“El Pueblo Mapuce, una nación”, es el reciente libro de Silvio Winderbaum y Hugo Alvarez, que presenta una mirada integral y al mismo tiempo sintética sobre la historia, la cosmovisión y la situación actual del pueblo originario en Argentina. Es una coedición de Pido la Palabra Editorial y la Confederación Mapuce de Neuquén.
Nos encontramos atravesando tiempos de cambios. La historia oficial, obra maestra de la oligarquía dominante y dominadora, comienza a resquebrajarse. Un nuevo paradigma asoma en el horizonte. ¿A qué me refiero? El genocidio, despojo e invisibilidad padecido por los pueblos originarios que los grupos de poder pretendieron ocultar en forma definitiva comienza a salir a la luz con nitidez. Las voces que pretendieron silenciar por siempre hoy toman la palabra, se hacen acción y la verdad surge incontenible. Celebro decir que “El Pueblo Mapuce, una nación” se inscribe dentro de este movimiento emancipatorio de reafirmación de la identidad que durante estos últimos cinco siglos desde la Conquista, Colonia y periodo republicano logró resistir con éxito los peores embates.
Homogenizar a cualquier precio fue la consigna del Estado, para lo cual se utilizaron matanzas disciplinadoras, evangelizaciones forzadas y una escolarización impuesta para suprimir diferencias y particularidades.
Con distintos nombres el genocidio que se repitió a lo largo de la historia continental tras el Descubri-MIENTO de 1492 se enmascaró con nombres tan edulcorados como “Encuentro de dos mundos” y otros tan tendenciosos como “Conquista del Desierto” en el Sur y “Conquista del oeste” en Estados Unidos. En ambos casos, más que conquistar un desierto, se buscó crearlo, desertificarlo, vaciarlo de seres humanos considerados inferiores o subhumanos.
En ese sentido, es muy instructivo advertir que en la mayoría de nuestros países el 12 de octubre se conmemora bajo la denominación “Día de la Raza”, como hasta hace algunos años ocurría en Argentina. Pues bien, si buceamos en el articulado de tal conmemoración lo primero que llama la atención es que más allá de lo erróneo que implica hablar de raza cuando la humanidad es una sola, los decretos utilizan el singular, no dice razas en plural, se refieren a una única raza, la que llego en las naves.
El decreto insiste en los intrépidos navegantes, en el idioma de Cervantes, los abnegados sacerdotes, los valerosos soldados o la exuberante naturaleza, pero no hay un mínimo renglón acerca de los habitantes originarios. Resulta increíble pero es así, los invito a investigar el tema y verán que pareciera que los que llegan son los únicos que están, por eso terminan hablando de “Conquista del Desierto”. Esa cuestión no es gratuita y guarda relación con la percepción de la otredad. El otro carece de existencia, sus bienes se transforman en un botín, en un tesoro a saquear, no tienen propiedad de las tierras que habitan hace generaciones, se tergiversan sus actos y su resistencia se considera violencia, se silencia su voz, no se toma en cuenta su dolor ni su tragedia y se invisibiliza su cosmovisión quitando los derechos más elementales a los hijos de la tierra, tal como exponen los autores en estas páginas.
No creo equivocarme al afirmar que, de todo el continente, Argentina es el país que más se esforzó en destacar su “excepcionalidad blanca y europea” diferenciándose del resto al negar la existencia de los originarios, como lo demuestran los manuales y textos que los conjugan en tiempo pasado: “Habitaban, cazaban, creían”. Son pasado, son ausencia, ya no existen y si aparecen indudablemente; deben ser extranjeros como los guaraníes paraguayos, kollas bolivianos o mapuches chilenos.
Tal como explico en mis investigaciones fue Estanislao Zeballos, ideólogo de Julio Roca, el impulsor del extraño silogismo que separa a los “los malvados indios chilenos invasores (mapuches) de los buenos indios argentinos (tehuelches)”. Con elocuencia, Silvio Winderbaum y Hugo Álvarez presentan los momentos iniciales de la conquista castellana donde exponen no solo la resistencia de líderes emblemáticos como Lautaro sino que exhiben las huellas de la presencia inmemorial del Pueblo Mapuce, resaltando algo tan simple y evidente como la toponimia que prueba la enorme dispersión regional pese a los intentos negadores por ausentificar su presencia o para circunscribirla a un único lado de la Cordillera, falacia en la que siempre insistió el imaginario oficial contando con la colaboración mediática de grandes periódicos que luego fogonean las cadenas televisivas, como sucedió en su momento con la instalación del RAM (Resistencia Ancestral Mapuche) como un peligroso grupo que “esparce una violencia anárquica”, colocando en esa burda puesta en escena a los asesinatos de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel.
Estos actores mediáticos, para nada inocentes, como La Nación o El Mercurio son productores de sentido, no comercian naranjas, venden sentido; son industrias creadoras de discurso cultural donde la información vertida y el modo en que es trasmitida busca una única finalidad: control social afín a una historia oficial homogénea y así manipular el imaginario popular.
“El Pueblo Mapuce, una nación” utiliza una prosa clara y directa que facilita al lector que se asoma por primera vez a esta problemática a tomarse de un hilo conductor nítido y a la vez contundente que le permite interiorizarse sobre una serie de cuestiones como la concepción de la sabiduría ancestral, la percepción mapuce acerca de salud y enfermedad que no se centra en la sintomatología sino en la estructura productora de la patología, la vivencia de la temporalidad cíclica agraria y terrenal que apunta al equilibrio y armonía con el entorno en lugar del saqueo extractivo; adentrarse en ceremonias como el Guillatun o los cantos sagrados e incluso en la comprensión de la Wenufoye, el emblema que el mundo vio flamear erguido y orgulloso en 2019 en la plaza Italia de Santiago de Chile rebautizada tras el estallido social como Plaza Dignidad y que nos invita a pensar cuál es el significado de lo plurinacional. Es simple. Lo plurinacional es una realidad que engloba múltiples realidades y democratiza la palabra en un plano de igualdad. El libro nos conduce por esa senda y constituye sin duda una herramienta de recuperación de newen, de la energía proporcionada por la ancestralidad y el territorio y se inscribe en un proceso de rescate identitario que se produce en ambos lados de la Cordillera de los Andes y, en ese sentido, no pueden menos que citar a un autor de palabra autorizada como Pedro Cayuqueo.
Winderbaum y Álvarez no eluden adentrarse en uno de los temas más problemáticos de la actualidad: la tenencia de la tierra. A mi juicio se trata del tema central y base de toda la conflictividad que acontece en ambos lados de la cordillera. Los autores mencionan como ejemplo los despojos territoriales padecidos por comunidades de Vaca Muerta, Villa La Angostura o Nahuelpán producto de conductas aberrantes de empresarios inmobiliarios, hacendados y comerciantes que mediante viles artimañas lograron que “gente que no sabía leer ni escribir diera su conformidad por escrito” a la cesión de sus tierras, una situación inverosímil que sin embargo fue avalada por funcionarios judiciales y políticos de turno. Muchos más podría argumentar sobre este libro al que valoro como un escalón para avanzar y profundizar acerca de la Nación Mapuce pero pienso que es tiempo de ceder la palabra a los que saben, sus autores. Soplan nuevos vientos, asoma un nuevo paradigma, sabemos que es lento, pero viene…
*El libro se puede adquirir vía online aquí.