En este artículo el autor analiza la deriva fascista, en nombre de valore democráticos como la libertad, del bolsonarismo.
El bolsonarismo es un movimiento-fuerza revolucionario que revoluciona la política. El bolsonarismo revoluciona la política, sin embargo, desde la perspectiva de una contrarrevolución fascista; es un movimiento de carácter revolucionario, aunque en un sentido regresivo desde el punto de vista de la civilización.
Los bolsonaristas ejercen la política en su esencia, es decir, como medio violento, disuasorio y conflictivo para la disputa y conquista del poder político, que es “el poder del hombre sobre otro hombre” para la imposición de su cosmovisión en la sociedad.
El bolsonarimo desentraña el conflicto y suscita la lucha política e ideológica. Lucha fervientemente por la construcción de un nuevo orden, reaccionario, retrógrado y arcaico; pero sigue siendo un orden «nuevo». De ahí el sentido renacentista del bolsonarismo, equivalente al sentido renacentista del fascismo, que se basa en el aniquilamiento de los “enemigos” [internos] para la depuración de la sociedad.
No fue casualidad que los nazis consideraran el campo de concentración de Auschwitz el “ano de Europa”, es decir, el mecanismo eficaz para deshacerse de las impurezas y los males. Finalmente, un mecanismo de purificación de las sociedades alemanas y europeas que propiciaría el nacimiento de un nuevo orden, libre de indeseables “excrementos” ideológicos, étnicos y religiosos. El anuncio de la “modernidad fascista”, como diría el profesor Chico Teixeira.
El antipetismo es un instrumento ideológico y de poder que operacionaliza la estigmatización de la “parte impura e indeseable” de la sociedad brasileña. El antipetismo es el combustible por excelencia del proceso de fascistización del país y, por tanto, también el motor de la contrarrevolución fascista liderada por el bolsonarismo.
Mientras el bolsonarismo erosiona la democracia para subvertir el orden establecido con el objetivo de construir un nuevo poder, la izquierda, en cambio, asume una perspectiva “conservadora”, como “guardiana” del sistema y del orden amenazado.
Finalmente, la izquierda asume una perspectiva de mantenimiento del orden vigente –desigual e injusto–, en relación al cual teóricamente nació para destruir y superar con la construcción de otro orden “moralmente superior”.
El bolsonarismo subvierte los conceptos consensuados en el marco de la civilización y la Ilustración y los redefine a la luz de los significados del diccionario de la contrarrevolución fascista, dándoles un carácter regresivo y anticivilizatorio. Este es el caso, por ejemplo, del concepto de soberanía.
En la gramática bolsonarista, soberanía no es sinónimo de inserción altiva y soberana de Brasil en el mundo, sino del “derecho” del gobierno a dar cumplimiento a los tratados y protocolos civilizatorios internacionales y permanecer libre y sin trabas para promover, internamente, las más absurdas barbaridades que forman parte del nuevo orden.
Es lo que sucede, por ejemplo, en relación con el incumplimiento de acuerdos internacionales en materia ambiental, climática y de derechos humanos. Esta “soberanía al revés” es un pasaporte a la aniquilación de los pueblos originarios, a la devastación de los ecosistemas, a la acción de los acaparadores y buscadores de tierras ya las violaciones sistemáticas de los derechos humanos.
Lo mismo ocurre con las llamadas “libertades”. Como proclama Bolsonaro, “nuestra libertad no tiene precio, vale más que la vida misma”.
En el diccionario bolsonarista, la libertad del capital debe ser absoluta, sin restricciones, compensaciones y regulaciones estatales; un total laissez-faire . Se busca falsamente el ideal de una sociedad en la que el individuo, por sus propios méritos, es dueño absoluto de su destino y, como consecuencia lógica, víctima potencial de la selección natural de la especie.
La libertad de expresión se concibe en el mismo sentido: como plena autorización para enaltecer el nazismo y las dictaduras; idolatrar a los torturadores, difundir el odio y la violencia; atacar la democracia y las instituciones civiles y proponer una dictadura militar.
Desde la perspectiva libertaria del bolsonarismo , el “buen ciudadano” tiene derecho a armarse para protegerse a sí mismo, a su familia y a su propiedad; para tomar la justicia en sus propias manos.
Asimismo, todo ciudadano es libre de rechazar las vacunas y de educar a sus hijos en casa [homeschooling], fuera de la sociabilidad educativa. Los ciudadanos deben ser libres para decidir si utilizan o no sillitas de seguridad para niños en los coches, y no pueden tener el placer de circular a altas velocidades castradas por los límites legales establecidos.
El universo de brasileños que respaldan y se identifican con esta ideología es aterrador. La contrarrevolución fascista del bolsonarismo tiene un apoyo social de masas impresionante, como lo demuestra la elección al Congreso y el voto por Bolsonaro.
La extrema derecha tiene una militancia activa, comprometida, armada y demográficamente representativa, equivalente a las poblaciones de Argentina, Paraguay y Uruguay juntas. Encuentra simpatía en la mitad del electorado y en más de ¼ de la población brasileña.
Está incrustado en la policía, el poder judicial, los diputados y los parlamentos, y coloniza la cloaca de las redes sociales. Además, cuenta con un líder carismático de notable atractivo popular.
Es una realidad terrible, nunca antes vista en Brasil. No es baladí que Bolsonaro y el bolsonarismo sigan siendo competitivos electoralmente después de toda la barbarie, la absoluta falta de compasión humana, tanto desprecio por la vida, el desplome económico, la destrucción, la corrupción, el hambre; de ataques a la democracia y aislamiento internacional.
Bolsonaro se presenta hábilmente como un antisistema, cuando en realidad es la respuesta más funcional del propio sistema a la crisis estructural del capitalismo en un país periférico como Brasil.
La postura antisistema es solo aparente, porque con Bolsonaro el sistema logra contener dentro de su propio orden capitalista neoliberal las soluciones para enfrentar la crisis y el malestar de la población con el fracaso de décadas de neoliberalismo. Con la salida bolsonarista frente a la crisis estructural, el sistema no solo bloquea la viabilidad de alternativas antineoliberales, sino que profundiza la dictadura de las finanzas en un contexto fascista y totalitario.
La destrucción es la clave de este proceso. “Tenemos que deconstruir mucho, deshacer mucho, y luego podemos empezar a hacerlo”, dijo Bolsonaro al comienzo de su mandato [18/03/2019], en una alusión implícita a la contrarrevolución fascista que lideraría.
En esta cruzada ultraliberal de destrucción, el bolsonarismo explora con éxito la subjetividad de una sociedad abducida por valores neoliberales como el anti-Estado, el individualismo empresarial, la meritocracia, el laissez-faire total, el libertarismo. No podía faltar el fundamentalismo religioso, con su “teología de la prosperidad” inculcando y reforzando tales valores.
Derrotar a Bolsonaro y elegir a Lula el 30 de octubre es la prioridad de las prioridades de vida de la actual generación de brasileños.
La victoria de Lula no será, sin embargo, una panacea para todos los males, sino un paso relevante en este complejo período histórico que se abre y que demanda también respuestas revolucionarias y culturales de la izquierda para derrotar a la contrarrevolución fascista en curso, y que no cesará en su marchar incluso con la derrota de Bolsonaro.
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