I A lo largo de toda esta semana, hemos estado combatiendo activamente por la paz. Nos hemos fijado un objetivo supremo: detener la locura guerrerista que se ha apoderado de la Casa de Nariño, impedir que el Gobierno lacayo de Uribe, ya de salida, perpetre su último y más nefando crimen: arrastrar a un conflicto […]
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A lo largo de toda esta semana, hemos estado combatiendo activamente por la paz. Nos hemos fijado un objetivo supremo: detener la locura guerrerista que se ha apoderado de la Casa de Nariño, impedir que el Gobierno lacayo de Uribe, ya de salida, perpetre su último y más nefando crimen: arrastrar a un conflicto bélico a dos pueblos que se saben y se sienten hermanos en Bolívar.
Estamos reivindicando para el pueblo colombiano el mismo derecho que reivindicamos para nuestro pueblo y para todos los pueblos de Nuestra América: el derecho de vivir en paz, al que le cantara con tanta fuerza y tanta belleza el gran trovador chileno Víctor Jara.
Lamentablemente, el horrible saldo que deja el indigno inquilino de la Casa de Nariño no es otro que este: la exacerbación de la violencia que durante más de 60 años ha definido el doloroso devenir histórico de Colombia. Devenir doloroso y trágico que sintetizan estas palabras del gran pensador colombiano Renán Vega Cantor: «Si se hiciera un minuto de silencio por cada uno de los muertos, torturados y desaparecidos en los últimos 60 años en Colombia, tendríamos que permanecer callados 2 años continuos».
Sirvan estas reflexiones, entonces, para entender la gravedad de lo que está aconteciendo entre Venezuela y Colombia y para poner en tinta firme nuestra resuelta voluntad política. El dilema está entre las palabras o los proyectiles, es decir, entre llevar a la mesa de diálogo de los pueblos del Sur el ejercicio voluntarioso por la paz o mantener en la región un ambiente de confrontación con una elevada peligrosidad bélica.
No se trata ni siquiera de la vieja controversia discriminatoria del siglo XIX, que oponía civilización y barbarie. Se trata, en esta coyuntura, de otro tipo de polaridad: sensatez y prudencia políticas versus irracionalidad y violencia militaristas. Ya sabemos, ante esta disyuntiva, de qué lado ha estado el Gobierno de Colombia en los últimos ocho años.
No sólo basta constatar los altos índices de violencia que padece el noble pueblo colombiano, producto de una crisis interna de la cual sólo el Gobierno de Uribe Vélez es responsable; también hemos podido corroborar, a través de los medios, el carácter pandillista de la gestualidad y las inflexiones verbales, por no hablar de los contenidos mentirosos, de los representantes uribistas en la arena diplomática internacional. Ambos aspectos son, sin duda, consecuencia de una idéntica causa: su apuesta a la agresión permanente como estrategia de Estado para resolver los problemas que aquejan a la sociedad colombiana.
Debe entender el pueblo colombiano, que en la Venezuela bolivariana no tenemos ni sindicalistas asesinados, ni desplazados, ni fuerzas insurgentes a lo largo y ancho del país; no tenemos grupos paramilitares, ni importantes extensiones de tierra al servicio de la producción de drogas, ni bases militares estadounidenses, ni fosas comunes ahítas de cadáveres. Nadie puede ignorar que estos sí son elementos definitorios de la realidad colombiana.
El camino que transita Venezuela es otro bien distinto, aún en medio de las dificultades y de lo que todavía nos resta conquistar. Aquí estamos avanzando hacia una sociedad más justa, más igualitaria y más incluyente en paz y apegados al espíritu y a la letra de nuestra Constitución.
Nos preocupa la comparsa de Uribe bailando los últimos compases de una música que suena desde el Norte, pero, más allá de la preocupación, lo que no podemos permitir los soberanos y dignos países que compartimos este lado del mundo, bajo ningún respecto, es esta nueva escalada que pretende extender el Plan Colombia fuera del territorio colombiano. No olvidemos que así fue concebido por el Imperio, contando con el servilismo de la Casa de Nariño.
Pacientes, intensos y laboriosos han sido nuestros esfuerzos en levantar, en todo este escenario, las banderas de la paz. Ese ha sido el propósito de la gira suramericana de nuestro dignísimo canciller Nicolás Maduro esta semana y el de nuestra comparecencia el jueves pasado en Quito, a la Cumbre de Cancilleres de Unasur, reunida, conviene recordarlo, a solicitud de Venezuela. A esta Cumbre asistimos, como lo hemos hecho siempre, a fomentar el diálogo, el entendimiento y la convivencia pacífica.
No desmayaremos en nuestro empeño por conquistar unas relaciones decentes y respetuosas, por más que del otro lado de la frontera nos sigan tendiendo celadas. Nos acompaña nuestro grande y admirable pueblo, que ha estado movilizándose durante todos estos días en apoyo a la Revolución.
Decía el Apóstol José Martí con su raigal sencillez: «El porvenir es de la paz». Irremediablemente, la suerte de Colombia, de tanto amor que le tenemos, nos duele a todos y todos tendríamos que sumar la mejor de nuestras voluntades para que halle definitivamente una paz duradera y confiable. Esperamos que el nuevo Gobierno de Colombia entienda que no nos anima otro interés ni otro deseo.
