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2011: Odisea del espacio

Fuentes: Rebelión

En las últimas semanas me ha llamado la atención el eco que comienza a tener en la sociedad el reclamo: «democratización de los mercados». Resulta evidente que estamos inmersos en un proceso de globalización, que ayudado por el curso reciente de la técnica, parece difícil que ciertos ámbitos de nuestra realidad vuelvan a estados aislacionistas […]

En las últimas semanas me ha llamado la atención el eco que comienza a tener en la sociedad el reclamo: «democratización de los mercados».

Resulta evidente que estamos inmersos en un proceso de globalización, que ayudado por el curso reciente de la técnica, parece difícil que ciertos ámbitos de nuestra realidad vuelvan a estados aislacionistas y desconectados de las redes globales.

El camino de la actual oleada de globalización trae consigo una nueva estructura de los equilibrios de poder, configurándola en una partida de varios jugadores en una economía multipolar, hecho hasta ahora sin precedentes en la historia como bien señala el economista Pablo Bustelo en su libro «Chindia».

Vivimos en un mundo cada vez más global y polarizado, y casi la mayoría de las preguntas comienzan a tener sus respuesta desde niveles más alejados a los locales. Pese a ello, la pérdida de soberanía por parte de los estados-nación en favor de la industria financiera global, resaltada en la actualidad por las vigentes presiones de los mercados financieros internacionales a través de unos abusivos requerimientos en la financiación de las deudas públicas, es algo que no deberíamos sentirlo novedoso.

Si invertimos los términos, la «mercantilización de la democracia» es un hecho que se viene sucediendo desde muchos años atrás, pero para concretar más, sería suficiente fijarnos en los últimos diez o quince años para advertir la cesión «voluntaria» de la ciudadanía desde las ámbitos más próximos.

En los últimos quince años, los actos políticos y programas electorales más reverenciados de cualquier corporación local, han sido aquellos que proponían una política de atracción al capital inversor extranjero, como por ejemplo la consecución de innumerables licitaciones de suelo para uso industrial, intentando de esta forma participar de la mejor manera posible en el «concurso de belleza» que organizan los capitales de inversión. Hoy día, si viajamos por carretera en cualquier dirección, podemos ver la proliferación exponencial que se ha sucedido en la construcción de polígonos industriales, que en la mayoría de los casos acogen chatarrerías, almacenes de carga y descarga, -realmente poca actividad industrial-, y en el peor de los casos, un gran número de ellos se encuentran inactivos como «parques industriales fantasmas». ¿No representa ésto una «mercantilización de la democracia»?, ¿no requiere la planificación local una desvinculación de los mercados de inversores?, ¿no son los mercados financieros lo que se filtran en las consejerías de urbanismo?

La cesión de las libertades en favor de los mercados de capital, no debe detener únicamente nuestra atención en las altas esferas de la política nacional o internacional, a causa, de los recientes programas de recortes económicos y sociales que están acometiéndose en toda Europa.

La renuncia nace desde la «democracia personal» y los patrones de éxito que se han modelizado en nuestra sociedad, como por ejemplo, la elección de la formación académica, supeditada a la búsqueda de rentas futuras como si de rent-seeking. Todo ello en detrimento de los dictados personales y en favor del «concurso de belleza» que vienen organizando los mercados financieros, por medio de las empresas y a través del mercado laboral. Pero es el modelo de éxito que se persigue en nuestro presente, decretado por los mercados internacionales. ¿Nos revelamos pidiendo «democratización de los mercados» en éstos casos?, ¿no son los mercados financieros a través de la especulación en los sectores económicos, los que deciden la formación de miles de jóvenes en contra de las vocaciones y el «trabajo bien hecho»?

Hoy en día el crecimiento a nivel macro-económico y micro-económico está casi identificado en su totalidad con el volumen de ventas, es decir, las empresas o los países que mayor cuota de mercado son los más competitivos, con independencia de la inclusión en el análisis de la productividad.

