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7 años de gobierno roji-verde en Alemania: creando precariedad

Fuentes: Berlinsur

Los ricos (cada vez menos) son cada vez más ricos. Los pobres (cada vez más) son cada vez más pobres. A cinco billones de euros asciende el valor de todas las cuentas de ahorro, títulos de bolsa, seguros de vida y propiedades inmobiliarias de las personas residentes en Alemania (después de restarse las deudas). Por […]

Los ricos (cada vez menos) son cada vez más ricos. Los pobres (cada vez más) son cada vez más pobres. A cinco billones de euros asciende el valor de todas las cuentas de ahorro, títulos de bolsa, seguros de vida y propiedades inmobiliarias de las personas residentes en Alemania (después de restarse las deudas). Por cabeza tocaría a 61.000 euros. Teóricamente. La verdad aritmética es que la mitad adinerada del país acumula el 96,3 por ciento de esa riqueza. A la otra mitad le queda un escuálido 3,8 por ciento (en 1998 era del 4,4%). Para precisar esta polaridad habría que decir que el diez por ciento de hogares ‘superricos’ posee el 47% de la riqueza (en 1998 era el 45 %).

Oficialmente se considera pobre (relativamente) en Alemania a toda persona que ingresa menos del 60 por ciento del salario medio. Para un hogar unifamiliar la frontera está en los 940 euros/mes (no está de más recordar que el gobierno socialdemócrata-verde estableció en 345 euros la ayuda social a desempleados de larga duración). Una familia de cuatro miembros, por su parte, necesitaría 1.970 euros para cubrir sus necesidades básicas. Entre los grupos con más estrecheces financieras está el de madres (algunos, pocos, padres hay también) que educan en solitario a sus hijos. El 19% de los menores en Alemania crece en un entorno con carencias financieras (una tercera parte más que en 1998).

Por otra parte, estadísticamente, el 41 por ciento de los desempleados vive en la pobreza relativa (hace siete años, era la tercera parte). Mencionar también a las 300.000 personas que carecen de cobertura médica (sin contar a los inmigrantes ilegales). Hace sólo dos años eran 180.000. Porcentaje muy modesto respecto al conjunto de la población, pero inquietante y revelador.

Para redondear este panorama de cifras decir que la tercera parte de los casi dos millones de turcos residentes en Alemania vive por debajo del límite de pobreza y otro 35 ronda esa marca. Este dato procede de una investigación del Centro de Estudios Turcos en el que se responsabiliza de esta situación a la drástica reestructuración de sectores industriales tradicionales como la metalurgia y la minería. A corto plazo, el estudio no vaticina grandes cambios, al revés: muchos inmigrantes de la primera generación se jubilarán en breve y debido a su menor tiempo y cantidades cotizadas tendrán pensiones bajas. Hoy la jubilación media de un inmigrante turco es de 526 € (la de un alemán es de 698). Otra de las razones para no esperar mejoras es el cada vez menor nivel de escolarización de los niños turcos; en el muy clasista sistema educativo alemán a nadie sorprende que sólo el 5 % de los escolares turcos vaya a un instituto de secundaria.

Con la precariedad económica crecen, por supuesto, las deudas. Las estadísticas oficiales nos dicen que en 2002 uno de cada diez hogares (3,1 millones) no podían hacer frente al pago de intereses de créditos y cuotas (plazos). En 1994, la cantidad de hogares insolventes se situaba en dos millones.

Las cifras mencionadas describen el aumento de la precariedad vital en Alemania, son ‘daños colaterales’, estructurales, de la política socialdemócrata-verde. El adiós definitivo al pacto social. Las desigualdades de renta son, además, el resultado de una década de redistribución de la riqueza a favor del más fuerte económicamente gracias a rebajas fiscales, congelación salarial (mientras precios y productividad suben), reducción masiva de la presión fiscal a empresas y de costes laborales (según la OCDE, entre 1996 y 2004 los costes laborales unitarios crecieron de media en Alemania un 1,3%; en el conjunto de la UE, un 1,9%, en los Países Bajos el 3,6% y en EEUU un 4,1%). A ello se añaden recortes profundos en el sistema de seguridad social, servicios públicos y de protección a desempleados.

