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145 años del Grito de Yara, inicio de la Revolución Cubana

Fuentes: Rebelión

En la madrugada del 10 de octubre de 1868, hoy hace 145 años, el abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes reunió a todos los esclavos en el Batey de su finca La Demajagua y les dijo: «Ciudadanos, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos […]

En la madrugada del 10 de octubre de 1868, hoy hace 145 años, el abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes reunió a todos los esclavos en el Batey de su finca La Demajagua y les dijo: «Ciudadanos, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar su independencia. Los que me quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan libres como los demás».

Un día después, el ataque frustrado al pueblo de Yara fue el primer hecho armado de la Guerra de Liberación de los Diez Años (1868-1878), inicio de las luchas independentistas en la Isla -colonia española desde 1492 hasta 1898- que, finalmente, triunfaron el primero de enero de 1959 con la victoria del Ejército Rebelde frente al golpista y dictador Fulgencio Batista, el último presidente títere del imperialismo yanqui en Cuba.

Al espíritu revolucionario de Carlos Manuel de Céspedes se le debe añadir su decisión abolicionista, ya que no solo ofreció la libertad a sus esclavos, sino que en diciembre de 1868, mediante el Decreto de Bayamo, se concedió la libertad a todos los esclavos, independientemente de si estos se incorporaban o no al Ejército Libertador. El 26 de febrero de 1869, otro decreto de la Asamblea de Representantes del Centro abolió absoluta y definitivamente la esclavitud. Y la Constitución de Guáimaro en su artículo 24 -10 y 11 de abril de 1869- declaró que «todos los habitantes de la república son enteramente libres».

Céspedes escribió que «recurrieron a la guerra, no por odio a España, no por saña y crueldad, no por deseo de fratricida lucha empeñada con bastardo objeto, sino imperiosamente obligados para defenderse de persecuciones, para adquirir dignidad, para conquistar derechos y derogar instituciones tan nefastas como la esclavitud.

Detenido Amado Oscar de Céspedes, hijo de Carlos Manuel, por los españoles, estos anunciaron que su vida sería respetada si su padre abandonaba las filas del Ejército Libertador. A lo que Céspedes respondió: «Oscar no es mi único hijo. Yo soy el padre de todos los cubanos que han muerto por la Revolución». Este hecho demostró su recia personalidad revolucionaria y le ganó el sobrenombre de Padre de la Patria.

Tras desavenencias con el ala más conservadora de la insurrección, Céspedes fue depuesto de la presidencia por la Cámara de Representantes en octubre de 1873. Él nunca quiso utilizar su popularidad, su prestigio de iniciador de la guerra, ni los numerosos recursos que estaban a su alcance, así que esperó con calma su deposición para limitarse a decir cuando esta se produjo: «Me he inmolado ante el altar de mi patria en el templo de la ley. Por mí no se derramará sangre en Cuba». Es muy probable que este hecho condujera al vergonzoso Pacto del Zanjón y a la digna respuesta de la Protesta de Baraguá . Martí llegó a opinar: «¡Mañana, mañana sabremos […] si los medios que sugirió el patriotismo por el miedo de un César, no han sido los que pusieron a la patria, creada por un héroe, a la merced de los generales de Alejandro…!»

Céspedes fue llevado a San Lorenzo, un intrincado rincón de la Sierra Maestra, donde dedicó su tiempo en dar clases a los guajiros, escribir poesías y jugar al ajedrez. Abandonado y sin escolta, fue sorprendido en su choza de guano por soldados españoles y murió combatiendo, disparando sus últimas balas contra el enemigo.

Blog del autor: http://baragua.wordpress.com