Hoy quiero reiterar el llamado que, desde hace ya algún tiempo, le he hecho a las fuerzas insurgentes de Colombia de buscar las sendas hacia la paz. Sé que son sendas complejas y difíciles pero valen la pena: se trata de una gesta por la vida y la dignidad de las colombianas y los colombianos.
Voy a recordar, una vez más, el verbo del padre Libertador como fuente de inspiración: «La paz será mi puerto, mi gloria, mi recompensa, mi esperanza, mi dicha y cuanto me es precioso en este mundo».
Comienza el mes de agosto: el miércoles 25 arrancará la campaña electoral, rumbo a las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre. Estamos ante una batalla política tan trascendental como decisiva para la Revolución Bolivariana. De los esfuerzos que hagamos, desde ya, dependerá la victoria que necesitamos: una victoria que debe ser aplastante porque está en juego la suerte de nuestra Revolución y la vida misma de la Patria.
A partir de la ruptura total de relaciones diplomáticas con el Gobierno de Uribe Vélez, esa cosa que llaman «oposición» ha vuelto a demostrar su verdadera cara, esto es, su consecuente falta de patriotismo. Venezuela ha sido agredida y todos sus voceros hacen causa común con el agresor desde sus cloacas mediáticas. Con las dignas excepciones del gobernador de Nueva Esparta, Morel Rodríguez, y de Leopoldo Puchi, la «oposición» ha demostrado cuán presta está a traicionar a la Patria. Por eso mismo, a esta canalla hay que cerrarle el paso hacia la Asamblea Nacional. Más aún: hay que barrerla el 26 de septiembre de 2010.
Ya nuestras fuerzas se están desplegando para la batalla, siguiendo las instrucciones del Comando Bolívar 200: las 35 mil 500 patrullas del PSUV estarán reunidas este fin de semana en igual número de asambleas para proceder a la distribución de las electoras y electoras por cada mesa de votación.
Desde el punto de vista estratégico, cada patrullero debe trabajar a 10 electores: una estrategia que ya funcionó, con rotundo éxito, en el referendo que de revocatorio se convirtió en reafirmatorio el 15 de agosto de 2004.
Entre el 2 y el 14 de agosto va a iniciarse propiamente el despliegue, a través de una dinámica de contacto directo: hombre a hombre, mujer a mujer. Toca a cada patrullero desarrollar al máximo su capacidad de persuasión para generar conciencia: persuadiendo, argumentado, propiciando el propio convencimiento de cada elector y electora.
Hago un nuevo llamado a la unidad, a la más perfecta, de cara a esta batalla decisiva: abandonemos, dentro y fuera del PSUV, cualquier diferencia adjetiva y concentremos toda nuestra inteligencia y nuestros esfuerzos para triunfar el 26 de septiembre, conquistando el punto de partida para el ejercicio del pueblo legislador.
La Generación de Oro ha vuelto a colmar de gloria a Venezuela: el pasado jueves batimos nuestro propio récord histórico en los Juegos Centroamericanos y del Caribe. El triunfo de Régulo Carmona en las anillas dentro de la competencia de gimnasia, nos dio la presea dorada 109 en Mayagüez, dejando atrás la cosecha de 108 obtenida en San Salvador 2002.
Venezuela se ha posicionado firmemente en el segundo lugar. Sin embargo, independientemente de cómo termine el cuadro final de esta edición de los Centroamericanos, la Generación de Oro, la Generación Bicentenaria, ha demostrado de lo que es capaz; son las hijas y los hijos de Bolívar encarnando su legado de grandeza.
Mientras tanto, entre batalla y batalla, cumplí 56 años. Quiero agradecer cuántos mensajes de tanta gente querida. Entre la hermosa avalancha que me estremece de humildad, comparto con ustedes estas sublimes líneas de mi María Bonita: «Los días seguirán pasando, y con ellos los años. Nosotros seguiremos luchando, y nuestros corazones palpitando, y nuestros ojos mirando. Y caminando, caminando, siempre, siempre soñando, y eternamente batallando, vamos a seguir ganando.
Hoy, deseo que todas las estrellas del universo brillen para ti, y que sigas cumpliendo y viviendo tus años, y regando con tu amor y con tu luz, todo a tu paso.
Yo, como siempre y desde siempre, aquí, allá, en cualquier rincón y en todo instante, de tu alma de gigante, me sigo enamorando.»
¡Ay mi Dios, ay mi niña, ay mis niños!
Gracias por tanto amor…
Gracias por tanta vida…
Digo con el poeta: ¡Confieso que he vivido!
Canto con la cantora:
«Gracias a la vida
que me ha dado tanto
me ha dado la risa
y me ha dado el llanto.»
Sí, mi niña: «Vamos a seguir ganando.»
¡Ganaremos, pues! ¡¡Venceremos, por nuestros hijos, por nuestras hijas!!
Fuente: http://www.chavez.org.ve/chavez/lineas-chavez/56-31-julio/