Los poderes económicos y los partidos institucionales se han despedido de la cohesión social, predican la ‘responsabilidad individual’ y el fortalecimiento de la ‘economía nacional’.

El gobierno roji-verde ha seguido a pie juntillas las sugerencias de las empresas: reducir impuestos y costes para favorecer la acumulación y la inversión. El resultado es conocido: los beneficios empresariales se disparan (en general) pero no se crea empleo (solo precario) ni se invierte (al contrario, las inversiones directas en bienes de equipo bajaron un 0,7% en Alemania). No extraña pues la rabieta teatral y electoralista de la cúpula socialdemócrata (el jefe del SPD, Müntefering, llegó a comparar en abril al capitalismo con una ‘plaga de langostas’). El SPD pensaba sacar beneficio político ‘salvando’ al país del desempleo y neutralizar así el enorme desgaste entre sus bases por el duro ajuste estructural. La patronal, sin embargo, se limitó, en su momento, a agradecer el servicio prestado. Las (grandes) empresas prefieren atrincherarse en un bunker de dinero. La demanda interna sigue empantanada (la gente prefiere no gastar un centavo de más, por lo que pueda venir), así que las firmas recurren a la especulación bursátil e inmobiliaria (inflando la próxima burbuja) y trasladando producción y empleo al exterior. La economía alemana confía en el tirón de las exportaciones. Si éstas fallan, los (maltratados) consumidores alemanes no estarán en condiciones de compensar esa pérdida.

Pero cerremos la cuestión de la redistribución de la riqueza, de la fiscalidad con algunos ejemplos. A pesar de la ‘buena disposición’ (y las medidas) de socialdemócratas y verdes, las rentas altas siguen quejándose de la elevada presión fiscal: ‘el diez por ciento de los contribuyentes pagan la mitad de la recaudación del impuesto sobre la renta’. Un abuso.

Las cifras dicen que hasta 2004, un trabajador que ganase 30.000 € al año cedía 6.000 en el impuesto sobre la renta, el 20%. Una persona perteneciente a ese club del ‘diez por ciento’ que ganase, por lo bajo, 110.000 €, daba 33.000 a Hacienda, el 33%. Le quedaban 77.000 € neto ‘para sobrevivir’. El gobierno federal, no obstante, escuchó el llanto de los ricos y bajó a partir de enero de 2005 el tipo máximo impositivo de 47 al 42 por ciento (coincidiendo con la reducción de la ayuda a desempleados de larga duración). Un ejecutivo que declare diez millones de ingresos podrá quedarse ahora con 5,6 millones. En 1998 habrían sido 4,4 millones (el gravamen entonces era del 53%). No está nada mal. La federación sindical, DGB, calcula que el gabinete roji-verde ha regalado anualmente a los millonarios unos 100.000 €.

El gobierno alega, no obstante, que, de 1998 a hoy, también se bajó el mínimo impositivo del 25,9 al 15%. Pero si se mira con atención, como han hecho en el DGB, se constata que esa descarga fiscal sirve al ciudadano apenas para cubrir, individualmente, servicios que hasta ahora eran garantizados por el estado.

El aumento de la precariedad laboral y vital se extiende por Alemania sin apenas resistencia.

La gran manifestación de noviembre de 2004 y las movilizaciones de septiembre de 2005 traslucen, no obstante, que una parte de la ciudadanía está tomando nota de lo que ocurre.

De hecho, la ‘crítica’ al capitalismo voraz de la elite del SPD recoge, e intenta apropiarse, de un sentimiento extendido en la sociedad alemana: el sistema no es justo ni razonable, no se pueden apretar las tuercas a los débiles sin límite. Ahora solo queda que esa sensación se articule en algún tipo de nueva cultura política. De momento, ya hay cabecillas keynesianos como Oskar Lafontaine (ex presidente del SPD), quien abandonó definitivamente las filas del partido después de 39 años de militancia, con ganas de ocupar ese espacio político.