Las cuenta de resultados de las empresas y los saldos de las balanzas comerciales de los estados, sólo muestran la diferencia entre la inversión y las ventas o los gastos y la producción, no dice nada más. Aunque muy a nuestro pesar, recoger un resultado positivo en esta ecuación , es decir beneficio en el caso de una empresa o superávit comercial por parte del estado, es lo que organiza y orienta todo el organigrama y la dirección empresarial y nacional.

El crecimiento de la productividad en los años setenta, rozaba el 4% de media en Europa, mientras que en la entrada del nuevo milenio a penas alcanza el 1%. Se viene sucediendo una pérdida en el crecimiento de la productividad que alcanza ya los 30 años.

Al igual que existe una correlación estrecha entre el crecimiento de la productividad del trabajo y el crecimiento de una empresa o de un Estado, se debe apuntar, que altos índices de inversión fomenta inexorablemente elevadas tasas de crecimiento de la productividad, a nivel estatal y empresarial. Pese a ello, ya que un mayor consumo incentiva la inversión y ésta la productividad, en los últimos diez años la participación en el ingreso nacional por parte de los trabajadores, ha disminuido en toda la Unión Europea, en contraposición de los aumento más que significativos de los beneficios empresariales.

Resumiendo, unos menores salarios han llevado a una disminución en la renta disponible, un menor consumo provoca escasos incentivos a la inversión, y por ello disminución de la productividad.

Como apunta el profesor Juan Tugores respecto a la titularidad de los mercados, la calidad de las instituciones de una sociedad, responsables de la defensa de los «mercados como bienes públicos» a través del establecimiento de unas exigentes y justas reglas de competencia, y la dotación de una adecuada cualificación del capital humano, son mencionadas éstas dos como causas de mayor incidencia en el tenue crecimiento de la productividad, -Simon Tilford-.

La desafección por la productividad, por parte de los estados y de los consejos de administración y directores generales de las empresas, en detrimento de la exclusiva valoración de las balanzas comerciales y las cuentas de resultados a la hora de evaluar la competitividad, continúa la linea argumental que exponíamos anteriormente, demostrando que son los mercados financieros y sus exigencias a corto plazo las que provocan tal despreocupación hacia la productividad.

Por lo tanto, los dictados de las políticas económicas por parte los mercados, -rechazadas en la actualidad a través del grito «democratización de los mercados»-, no es algo que se deba únicamente a la política internacional.

A medida que los mercados financieros elevan sus demandas sobre la financiación de la deuda pública para mantener el crédito a los gobiernos, los accionistas de cualquier empresa local, vienen desde hace mucho tiempo exigiendo altos beneficios a corto plazo para mantener su capital e inversión.

A media que los gobiernos se vienen transformando en ejecutores de las reivindicaciones por parte de la industria financiera internacional, mediante las políticas de recortes, los consejos de administración y directores generales de las empresas, solamente se preocupan de atender los requisitos cortoplacistas de los accionistas a través de las cuentas de resultados, centrándose en los volúmenes de ventas en contraposición de las tasas de crecimiento de productividad, nada nuevo ni reciente.

A medida que los ciudadanos comenzamos a mirar un escalón más arriba de los gobiernos nacionales, apuntando con el dedo a los mercados de capital internacional como responsables, los trabajadores venimos hace mucho tiempo atendiendo a un peldaño por encima de los consejos de administración y directores de producción, -«latigueros»,a como una amigo le gusta llamarlos-, hacia los accionistas de cualquier planta de producción.

Por estas expuestas y muchas más en nuestro día a día, la «mercantilización de la democracia», sacudida con fuerza hoy por el lema «democratización de los mercados», es algo que no debe cogernos escépticos y alejados, trae un largo recorrido y no se encuentra tan distante de nuestras vidas diarias por medio de Golman Sach, Moody´s Corporation, el G-20 o la Unión Europea.

La única duda que me queda del grito «democratización de los mercados», es si comienza de puertas hacia adentro, en la «democratización personal». Si seremos capaces de desvincularnos a nosotros mismos del «concurso de belleza» del mercado laboral, de los dictados de los mercados financieros, de las rentas futuras y de los actuales patrones de éxito en pos de una verdadera «democracia», sino, me temo que será un grito en busca de la utopía, volver hacia a ficción de los últimos quince años.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.