmemoraron 10 años del Partido de los Trabajadores (PT) en el poder. Primer partido declaradamente de izquierda con un presidente en Brasil, el PT eligió y luego religió al primer sindicalista, Lula da Silva, y […]
El pasado martes, primer día de 2013, además de registrar los dos primeros aniversarios de gobierno de Dilma Rousseff, se conmemoraron 10 años del Partido de los Trabajadores (PT) en el poder. Primer partido declaradamente de izquierda con un presidente en Brasil, el PT eligió y luego religió al primer sindicalista, Lula da Silva, y la primera mujer, Dilma Rousseff, en el país más poblado y de economía más fuerte de América Latina.
Es, por cierto, un partido bastante diferente del que era hace 10 años. Y mucho más distante de hace veintitantos, cuando el discurso radical impidió que un voluntarioso Lula alcanzara el derecho de sentarse en el sillón presidencial. Ha sido su fase más moderada y, principalmente, la estrategia aplicada por el entonces presidente del partido, José Dirceu, que permitió al PT ganar las elecciones de 2002 e inaugurar una etapa que podrá, en total, sumar 16 años de gobierno. Según los sondeos más recientes, el partido es el franco favorito para las elecciones de 2014, tanto si Dilma se presenta a la relección como si Lula opta por volver.
En esos 10 años el PT sufrió un doble desgaste. Primero, el natural del poder. Segundo, por las serias denuncias de corrupción. Pero pasada una década, el PT sigue teniendo una fuerza política sin rival. Desaparecidas las figuras de los grandes dirigentes de la izquierda, como Leonel Brizola, es la única referencia.
Es verdad que, en el poder, el PT cambió mucho, y en algunos aspectos para empeorar. Pero Brasil también cambió mucho, y para mejorar. Esa es la explicación directa para que el PT siga como clara referencia de futuro para el país. Dilma Rousseff terminó su periodo con índices de aprobación superiores a sus dos antecesores, y encabeza todos los sondeos para las elecciones que ocurrirán en dos años más.
Cuando Lula asumió la presidencia, en enero de 2003, sabía que inspiraba pavor entre analistas financieros, empresarios, inversionistas y especuladores. La primera gran sorpresa ha sido la manutención de la política económica heredada. Mantuvo las metas de inflación y de superávit primario, la estabilidad del cambio, pero congeló los ímpetus neoliberales del antecesor. Incentivó las exportaciones, buscó espacio para encontrar un nicho propio en el escenario global, cazó inversiones extranjeras y aseguró el cumplimiento de los compromisos externos.
Al mismo tiempo empezó acciones que le dieron vuelta al país en un punto especialmente sensible: redujo de manera drástica la pobreza, la desigualdad y adormeció de forma contundente el fantasma del desempleo. La inclusión social lograda en esos 10 años son la principal marca del PT en el gobierno.
En una década el salario mínimo significó para los trabajadores un aumento de 70 por ciento en su poder adquisitivo acumulado. Los programas sociales llevados adelante disminuyeron de manera contundente los bolsones de miseria.
La política externa inaugurada por Lula y seguida por Dilma cambió no sólo la imagen, sino también el peso político del país en el escenario internacional. En el caso específico de América Latina, esa mudanza es palpable y evidente. Existe el peso económico, es verdad. En 2001, Brasil representaba 26.8 por ciento de la economía latino-americana. En 2010, 46.6.
Pero de poco serviría ese peso si no hubiese, a la vez, una estrategia clara de favorecer la integración regional mientras el país encontraba espacio propio como impulsor de una relación sur-sur priorizada. Disminuir sensiblemente la dependencia -comercial y, sobre todo, política- de Washington ha sido una opción clara de Lula y reiterada por Rousseff.
Hay un ejemplo que expone esa determinación. Luego de haber llegado a la presidencia, en marzo de 2003, Lula viajó a Davos, Suiza, para la tradicional reunión de los más poderosos del mundo, el Foro Económico.
Estaban varios mandatarios reunidos en una sala cuando entró George W. Bush, con quien, por cierto, Lula luego desarrollaría buenas relaciones personales.
Los grupitos se deshicieron y todos los mandatarios se dirigieron en conjunto a saludar al presidente más poderoso del planeta. Muy nervioso, un asesor dijo a Lula: Vamos, vamos a saludarlo, presidente
. Y Lula, sentado en un sillón, contestó: No, yo llegué antes. Él que venga a saludarme
.
La política externa brasileña empezó a cambiar en este instante.
En el ámbito interno, el cambio se dio en el primer día de la llegada del PT al poder, cuando, repitiendo una frase del antropólogo y educador brasileño Darcy Ribeiro, Lula dijo que no se sosegaría mientras hubiese un brasileño que no tuviera qué comer tres veces al día.
Bueno, todavía hay muchísimos. Pero al menos 50 millones de brasileños pasaron a comer tres veces al día. Y, más que eso, alcanzaron algo que por siglos les fue negado: la dignidad de ser ciudadanos en su país.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/01/06/index.php?section=opinion&article=018a1mun